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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

El misterio de la guía de ferrocarriles (8 page)

BOOK: El misterio de la guía de ferrocarriles
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Ante mi asombro, Poirot empezó a relatar la historia de las cartas de A. B. C., el asesinato de Andover y las guías de ferrocarriles encontradas junto a los cadáveres.

—¿Es verdad eso, señor Poirot?

—Sí, es verdad.

—¿De veras cree que mi hermana fue asesinada por un loco homicida?

—Estoy seguro.

Megan lanzó un profundo suspiro.

—¡Oh, Betty! ¡Qué horrible!

—Ya ve, señorita, que los informes que solicito de usted me los puede dar con toda tranquilidad, sin que sea necesario que se preocupe de la persona a quien puedan perjudicar.

—Ahora lo comprendo.

—Continuemos, pues, nuestra conversación. Tengo idea de que ese Donald Fraser quizás es un hombre violento y muy celoso, ¿no es cierto?

—Ahora tengo completa confianza en usted, señor Poirot —dijo lentamente Megan Barnard—. Le voy a decir la pura verdad. Como le he dicho, Donald es un hombre muy sereno, más que sereno es un hombre encerrado en sí mismo. No siempre puede expresar sus sentimientos en palabras. Interiormente piensa cosas horribles. Es, además, un hombre muy celoso, siempre tuvo celos de Betty. Estaba enamorado de ella, y Betty también le quería. Sin embargo, no era de esas mujeres que cuando están enamoradas de un hombre ya no miran a ninguno más. Ella no había tenido inconveniente en dedicar su atención a cualquier muchacho atractivo que la hubiera mirado. Y es natural que trabajando en el café Ginger tuviera infinitas oportunidades de hacer caso de hombres atractivos. Tenía la lengua muy suelta y no le costaba el menor trabajo entablar conversación con cualquier desconocido. No le importaba ir al cine y divertirse lo más posible. Muchas veces decía que, como al fin se tenía que casar con Donald, quería divertirse lo más posible hasta que llegara el momento de sentar la cabeza.

—Comprendo perfectamente —dijo Poirot, Continúe.

—Donald Fraser no comprendía esa manera de ser. Si ella le quería, no veía por qué tenía que salir con otros hombres. Más de una vez tuvieron fuertes peloteras por ese motivo.

—Lo cual indica que el señor Donald no es siempre un hombre sereno.

—Es de esa clase de gente serena que cuando pierde la cabeza la pierde para cometer un asesinato. En esos momentos Donald es terrible, y la última vez Betty se asustó mucho.

—¿Cuándo ocurrió eso?

—Hace poco más o menos un año hubo una pelea muy fuerte y otra, la peor, hará cosa de un mes. Yo estaba en casa pasando el fin de semana y tuve que separarlos. Fue entonces cuando traté de hacer entrar en razón a mi hermana, y le dije que era una tonta y una idiota. Todo lo que me supo contestar fue que no lo había hecho con mala intención. y que no había ocurrido nada malo. Era verdad, pero la pelea era que iba recta al abismo. Después de la pelea del año pasado, mi hermana tomó la costumbre de decir algunas mentiras con la idea de que «ojos que no ven, corazón que no siente». La pelotera fue debida a que dijo a Donald que iba a Hastings a ver a una amiga, y él descubrió que en realidad había ido a Eastbourne con un hombre casado. Como es natural; el hombre trató de hacerlo todo dentro del mayor secreto y eso empeoró la cosa. Tuvieron una escena violentísima. Betty decía que aún no estaba casada, y por tanto, podía hacer lo que le viniese en gana, y Donald, pálido como un muerto, aseguró que un día... un día...

—Un día, ¿qué?

—Cometería un asesinato... —murmuró. Se interrumpió y miró fijamente a Poirot. Este movió gravemente la cabeza.

—Y naturalmente, usted tenía miedo...

—No he creído ni por un momento que Donald hubiese cometido ese crimen, pero temía que alguien le denunciase, pues fueron varias las personas que estaban enteradas de la pelea.

De nuevo Poirot movió gravemente la cabeza.

—Puedo asegurarle. señorita, que si Donald Fraser queda libre de toda sospecha, se lo debe a la vanidad de un asesino.

Permaneció callado durante unos instantes y luego preguntó:

—¿Sabe si su hermana se reunió otra vez con ese casado o cualquier otro hombre?

Megan negó con la cabeza.

—No sé. He estado fuera desde entonces.

—¿Y qué es lo que cree?

—Creo que Betty no volvió a encontrarse con aquel hombre por temor a que ocurriese otra pelea, pero no me extrañaría que... que hubiese contado algunas mentiras más a Donald. Comprenda que a ella le gustaba mucho bailar e ir al cine, y Donald no podía acompañarla siempre.

—De ser así, ¿cree usted que se habría confiado a alguien? Por ejemplo, a alguna de las camareras del café. —No lo creo. Con Higley no se llevaba bien y las demás deben de ser nuevas. Betty no era de esas muchachas que se confían a cualquiera.

Un timbre eléctrico repiqueteó insistentemente. Megan corrió a la ventana y miró afuera. Volvió la cabeza y dijo rápidamente y un tanto asustada:

—Es Donald...

—Hágale pasar aquí —indicó Poirot—. Quisiera tener unas palabras con él antes de que el buen inspector lo atrape por su cuenta.

Como un relámpago, Megan Barnard salió del saloncito y dos minutos más tarde regresaba en compañía de Donald Fraser.

Capítulo XII
-
Donald Fraser

Inmediatamente sentí una profunda piedad por el joven. Su pálido rostro y sus brillantes ojos indicaban cuán profundamente había sentido el golpe.

Era un hombre simpático, no guapo, de un metro setenta de estatura y cabello rojo fuego.

—¿Qué ocurre, Megan? —preguntó—. ¿Qué haces aquí? ¡Por el amor de Dios, di que no es verdad lo que he oído! Betty...

La voz se le quebró en un sollozo.

Poirot le acercó una silla y el joven se dejó caer en ella.

—¿Es verdad? —preguntó—. ¿Betty ha... muerto... asesinada?

—Sí, es verdad,

—¿Has venido de Londres? preguntó mecánicamente.

—Sí, papá me telefoneó.

—Llegaste en el tren de las nueve y veinte, ¿verdad? La mente de Donald, queriendo rehuir la horrible realidad. buscaba refugio en los detalles insignificantes.

—Sí —contestó Megan.

Durante dos o tres minutos hubo un profundo silencio. Al fin Fraser continuó

—¿Y la policía? ¿Hace algo?

—Ahora están arriba. Supongo que deben de estar registrando el cuarto de Betty.

—¿Sospechan quién...? ¿Saben...?

Se interrumpió. Un pesado silencio decía de su emoción.

Su sensibilidad le impedía exponer en palabras sus terribles pensamientos.

Poirot avanzó unos pasos y preguntó con afectada indiferencia:

—¿Le dijo la señorita Barnard dónde pensaba ir ayer noche?

—Me dijo que iba con una amiga a Saint Leonard —contestó mecánicamente el joven.

—¿Lo creyó usted?

—Yo —de pronto el autómata recobró la vida—. ¿Qué diablos insinúa usted?

Su rostro, contraído por la ira, me hizo comprender que la muerta tuviese miedo de provocar su indignación. —Betty Barnard ha sido asesinada por un loco homicida —dijo Poirot—. Sólo diciendo la pura verdad podrá ayudarnos a descubrirle.

—Habla Donald —indicó Megan— Éste no es momento de pararse a pensar en los sentimientos de uno.

Donald Fraser miró suspicazmente a Poirot.

—¿Quién es usted? ¿Pertenece a la policía?

—Soy algo mejor que la policía —contestó Poirot. Lo dijo con consciente arrogancia. En él aquello era la simple exposición de una realidad.

—Di todo lo que sepas, Donald —insistió Megan. Donald Fraser se rindió.

—No estaba seguro —dijo—. Cuando lo dijo la creí. Más tarde, atando cabos sueltos, empecé a sospechar...

—Continúe —le animó Poirot,

Se había sentado frente a Donald Fraser. Su mirada, clavada en los ojos del joven, parecía quererle hipnotizar.

—Me daba vergüenza tener tales sospechas, pero lo cierto era que sospechaba. Pensé espiarla cuando saliese

del café y hasta fui allí. Pero luego pensé que si Betty me veía se pondría furiosa. Supondría en seguida que la vigilaba.

—¿Y qué hizo?

—Fui a Saint Leonard. Llegué a las ocho de la noche. Desde un sitio a propósito estuve vigilando todos los autobuses, para ver si llegaba en alguno de ellos... Pero no apareció por allí...

—¿Y luego?

—Perdí la cabeza. Tenía la seguridad de que estaba con algún hombre. Pensé que sería probable que la hubiese llevado a Hastings en su coche. Fui allí, miré en hoteles, restaurantes y cines; fui al rompeolas. Todo tonterías, pues podía estar en tantos sitios que me hubiese sido imposible encontrarla.

Calló. En su voz me pareció percibir la tristeza y angustia que debió embargarle en los momentos que describía.

—Al fin dejé de buscarla y volví a casa.

—¿Qué hora era?

—No lo sé. Volví andando. Cuando llegué a casa debían de ser las doce o algo más...

En aquel momento se abrió la puerta del salón.

—Entonces...

—¡Oh! ¿Está usted aquí? —exclamó el inspector Kelsey.

Tras él entró el inspector Crome, que dirigió una .rápida mirada a Poirot y a los dos desconocidos.

—La señorita Megan Barnard y el señor Donald Fraser —presentó Poirot.

Y volviéndose a los dos jóvenes, continuó:

—Les presento al inspector Crome, de Scotland Yard. Después, dirigiéndose al inspector, siguió:

—Mientras ustedes proseguían sus investigaciones arriba, yo he estado hablando con la señorita Barnard y el señor Fraser para ver si podía encontrar algún detalle que echase luz sobre este asunto.

—¿De veras? —dijo Crome, con el pensamiento fijo en los dos jóvenes.

Poirot dirigióse al vestíbulo. Al pasar junto al inspector Kelsey éste le preguntó amablemente:

—¿Ha descubierto algo?

Pero su atención estaba dirigida a su colega y no esperó la contestación.

En el vestíbulo me reuní con mi amigo.

—¿Te ha extrañado algo, Poirot? —inquirí.

—Sólo la asombrosa magnanimidad del asesino, Hastings.

No me atreví a declarar que no tenía la menor idea de lo que quería decir.

Capítulo XIII
-
Una conferencia

Conferencias!

Mis recuerdos del caso A. B. C. están ligados a un sinfín de conferencias.

Conferencias de Scotland Yard. En las habitaciones de Poirot. Conferencias oficiales. Conferencias particulares.

Esta conferencia particular era para decidir si los hechos relativos a los anónimos deberían o no hacerse públicos en la Prensa.

El asesinato cometido en Bexhill había despertado muchas más curiosidades que el de Andover.

Desde luego, contaba con muchos más elementos de publicidad. La víctima era una mujer joven y hermosa; además, había sido cometido en una playa de moda de las más concurridas.

Todos los detalles aparecieron en los periódicos de Inglaterra. A la guía de ferrocarriles también se le dedicó bastante atención. La teoría de la mayor parte de los periodistas era de que había sido comprada en la localidad por el asesino y que era una valiosa prueba para el descubrimiento del culpable. También parecía indicar que el hombre llegó al pueblo en tren y su punto de destino al marcharse era Londres.

La guía de ferrocarriles no había figurado en las escasas informaciones del crimen de Andover; por lo tanto, lo más probable era que el público no asociase ambos asesinatos.

—Tendremos que decidir el asunto políticamente —dijo el jefe de Policía—. Hemos de pensar que nos dará mejores resultados. ¿Debemos enterar al público de todo lo que sabemos y ganarnos la colaboración de varios millones de personas que nos ayudarán a encontrar a ese loco...?

—Ese hombre no se parecerá a un loco —intervino el doctor Thompson.

—También podrán vigilar a todos aquellos que compren guías de ferrocarriles «A. B. C.». Contra eso hay la ventaja de seguir trabajando en la oscuridad e impedir que el hombre a quien perseguimos sepa lo que hacemos. Sin embargo, ese hombre sabe perfectamente lo que sabemos. Con su cartas ha atraído deliberadamente sobre él nuestra atención. ¿Qué opina usted, Crome?

—Mi parecer es que si hacemos público lo que sabemos no haremos otra cosa que hacer el juego de A. B. C. Lo que él quiere es eso: publicidad, fama. Eso es lo que él persigue, ¿verdad, doctor?

Thompson asintió.

—Entonces ustedes creen que debemos negarle la publicidad que ansía, ¿verdad? ——dijo el jefe de policía—. ¿Qué piensa usted, señor Poirot?

Mi amigo no contestó en seguida. Cuando lo hizo fue escogiendo las palabras.

—Me es muy difícil contestar a su pregunta, sir Lionel. Yo soy lo que podría llamarse una parte interesada. El desafío fue dirigido contra mí. Si yo digo que no haga público lo de los anónimos, podría creerse que es mi vanidad la que habla. Que tengo miedo de mi fama. ¡Es muy difícil! Decirle la verdad al público tiene sus ventajas. Por lo menos, es un aviso... por otra parte, el señor Crome sabe que eso es lo que desea el asesino.

—¡Hum! —murmuró el jefe de policía, acariciándose la

barbilla. Luego, mirando al doctor Thompson, preguntó—: ¿Qué cree usted que ocurrirá si negamos a nuestro criminal la satisfacción que apetece? ¿Qué hará?

—Cometerá otro crimen —replicó presuroso el doctor—. Tratará de obligarnos a que le presenten al público.

—¿Y si le damos gusto?

—¿Cuál es su reacción?

—La misma. En cuanto alimenten su megalomanía tendrán que seguir alimentándola. El resultado es el mismo. Otro asesinato.

—¿ Que dice usted, señor Poirot?

—Opino lo mismo que el señor doctor Thompson. —¿Cuántos crímenes cree usted que tiene ese lunático en la cabeza?

—Desde la A a la Z —replicó con una sonrisa el doctor Thompson.

»Desde luego —continuó—, no creo que llegue hasta el fin. Le atraparán antes. Me gustaría saber cómo se las piensa componer con la letra X —dándose cuenta de que esto era muy serio. añadió—: Estoy seguro de que le cogerán antes de que llegue a la G o la H.

El jefe de policía golpeó furioso la mesa.

—¿Me va usted a decir que ese loco cometerá cinco asesinatos más?

—No ocurrirá nada de eso, señor —aseguró el comisario Crome—. Confíe en mí.

Hablaba con la mayor seguridad de sí mismo.

—¿En qué letra del alfabeto piensa usted detener a ese asesino. inspector? —preguntó Poirot.

En su voz denotaba cierta ironía. Crome le miró con la despectiva tranquilidad del superior.

—Le cogeré la próxima vez, señor Poirot. A lo sumo, cuando llegue a la F.

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