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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (2 page)

BOOK: El día de las hormigas
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Soy la reina 333 de la dinastía Ni y la ponedora única de la ciudad de Bel-o-kan.

No siempre me he llamado así. Antes de ser reina, yo era la princesa 56 de primavera. Porque ésa es mi casta y ése mi número de puesta.

Cuando era joven, creía que la ciudad de Bel-o-kan era él confín del Universo. Creía que nosotras, las hormigas, éramos los únicos seres civilizados de nuestro planeta. Creía que las termitas, las abejas y las avispas eran poblaciones salvajes que no aceptaban nuestras costumbres por simple oscurantismo.

Creía que las demás especies de hormigas eran degeneradas y que las hormigas enanas eran demasiado pequeñas para inquietarnos.

Entonces vivía encerrada permanentemente en el gineceo de las princesas vírgenes, en el interior de la Ciudad Prohibida. Mi única ambición consistía en llegar a parecerme a mi madre y, como ella, construir una federación política qué resistiese al tiempo en todos los numerosos sentidos de esa palabra.

Hasta el día en que un joven príncipe herido, 327, llegó a mi celdilla y me contó una extraña historia. Afirmaba que una expedición de caza había sido completamente pulverizada por una nueva arma de efectos devastadores.

Sospechamos entonces de las hormigas enanas, nuestras rivales, y el año pasado dirigimos contra ellas la gran batalla de las Amapolas. Nos costó varios millones de soldados pero vencimos. Y esa victoria nos proporcionó la prueba de nuestro error. Las enanas no poseían ninguna arma secreta de envergadura.

Luego pensamos que las culpables eran las termitas, nuestras enemigas hereditarias. Nuevo error. La gran ciudad termita del Este se ha transformado en una ciudad fantasma. Un misterioso gas clorado envenenó a todos sus habitantes.

Investigamos entonces en el interior de nuestra propia ciudad y fue así como nos enfrentamos a un ejército clandestino que creía proteger a la colectividad absteniéndose de revelarle informaciones demasiado angustiosas. Esas matadoras desprendían cierto olor a roca y pretendían desempeñar el papel de glóbulos blancos. Constituían la autocensura de nuestra sociedad. ¡Tomamos conciencia de que en nuestro propio organismo-comunidad existían defensas inmunitarias dispuestas a todo para que todas y cada una de nosotras permaneciese en la ignorancia!

Pero al fin, después de la extraordinaria odisea de la guerrera asexuada 103.693 lo hemos comprendido.

En el confín oriental del mundo existen unos…

Una de las tres hormigas interrumpe la lectura. Le parece sentir una presencia. Las rebeldes se ocultan, acechan. Nada se mueve. Por encima de su escondite se yergue tímidamente una antena, a la que pronto imitan otras cinco.

Los seis apéndices sensoriales se transforman en radares y vibran a 18.000 movimientos por segundo. Todo lo que alrededor desprende aroma queda identificado inmediatamente.

Otra falsa alarma. No hay nadie en los alrededores. Y prosiguen la descodificación de la feromona.

En el confín oriental del mundo existen unos rebaños de animales mil veces gigantescos.

Las mitologías mirmeaceanas los evocan en términos poéticos. Sin embargo están más allá de toda poesía.

Las nodrizas nos narraban su existencia para hacernos temblar con cuentos de horror. Están más allá del horror.

Hasta entonces yo nunca había dado mucho crédito a esas historias de monstruos gigantes, guardianes de los confines del planeta que viven en rebaños de cinco. Pensaba que sólo se trataba de cuentos destinados a princesas vírgenes e ingenuas.

Ahora sé que
ellos
existen realmente.

La destrucción de la primera expedición de caza, fueron
ellos.

Los gases que envenenaron la ciudad termita, eran
ellos.

El incendio que destruyó Bel-o-kan y mató a mi madre, también eran
ellos.

Ellos:
los
dedos.

Yo quería ignorarles. Pero ahora ya no puedo.

Su presencia se detecta por todas partes en el bosque.

Cada día, los informes de las exploradoras confirman que se acercan un poco más a nuestro mundo y que son muy peligrosos.

Por eso hoy he tomado la decisión de convencer a los míos para lanzar una cruzada contra los
dedos.
Será una gran expedición armada cuyo objetivo final será eliminar a todos los
dedos
del planeta mientras estemos a tiempo.

El mensaje es tan desconcertante que necesitan unos segundos para asimilarlo. Las tres hormigas espías querían saber. Pues bien, ¡ahora ya saben!

¡Una cruzada contra los Dedos!

Hay que avisar a las demás a toda costa. Pero si pudieran saber un poco más todavía… De común acuerdo, vuelven a meter las antenas.

Para acabar con estos monstruos preveo que la cruzada necesitará veintitrés legiones de infantería de asalto, catorce legiones de artillería ligera, cuarenta y cinco legiones de combate todo terreno, veintinueve legiones…

Un ruido más. Esta vez no hay duda. La tierra seca cruje bajo una garra. Las tres intrusas levantan sus apéndices todavía bañados de informaciones secretas. Todo ha sido demasiado fácil. Han caído en una trampa. Están convencidas de que les han permitido penetrar en la Biblioteca química sólo para desenmascararlas mejor.

Sus patas se flexionan, dispuestas para el salto. Demasiado tarde. Las otras ya están allí. A las rebeldes sólo les queda tiempo para apoderarse de la concha que contiene la preciosa feromona memoria y escapar por un pequeño corredor transversal.

Suena la alerta en la jerga olfativa belokaniana. Es una feromona cuya fórmula química es «C
8
-H
18
-O». La reacción es inmediata. Ya se oye el roce de centenares de patas guerreras.

Las intrusas huyen a galope tendido. ¡Sería una lástima morir cuando son las únicas rebeldes que han entrado en la Biblioteca química y conseguido descifrar la feromona más esencial, sin duda, de la reina Chli-pu-ni!

Carrera y persecución a través de los corredores de la Ciudad. Como en un rallye de bosleigh, las hormigas van tan deprisa que realizan virajes perpendiculares al suelo.

A veces, en lugar de bajar, siguen esprintando por el techo. Es cierto que la noción de arriba y abajo es completamente relativa en un hormiguero. Con garras, se puede caminar e incluso correr por todas partes.

Los bólidos de seis patas huyen a una velocidad vertiginosa. El panorama se abalanza contra ellas.

Todo sube, baja y gira. Fugitivas y perseguidoras saltan un precipicio. Todas pasan por los pelos, salvo una que tropieza y cae.

Ante la primera rebelde surge una máscara brillante. No tiene tiempo de darse cuenta de lo que le pasa. Bajo la máscara se yergue la punta de un abdomen relleno de ácido fórmico. El chorro hirviente transforma al instante a la hormiga en una pasta blanda. La segunda rebelde, enloquecida, da media vuelta y se precipita por un pasadizo lateral.

«¡Dispersémonos!», aúlla en su lenguaje olfativo. Sus seis patas cavan profundamente en el suelo. Pérdida de energía. Aparece por su costado izquierdo una soldado. Las dos corren tan deprisa que la guerrera no puede ni coger a su presa con las mandíbulas ni apuntar su disparo de ácido. Por eso, la zarandea y se esfuerza por aplastarla contra las paredes.

Los caparazones chocan entre sí con un ruido mate. Las dos hormigas, propulsadas a más de 0,1 Km./h por los corredores demasiado estrechos del hormiguero, encajan algunos ataques bruscos. Intentan ponerse zancadillas. Se pinchan con la punta de la mandíbula.

Van a tal velocidad que ninguna se da cuenta de que el corredor sigue estrechándose, hasta el punto de que fugitiva y perseguidora, proyectadas de pronto por una galería-embudo, chocan entre sí. Los dos bólidos explotan juntos y los trozos de quitina rota se dispersan por un amplio perímetro.

La tercera rebelde corre con las patas por el techo, cabeza abajo. Una artillera la apunta y con un tiro preciso pulveriza su pata posterior derecha. Por efecto del choque, la espía suelta el ovoide que contiene la feromona memoria de la reina.

Una guardiana recupera el inestimable objeto.

Otra ametralla con diez gotas de ácido y licua una antena de la superviviente. Los impactos de la ráfaga dañan el techo cuyos cascotes obstruyen momentáneamente el pasadizo.

La pequeña rebelde puede respirar un instante pero sabe que no podrá ir muy lejos. No sólo tiene una antena y una pata de menos, sino que las guardianas deben de estar vigilando ahora todas las salidas.

Los soldados están ya tras ellas. Los disparos de ácido fórmico crepitan. Y otra pata más cercenada, esta vez una delantera. Sin embargo, continúa corriendo con las cuatro que le quedan y consigue agazaparse en una cavidad del corredor.

Una guardiana la apunta, pero a la herida también le queda todavía ácido. Bascula el abdomen, se coloca deprisa en posición de tiro y apunta a la guerrera. ¡En el medio! La otra ha sido menos hábil, sólo ha conseguido cortarle la pata media de la izquierda. No le quedan más que tres patas. La última hormiga espía jadea cojeando ligeramente. Tiene que salir a cualquier precio de la emboscada y advertir al resto de las rebeldes de esa cruzada contra los Dedos.

«¡Ha pasado por allí, por allí!», emite una soldado que ha descubierto el cadáver quemado del duelista.

¿Cómo salir de allí? La superviviente se entierra lo mejor que puede en el techo. A las otras no se les ocurrirá mirar hacia arriba.

El techo es probablemente el lugar ideal para improvisar una palanca.

Las guardianas no la ven hasta que pasan por segunda vez, cuando una de ellas percibe una gota que cuelga de lo alto. Es la sangre transparente de la rebelde.

¡Maldita gravedad!

La tercera rebelde se deja caer entre los escombros y empieza a golpear a todo el mundo con sus últimas patas y su última antena válida. Una soldado le agarra una pata y la retuerce hasta que se rompe. Otra le traspasa el tórax con la punta de su mandíbula sable. Sin embargo consigue liberarse. Todavía le quedan dos patas para arrastrarse renqueando. Pero no habrá una última escapatoria. Una larga mandíbula sale de un muro y le corta la cabeza en plena carrera. El cráneo salta y rueda a lo largo de la galería en cuesta.

El resto del cuerpo todavía consigue dar una decena de pasos antes de aminorar la marcha, detenerse y, por último, desmoronarse. Las guardianas recogen los trozos y los arrojan en la depuradora de la Ciudad, sobre los despojos de sus otras dos comparsas. ¡Eso es lo que les ocurre a los que son demasiado curiosos!

Los tres cadáveres yacen abandonados, como marionetas torpemente rotas antes del comienzo del espectáculo.

5. El caso empieza

Diario
El Eco del domingo

TRIPLE CRIMEN MISTERIOSO EN LA CALLE DE LA FAISANDERIE

«Tres cadáveres fueron descubiertos el jueves en un inmueble de la calle Faisanderie, en Fontainebleau.
Se ignoran las causas de la muerte de Sébastien, Pierre y Antoine Salta, tres hermanos que compartían el mismo piso.

»El barrio goza de buena reputación en materia de seguridad. No han desaparecido dinero ni objetos preciosos. Tampoco se han apreciado señales de violencia. En el lugar no se ha hallado ninguna arma que haya podido servir para cometer el crimen.

»La investigación, que promete ser delicada, ha sido confiada al célebre comisario Jacques Méliés, de la Brigada Criminal de Fontainebleau. Este extraño caso podría convertirse en el
thriller
del verano para los aficionados a los enigmas policíacos. El asesino no llegará muy lejos. L. W.»

6. Enciclopedia

¿Otra vez usted?

O sea que ha descubierto el segundo volumen de mi
Enciclopedia del saber relativo y absoluto.

El primero estaba colocado bien a la vista sobre el atril del templo subterráneo, pero éste ha sido más difícil de descubrir, ¿verdad?

Bravo.

¿Quién es usted exactamente? ¿Mi sobrino Jonathan? ¿Mi hija? No, usted no es ni el uno ni la otra.

¡Buenos días, desconocido lector!

Me gustaría conocerle mejor. Declare delante de las páginas de este libro su nombre, su edad, sexo, profesión y nacionalidad.

¿Qué interés tiene usted en la vida?

¿Cuáles son sus fuerzas y sus debilidades?

De todos modos, poco importa. Sé quién es usted.

Siento sus manos acariciando mis páginas. Es bastante agradable, desde luego. Por la punta de sus dedos, en las sinuosidades de sus huellas digitales, adivino sus características más secretas.

Todo está inscrito hasta en sus menores fragmentos. En ellos percibo incluso los genes de sus antepasados.

¡Y pensar que ha sido necesario que esos millares de personas no murieran demasiado jóvenes! ¡Que se hayan seducido y acoplado hasta llegar al nacimiento de usted!

Hoy tengo la impresión de verle delante de mí.

No, no sonría. Permanezca natural. Déjeme leer en usted con más profundidad. Es usted mucho mejor de lo que piensa.

No es simplemente un apellido y un nombre dotados de una historia social.

Usted es un 71% de agua clara, un 18% de carbono, un 4% de nitrógeno, un 2% de calcio, un 2% de fósforo, un 1% de potasio, un 0,5% de azufre, un 0,5% de sodio y un 0,4% de cloro. Además de una buena cucharada sopera de oligoelementos diversos: magnesio, cinc, manganeso, cobre, yodo, níquel, bromo, flúor y silicio. Y además una pizca de cobalto, de aluminio, de molibdeno, de vanadio, de plomo, de estaño, de titanio y de boro.

Ésa es la receta de su existencia.

Todos estos materiales provienen de la combustión de las estrellas y únicamente se pueden encontrar en su propio cuerpo. Su agua es similar al agua del más anodino de los océanos. Su fósforo le convierte a usted en solidario de las cerillas. Su cloro es idéntico al que sirve para desinfectar las piscinas. Pero no es usted eso únicamente.

Usted es una catedral química, un asombroso juego de construcción con sus dosificaciones, sus equilibrios, sus mecanismos de una complejidad apenas concebible. Porque sus moléculas están formadas por átomos, por partículas, por quarks, por vacío, todo ello ligado por fuerzas electromagnéticas, gravitacionales y electrónicas de una sutileza que le supera.

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