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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (4 page)

BOOK: El día de las hormigas
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Cahuzacq no parecía del todo convencido.

—Entonces, ¿por qué tienen todos unas caras tan horrorizadas?

—Por el dolor. Cuando el cianuro traspasa el estómago, es doloroso. Mil veces peor que una úlcera.

—Comprendo que Sébastien Salta se haya suicidado —dijo Cahuzacq en tono dubitativo—, pero ¿por qué habría matado a sus dos hermanos que no corrían ningún peligro?

—Para ahorrarles la degradación de la bancarrota. También existe ese viejo reflejo humano que impulsa a embarcar a toda la familia en la propia muerte. En el antiguo Egipto, los faraones se enterraban junto con sus mujeres, sus servidores, sus animales y sus muebles. Uno tiene miedo de ir solo, y entonces se lleva a los allegados…

El inspector estaba conmovido por las certidumbres del comisario. Todo aquello podía parecer demasiado simple o demasiado sórdido. Pero sólo la hipótesis del suicidio podía justificar la ausencia de toda huella extraña.

—Así, pues, resumo —continuó Méliés—. ¿Por qué está todo cerrado? Porque todo ha ocurrido dentro. ¿Quién ha matado? Sébastien Salta. ¿Con qué arma? Con un veneno de efecto retardado preparado por él mismo. ¿Cuál es el móvil? La desesperación, la incapacidad de hacer frente a las enormes deudas de juego contraídas.

Émile Cahuzacq no daba crédito a lo que oía. ¿Era acaso tan fácil de resolver el enigma anunciado por los periódicos como «el
thriller
del verano»? Y sin recurrir siquiera a todas esas verificaciones, confrontaciones de testigos, búsqueda de indicios, en resumen, a todas las mandingas de la profesión. La reputación del comisario Méliés era tan grande que apenas dejaba lugar a la duda. Su razonamiento, de cualquier modo, era el único lógicamente posible.

Se adelantó un policía de uniforme.

—Esa periodista de
El Eco del domingo
sigue ahí diciendo que quiere entrevistarle. Lleva más de una hora esperando e insiste…

—¿Es guapa?

El policía movió la cabeza con un gesto afirmativo.

—Incluso puede decirse que «muy guapa». Me parece que es una euroasiática.

—¿Qué? ¿Y cómo se llama? ¿Chung-li o Mang Chi-Nang?

El otro protestó:

—Nada de eso. Laetitia Uelle o algo por el estilo.

Jacques Méliés dudó, pero una ojeada a su reloj le permitió tomar una decisión:

—Dígale a esa señorita que lo siento mucho, pero que no me queda tiempo. Es la hora de mi programa de tele favorito:
Trampa para pensar.
¿Lo conoces, Émile?

—He oído hablar de él, pero nunca lo he visto.

—Haces mal. Ese programa debería ser un
jogging
cerebral obligatorio para todos los detectives.

—Bueno, ya sabes que para mí es demasiado tarde.

El policía carraspeo: ¿Y sobre la periodista de
El Eco del domingo?

—Dile que haré una declaración a la Agencia Central de Prensa. Le bastará con inspirarse en ella.

El policía se permitió una pequeña pregunta suplementaria.

—¿Ya ha encontrado la solución a este caso?

Jacques Méliés sonrió como especialista decepcionado por un enigma demasiado fácil. Sin embargo le respondió.

Se trata de un doble asesinato y de un suicidio, todo por envenenamiento. Sébastien Salta estaba lleno de deudas y enloquecido, quiso terminar de una vez por todas.

Luego el comisario rogó a todo el mundo que despejaran la casa. Él mismo apagó la luz y cerró la puerta.

De nuevo quedaba vacía la habitación del crimen.

Los cadáveres relucientes de cera reflejaban los neones rojos y azules que parpadeaban en la calle. La notable actuación del comisario Méliés los había privado de cualquier aura trágica. Tres muertos por envenenamiento, simplemente.

Por donde Méliés pasaba, la magia desaparecía.

Un suceso y sólo eso. Tres figuras hiperrealistas iluminadas con flashes multicolores. Tres personas petrificadas como las víctimas momificadas de Pompeya.

Sin embargo quedaba una especie de malestar: la máscara de terror absoluto que descomponía aquellos rostros parecía indicar que habían visto algo más espantoso que el desencadenamiento de las lavas del Vesubio.

9. Conversación con un cráneo

103.683 se tranquiliza. Ha permanecido al acecho para nada. La hermosa mariposa nueva no ha vuelto. Se limpia la punta del abdomen con su peluda pata y se dirige hacia el extremo de la rama para recuperar el capullo abandonado. Es uno de esos objetos siempre útiles en un hormiguero. Puede servir tanto de ánfora para melazo como de cantimplora portátil.

103.683 es una hormiga rojiza de la ciudad federada de Bel-o-kan. Tiene un año y medio, que corresponde a cuarenta años en los humanos. Su casta es la de las soldados exploradoras asexuadas. Enarbola sus antenas en penacho, bastante alto. El aspecto del cuello y del tórax revela un carácter cada vez más firme. Uno de sus cepillos-espuela tibiales está roto pero el conjunto de la máquina todavía se halla en perfecto estado de marcha, aunque la carrocería esté plagada de estrías.

Sus ojillos hemisféricos examinan el panorama a través del tamiz de las facetas oculares. Visión de gran angular. Puede ver por delante, por detrás y por encima simultáneamente. En los alrededores nada se mueve. Aquí no hay que perder más tiempo.

Baja del arbusto utilizando los
puvilis
situados bajo la extremidad de sus patas. Esas pequeñas bolas fibrosas segregan una sustancia adhesiva que le permite desplazarse sobre superficies completamente lisas, incluso en vertical, incluso boca abajo.

103.683 toma una pista olorosa y avanza en dirección a su ciudad. A su alrededor, las hierbas se elevan en altos matojos verdes. Se cruza con numerosas obreras belokanianas que corren siguiendo los mismos rieles olfativos. En algunos lugares, las peones camineras han excavado una pista por debajo para que a sus usuarias no les molesten los rayos del sol.

Una babosa cruza sin darse cuenta una pista de hormigas. Los soldados la echan inmediatamente picándola con la punta de las mandíbulas. Limpian luego toda la baba que ha dejado a través del camino.

103.683 se cruza con un insecto raro. No tiene más que un ala y se arrastra incluso por el suelo. Visto más de cerca, no es más que una hormiga que transporta un ala de libélula. Se saludan. Aquella cazadora ha tenido más suerte que ella. Porque apenas hay diferencia entre volver con las manos vacías y llevar a un capullo de mariposa.

Empieza a perfilarse la sombra de la Ciudad. Luego el cielo desaparece de buenas a primeras. Sólo hay un macizo de ramitas.

Es Bel-o-kan.

Creada por una hormiga reina extraviada (Bel-o-kan significa «Ciudad de la hormiga extraviada»), amenazada por las guerras entre hormigas, los tornados, las termitas, las avispas y los pájaros, la ciudad de Bel-o-kan sobrevive orgullosamente desde hace más de cinco mil años.

Bel-o-kan, sede central de las hormigas rojas de Fontainebleau.

Bel-o-kan, la mayor fuerza política de la región.

Bel-o-kan, hormiguero donde ha nacido el movimiento evolucionario mirmeceano.

Cada amenaza la consolida. Cada guerra la vuelve más combativa. Cada derrota la hace más inteligente.

Bel-o-kan, la ciudad de los treinta y seis millones de ojos, de los ciento ocho millones de patas, de los dieciocho millones de cerebros. Viva y espléndida.

103.683 conoce todas las encrucijadas, todos los puentes subterráneos. Durante su infancia visitó las salas donde se cultivan los hongos blancos, las salas donde se ordeñan los rebaños de pulgones y aquellas otras donde se mantienen inmóviles, pegados al techo, los individuos cisterna. Corrió por las galerías de la Ciudad Prohibida, excavadas antiguamente por las termitas en la madera de una corteza de pino. Fue testigo de todas las mejoras realizadas por la nueva reina Chli-pu-ni, su antigua cómplice de aventuras.

Fue Chli-pu-ni quien inventó el «movimiento evolucionario»

Renunció al título de nueva Belo-kiu-kiuni para crear su propia dinastía: la de las reinas Chli-pu-ni. Cambió la unidad de medida del espacio: ya no es la cabeza (3 milímetros), sino el paso (1 centímetro). Dado que las belokanianas viajaban más lejos, se imponía una unidad mayor desde entonces.

En el marco del movimiento evolucionario, Chli-pu-ni construyó la Biblioteca química y, sobre todo, acogió a todo tipo de animales comensales, que ella misma estudia para sus feromonas zoológicas. Intenta, sobre todo, domesticar las especies voladoras y nadadoras. Escarabajos y ditiscos…

Hace mucho tiempo que 103.683 y Chli-pu-ni no se ven. Resulta difícil acercarse a la joven reina, demasiado ocupada con la puesta y con la reforma de la ciudad. La soldado no ha olvidado, sin embargo, sus comunes aventuras por los subterráneos de la Ciudad, ni la investigación que ambas hicieron para descubrir el arma secreta, ni la lomechusa suministradora de droga que trató de envenenarlas, ni la lucha contra las hormigas espía de olor de roca.

103.683 se acuerda también de su gran viaje hacia el Este, de su contacto con el confín del mundo, del país de los Dedos, donde todo lo que vive, muere.

En distintas ocasiones la soldado solicitó organizar una nueva expedición. Siempre le contestaban que dentro había demasiadas cosas que hacer como para lanzar caravanas suicidas a los confines del planeta.

Pero todo eso ya era agua pasada.

Por lo común, la hormiga no piensa nunca en el pasado, y tampoco en el futuro. Generalmente no es consciente siquiera de su existencia en tanto que individuo. No tiene la noción de «yo», de «mío» o de «tuyo», sólo se realiza a través de su comunidad y por la comunidad. Como no existe conciencia de uno mismo, no hay miedo a la propia muerte. La hormiga ignora la angustia existencial.

Pero en 103.683 se había producido una transformación. Su viaje al fin del mundo había hecho nacer en ella una pequeña conciencia del «yo», cierto que muy rudimentaria, pero ya muy dura de asumir. Cuando se empieza a pensar en uno mismo, surgen los problemas «abstractos». Entre las hormigas, eso se denomina la «enfermedad de los estados de ánimo». Afecta en general a las sexuadas. El solo hecho de preguntarse «¿Estoy afectada por la enfermedad de los estados de ánimo?» indica, según la sabiduría mirmeceana, que uno ya está seriamente tocado.

103.683 trata, por lo tanto, de no hacerse preguntas. Pero resulta difícil…

En torno a ella, la pista se ha ampliado ahora. El tráfico se ha hecho mucho más denso. Se roza con la multitud, se esfuerza para no sentirse sólo una ínfima partícula en una masa que la supera. Los demás, ser los demás, vivir a través de los demás, sentirse multiplicada por su entorno, ¿hay algo más alegre?

Avanza por la ancha ruta atestada. Y llega a los accesos de la cuarta puerta de la Ciudad. Como de costumbre, ¡el follón! Hay tanta gente que el paso está atascado. Habría que ensanchar la entrada número 4 e imponer un poco de disciplina en la circulación. Por ejemplo, que las hormigas que transportan las presas menos voluminosas cedan el paso a las otras. O que las que vuelven tengan prioridad sobre las que salen. En vez de esto, ¡el embotellamiento, plaga de todas las metrópolis!

Por su parte, 103.683 no tiene mucha prisa por regresar con su lamentable capullo vacío. Mientras espera que las cosas se calmen, decide dar un paseo por la depuradora. Cuando era joven, le encantaba jugar entre la basura. Junto con compañeras de su casta guerrera, lanzaba cráneos e intentaba alcanzarlos con un chorro de ácido mientras estaban en el aire. Había que apretar muy deprisa la glándula de veneno. Así fue como 103.683 se convirtió en una tiradora de élite. Fue allí, en la depuradora, donde aprendió a desenvainar y a apuntar a la velocidad de un chasquido de mandíbulas.

¡Ah, la depuradora…! Las hormigas siempre las construyen delante de su ciudad. Recuerda una mercenaria extranjera que, al llegar por primera vez a Bel-o-kan, dijo: «Veo la depuradora, pero ¿dónde está la Ciudad?» Hay que admitir que estas altas colinas hechas de caparazones, de vainas de cereales y de deyecciones diversas tienden a invadir los accesos de la Ciudad. Algunas entradas
(¡Socorro!)
están totalmente obstruidas y, en vez de barrer, se prefiere excavar en otro lado nuevos pasadizos.

(¡Socorro!)

103.683 se vuelve. Le ha parecido que alguien acababa de gemir un olor.
¡Socorro!
Esta vez está segura. De aquel montón de inmundicias emana un nítido aroma de comunicación. ¿Pueden ponerse a hablar los excrementos? Se acerca y husmea con la punta de sus antenas una pila de cadáveres.

¡Socorro!

Ha
sido uno de estos tres pedazos el que ha hablado. Están juntas una cabeza de cochinilla, una cabeza de saltamontes y una cabeza de hormiga roja. Palpa las tres y detecta una fragancia ínfima de vida en las antenas de un trozo de hormiga roja. La soldado coge entonces el cráneo entre sus dos patas anteriores y lo mantiene frente al suyo.

Hay algo que debe saberse,
emite la bola mugrienta sobre la que torpemente está implantada una antena célibe.

¡Qué obscenidad! ¡Un cráneo que todavía quiere expresarse! ¡Esta hormiga no tiene la decencia suficiente como para aceptar el reposo de la muerte! Por un momento 103.683 experimenta la tentación de lanzar aquel cráneo al aire para pulverizarlo de un preciso chorro ácido como le gustaba hacer en otro tiempo. Algo más que la curiosidad la contiene de hacerlo:
Siempre hay que recibir los mensajes de quien desea emitir algo,
es un viejo refrán mirmeceano.

Movimiento de antenas. 103.683 indica que, de acuerdo con el precepto, recibirá todo lo que quiera emitir aquella cabeza desconocida.

El cráneo tiene cada vez más dificultades para pensar. Sin embargo, sabe que debe recordar una información importante. Sabe que debe llevar sus ideas a lo alto de su única antena, a fin de que la hormiga cuyo cuerpo prolongaba antaño no haya vivido para nada.

Pero, al no estar conectado al corazón, al cráneo le falta riego. Los repliegues de su cerebro están algo secos incluso. En cambio, la actividad eléctrica sigue siendo eficaz. Todavía queda un pequeño charco de neuromediadores en el cerebro. Aprovechando esa ligera humedad, se conectan unas neuronas, y unos pequeños cortocircuitos eléctricos prueban que las ideas logran algunas idas y venidas interesantes.

La memoria empieza a volver.

Eran tres. Tres hormigas. Pero ¿de qué especie? Rojas. ¡Rojas rebeldes! ¿De qué nido? De Bel-o-kan. Se había infiltrado en la Biblioteca química para… Para leer allí un feromona memoria muy sorprendente. ¿Y de qué hablaba aquella feromona? De algo importante. Tan importante que la guardia federal las ha perseguido. Sus dos amigas han muerto. Asesinadas por las guerreras. El cráneo se seca. Tres muertas para nada, si olvida. Debe conseguir que la información suba. Debe hacerlo. Tiene que hacerlo.

BOOK: El día de las hormigas
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