—Entonces, ¿cuál es tu intención? —pregunta Himíe.
—Utilizar la energía del Prates para abrir agujeros de gusano que nos permitan desplazarnos dentro de
este
universo.
—¿Es eso posible?
—Por supuesto. He tenido mil años de retiro y soledad para meditar sobre ello. La idea es parecida a la que ya aplicamos al construir las puertas Sefil en Tramórea: unir de forma instantánea dos puntos aprovechando la geometría del espacio-tiempo.
—Pero este proyecto sería mucho más ambicioso —aventura Taniar.
—No
sería
.
Es
más ambicioso. Las energías implicadas son mucho más vastas. Pero cuando abramos el primer agujero en otro sistema solar, repetiremos allí el experimento que hizo colapsar el planeta originario y crearemos un segundo túnel. Poco a poco, tejeremos una red de agujeros de gusano que se extenderá en progresión geométrica. Lo que os ofrezco, hermanos Yúgaroi, no es un mundo ni un sistema solar. ¡Os estoy ofreciendo una galaxia entera!
Incluso una galaxia es poco para tu ambición, hermano
, piensa Tarimán.
—Tu plan es fascinante y yo me apresuro a pedirte que me permitas unirme a él —dice Taniar—. Pero ¿te importaría decirnos cómo lo llevarás a cabo?
—Mi hermano Manígulat siempre fue tan torpe como aquel que lo perdió todo por un plato de lentejas, pero el primer paso que dio ha estado bien. Las tres lunas seguirán apagadas, absorbiendo miles de teravatios de energía y acumulándolos en su interior.
»Cuando llegue el momento, Taniar, Shirta y Rimom nos brindarán toda esa energía, que canalizaremos a través de la lanza de Prentadurt —dice Tubilok, señalando a la vara que empuña el joven Kalagorinor—. Con ella, romperemos las barreras que puso el traidor...
—Ése soy yo —interviene Tarimán dirigiéndose a sus dos espectadores.
—... y abriremos el Prates.
—¿Qué ocurrirá con Tramórea? —pregunta Anfiún.
—¿Tiene eso alguna importancia, hermano? ¿Te preocupa el destino de los mortales?
—No. Era mera curiosidad.
—Cualquiera puede saber lo que le ocurrirá a Tramórea, mi rudo y querido dios de la guerra. Se hundirá entera en el abismo del Prates y todo lo que es y ha sido se convertirá en excremento cósmico. Pero la energía liberada en el proceso nos vendrá muy bien.
—Eso significa el fin de los mortales —dice Vanth.
—Supongo que no me he explicado muy bien. Claro que será su fin.
—Pero... podríamos salvarlos, al menos rescatar a unos cuantos, como hicimos en la gran catástrofe.
—Lo que os estoy proponiendo es algo mucho más ambicioso que el proyecto Tramórea. Declaro que éste queda definitivamente clausurado. Como dijo un sabio en el pasado, debemos matar al padre para trascender. Mientras existan los humanos naturales, estaremos atados a nuestro pasado y a nuestra infancia.
Tubilok levanta ambos brazos en un gesto tan dramático como los que tanto le gustaban a Manígulat. A través del blindaje, la imagen intermitente de su rostro sonríe con éxtasis.
—¡Mis amados e inmortales hermanos! Aunque muchas son las ocasiones en que me habéis decepcionado, sabéis que reina más alegría en el Bardaliut por veintiocho inmortales descarriados que vuelven al redil que por cien millones de mortales que se hunden en las tinieblas. Os invito a uniros a mi proyecto y a abrir las puertas del Prates.
—¿Cuándo se producirá tan magno y glorioso acontecimiento? —pregunta Taniar, hasta hace poco más de una hora seguidora lacayuna de Manígulat.
—Cuando las tres lunas coincidan en los puntos más cercanos de sus órbitas, será más sencillo concentrar todos los haces de energía. Lo haremos en la primera conjunción a partir de hoy, cuando se encuentren justo encima del abismo de Tártara.
—Pero Tártara... —titubea Pothine.
—Tártara ha resistido hasta ahora. Pero no hay nada eterno, hermanos. —Tubilok sonríe a través del yelmo—. Me corrijo. No lo había.
Nosotros
seremos eternos.
La imagen se interrumpió ahí. El pecho de Tarimán se cerró como el postigo de una ventana y volvió a convertirse en aquella superficie negra que se tragaba la luz.
De todo lo que había visto, Derguín había comprendido algunas cosas.
El dios loco era el mismo que había estado a punto de matarlo y había secuestrado a Mikha; no quería pensar que su amigo estuviera con él por propia voluntad.
La intención de Tubilok era abrir las puertas del Prates aunque ello significara la destrucción de Tramórea. Para eso, necesitaba el poder de las tres lunas. Al parecer, éstas se habían apagado para absorber la energía del Sol, del mismo modo que lo hacía la superficie opaca de la estatua de Tarimán.
Y ese poder iba a desatarse durante la conjunción de Taniar, Shirta y Rimom. La noche del 28 de Bildanil, si nada lo remediaba, sería la última de la historia de Tramórea.
A menos que alguien lo evitara. Y ésa parecía ser la intención de Tarimán. De lo contrario, ¿por qué estaba allí, hablando por boca de una estatua viviente y mostrándoles las imágenes de lo que ocurría en el Bardaliut?
—Nos quedan diecisiete días de vida. ¿Qué podemos hacer? —preguntó al dios.
—¿Que qué podéis hacer? Aceptar vuestro destino. Llenaros el estómago con buena comida, bailar y divertiros día y noche, noche y día. Poneos ropas limpias, bañaos en agua fresca, regocijaos con vuestros hijos y haced el amor a vuestras esposas. Ésa es la mejor vida que un mortal puede esperar.
Oír aquellas palabras mientras la boca de la estatua permanecía curvada en una sonrisa burlona sacó de quicio a Derguín.
—Sin duda tienes razón, pero incluso la mejor vida se me antoja demasiado breve si sólo dura diecisiete días. ¿Nos has mostrado todo esto para mofarte de nosotros?
—¡Ah, el corazón de los hombres no se inclina ni ante el poder de la muerte!
Derguín recordaba esa frase. Pertenecía al Mito de las Edades.
—Al final nos inclinamos, divino herrero. Pero cada uno a su debido tiempo, no todos juntos en una catástrofe provocada por la locura de un dios. ¡Me niego a aceptarlo!
—¿Y crees que está en tu mano evitar esa catástrofe?
—Tú forjaste la Espada de Fuego. Si la recupero, algo podré hacer.
La estatua no respondió. Durante casi un minuto permaneció muda, tan inmóvil que Derguín se preguntó si acaso no habría soñado las imágenes del Bardaliut y la conversación anterior. El Mazo parecía tan perplejo como él.
—Debes volver a tu lugar de origen —dijo por fin la imagen de Tarimán.
—No te entiendo.
—Zirna. Pero no te quedes allí, no te detengas a saludar a tu familia, ni tan siquiera a sacudirte el polvo de las suelas de las botas. Continúa por la Ruta de la Seda e intérnate en el desierto prohibido.
—¿En Guinos? Eso significaría nuestra muerte.
Se decía que en el corazón de aquel desierto había una roca humeante y ponzoñosa que envenenaba los alrededores.
—La maldición de Guinos se ha debilitado mucho con el tiempo —dijo Tarimán—. Si atravesáis sus arenas lo más rápido que podáis, es posible que enferméis o que no. En cualquier caso, si quieres evitar el fin del mundo tendrás que correr muchos riesgos.
Derguín tragó saliva. Gracias a Linar, había sobrevivido al mal insidioso que flotaba en los aires y las aguas de la selva más allá de la Sierra Virgen. El único que lo había sufrido era Aperión, que había muerto vomitando sangre. O habría muerto si Kratos no se hubiese adelantado cortándole la cabeza.
Derguín prefería los peligros a los que uno se puede enfrentar empuñando una espada. Aunque fueran demonios metálicos o dioses dementes. Pero no estaba en su mano elegir. Si ése era el camino para recuperar a
Zemal
, no tenía más remedio que seguirlo. Sospechaba que si seguía privado de ella unos cuantos días más acabaría golpeándose la cabeza contra una pared hasta matarse o arrojándose por un acantilado.
—¿En Guinos hallaré la puerta del Prates?
—
«Dos hermanos medio hermanos lucharán por la luz... Lanza negra y espada roja entre sí chocarán en el terrible Prates donde arden por siempre las llamas del gran fuego
.
»
¿Es eso lo que temes, Derguín Gorión?
—Por favor, no juegues más conmigo y contesta a mi pregunta.
—El juego es todo lo que me queda. No alcanzas a hacerte idea de lo larga que es la eternidad. Sólo la incertidumbre y la emoción de apostar pueden aderezarla.
—¿Aunque la apuesta sea el destino de un mundo?
—
Mucho
más si es el destino de un mundo. Tú eres uno de los alfiles,
tah
Derguín. Una pieza importante..., si consigues recuperar la Espada de Fuego. Ve adonde te digo, ya estás perdiendo el tiempo.
—Cuéntame al menos qué encontraré en Guinos.
—Un camino. Un atajo muy rápido que te acercará a tu destino. Ahora, vete. Aun embarcando hoy mismo, es posible que no llegues a tiempo a ningún sitio.
Derguín suspiró, se dio la vuelta y se dispuso a marchar por donde había venido. Estaba convencido de que Tarimán ya no le brindaría más información. Pero cuando El Mazo y él habían llegado al extremo de la pequeña playa, oyeron un zumbido que debía ser el equivalente a un
chsst
de la estatua viviente.
—Una cosa más —dijo Tarimán, que se había incorporado. Ahora parecía de nuevo un
Xóanos
de madera de la cabeza a los pies, y se había echado el martillo al hombro en un gesto un tanto informal.
—¿Qué deseas decirnos, divino herrero?
—Contra el poder de los dioses la Espada de Fuego no es suficiente.
Zemal
necesita una compañera. Pero ¿quién la blandirá,
tah
Derguín?
El joven se quedó clavado en la arena. Una extraña emoción le invadió, mezcla de alivio y algo parecido a la envidia. ¿De verdad estaba en su mano decidir quién empuñaría una segunda
Zemal
?
—El más grande de los Tahedoranes —respondió por fin—. Todos sabemos quién es.
—En verdad te digo que eres un alma generosa, Derguín Gorión. Por desgracia, eso no te garantiza que alcances el éxito.
Sin añadir una palabra más, la enorme estatua giró el cuerpo hacia el mar como un solo bloque y empezó a caminar. Sus pesados pies levantaron cortinas de espuma al hundirse en el agua, que pronto le cubrió por la cintura y unos segundos después tapó su cabeza. Cuando ya había desaparecido por completo, su martillo surgió sobre las olas durante un instante, en un último saludo destinado a darles ánimos o quizá a burlarse de ellos.
—He entendido muy poco de lo que he oído —gruñó El Mazo—. Pero ese poco no me ha gustado nada.
Derguín palmeó el hombro de su amigo, para lo cual tuvo que levantar la mano por encima de su propia cabeza.
—Hasta ayer mismo pensé que estabas muerto. Tal vez lo mejor sea que nos convenzamos de que ahora mismo los dos estamos muertos, de que todo el mundo está muerto, y de que todo el tiempo que vivamos a partir de ahora es un regalo.
—Pero no de los dioses...
—No, precisamente de los dioses no. Volvamos a la aldea. Nos espera un largo viaje.
Derguín sabía que éste sería el más largo de todos. Un cansancio infinito se apoderó de él. El único y magro consuelo era que probablemente se ahorrarían el camino de regreso.
A
ún quedaban varias horas de luz cuando la expedición partió de la explanada al sur de Nikastu. Setecientos hombres y más de dos mil caballos.
Kratos se encontraba tan cansado que temía caerse de la silla en cualquier momento. No había dormido nada, pero sabía que no era el único. Tan sólo la certeza de que todos los ojos estaban puestos en él lo mantenía despierto y con gesto aparentemente sereno.
Por dentro, se sentía roto. No era sólo el terrible viaje que les aguardaba, prolegómeno de pruebas que sin duda serían más duras. Le dolía abandonar aquella comarca y aquella ciudad de las que había creído, aunque fuera tan sólo un par de días, que se convertirían en su hogar.
Por encima de todo, le partía el corazón pensar que tal vez no volvería a ver a Aidé. Todas las historias de amor se acaban, todos los matrimonios, hasta los felices, llegan a su final. Eso lo sabía de sobra, no era ningún adolescente.
Pero cuando uno se despide quizá para siempre no debería hacerlo con un beso en la mejilla mientras mira hacia otra parte para dejar bien claro que enfoca los ojos en la lejanía. Así había hecho Aidé, que se había negado a salir del torreón y acudir a despedir a la comitiva a la puerta sur.
Debes olvidarte de ella o no actuarás como un general
, se dijo, mientras ocupaba su lugar a la cabeza de la columna. En el centro llevaban los caballos de relevo, guiados por los jinetes más expertos en conducir manadas. Kratos esperaba que no dieran muchos problemas.
—¿Te encuentras bien,
tah
Kratos? —le preguntó Baoyim, que montaba una menuda yegua blanca—. ¿Qué tal va tu hombro?
—Mejorando. Cuando llegue el momento, podré empuñar la espada. Aún aguardo la respuesta de tus compatriotas. Espero que entren en razón y nos dejen pasar por los túneles.
—Tengo el pálpito de que lo harán. Todo va a salir bien.
De pronto, la sonrisa de la Atagaira se le antojó más encantadora que nunca. Daba la impresión de ser una mujer razonable; más que Aidé, seguro.
Al pensar en su joven amante y el hijo que esperaban, volvió a sentir una punzada en el estómago.
Ahora mismo, y hasta que acabe esta campaña, eres viudo a todos los efectos
, se dijo.
Ahri se acercó montado sobre un caballo pinto que, rodeado por aquellas piernas tan largas y huesudas, parecía más bien un burro. El ex Numerista, que no era un jinete consumado, no había insistido demasiado en acompañar a Kratos. Pero éste no se podía permitir el lujo de prescindir de su memoria, su capacidad de cálculo ni su inteligencia.
Tal vez el único miembro de la expedición menos entusiasta que Ahri era Urusamsha. Kratos había dudado hasta el último minuto si llevarlo o no, pero prefería tener al intrigante Bazu cerca de él que de Aidé, y su conocimiento de los caminos podría resultarles útil.
—¡Ánimo, Ahri! Tengo la impresión de que vamos a contemplar maravillas que ni siquiera tu filosofía ha llegado a soñar.
—Preferiría quedarme aquí y contemplar un buen lechón espetándose en una hoguera y un barril de cerveza, pero ya que no hay más remedio...