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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (6 page)

BOOK: El día de las hormigas
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—¡Suéltalo,
Marie-Charlotte!

Ella obedeció sin rechistar y Méliés se lanzó febrilmente sobre
El Eco del domingo.
No tardó en descubrir su foto y el grueso titular que lo coronaba:

CUANDO LA POLICÍA APARECE

Editorial de Laetitia Wells

«La democracia ofrece muchos derechos.
Nos permite, entre otros, exigir respeto incluso cuando uno está reducido al estado de cadáver. Sin embargo, ese derecho se le ha negado a la difunta familia Salta. No sólo no se ha dilucidado el misterio de ese triple crimen sino que, para colmo, el difunto señor Sébastien Salta se encuentra acusado, sin que pueda ya defenderse, de haber asesinado a sus dos hermanos antes de hacerse a sí mismo justicia.

«¡Bonita burla! ¡Y qué cómodo es acusar a los muertos que ya no pueden disponer de la asistencia de un abogado. El triple crimen de la calle de la Faisanderie tendrá por lo menos un mérito: el de permitirnos conocer mejor la personalidad del comisario Jacques Méliés. Es éste un hombre que, orgulloso de su celebridad, se permite dar carpetazo a la investigación sin vergüenza alguna. Declarando a la Agencia Central de Prensa que todos los hermanos Salta han muerto envenenados, el señor comisario Méliés no sólo se permite un juicio apresurado sobre un caso mucho más complejo de lo que a primera vista parece, sino que, además, insulta a los muertos.

«¿Suicidio? Después de haber entrevisto el cadáver de Sébastien Salta, puedo asegurar que ese hombre ha muerto presa del más espantoso de los terrores. ¡Su rostro no era más que .horror!

«Resulta fácil pensar que el autor del doble fratricidio ha podido sentir el más vivo de los remordimientos, de ahí esa expresión. Pero, para cualquiera que posea algunas nociones de psicología humana, y no parece que ése sea el caso del señor comisario Méliés, un hombre capaz de poner un veneno mortal en un plato que luego ha de compartir con su familia, ha superado el estadio de los estados de ánimo. Su rostro no debería expresar otra cosa que la serenidad por fin hallada.

»¿El dolor, quizás? El que provoca un veneno no es tan agudo. Y, además, habría que saber de qué naturaleza era ese veneno que lo explicaría todo. Por mi parte, he ido a la Morgue dado que la Policía no me permitía investigar en los lugares del crimen. He interrogado al médico forense que me ha manifestado que sobre los cuerpos de los Salta no se había hecho ninguna autopsia. Por tanto el caso se ha cerrado sin que se conozcan las causas precisas de su muerte. ¡Qué falta de seriedad por parte del señor comisario Méliés, un criminólogo tan reputado!

»Este carpetazo tan rápido del caso Salta ofrece materia para la reflexión e incluso la inquietud. Uno puede preguntarse, con todo derecho, si el nivel de estudios de los cuadros de nuestra Policía nacional es lo suficientemente elevado para hacer frente a la sutileza de la nueva criminalidad. L. W.»

Méliés hizo una bola con el periódico y lanzó un juramento.

13. 103.683 se hace preguntas

¡Dedos!

¡Los Dedos!

Un temblor desconocido se apodera de 103.683.

Por regla general, las hormigas ignoran el miedo. Pero 103.683, ¿sigue siendo «normal»? Pronunciando la palabra olorosa
Dedo,
el cráneo de la depuradora ha despertado en ella una zona del cerebro adormecida por llevar mil generaciones inutilizada. La zona del miedo.

Hasta entonces, cuando la soldado pensaba en el confín del mundo, censuraba sus recuerdos. Borraba de la mente su encuentro con los Dedos. Los Dedos y su poder fenomenal, su morfología incomprensible, su pulsión de muerte ciega.

Pero aquel cráneo, aquel estúpido guiñapo de un caparazón reventado, había bastado para redinamizar la zona del miedo. En otro tiempo 103.683 había sido una guerrera intrépida, siempre situada en primera línea de las legiones que se enfrentaban al ejército de las hormigas enanas. De forma espontánea se había ofrecido para partir hacia el Oriente maléfico. Había luchado contra las espías de olores de roca. Había expulsado animales cuya cabeza era tan alta que ni siquiera se la veía. Pero su encuentro con los Dedos la había privado de todo su ímpetu.

103.683 se acuerda vagamente de esos monstruos apocalípticos. Vuelve a ver a su amiga, la vieja 4.000, aplastada como una hoja por una nube negra ultrarrápida.

Algunos los llamaban «guardianes del confín del mundo», «animales infinitos», «sombras duras», «come-maderas», «hedor-de-muerte »…

Pero hacía poco todos los hormigueros de la región se habían puesto de acuerdo para dar un mismo nombre al desconcertante fenómeno:

¡Los Dedos!

Dedos: esas cosas que surgen de ninguna parte para sembrar la muerte. Dedos: esos animales que todo lo convierten en polvo a su paso. Dedos: esas masas que hunden y aplastan las pequeñas ciudades. Dedos: esas sombras que contaminan el bosque con productos que envenenan a cuantos los prueban. No hay nada más que pensar, 103.683 sufre un sobresalto de repulsión.

Se encuentra dividida entre dos emociones: el miedo, extraño a su especie, y otra que, en cambio, le es muy propia: ¡la curiosidad!

Desde hace cientos de millones de años, las hormigas corren tras un progreso perpetuo. El movimiento evolucionario lanzado por Chli-pu-ni no es sino una expresión más de esa necesidad típicamente hormiguesca de ir siempre más allá, más arriba, con más fuerza.

103.683 no escapa a ella. Su curiosidad destierra su miedo. ¡Después de todo, un cráneo exangüe que habla de rebeldes y de cruzada contra los Dedos no es nada trivial!

103.683 se limpia las antenas, signo en ella de su necesidad de hacer balance.

Y las eleva hacia un cielo improbable.

El aire está pesado, como si una presencia depredadora se mantuviera en alguna parte al acecho, dispuesta a surgir para desafiar a la Ciudad. Los ramajes de alrededor son agitados por una brisa repentina. Los árboles parecen decirle que tenga cuidado, pero los árboles dicen cualquier cosa. Son tan grandes que no se preocupan por los dramas que se representan entre sus raíces. A 103.683 le gusta poco la mentalidad de los árboles, que consiste en dejar hacer y no moverse. ¡Como si fueran invencibles! Ocurre sin embargo que a veces los árboles se desmoronan, rotos por la tempestad, calcinados por el rayo, o simplemente minados por termitas. Es entonces cuando les llega a las hormigas su turno de mostrarse insensibles ante su decadencia.

Un proverbio de hormigas enanas lo precisa con exactitud:
Los grandes siempre son más frágiles que los pequeños.

¿Serán los Dedos árboles móviles?

103.683 no pierde tiempo reflexionando sobre ese punto. Ha tomado una decisión: verificar la información del cráneo.

Penetra en su hormiguero por un estrecho pasadizo cercano a la depuradora y llega al bulevar periférico. Lo cruzan grandes avenidas que conducen a la Ciudad Prohibida. Pero no es ahí adonde se dirige. Va por chimeneas tan inclinadas que tiene que aferrarse a ellas con sus garras. Se deja resbalar por un corredor en cuesta y toma una red de galenas no demasiado atestadas pese al tráfico habitual.

Unas obreras que se afanan transportando alimentos y ramitas saludan a 103.683. No existe gloria personal entre las hormigas, pero, sin embargo, aquí hay muchas que saben que esa soldado estuvo allá, en el país de los Dedos. Vio el confín del mundo, se asomó al ángulo inseguro del planeta.

103.683 alza su antena y se pregunta por el lugar en que se encuentran los establos de escarabajos. Una obrera le precisa que están situados en el piso –20, en el barrio sur-sudoeste, a la izquierda de los jardines de hongos negros.

Y trota hacia allá.

Desde el incendio del pasado año, ha sido mucho el trabajo realizado. La antigua ciudad de Bel-o-kan estaba construida sobre cincuenta pisos de altura y otros cincuenta de profundidad. Repensada por Chli-pu-ni, la nueva ciudad se glorifica con ochenta pisos de altura. La profundidad no ha podido modificarse debido a la roca de granito que desde siempre cumple el papel de suelo.

Mientras camina, la soldado admira su metrópoli constantemente mejorada.

Piso +75: en él están las guarderías infantiles termo reguladas con humus en descomposición, la sala de secado de las ninfas con su arena fina que aspira la humedad. Gracias a un sistema de tobogán de suave pendiente, se pueden bajar con facilidad los huevos hasta los pisos de cuidados intensivos. Allí, unas nodrizas de pesado abdomen los lamen permanentemente. De este modo hacen pasar a través de la envoltura transparente de los capullos las proteínas y los antibióticos necesarios para su perfecto crecimiento.

Piso +20: contiene las reservas de carne seca, las reservas de trozos de frutos, las reservas de harina de hongo. Todo está bien recubierto de ácido fórmico para evitar que se pudran.

Piso +18: cubas de hojas grasas encierran ácidos militares experimentales que echan humo. Con la punta de sus largas mandíbulas, los químicos comprueban el poder disolvente de cada uno de ellos. Algunos proceden de frutas, como el ácido málico extraído de la manzana. Otros tienen un origen menos común: el ácido oxálico lo sacan de la acedera, y el ácido sulfúrico de piedras amarillas. Lo ideal para la caza es el reciente ácido fórmico concentrado al 60%. Quema un poco las entrañas pero provoca daños incomparables. 103.683 ya lo ha probado.

Piso +15: la sala de combates ha sido elevada. Aquí las guerreras se entrenan en el cuerpo a cuerpo. Las nuevas formas de agarrar han sido catalogadas escrupulosamente sobre feromonas memorias destinadas a la Biblioteca química. La moda del momento consiste en no saltar a la cabeza del adversario, sino en romperle las patas una por una hasta que no pueda moverse. Un poco más lejos las artilleras se ejercitan en disolver de un certero chorro unas granas colocadas a diez pasos.

Piso –9: en él están los establos de pulgones. La reina Chli-pu-ni quiso que todos los establos estuvieran dentro de la Ciudad para no correr el riesgo de que los rebaños fueran atacados por las feroces chinches. Unas obreras trabajan lanzando a los pulgones ramas de acebo que ellos vacían rápidamente de toda su savia.

La tasa de reproducción de los pulgones ha aumentado. Ahora es de diez animales por segundo. 103.683 tiene la oportunidad de asistir de pasada a un fenómeno raro. Un pulgón da a luz un pulgoncito, dispuesto a su vez a ponerse debajo y dar nacimiento a otro pulgoncito más pequeño todavía. Así es como se convierte en madre y en abuela en un segundo.

Piso –14: las champiñoneras se extienden hasta perderse de vista, alimentadas por los barreños de abono donde cada hormiga deposita sus excrementos. Las agricultoras cortan los rizomas que sobresalen, otras deponen la mirmicacina que las protegerá de los parásitos.

De pronto un animal verde salta delante de 103.683, perseguido a su vez por otro animal verde. Parece que luchan entre sí. Pregunta a la concurrencia quiénes son esos curiosos insectos. Chinches cavernícolas hediondas, le dicen. Hacen el amor constantemente. De todas las maneras imaginables, sin importarles dónde ni con quién. Probablemente es el animal dotado de la sexualidad más insólita del planeta. Chli-pu-ni los estudia encantada.

Los comensales han proliferado desde siempre en todos los hormigueros. Por ello se han contabilizado más de dos mil especies de insectos, de miriápodos y de arácnidos que viven de forma permanente en el hormiguero y que han sido completamente tolerados por las hormigas. Algunos lo aprovechan para realizar su metamorfosis, otros limpian las salas comiéndose los desechos.

Pero Bel-o-kan es la primera ciudad que los estudia «científicamente». La reina Chli-pu-ni afirma que cualquier insecto puede ser educado y transformado en un arma temible. Según ella, cada individuo tiene su propio uso, que aparece cuando se empieza a hablar con él. Basta con estar atento.

Por ahora, Chli-pu-ni ha conseguido bastantes éxitos. Ha logrado «domesticar» varias especies de coleópteros dándoles de comer, construyéndoles un refugio, curándoles las enfermedades, como ya se hacía con los pulgones. El éxito más impresionante de la reina es haber llegado a domar escarabajos rinoceronte.

Piso –20: barrio sur-sudoeste, a la izquierda de los jardines de champiñones negros. Las informaciones eran precisas. Al fondo del corredor están los escarabajos.

14. Enciclopedia

MIEDO:
para comprender la ausencia de miedo en la hormiga, hay que tener presente que el conjunto del hormiguero vive como un organismo único. Cada hormiga desempeña en él el mismo papel que la célula de un cuerpo humano.

Las extremidades de nuestras uñas, ¿temen ser cortadas? ¿Tiemblan, al acercarse la cuchilla, los pelos de nuestros mentones? ¿Se asusta el dedo gordo de nuestro pie cuando le pedimos que compruebe la temperatura de un baño tal vez hirviente?

No sienten miedo porque no existen en tanto que entidades autónomas. De igual modo, si nuestra mano izquierda pellizca a nuestra mano derecha, no provocará ningún rencor en ésta. Si nuestra mano derecha está adornada con más anillos que nuestra mano izquierda, tampoco se producirán celos. Las preocupaciones acaban cuando uno se olvida para no pensar más que en el conjunto de la comunidad organismo. Ése es tal vez uno de los secretos del éxito social del mundo de las hormigas.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

15. Laetitia sigue sin aparecer

Una vez pasada su cólera, Jacques Méliés abrió su maletín y sacó el informe de los hermanos Salta. Empezó a examinar de nuevo todas sus piezas y, sobre todo, las fotos. Permaneció largo rato inclinado sobre un primer plano de Sébastien Salta, con la boca abierta. De sus labios parecía salir un grito. ¿Un grito de terror? ¿Un «no» ante una muerte ineluctable? ¿La identidad de su asesino? Cuanto más miraba la foto, más aterrado estaba y más avergonzado se sentía.

Acabó explotando, dando un brinco y propinando un puñetazo de rabia a la pared.

La periodista de
El Eco del domingo
tenía razón. Y él había metido la pata.

Había subestimado el caso. Excelente lección de humildad. No hay peor error que subestimar las situaciones o las personas. ¡Gracias, señora o señorita Wells!

Pero ¿por qué lo había hecho tan mal en este caso? Por holgazanería. Porque había tomado la costumbre de triunfar siempre. De pronto se había dejado ir a lo que ningún policía, ni siquiera el más novato en el oficio, había hecho: había convertido el caso en una chapuza. Y su fama era tal que nadie, salvo aquella periodista, había sospechado su equivocación.

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