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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

El misterio de la guía de ferrocarriles (6 page)

BOOK: El misterio de la guía de ferrocarriles
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Hacía dos días que no veía a Poirot, pues estuve pasando el final de semana en Yorkshire. Regresé a Londres el lunes por la tarde y a las seis en punto se recibió en casa de mi amigo la segunda carta. Recuerdo perfectamente el comentario que hizo Poirot al abrirla.

—Ya ha llegado —dijo.

Le miré fijamente, sin comprender a qué se refería.

—¿Qué ha llegado? —pregunté.

—El segundo capítulo del caso A. B. C.

Durante unos instantes le miré sin entender nada. El suceso del asesinato se había borrado por completo de mi memoria.

—Lee —y Poirot me entregó la carta.

Como la anterior, estaba escrita a máquina en un papel excelente.

«Querido señor Poirot:

¿Qué me dice de nuevo? El primer tanto ha sido para mí, ¿verdad? El asunto Andover permanece sumido en el más profundo misterio. Pero lo importante apenas ha empezado. Permítame que atraiga su atención hacia Bexhill—on—Sea. La fecha será el 25 del corriente.

»Cómo nos divertiremos, ¿eh?

»Queda suyo, afectísimo y s. s.,

A. B. C.»

—¡Dios Santo, Poirot! —exclamé—. ¿Significa eso que ese criminal va a cometer otro crimen?

—Naturalmente, Hastings. ¿Qué otra cosa puedes esperar? ¿Creías que el asunto de Andover era un caso aislado? ¿No te acuerdas que yo mismo dije: «Ése es el principio»?

—Es espantoso.

—Sí, es espantoso.

—Nos enfrentamos con un monomaníaco homicida.

—Sí.

La tranquilidad de mi amigo me hizo dominarme. Con un estremecimiento le devolví la carta.

La mañana siguiente nos encontró en una reunión del cuartel general. El jefe de policía de Sussex, el asistente del departamento de Investigación Criminal, el inspector Glen, de Andover, el superintendente Carter, de Sussex; un famoso alienista, componíamos la reunión. El matasellos de la carta era de Hampstead, pero según parecer de Poirot, no se podía dar gran importancia al detalle.

El asunto se discutió ampliamente. El doctor Thompson era un simpático hombrecillo de mediana edad que, a pesar de toda su sabiduría, se conformaba con hablar en inglés claro, evitando todo tecnicismo.

—No cabe duda —dijo el asistente— que las dos cartas fueron escritas por la misma persona.

—Y también que el remitente es responsable del asesinato cometido en Andover.

—Cierto. Ahora nos encontramos con el aviso de otro crimen que se cometerá mañana en Bexhill. ¿Qué se puede hacer?

El jefe de policía de Sussex miró al superintendente.

—Bien. Carter. ¿Qué hacemos?

El superintendente movió pensativo la cabeza.

—Es difícil decidir nada. No sabemos absolutamente nada acerca de quién puede ser la persona condenada a muerte.

—¿Me permiten una insinuación? —murmuró Poirot. Todos los rostros se volvieron hacia él.

—Creo muy posible que el apellido de la persona a quien va a asesinar empiece con la letra «B».

—Algo es —murmuró dubitativamente Carter.

—Un complejo alfabético —murmuró pensativo el doctor Thompson.

—Yo sólo lo sugiero como posibilidad —continuó Poirot—. Se me ocurrió cuando vi él nombre de Ascher escrito sobre la puerta del estanco. Al leer el nombre de Bexhill se me ocurrió que tanto la víctima como el lugar del crimen podían haber sido escogidos siguiendo un orden alfabético.

—Es posible —asintió el doctor—. Y también lo es que en el crimen que esperamos la víctima sea de nuevo la propietaria de una tienda Debemos tener en cuenta que el asesino es un loco. Hasta ahora no ha demostrado lo contrario.

—¿Puede tener un loco un motivo? —preguntó el superintendente.

—Sí. A veces en el cerebro de un loco penetra la idea de que debe matar a determinadas personas, por ejemplo, a curas, médicos, estanqueros. Siempre en el fondo hay un motivo definitivo para tales motivos. No debemos dejarnos llevar por lo del orden alfabético. El hecho de que en Bexhill se cometa un crimen después de otro cometido en Andover puede ser una simple coincidencia.

—Por lo menos podemos tomar ciertas precauciones

—dijo Poirot—. Se podría hacer una lista de todas las tiendas que el nombre de cuyos propietarios empiece con «B», y vigilar todos los estancos atendidos por una sola persona. Creo que no puede hacerse más.

El superintendente lanzó un gruñido de disgusto.

—Con las vacaciones que acaban de empezar. el pueblo estará lleno de forasteros.

—Haremos todo cuanto nos sea posible —dijo vivamente el jefe de policía.

El inspector Glen habló a su vez.

—Haré que se vigile a todos los que tienen algo que ver con el asunto Archer. Los dos testigos. Patridge y Ridell, y desde luego, el mismo Ascher. Si alguno de ellos abandonase Andover sería seguido y vigilado.

El consejo se levantó tras algunas indicaciones más sin importancia.

—Poirot —dije mientras paseábamos por la orilla del río—. Supongo que ese crimen podría evitarse.

Mi amigo volvió hacia mí su descompuesto rostro.

—Mucho me temo que no podamos hacer nada. Recuerda la impunidad de que disfrutó durante mucho tiempo Jack «el Destripador».

—¡Es horrible! —exclamé.

—La locura, Hastings, es una cosa muy terrible... Estoy asustado... Muy asustado...

Capítulo IX
-
El crimen de Bexhill-On-Sea

Todavía recuerdo mi despertar en la mañana del 25 de julio. Esto debió de ocurrir alrededor de las siete y media.

Poirot estaba de pie junto a mi cama, dándome golpecitos en el hombro. Una mirada a su rostro me despejó por completo.

—¿Qué pasa? —pregunté rápidamente. Su respuesta fue terriblemente sencilla.

—Ha ocurrido.

—¿Cómo? —exclamé—. ¿Qué dices? ¡Pero si hoy estamos a veinticinco.

—Ocurrió ayer noche o a primeras horas de la mañana de hoy.

Mientras saltaba de la cama, mi compañero me fue explicando lo que había sabido por teléfono.

—El cuerpo de una joven ha sido encontrado en la playa de Bexhill. Se trataba de Elizabeth Barnard, camarera de un café, y que vivía con sus padres en una casa recién construida. El forense ha dictado que la muerte debió de ocurrir entre las doce y media y la una de la madrugada.

—¿Estás seguro de que se trata de un crimen? —pregunté mientras me afeitaba apresuradamente.

—Una guía de ferrocarriles abierta en la sección correspondiente a Bexhill fue encontrada debajo del cadáver.

—¡Es horrible¡ —exclamé, estremeciéndome.

—Faites attention. Hastings. No quiero una segunda tragedia en esta habitación.

Me apresuré a secar la sangre del corte resultante de mi estremecimiento.

—¿Cuál es nuestro plan de campaña? —pregunté, inquieto.

—Dentro de breves instantes llegará un coche. Te voy a traer una taza de café y así no perderemos ni un minuto. Veinte minutos más tarde salíamos de Londres en un rápido coche de la policía.

Nos acompañaba el inspector Crome, que había asistido a la conferencia del día anterior y que estaba encargado oficialmente del caso.

Crome era un policía muy distinto de Japp Muy joven y callado, era el tipo de hombre destinado a ocupar altos cargos. Muy educado y culto, para mi gusto resultaba un poco demasiado pagado de si mismo. Poco tiempo antes de los dos crímenes consiguió detener a una banda de asesinos que iban a ser ahorcados en breve plazo.

Era persona indicada para esclarecer el misterio de los dos crímenes, pero estaba demasiado convencido de ello. Al hablar con Poirot lo hacía con cierta suficiencia. Sin duda le consideraba pasado ya de moda.

—He hablado con el doctor Thompson —dijo—. Está muy interesado en ese tipo de asesino que mata en serie o por orden alfabético. Se trata de un caso de locura muy curioso. Nosotros, los que estamos al servicio de la ley, no podemos parar mientes en esos detalles, pero a mí muchas veces me gustaría poderles prestar más atención. —Carraspeó—. Por ejemplo, en mi último caso, no sé si habrá usted leído algo acerca de él. Se trata del caso de Maber Horner. Aquel Capper era un hombre extraordinario. Me costó un horror hacerle confesar su crimen, que era el tercero que cometía. Parecía honrado como usted o yo. Hoy existen un sinfín de medios, de trampas verbales, podría calificarlos Son sistemas muy modernos; en su tiempo, señor Poirot, no existían. En cuanto se consigue que un criminal se contradiga. ya está perdido. Entonces comprende que uno está enterado de su delito y pierde toda la indispensable serenidad.

—En mi tiempo también se empleaba ese sistema —dijo Poirot.

—¿De veras? —preguntó indiferente Crome.

Durante unos minutos reinó profundo silencio. Al pasar frente al edificio de la estación de New Cross, Crome dijo:

—Le ruego que si desea saber algo del suceso me lo pregunte.

—¿Tiene, por casualidad, la descripción de la muchacha?

—Tenía veintitrés años de edad, estaba empleada como camarera en el café Ginger...

—Pas ça. Quisiera saber si era bonita.

—No sé nada acerca de ese punto —contestó el inspector Crome con una expresión que parecía decir: «Esos extranjeros son todos iguales».

Una lucecilla malicioso brilló en los ojos de Poirot. —A usted eso no le parece importante, ¿verdad? Sin embargo, pour une femme es de la mayor importancia. Muy a menudo la belleza decide el Destino.

Otra vez el inspector Crome repitió:

—¿De veras? —y otro largo silencio siguió a sus palabras.

Mi amigo no reanudó la conversación hasta que nos hallamos cerca de Sevenoaks,

—¿Sabe por casualidad can qué fue estrangulada la joven esa?

—Con su propio cinturón —replicó brevemente el inspector Crome.

Los ojos de mi amigo se abrieron desmesuradamente.

—¡Ah, ah! —exclamó—. Por fin tenemos algo importan te. Eso dice muchas cosas, ¿verdad?

—Todavía no lo he visto —replicó el inspector.

La cautela y falta de imaginación del hombre me ponían frenético.

Por fin llegamos a Bexhill, donde nos esperaba el superintendente Carter. Le acompañaba un joven inspector, de rostro simpático e inteligente, llamado Kelsey, que debía trabajar junto a Crome, el agente.

—Usted querrá hacer sus investigaciones, ¿verdad, Crome? —dijo el superintendente—. Le informaré de los detalles más interesantes para que pueda hacerse cargo del asunto.

—Muchas gracias —replicó Crome,

—Hemos comunicado la triste noticia a los padres de la muerta —empezó el superintendente—. Han sufrido una conmoción terrible. Debido a su estado dejé el interrogatorio para más tarde, de manera que pueda usted empezarlo cuando guste,

—Supongo que la muerta tendría más familia, ¿verdad? —preguntó Poirot.

—Sí, tiene una hermana que trabaja en Londres, como mecanógrafa. También existe un joven con quien se la suponía la noche pasada.

—¿Han sacado algo en limpio de la guía de ferrocarriles? —preguntó Crome.

—Está allí —y el superintendente señaló la mesa—. No hemos encontrado ninguna huella dactilar. Estaba abierta por la parte correspondiente a Bexhill. Se trata de un ejemplar nuevo, pues no ha sido abierto mucho. No lo compraron en el pueblo, pues he preguntado a todos los quiosqueros.

—¿Quién descubrió el cadáver?

—El coronel Jerome, un veraneante. A las seis de la mañana salió a pasear por la playa con su perro. El animalito empezó a husmear y se alejó de su amo. Éste lo llamó y al ver que no volvía fue a ver lo que pasaba. Se portó muy bien, pues lo dejó todo tal como estaba.

—La joven fue asesinada alrededor de las doce de la noche, ¿no es así?

—Sí, entre las doce y la una. Nuestro criminal es un hombre de palabra. Ha cumplido lo que prometió. El asesinato fue cometido en los primeros minutos del día veinticinco.

Crome asintió.

—¿Hay algo más? —preguntó—. ¿Se ha descubierto algo que pueda sernos de utilidad?

—De momento, no. Pero aún es pronto. Todos aquellos que vieron ayer noche en la playa a una joven vestida de blanco, acompañada de un hombre, vendrán a comunicárselo. Como supongo que ayer noche debía de haber por los menos unas cuatrocientas jóvenes vestidas de blanco paseando por la playa, el trabajo va a ser terrible.

—Bien —intervino Crome—. Lo mejor será que vayamos en seguida al café ese y luego a casa de los padres de la muerta. Usted. Kelsey, venga conmigo.

—¿Y el señor Poirot? —preguntó el superintendente.

—Acompañaré al señor Crome —replicó mi amigo. Crome pareció un poco molesto Kelsey. que no conocía en absoluto a Poirot. sonrió burlonamente.

Era un hecho comprobado que todos aquellos que veían por primera vez a mi amigo le tomaban por tonto —¿Qué hay del cinturón con que estrangularon a la joven? El señor Poirot cree que se trata de un indicio de importancia. Supongo que le gustará verlo.

—Du tout —replicó presto Poirot—. No me ha entendido usted.

—No podrán sacar nada de é1—replicó Carter—. No es un cinturón de cuero que hubiera podido conservar huellas dactilares. Se trata de un cordón de seda... lo más indicado para el caso.

Un estremecimiento recorrió mi cuerpo.

—Bueno —dijo Crome—. Será mejor que marchemos a cumplir nuestra obligación.

Nuestra primera visita fue al café Ginger El establecimiento se hallaba frente al mar y pertenecía al tipo corriente de casa de té. Las mesitas de madera estaban cubiertas con manteles color naranja y las sillas eran de enea, muy incómodas y adornadas con cretona del mismo color que los manteles. Era una de esas casas que por las mañanas sirven desayunos y por la tarde cinco clases distintas de té (Devonshire, farmhouse, fruta Carlton y sencillo) y también servían algunos platos, como diversas clases de huevos, cangrejos y macarrones a la italiana.

Los almuerzos empezaban a ser servidos. La encargada del café nos hizo pasar apresuradamente a una sucia trastienda.

—¿Es usted la señorita Merrion? —inquirió Crome, oficioso.

—La misma —contestó amablemente la encargada—. Ese suceso es muy lamentable. ¡Muchísimo! ¡No quiero pensar el perjuicio que ocasionará a nuestro negocio!

La señorita Merrion era una mujer muy delgada, de unos cuarenta años, con el cabello de un rojo naranja. Sus manos retorcían nerviosamente los diversos lazos que constituían el adorno de su uniforme.

—Esté tranquila, señorita —la tranquilizó el inspector Kelsey—. Ya verá usted cómo no puede dar abasto a servir tés. Todos los veraneantes se volcarán aquí.

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