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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

El misterio de la guía de ferrocarriles (9 page)

BOOK: El misterio de la guía de ferrocarriles
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Volvióse hacia el jefe de policía y continuó

—Creo que he comprendido perfectamente la psicología del caso. El doctor Thompson me corregirá si me equivoco. Tengo la certeza de que a cada crimen que cometa, su seguridad en sí mismo irá en aumento un ciento por ciento. Cada vez que piense: «Soy muy listo, no pueden cogerme», se volverá más confiado y trabajará con mayor descuido. Exagerará su listeza y la estupidez de los demás. Muy pronto ya no se preocupará de tomar precauciones. ¿No es así, doctor?

Thompson asintió con un movimiento de cabeza.

—Ése es el caso corriente. En términos no médicos no se hubiese podido explicar mejor. Usted, que sabe algo de eso, señor Poirot, ¿no está de acuerdo conmigo?

No creo que a Crome le gustara que Thompson pidiese su parecer a Poirot. Se tenía por el único experto en el asunto.

—El inspector Crome tiene toda la razón. —Paranoia —murmuró el doctor.

Poirot volvióse hacia Crome.

—¿Hay algún material de interés en el caso Bexhill? —Nada definitivo. Un camarero de Splendid de Eastbourne reconoce, en la fotografía de la joven asesinada, a una muchacha que cenó allí en compañía de un hombre de mediana edad que llevaba lentes. También ha sido reconocida por los propietarios de una posada llamada «El arquero rojo», a mitad de camino entre Bexhill y Londres. Allí dicen que la vieron en compañía de un hombre que parecía un oficial de marina. Puede que se equivoquen, pero no es imposible que fuese ella. Desde luego, hay infi-nidad de personas que la han reconocido, pero sus declaraciones no son de ningún interés. No hemos podido hallar el menor rastro del asesino A. B. C.

—Bien, parece que ha hecho usted todo cuanto podía realizarse, Crome —dijo el ;efe de policía—, ¿Qué dice usted, señor Poirot? ¿Se le ocurre a usted alguna pista?

—Creo que debería buscarse algo muy importante: el motivo —replicó lentamente Poirot.

—¿No está bien claro? Una manía alfabética.

—Sí —asintió Poirot—; existe una manía alfabética. Pero un loco siempre tiene algún motivó muy importante para los crímenes que comete.

—Vamos, vamos, señor Poirot —dijo Crome—. Recuerde el caso Stoneman en mil novecientos veintinueve. Terminó matando a todo aquel que le molestaba, por poco que fuese.

Poirot volvióse hacia él.

—Es verdad. Si uno es un ser muy importante, debe verse libre de toda molestia, por pequeña que sea. ¿Qué se hace cuando un mosquito le atormenta a uno con su zumbido? Pues procurar matarlo. Uno es importante y el mosquito es un ser de la mayor insignificancia. Se mata al mosquito y la molestia termina. La acción parece lógica e inocente al que ejecuta y a nadie se le ocurrirá que sea obra de un loco. Otro motivo para matar al mosquito es si tiene verdadera pasión por la higiene. El mosquito es fuente y conducto de enfermedades, un peligro para la sociedad; por lo tanto, debe morir. Así mismo trabaja el juicio del criminal de deficiente mentalidad. Pero consideremos bien este caso. Si las víctimas son escogidas por orden alfabético entonces no son asesinadas porque sean fuente de molestias para el criminal. Sería una gran coincidencia que su primera y segunda víctima tuvieran apellidos cuyas iniciales fuesen correlativas.

—El señor Poirot tiene razón —intervino el doctor—. Sé de varios casos en que un asesino se ha puesto a matar curas, otros han matado prostitutas, otros policías, etcétera. Pero en el caso actual las asesinadas sólo tienen entre sí el parecido de que son mujeres, pero ambas de distintas edades, clase y profesión, Tal vez existe el complejo sexual, pero lo dudo; sobre todo, por la diferencia de edades entre ambas. En fin, el próximo crimen quizá nos pueda aclarar algo más.

—¡Por Dios, Thompson, no hable tan indiferente del próximo crimen! —exclamó irritado sir Lionel—. Haremos todo lo humanamente posible para evitar que ocurra otro crimen.

El doctor Thompson sonóse ruidosamente.

«Allá usted si no quiere atenerse a la realidad» —pareció decir el ruido.

El jefe de policía se volvió hacia Poirot.

—Me parece que comprendo lo que quiere decir, pero aún no veo claro.

—Me pregunto —contestó Poirot— qué pasa en la mente del asesino. Sus cartas parecen indicar que asesina por deporte, para distraerse. ¿Puede eso ser verdad? Y si es así, ¿cómo selecciona a sus víctimas aparte del orden alfabético? Si matara por simple diversión no avisaría por carta, pues podría obrar con la más completa impunidad. En vez de eso, trata, como todos convenimos, de hacerse popular en la Prensa. ¿Acaso quiere vengarse de mí y trata de hacerme aparecer en ridículo ante el público? ¿Odia a los extranjeros?

El inspector Crome carraspeó.

—De momento sus preguntas son bastante difíciles de contestar.

—Sin embargo, en la respuesta a mis preguntas está la solución —replicó Poirot mirando fijamente al policía—. Si conociésemos la verdadera razón, por fantástica que fuera para nosotros, de los crímenes de ese loco, podríamos suponer quién será la próxima víctima.

Crome movió la cabeza.

—Mi opinión es que las coge al azar. En fin, creo que lo mejor es esperar la próxima carta. Si el nombre de la población empieza por C, podremos advertir a todas las personas cuyo apellido empieza por esa letra para que se pongan en guardia, y así podremos detener a ese A. B. C. ¡Cuán poco sabia lo que tenia reservado el Destino?

Capítulo XIV
-
La tercera carta

Recuerdo perfectamente la llegada de la tercera carta de A. B. C.

Debo decir que se habían tomado todas las medidas para que en cuanto reanudara su campaña no hubiese retrasos innecesarios. Un joven sargento estaba de guardia en la casa, y si Poirot y yo salimos tenía orden de abrir todas las cartas que se recibieran para así poder comunicar sin pérdida de tiempo a Scotland Yard la esperada noticia.

A medida que pasaban los días nuestra nerviosidad iba en aumento. Los soberbios modales del inspector Crome eran cada día más altivos, a medida que se iban derrumbando las esperanzas que había puesto en determinadas pistas. Las vagas descripciones de los hombres que se habían visto en compañía de Betty Barnard se demostraron completamente inútiles. Los autos que se vieron en los alrededores de Bexhill y Coode no se encontraron o fueron identificados como pertenecientes a personas completamente inocentes. La investigación sobre las guías de ferrocarriles no dio más resultado que molestar a un sinfín de personas inocentes.

En cuanto a nosotros, cada vez que sonaba a la puerta del piso la familiar llegada del cartero, el corazón nos latía aceleradamente.

Poirot estaba hondamente preocupado por la marcha de los acontecimientos. No quiso abandonar Londres ni un solo día, prefiriendo estar al pie del cañón en caso de ocurrir algo. En esos días, hasta su altivo bigote aparecía descuidado y con las guías caídas.

La tercera carta de A. B. C. llegó un viernes por la tarde. Cuando oímos el familiar paso y la llamada del cartero corrí al buzón. Recuerdo que encontré cuatro o cinco cartas. El sobre de la última que miré estaba escrito a máquina.

—¡Poirot! —exclamé—. Y mi voz murió en un susurro.

—¿Ha llegado? ¡Ábrela! ¡Pronto, Hastings! Cada minuto puede valer un siglo! Tenemos que tomar todas las precauciones.

Rasgué el sobre y extraje una hoja de papel escrita a máquina.

—¡Lee! —ordenó Poirot. Leí en voz alta:

«¡Pobre señor Poirot! Estos crímenes no son fáciles de descubrir como usted esperaba, ¿verdad? Veamos si esta vez tiene más suerte. Lo haremos más fácil. Churston, 30 del corriente. Procure hacer algo. Le aseguro que tener siempre buen éxito es muy aburrido. »Buena caza. Siempre suyo,

A. B. C.»

—Churston —dije, precipitándome sobre una guía de ferrocarriles—. Veamos dónde cae eso.

—¡Hastings! —la aguda voz de Poirot me detuvo en mi busca—; ¿cuándo fue escrita esa carta? ¿Lleva alguna fecha?

Miré la carta que tenía en la mano.

—Fue escrita el 27 —anuncié.

—Has dicho que la fecha del asesinato es el 30, ¿verdad?

—Sí. De todas formas...

—Bon Dieu, Hastings! ¿No te das cuenta? Hoy estamos a treinta.

Y con la mano mi amigo señalaba el calendario colgado en la pared. Para estar más seguro cogí el periódico del día.

—Pero..., ¿cómo...? —tartamudeé.

Mi amigo cogió el sobre. Algo raro había notado yo en la dirección, pero demasiado ansioso por enterarme del contenido de la carta no me cuidé más de ello.

Por aquel tiempo Poirot vivía en Whitehaven Mansion's. El sobre llevaba la siguiente dirección: «Señor Hércules Poirot, Whitehorse Mansion's». Detrás se veía escrito con lápiz: «Desconocido en Whitehorse Mansion's y en Whitehorse Court... Probar en Whitehaven Mansion's.»

—Mon Dieu! —murmuró Poirot—. ¿Es que siempre ayudará la suerte a ese loco? Vite, vite!, ¡debemos ir en seguida a Scotland Yard!

Dos minutos más tarde hablábamos por teléfono con el inspector Crome. Por primera vez le oí lanzar una maldición. Escuchó lo que teníamos que decirle y en seguida cortó la comunicación para llamar a su vez a Churston.

—C'est trop tard —murmuró Poirot.

—No puede asegurarse —repliqué, aunque sin gran entusiasmo.

Mi amigo miró su reloj.

—Las diez y veinte. Al día 30 le quedan una hora y cuarenta minutos de vida. No es probable que A. B. C. se haya retrasado tanto en llevar a cabo su proyecto.

Abrí la guía de ferrocarriles que antes había cogido de un estante.

.—«Churston, Devon» —leí—. «A 204 millas de Padding

ton, 544 habitantes.» Parece un pueblo muy pequeño. Seguramente nuestro hombre habrá sido notado.

—Aun así se habría perdido otra vida —murmuró Poirot—. ¿Qué trenes salen para ese pueblo? Supongo que el tren será más rápido que el auto.

—A medianoche sale un tren que llega a Churston a las siete y media.

—¿Sale de Paddington?

—Sí.

——Pues tomaremos ese mismo Hastings.

—No tendrás tiempo de recibir ninguna noticia antes de que salgamos.

—¿Qué más da que las malas noticias las recibamos esta noche o mañana?

—Tienes razón.

Mientras Poirot volvía a llamar por teléfono a Scotland Yard yo puse unas cuantas cosas en la maleta, las que creí más indispensables.

Unos minutos después mi amigo entraba en el dormitorio y preguntaba asombrado:

—Mais qu'est—ce que vous faltes Id?

—Tu maleta. Te quería ahorrar ese trabajo.

—Tu éprouves trop d'emotion, Hastings. Eso afecta a tu pulso y tu cerebro. ¿Es así como se dobla un traje? ¡Fíjate cómo has puesto mi pijama! ¿Qué ocurriría si se rompiera la botella de tinte para los cabellos?

—¡Por Dios, Poirot! —exclamé—. ¡Se trata de un asunto de vida o muerte! ¿Qué, importa lo que pueda ocurrir a tus ropas?

—No tienes el sentido de la proporción. Hastings. No podemos marcharnos de Londres antes que salga el tren, y en cambio, el hecho de que me estropees un traje no evitará ningún crimen.

Quitándome la maleta, se puso a arreglarla.

Mientras arreglaba lo que yo había desarreglado, me contó que debíamos llevarnos el sobre y la carta a la estación de Paddington, donde nos esperaría un agente de Scotland Yard.

Cuando llegamos al andén, la primera persona que vimos fue el inspector Crome.

—Ninguna noticia todavía —contestó a la muda interrogación de mi amigo—. Tenemos en movimiento a todos los hombres disponibles. Las personas cuyos apellidos empiezan por C y tienen teléfono están siendo avisadas. Siempre existe la posibilidad de que podamos conseguir algo. ¿Dónde está la carta?

Poirot se la entregó.

El policía la examinó, lanzando algunas maldiciones.

—¡Cochina suerte!... Todo parece ponerse de acuerdo para favorecer a ese asesino.

—¿No cree que ese hombre puede haber equivocado a propósito la dirección?

Crome negó con un gesto.

—No; ese asesino tiene sus reglas y obra de acuerdo con ellas. Para encontrar satisfacción en sus delitos tiene que avisar antes. Tal vez el motivo de la equivocación sea que es asiduo consumidor de whisky White Horse y su recuerdo le indujo a error.

—Ah, c'est ingenieux Ya! —exclamó Poirot admirado a su pesar— Mientras escribía la dirección debía de tener ante él la botella.

—Eso mismo —asintió Crome—. Es muy corriente que sin darse uno cuenta, a veces se copie lo que se tiene delante. Empezó con la palabra White y continuó Horse en lugar de haven...

El inspector nos comunicó que viajaba en el mismo tren que nosotros.

—Aun en el caso de que no hubiera ocurrido nada, Churston es el lugar que debemos visitar. Nuestro asesino está allí o por lo menos ha estado hoy. Tengo a uno de mis hombres en el teléfono por si hay alguna noticia antes de que salgamos de Londres.

En el momento en que el tren emprendía la marcha vimos a un hombre que atravesaba corriendo el andén en dirección a nuestro coche. Al llegar junto a la ventanilla del departamento de Crome le dijo algo en voz alta. Apenas había salido el tren de la estación, nos dirigimos al departamento de nuestro compañero.

—¿Tiene alguna noticia? —preguntó Poirot.

—La peor que podía habérsenos dado —replicó lentamente Crome—. Sir Carmichael Clarke ha sido hallado con la cabeza destrozada.

A pesar de que el público en general no conocía el nombre de, sir Carmichael Clarke, éste era un hombre bastante famoso. En su tiempo había sido uno de los mejores especialistas de la garganta Al retirarse de su profesión, después de haber ganado bastante dinero, pudo dedicarse a lo que constituía una de las mayores pasiones de su vida: coleccionar porcelanas... chinas. Algunos años más tarde, la herencia dejada por un tío suyo le permitió aumentar su colección, hasta el extremo de llegar a reunir una de las mejores colecciones de arte chino. Estaba casado, pero no tenía hijos, y vivía en una casa que se hizo construir en la costa de Devon. Solo iba a Londres de tarde en tarde, y siempre para adquirir algún nuevo ejemplar.

No me costó mucha reflexión darme cuenta de que su muerte, siguiendo a la joven Betty Barnard, sería la mayor sensación periodística del año. El hecho de que estuviésemos en agosto y por tanto los periódicos anduvieran escasos de noticias, no harían sino empeorar las cosas.

—Eh bien! —dijo Poirot—. Es posible que la publicidad haga lo que nuestros esfuerzos no han conseguido. Todo el país estará lleno de gente buscando a A. B. C.

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