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Authors: Brad Meltzer

Tags: #Intriga

El juego del cero (35 page)

BOOK: El juego del cero
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Me vuelvo hacia Viv. Sus ojos están fijos en el montón de cajas de cartón apiladas alrededor de la impoluta habitación blanca. En el costado de cada una de las cajas puede leerse una palabra escrita con rotulador negro: «Laboratorio». Echa un vistazo al detector de oxígeno.

—21.1 por ciento.

Mejor incluso de lo que teníamos en la superficie.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —pregunta.

Sacudo la cabeza, incapaz de darle una respuesta. No tiene ningún sentido. Miro a mi alrededor, examinando los brillantes cromados y las mesas con tablero de mármol y vuelvo a hacerme la misma pregunta una y otra vez: ¿qué está haciendo un laboratorio que cuesta miles de millones de dólares a dos mil quinientos metros bajo tierra?

Capítulo 48

En el sótano del edificio de ladrillo rojo, Janos se detuvo en la estación de carga para recoger los juegos de baterías y la lámpara de minero. Ya había estado una vez en ese lugar, justo después de que Sauls lo contrató. En los seis meses que habían transcurrido desde entonces, nada había cambiado. El mismo corredor deprimente, el mismo techo bajo, el mismo equipo sucio.

Al mirar más atentamente, contó dos aberturas en la estación de carga, una a cada lado. Pensando que estaban jugando a pares o nones, decidieron correr el riesgo, se dio cuenta. Así es como sucede siempre, especialmente cuando la gente siente pánico. Todo el mundo juega.

Janos avanzó por el corredor, pasó junto a los bancos de madera y entró en la enorme habitación donde estaba el pozo del ascensor. Evitándolo, se dirigió hacia la pared donde se encontraba el teléfono y la alarma de incendios. Nadie desciende a la mina sin haber hecho antes una llamada.

—Montacargas… —contestó la operadora.

—Hola, esperaba que pudiese ayudarme —dijo Janos mientras apretaba el auricular contra la oreja—. Estoy buscando a unos amigos… dos de ellos… y me preguntaba si los había enviado abajo en la jaula o si aún estaban en la superficie.

—Envié a un tío abajo desde la rampa uno, pero estoy segura de que estaba solo.

—¿Está completamente segura? Debería haber estado acompañado…

—Cariño, todo lo que hago es moverlos arriba y abajo. Tal vez su amigo se quedó en la superficie.

Janos miró a través del pozo del ascensor hacia el nivel que estaba directamente encima de él. Allí era donde llegaba la mayoría de la gente… pero Harris y Viv… estarían tratando de pasar inadvertidos. Por esa razón debieron de seguir el túnel desde aquí…

—¿Está seguro de que no bajó solo? —preguntó la operadora.

Pero cuando Janos estaba a punto de contestarle, se detuvo. Su primera esposa lo llamaba «intuición». Su segunda esposa lo llamaba «el instinto del león». Ninguna de las dos tenía razón. Siempre había sido más cerebral que eso. No te limites a seguir a tu presa. Piensa como ellos. Harris y Viv estaban atrapados. Estarían buscando una red de seguridad… y buscarían en todas partes para conseguirla…

Aferrándose al borde de la pared baja, Janos se deslizó hacia el lado opuesto, donde una pieza cuadrada de madera contenía cincuenta y dos clavos. Se fijó en las dos chapas con los números 15 y 27. Dos chapas. Todavía estaban juntos.

Cogió las dos chapas del tablero y las observó en la palma de su mano. «Todo el mundo juega —se dijo—, pero lo que es más importante de recordar es que, en algún momento, todo el mundo también pierde».

Capítulo 49

—¿Cree que saben que estamos aquí? —pregunta Viv, apagando la lámpara del casco.

Miro a mi alrededor, comprobando las esquinas del laboratorio. Los puntales están fijados a las paredes, y los cables expuestos cuelgan hacia el suelo, pero las cámaras de vigilancia aún no han sido instaladas.

—Creo que tenemos el camino libre.

Como ya he dicho, ella está cansada de fiarse de mi palabra.

—Hola… ¿hay alguien en casa? —llama.

Nadie responde.

Adentrándome en el laboratorio, señalo el rastro de pisadas fangosas a lo largo del suelo que, por otra parte, es completamente blanco. El rastro se dirige hacia el extremo izquierdo más alejado de la habitación y luego prosigue por otro corredor en la parte trasera. Hay un solo camino…

—Pensé que había dicho que Matthew autorizó la transferencia de tierras a Wendell hace unos días —observa Viv mientras nos dirigimos hacia la esquina posterior—. ¿Cómo consiguieron construir todo esto tan rápido?

—Han estado trabajando en la solicitud desde el año pasado; supongo que se trató solamente de una formalidad. En un pueblo como éste, apuesto a que nadie se opondría a la venta de una mina agotada.

—¿Está seguro de eso? Pensé que cuando mantuvo esa conversación telefónica con el alcalde… pensé que había dicho que el tío estaba mosca.

—¿Mosca?

—Enfadado —me aclara—. Furioso.

—No estaba enfadado, no, sólo estaba molesto porque nadie le había consultado. Pero para todos los demás es algo que volverá a traer vida al pueblo. Y aunque ignoren el verdadero alcance de esta operación, hasta donde yo sé, no hay absolutamente nada ilegal en lo que Wendell ha hecho hasta ahora.

—Tal vez —dice Viv—. Aunque eso depende de lo que estén construyendo aquí abajo…

Cuando avanzamos por el corredor encontramos una habitación a nuestra derecha. En su interior, un gran tablero pulido descansa contra un archivador de cuatro cajones y un armario de formica. También hay un escritorio de metal nuevo. Hay algo que me resulta extrañamente familiar en él.

—¿Qué? —pregunta Viv.

—¿Habías visto antes un escritorio como ése?

Ella lo mira fijamente durante unos segundos.

—No lo sé… me parece bastante común.

—Muy común.

—¿De qué está hablando?

—Hace poco volvieron a decorar algunas de las oficinas del personal. Todos nuestros asistentes legislativos recibieron esos mismos escritorios metálicos. Esos escritorios… es material del gobierno.

—Harris, esos escritorios están en la mitad de las oficinas de Estados Unidos.

—Te digo que es material del gobierno —insisto.

Viv echa otra mirada a la mesa. Dejo que el silencio se encargue de aclarar mi punto.

—Tiempo muerto… tiempo, tiempo, tiempo… ¿o sea que ahora cree que el gobierno ha construido todo esto?

—Viv, echa un vistazo a tu alrededor. Los de Wendell dijeron que querían este lugar por el oro, y aquí no hay oro. Dijeron que estaban aquí para realizar trabajos de minería y no hay rastros de esa actividad. Dijeron que se trataba de una pequeña compañía de Dakota del Sur y esto parece la maldita Baticueva. Está todo delante de nuestras narices. ¿Por qué habrías de creer que realmente son quienes dicen ser?

—Eso no significa que sean del gobierno.

—No es eso lo que estoy diciendo —contesto, regresando al corredor—. Pero no debemos ignorar el hecho de que todo este equipo, las mesas de laboratorio, los servidores informáticos de cuarenta mil dólares, por no hablar de lo que lleva construir una instalación de estas características a dos mil quinientos metros bajo tierra… Escucha, estos tíos no están arrodillados en el fango, sacudiendo la arena a través de sus cedazos. Quienesquiera que sean realmente los de Wendell, es evidente que están buscando algo mucho más grande que un puñado de pepitas de oro… que en caso de que no te hayas percatado de ello…

—… ya no están aquí. Lo sé. —Viv camina detrás de mí mientras avanzamos por el corredor—. ¿Y qué es lo que cree que están buscando?

—¿Qué te hace pensar que esos tíos están buscando algo? Mira a tu alrededor, aquí tienen todo lo que necesitan.

Señalo las pilas de cajas y latas que ocupan ambos lados del corredor. Las latas parecen tanques de helio industriales; cada una de ellas me llega a la barbilla y tiene letras estarcidas en rojo en el costado. Las primeras docenas están marcadas con la palabra «Mercurio»; las siguientes están etiquetadas «Tetracloroetileno».

—¿Cree que están construyendo algo? —pregunta Viv.

—O eso, o están planeando causar sensación en la feria científica del próximo año.

—¿Alguna idea?

Me dirijo hacia las cajas que están apiladas hasta el techo a lo largo de todo el corredor. Hay al menos doscientas de ellas, cada una con una pequeña etiqueta adhesiva y un código de barras. Quito una de las etiquetas para ver mejor de qué se trata. Debajo del código de barras, la palabra «Fotomultiplicador» está impresa en diminutas letras mayúsculas. Pero cuando abro la caja para ver qué es realmente un fotomultiplicador, me sorprende descubrir que está vacía. Pateo la caja de al lado para asegurarme. También está vacía.

—Harris, quizá deberíamos largarnos de este lugar…

—Todavía no —digo, avanzando por el corredor.

Un poco más adelante, acaba el rastro de pisadas de barro, aunque el corredor continúa, describiendo una curva hacia la izquierda. Me abro paso a través del mar dividido de cajas de multiplicadores apiladas contra la pared a cada lado del corredor y girando la esquina. A unos cien metros delante de mí, el corredor acaba en una puerta de acero. Es pesada, como una caja fuerte, y está cerrada herméticamente. Junto a la puerta hay un escáner biométrico de la palma de la mano. Por los cables sueltos que se ven por todas partes, este chisme tampoco ha sido instalado aún.

Me muevo rápidamente hacia la puerta y tiro con fuerza del cerrojo. Se abre con un sonido hueco. El marco de la puerta está revestido con una goma negra para mantenerla herméticamente cerrada. En el interior, orientada en forma perpendicular hacia nosotros, la habitación es larga y estrecha como una pista de bolos de dos carriles que parece no tener fin. En el centro de la habitación, sobre una mesa de laboratorio, hay tres cajas rojas cubiertas con cables. Cualquier cosa que estén construyendo, aún no la han acabado, pero en el extremo derecho hay una escultura de metal de tres metros de altura en forma de una O gigante. En la parte superior hay un letrero que dice: «Peligro: No acercarse cuando el imán está en funcionamiento».

—¿Para qué necesitan un imán? —pregunta Viv a mi espalda.

—¿Para qué necesitan este túnel? —pregunto yo a mi vez, señalando la tubería metálica que se extiende a todo lo largo de la habitación, más allá del imán.

Leo los laterales de todas las cajas que están apiladas a nuestro alrededor en busca de respuestas. Nuevamente, todas ellas llevan la etiqueta «Laboratorio». Un enorme embalaje de tablas lleva un rótulo que dice «Tungsteno». Nada de todo esto ayuda, es decir, hasta que diviso la puerta que se encuentra directamente al otro lado del estrecho corredor. No se trata, sin embargo, de una puerta cualquiera; ésta es alta y ovalada, como la clase de puertas que tienen en los submarinos. Hay un segundo escáner biométrico que parece incluso más complejo que el que dejamos atrás. En lugar de una plancha de cristal donde apoyar la mano, éste tiene una caja rectangular que parece estar llena de gelatina. He oído hablar de estos artilugios, apoyas la mano en la gelatina y miden el contorno de tu palma. Las medidas de seguridad se extreman. Pero, nuevamente, hay cables por todas partes.

Cuando corro hacia la puerta, Viv me sigue pisándome los talones, pero, por primera vez desde que estamos juntos, me coge de la manga y tira de mí hacia atrás con fuerza.

—¿Qué? —pregunto.

—Pensé que se suponía que era un adulto. Piense primero. ¿Y si no es seguro entrar ahí dentro?

—Viv, estamos a más de dos kilómetros bajo la superficie de la tierra, ¿cuánto más inseguros podemos estar?

Ella me estudia como un alumno de décimo curso que está evaluando a la maestra suplente. Cuando llegué a Washington, D.C., tenía esa expresión todos los días. Pero al verla en el rostro de Viv… hacía años que la había perdido.

—Mire esa puerta —dice—. Podría ser radiactiva o algo por el estilo.

—¿Sin un cartel de advertencia en la puerta? No me importa si aún están instalando la tienda… ni siquiera estos tíos son tan estúpidos.

—¿Y qué cree entonces que están construyendo?

Es la segunda vez que hace esa pregunta. La ignoro nuevamente. No estoy seguro de que quiera conocer mi respuesta.

—Cree que es algo malo, ¿verdad?

Me suelto de su mano y me dirijo hacia la puerta.

—Podría tratarse de cualquier cosa, ¿no es así? Quiero decir, no parece que ahí dentro haya un reactor, ¿verdad? —pregunta Viv.

Yo continúo andando sin aflojar el paso.

—Cree que están construyendo alguna clase de arma, ¿verdad? —dice Viv.

Me paro en seco.

—Viv, estos tíos podrían estar haciendo cualquier cosa, desde nanotecnología hasta la resurrección de los dinosaurios. Pero sea lo que sea que hay ahí dentro, Matthew y Pasternak murieron a causa de ello, y ahora están adaptando el tamaño de los lazos corredizos a nuestros cuellos. Ahora bien, puedes quedarte esperando aquí fuera o acompañarme dentro. Sea cual sea tu decisión, eso no hará que varíe la opinión que tengo de ti, pero a menos que tengas planeado vivir en un coche durante el resto de tu vida, es necesario que llevemos nuestros culos dentro de esa habitación y averigüemos qué diablos hay detrás de la cortina número tres.

Volviéndome hacia la puerta del submarino, cojo el pasador y lo hago girar. El chisme gira con facilidad, como si estuviese recién engrasado. Cuando la rueda se detiene se oye un sonoro cloc. La puerta se abre ligeramente desde el interior.

Por encima del hombro, veo que Viv da un paso hacia adelante. Al mirar hacia atrás, ella no hace ninguna broma y tampoco un comentario divertido. Simplemente se queda allí parada.

Tengo que empujar la puerta con ambas manos para poder abrirla. Allá vamos. Cuando la puerta se abre hacia la pared, nos golpea un nuevo olor, intenso y ácido. Me llega directamente a las fosas nasales.

—Oh, tío —dice Viv—. ¿Qué es eso? Huele a…

—… limpiador en seco —digo mientras ella asiente—. ¿Es eso lo que había en esas latas del corredor? ¿Líquido para limpiar en seco?

Atravesamos el umbral y miramos a nuestro alrededor buscando una respuesta. La habitación está incluso más inmaculada que la anterior. No podemos encontrar ni una mota de polvo. Pero no es precisamente la limpieza lo que capta nuestra atención. Directamente delante de nosotros hay un enorme cráter de casi cuarenta metros de diámetro excavado en el suelo. En el interior del cráter hay un inmenso recipiente metálico redondo del tamaño de un globo aerostático cortado por la mitad. Es como estar ante una piscina gigante, pero en lugar de estar llena de líquido, las paredes de la esfera están cubiertas con al menos cinco mil lentes de cámara, uno junto al otro, cada lente enfocado hacia el centro de la esfera. El efecto último es que los cinco mil telescopios perfectamente alineados forman su propia capa de cristal dentro de la esfera. La otra mitad de la esfera cuelga del techo sostenida por una docena de cables de acero. Al igual que la mitad inferior, está llena de lentes. Cuando ambas mitades queden unidas, formarán una cámara esférica perfecta, pero por ahora, la cubierta superior sigue suspendida en el aire, esperando a ser colocada en su sitio.

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