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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

El misterio de la guía de ferrocarriles (10 page)

BOOK: El misterio de la guía de ferrocarriles
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—Por desgracia eso es lo que él quiere precisamente —murmuré.

—Es verdad. Pero también nos favorecerá el hecho de que, envanecido por su éxito, se descuide.

—¡Qué extraño es todo esto. Poirot! —exclamé, asaltado de pronto por una idea—. Éste es el primer crimen de esa clase en que tú y yo trabajamos juntos. Los demás han sido lo que podría llamar... crímenes privados.

—Tienes razón. Hasta ahora habíamos trabajado desde dentro. Lo importante era la historia de la víctima, quiénes se beneficiaban con su muerte, qué oportunidad habían tenido de matarle los que le rodeaban. Ahora tenemos por primera vez el crimen impersonal, los asesinatos de un loco. El crimen desde fuera.

—¡Es horrible! —exclamé estremeciéndome.

—¡Hay que contener los nervios! —exclamó Poirot con impaciencia—. Esto no es peor que un asesinato vulgar.

—Es... es...

—¿Es peor matar a un desconocido o a un amigo que cree y confía en nosotros?

—Es peor porque es obra de un loco.

—No, Hastings, no es peor, sólo es más difícil.

—No estoy de acuerdo contigo. Es más horripilante.

—Debería ser más fácil porque es loco —murmuró pensativo mi amigo—. Un crimen cometido por una persona inteligente debería ser más complicado, Si pudiéramos describir la idea... Eso del orden alfabético discrepa en algunos puntos. Si pudiera encontrar el motivo todo aparecería claro y sencillo.

Lanzó un suspiro y movió la cabeza.

—Es necesario que esos crímenes no continúen. Debo ver pronto la verdad. Durmamos un poco, Hastings. Mañana habrá mucho trabajo.

Capítulo XV
-
Franklin Clarke

Churston se encuentra entre Brixham, Paignton y Torquay. Diez años antes del crimen era simplemente unos campos de golf que llegaban hasta el mar, y dos o tres casas de campo por toda habitación humana. Pero en los últimos años se habían levantado numerosas casas entre Churston y Paignton.

Sir Carmichael Clarke había comprado dos acres de terreno, desde donde se disfrutaba de una maravillosa vista del mar. La casa que hizo construir era de una estructura moderna, un blanco rectángulo que no era muy desagradable a la vista. Aparte de las dos galerías que albergaban la colección de porcelanas, la casa no era muy espaciosa.

Llegamos a Churston a las ocho de la mañana, aproximadamente. Un oficial de policía que nos esperaba en la estación nos puso al corriente de la situación.

Sir Carmichael Clarke tenía costumbre de dar un paseo cada noche, después de la cena. Cuando la policía llamó a su casa, poco después de las once, se le dijo que sir Carmichael no había regresado aún. Como en su paseo el coleccionista seguía siempre el mismo camino, no costó gran trabajo encontrar su cuerpo. Éste presentaba un fuerte golpe en la nuca causado por un instrumento muy pesado. Junto al cadáver fue hallada una guía de ferrocarriles «A. B. C.».

Llegamos a Combeside (así se llamaba la casa) a las ocho y minutos. La puerta fue abierta por un viejo criado cuyo trastornado rostro y temblorosas manos demostraban cuán profundamente le había afectado la tragedia.

—Buenos días, Deveril —le saludó el policía.

—Buenos días, señor Wells,

—Estos señores, Deveril, son policías de Londres. —Por aquí, señores; tengan la bondad —y nos guió a un amplio comedor donde estaba servido el almuerzo-Llamaré al señor Franklin. Vuelvo inmediatamente. Voy corriendo.

Unos minutos después un hombretón de atezado rostro entraba en el comedor.

Era Franklin Clarke, el único hermano del muerto. Tenía los modales resueltos de un hombre acostumbrado a encontrarse en situaciones embarazosas.

—Buenos días, señores.

—Aquí el inspector Crome, del D.T.C.
[1]

— El señor Hércules Poirot y... el capitán Hayter,

—Hastings —corregí fríamente.

Franklkin Clarke nos estrechó las manos por turno y cada apretón iba acompañado de una inquisitiva mirada. —Permítame que les invite a almorzar; mientras tanto podremos hablar de lo ocurrido.

Ninguno de nosotros rechazó la invitación y a los pocos momentos estábamos haciendo los honores a unos excelentes huevos con jamón y una taza de café fuerte

—Ayer noche —empezó Franklin Clarke— el inspector Wells me dio una sumaria explicación de este terrible crimen. Es lo más horrible que he oído en mi vida. ¿Debo creer, inspector Crome, que mi pobre hermano fue víctima de un monomaniaco homicida y que el de ahora es el tercer crimen y que en cada uno de los anteriores se ha encontrado también una guía de ferrocarriles junto a las víctimas?

—Así es, Clarke.

—Pero, ¿por qué? ¿Qué beneficio podría sacar de este crimen el asesino, aunque éste sea el loco más loco del mundo?

Poirot movió aprobadora mente la cabeza.

—Va usted recto al misterio, señor Franklin —respondió.

—Es inútil buscar motivos a ese crimen —intervino Crome—. Esto es trabajo de un alienista.

—¿De veras, señor Poirot?

Clarke no parecía dispuesto a creer lo que oía. Su pregunta al más viejo de nosotros hizo fruncir el ceño a Crome.

—En efecto, señor Clarke —replicó mi amigo.

—Sea como fuere, ese hombre no puede tardar mucho en ser detenido —murmuró pensativo Franklin Clarke.

—Vous crovez? Por desgracia, ces gens là son muy listas. Tenga en cuenta que esos hombres son de tipo insignificante, no se diferencian en nada de los que cada día pasan junto a nosotros sin que nos demos cuenta de su presencia

—Le agradeceré que me cuente lo que sepa, señor Clarke —intervino el inspector Crome,

—Perfectamente.

—Tengo entendido que ayer noche su hermano gozaba de perfecta salud y humor, ¿verdad? ¿Recibió alguna carta que no esperaba? ¿Le preocupaba algo?

—No. Yo lo encontré igual que siempre.

—¿No estaba preocupado?

—No he querido decir eso, señor inspector. El estar preocupado era cosa normal en mi hermano.

—¿Por qué"?

—Mí cuñada goza de muy poca salud. Hablando confidencialmente les diré que tiene un cáncer incurable y no podrá vivir mucho. La enfermedad de su mujer trastornó terriblemente a mi hermano. Hace poco llegué aquí y me sorprendió el terrible cambio especialmente físico que se había operado en él.

—¿Qué hubiera usted creído —intervino Poirot— si su hermano hubiera sido hallado muerto de un tiro en la sien y con un revólver junto a él?

—Hablando con franqueza hubiese creído que se trataba de un suicidio —contestó Clarke.

—Encore! —exclamó Poirot.

—¿Qué quiere usted decir? —Un hecho que se repite. No tiene importancia.

—Lo cierto es que no fue un suicidio —intervino seca. mente Crome—. Tengo entendido, señor Clarke, que su hermano tenía por costumbre dar un paseo cada noche. —Es verdad.

—¿Cada noche?

Excepto cuando llovía, naturalmente.

—¿Todos los de la casa conocían esa costumbre?

—Desde luego.

—¿Y los de fuera?

—No sé lo que quiere usted decir con eso. Puede ser que el jardinero estuviera también enterado, no puedo asegurarlo.

—¿Y en el pueblo?

—Empleando la palabra en su verdadero sentido no hay ningún pueblo aquí. En Churston Ferrer está la estación y Correos, pero no hay en absoluto pueblo ni tiendas.

—Supongo que la presencia de un forastero en el lugar sería notado fácilmente. ¿verdad?

—Al contrario En agosto, toda esta parte del país está llena de forasteros. Todos los días llegan a Brizham, Torquay y Paignton en automóviles, autobuses y a pie. Broadsands, que está allá abajo (señaló con el dedo), es una playa muy concurrida y también lo es Elbury Cove. La gente va en tropel a merendar allí. Ojalá no lo hicieran. No tienen ustedes idea de lo hermosos que son esos lugares en el mes de junio y a principios de julio.

—¿Entonces usted no cree que un forastero hubiera sido notado?

—No, a menos que pareciera... loco.

—El hombre en cuestión no tiene aspecto de loco —aseguró Crome—. Ese criminal ha debido de pasar por aquí y se habrá enterado de las costumbres de su pobre hermano de salir a pasear de noche. Supongo que ayer no vino nadie a preguntar por sir Carmichael, ¿verdad? ¿No opina como yo?

—Que yo sepa, no... pero podemos preguntar a Deveril. Pulsó el timbre y cuando llegó el criado le hizo la pregunta.

—No, señor, no vino nadie a preguntar por sir Carmichael. Ya lo he preguntado a las criadas.

El criado aguardó un poco y al fin preguntó:

—¿Eso es todo, señor?

—Sí, Deveril, puedes retirarte.

El criado dirigióse hacia la puerta del comedor retrocediendo unos pasos para dejar pasar a una joven.

Al verla entrar, Franklin se levantó.

—Les presento a la señorita Grey. La secretaria de mi hermano.

Me llamó en seguida la atención el aspecto escandinavo de la joven. Su cabello era de un rubio ceniciento, los ojos grises y el cutis de una transparencia como sólo se encuentra entre los suecos y noruegos. Representaba unos veintisiete años y parecía ser tan eficiente como bella y decorativa.

—¿Puedo ayudarles en algo? —preguntó al sentarse. —Clarke le ofreció una taza de café, pero la joven la rechazó.

—¿Se cuidaba usted de la correspondencia de sir Carmichael? —preguntó Crome.

—Sí, señor.

—¿Recibió alguna carta o cartas firmadas con las iniciales A, B. C.?

—¿A. B. C.? —la joven movió la cabeza—. No, estoy segura de que no.

—¿Dijo si en alguno de sus paseos nocturnos había visto a alguien espiándole?

—No, señor.

—¿Y usted no ha notado la presencia de algún desconocido?

—Sí, he visto, pero no rondando la casa. En este tiempo se ven muchos forasteros.

Poirot movió pensativo la cabeza.

El inspector Crome pidió que le guiase al lugar del crimen. Franklin Clarke nos guió y salimos acompañados de la señorita Grey,

Ella y yo quedamos un pozo rezagados.

—Este suceso habrá sido un golpe terrible para ustedes —dije.

—Parece completamente increíble. Cuando ayer noche nos visitó la policía yo ya estaba en la cama. Me despertó el ruido de sus voces. Cuando bajé, el señor Clarke y Deveril acababan de salir juntos con linternas.

—¿A qué hora acostumbraba volver de sus paseos sir Carmichael Clarke?

—Alrededor de las diez menos cuarto. Al volver entraba por la puerta trasera v unas veces se iba directamente a la cama y otras se entretenía contemplando su colección. Por eso, al no llegar la policía, es muy probable que su ausencia no hubiera sido descubierta hasta esta mañana.

—Su mujer debe de estar desesperada.

—La esposa del señor Clarke pasa la mayor parte del tiempo bajo el efecto de la morfina. Creo que está demasiado enferma para darse cuenta de qué ocurre alrededor de ella.

Habíamos salido a los campos de golf y atravesando el extremo de uno de ellos llegamos a un caminito que descendía en zigzag.

—Este camino conduce a Elbury Cove —explicó Franklin Clarke—. Hace dos años construyeron una carretera que conduce a Broadsands y a Elbury, por lo tanto el camino está ahora poco frecuentado.

Descendimos siguiendo la senda hasta llegar a una plazoleta desde la que se divisaba el mar y la playa de guijarros blancos. Altos árboles azul oscuro descendían hasta el mar. Era un sitio encantador en el que dominaban los colores blanco, verde y azul zafiro.

—¡Qué maravilla! —exclamé. Clarke volvió rápidamente hacia mi.

—¿No es cierto? No comprendo que la gente quiera ir a la Riviera teniendo esto aquí. He recorrido casi todo el mundo y jamás he visto nada tan hermoso como esto.

Después, corno avergonzado de sus palabras, continuó más seriamente:

—Éste era el paseo nocturno de mi hermano. Llegaba hasta aquí y luego volvía a subir torciendo a la derecha en lugar de la izquierda y entraba por la puerta trasera.

Seguimos nuestro camino hasta llegar al lugar donde fue hallado el cadáver.

—Muy fácil —murmuró Crome—: El asesino permaneció en la sombra. Su hermano no debió de notar nada hasta que recibió el golpe.

La muchacha, que estaba junto a mí, se estremeció de horror,

—Ánimo, Thora —dijo Franklin Clarke.

Thora Grey..., el nombre le cuadraba perfectamente Volvimos a la casa, donde el cadáver había sido conducido después de ser fotografiado.

En el momento en que subíamos por la amplia escalera, el forense salió de una habitación; en la mano llevaba un maletín negro.

—¿Tiene usted algo que decirnos, doctor? —pregunté Clarke.

El forense negó con la cabeza.

—Es un caso muy sencillo. Guardaré todas las frases técnicas para la encuesta. Murió instantáneamente —antes de marcharse añadió—: Voy a ver a lady Clarke. No sé si sabe algo.

Una enfermera salió de la habitación del fondo del corredor y el médico se reunió con ella.

Entramos en el cuarto que acababa de abandonar el médico.

No tardé ni dos segundos en salir de allí. Thora Grey seguía en el extremo de la escalera. En su rostro se reflejaba un profundo horror.

—Señorita Grey... ¿Le ocurre algo? La secretaria me miró.

—Estaba pensando en... —contestó.

—¿En D? —pregunté mirándola de modo ambiguo.

—Sí, en el próximo asesinato. Es necesario hacer algo para impedirlo.

Clarke salió de la habitación.

¿Qué es lo que hay que evitar. Thora? —preguntó.

—Esos horribles asesinatos.

—Sí —el hombre apretó furiosamente los dientes—. Quiero hablar con el señor Poirot... ¿Vale algo ese Crome? —preguntó inesperadamente.

Contesté sin gran entusiasmo que tenía fama de ser un excelente policía.

—Tiene una manera de obrar muy antipática —dijo Clarke—. Parece que lo sepa todo. Y en realidad, ¿qué es lo que sabe? Nada en absoluto.

Calló durante un par de minutos. Después continuó:

—El señor Poirot es el hombre que yo necesito. Tengo un plan. Pero ya hablaremos de eso más tarde.

Marchó por el corredor y fue a llamar al mismo cuarto en que había entrado el médico.

Vacilé un momento. La secretaria miraba fijamente ante ella.

—¿En qué piensa usted, señorita Grey?

—Me pregunto dónde estará en estos momentos el... asesino —replicó con la mirada perdida en el vacío.

—La policía le busca... —empecé.

Mis palabras rompieron el hechizo. Thora Grey movió la cabeza y murmuró:

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