Frío como el acero (26 page)

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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

BOOK: Frío como el acero
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Parecía tan resuelto y a la vez tan frágil, como un niño tozudo empeñado en plantarle cara a un matón, que por un instante Annabelle se enterneció. Sin darse cuenta, alargó la mano y le apretó el hombro. Pero enseguida se le pasó y la retiró.

Sí, se estaba muriendo. Sí, estrictamente no había dejado morir a su madre. Pero tampoco se había convertido en el mejor padre del mundo de repente. Y en seis meses estaría muerto. Ella no iba a permitirse sufrir por ello. Había llorado la muerte de su madre durante mucho tiempo. No pensaba hacer lo mismo por él.

—¿Has tenido suerte en lo de conseguir ayuda? —preguntó él.

—A lo mejor.

—A ver, dime.

—Un agente del Servicio Secreto, Alex Ford. Oliver le pidió que interviniera.

—Menudos contactos tiene ese tal Oliver. ¿Quién cono es? Y encima vive en un cementerio, vaya.

—No sé muy bien quién es —respondió Annabelle con sinceridad.

—Pero dijiste que confiabas en él.

—Es verdad.

Paddy se mostró esperanzado.

—Servicio Secreto, no está mal. A lo mejor puede intervenir el FBI.

Annabelle se quitó las sandalias y se sentó en una silla.

—Nunca pensé que te emocionarías ante la perspectiva de rodearte de agentes federales.

—Las circunstancias cambian. Ahora mismo, aceptaría ir hombro con hombro con todos los polis del país.

—Con Bagger quizá nos haga falta. Así pues, si consigo la caballería, ¿cómo lo hacemos? Necesito detalles, no generalidades. ¿Cómo conseguimos que confiese?

—Tú lo desplumaste a lo grande.

—Vale, ¿y qué?

—Pues que debes de tener su número de teléfono.

—Sí, ¿y qué?

—Voy a llamarlo para proponerle un trato que no rechazará. Voy a venderte, Annabelle. Ofrecerá dinero, muchísimo dinero. Pero le diré que no es eso lo que quiero.

—¿Cuál se supone que es tu motivación?

—Tú hablaste mal de mí en el mundillo de los timadores después de la muerte de tu madre. Hace años que no he hecho un trabajo que valiera la pena.

—Tendrías que hacérselo creer a pies juntillas.

Paddy la miró fijamente.

—Teniendo en cuenta que es verdad, me será fácil.

—O sea que me vendes, y luego, ¿qué?

—Ahí es donde interviene la caballería. Obviamente es una parte del plan decisiva.

Ella lo miró con suspicacia.

—Tengo planificada la entrega.

Annabelle se encorvó hacia delante.

—Cuéntame los detalles para que pueda decirte que nunca funcionará.

—No olvides que yo también he dado un par de golpes importantes.

Cuando Paddy terminó, ella se recostó en el asiento, impresionada. Tenía defectos, igual que todos los planes iniciales, pero nada que no pudiera ajustarse adecuadamente. De hecho, era un plan muy bueno.

—Tengo algunas ideas que añadir —dijo Annabelle—, pero la idea general es factible.

—Me siento halagado.

—Jerry se asegurará de que cuando se marchen del lugar de la entrega nadie los siga.

—Lo sé.

—Dado que soy el cebo, tengo motivos muy válidos para asegurarme de que sí podamos seguirle.

—Mandará a sus chicos a hacer la recogida. El no estará allí por si se trata de una emboscada —señaló Paddy.

—Lo sé. Y ésa será nuestra vía de entrada.

—¿Qué piensas hacer?

—Iremos antes a por Jerry. —Annabelle sonrió por su rápida respuesta.

—¿Cómo se supone que lo haremos? —preguntó su padre.

—Tú lo harás.

—¿Yo? —Paddy pensó un momento y luego chasqueó los dedos—. ¿A través de la llamada de teléfono?

—Eureka.

—Pero seguiremos necesitando a la caballería o todo fracasará, ¿no? —añadió él.

Annabelle se calzó las sandalias y recogió las llaves del coche.

—Entonces voy a conseguirla.

61

Se sentaron a una mesa de una cafetería cerca de la calle M y Wisconsin Avenue, a menos de dos kilómetros de la casa vacía de Stone. Annabelle miró por la ventana mientras Alex la observaba. Tenía conocimientos de sobra para interpretar la expresión de las personas y el lenguaje corporal. Aquella mujer era difícil de descifrar, pero saltaba a la vista que se encontraba en una situación sumamente estresante.

—¿A qué ha venido esa llamada repentina? —preguntó él—. Pensaba que no volvería a verte.

—Qué voy a decir, me chiflan los polis altos.

—¿Eso se interpreta como un grito de ayuda?

—¿Cuán informado estás de la situación?

—Oliver me pidió que investigara a ese tal Bagger y eso hice. Al parecer Milton y Reuben fueron a Atlantic City, supuestamente al Pompeii Casino. Oliver me dijo que ahora tratan de pasar inadvertidos. También son amigos míos, así que si están metidos en un lío preferiría saberlo para ayudarlos mientras te ayudo a ti.

—¿A eso te dedicas? ¿A ir por ahí ayudando a la gente?

—Eso pone en la descripción de mis funciones. Háblame de tu relación con Bagger. ¿Y por qué fue Oliver a Maine?

—Parece que ya lo sabes todo.

—Todo y nada. Pero si de verdad quieres mi ayuda, tendrás que confiar en mí. —Ladeó la cabeza con aire taciturno—. Tengo la impresión de que no se te da muy bien confiar en los demás.

—Se trata de una filosofía que me ha ido muy bien en la vida.

—No lo dudo. Pero has de saber que le he cubierto las espaldas a Oliver más de una vez. Y confío en él con los ojos cerrados.

—Lo sé. Ya me lo dijo. Me dijo que iría contigo a la guerra si fuera necesario.

Alex se reclinó en el asiento.

—Pues eso. Así que, si eres capaz de confiar en mí, a lo mejor puedo ayudarte.

Annabelle respiró hondo. Conseguir la ayuda de Alex era primordial para llevar a cabo el plan de su padre. No obstante, incluso con ese objetivo en mente aquello le resultaba muy duro. Tenía delante un poli, ¡nada menos que un agente federal! Una persona con autoridad para esposarla y detenerla en el acto si se iba de la lengua. Mientras iba hacia allí en el coche le había parecido muy sencillo. Ahora le parecía imposible.

«Venga, Annabelle, que tú sí puedes.»

Tras volver a respirar hondo, decidió hacer algo que no hacía casi nunca: tragarse sus principios y contar la verdad. Por lo menos parte de ella.

Así pues, relató rápidamente los acontecimientos más importantes. Que Bagger había matado a su madre y que ahora se encontraba en la ciudad. Que se había aliado con su padre para poder inculparlo. Alex ya sabía que los hombres de Bagger los habían secuestrado con la intención de matarlos.

—No tengo pruebas de nada de todo esto —concluyó Annabelle—. Nada que tenga validez en un juicio, pero es la verdad.

—Te creo. Pero mis amigos policías se cabrearon un poco cuando fueron a arrestar a esos tíos y no encontraron a nadie.

—Qué me vas a contar…

—¿Por qué Bagger va por ti?

Annabelle cambió automáticamente a la modalidad de mentira.

—Sabe que intento inculparle por la muerte de mi madre. Se enteró de que yo había ido a Maine, donde se produjo el asesinato. No quiere que encuentre algo que lo arruine para siempre.

Alex sorbió el café y la escudriñó un poco más. Una de dos: o era la mejor embustera del mundo o decía la verdad.

—¿Y por eso te has aliado con tu padre? ¿Cómo pensáis trincar a Bagger exactamente?

—Mi padre fingirá que me traiciona. Bagger me pilla, yo hago que confiese y la poli está allí para detenerlo.

—¿Ese es el plan?

—Sí. ¿Qué opinas?

—Tiene un millón de agujeros. Y en todos tú acabas muerta.

—Esa es la idea en términos generales. Lo importante son los detalles, como siempre.

—¿De verdad crees que puede funcionar?

—Tengo maña con estas cosas, y a mi viejo tampoco se le da mal.

—Ya, ya. Pero necesitaré algo más si quieres que consiga los refuerzos que pides.

—Bien. Lo preparamos todo, se lo llevas a tu gente haciéndoles una reverencia y luego decides. Y si dices que no, me muero. ¿Eso te convence, grandullón?

—Oye, intento ser realista.

—No; te comportas como el clásico burócrata. Piensas en cómo no hacer algo en lugar de en cómo hacerlo.

Alex esbozó una sonrisa tensa.

—En realidad el Servicio Secreto se dedica más a la acción.

—Ya. Pues demuéstramelo.

—Oye, no me salgas con eso. Yo soy quien te hace el favor. No quiero equivocarme y meter la pata.

Nerviosa, Annabelle hizo una bola con la servilleta.

—Lo sé, lo siento. Es que…

—La buena noticia es que el Departamento de Justicia quiere encontrar algo para inculpar a Bagger. Si soy capaz de ponerles una zanahoria apetitosa delante, podríamos conseguir el apoyo del FBI. Bagger se ha metido en muchos asuntos de dudosa legalidad. Varios asesinatos, de hecho, pero carecemos de pruebas.

—Yo sé de unos cuantos más, pero si él no pica el anzuelo no lograréis inculparlo.

—A ver si me entiendes:
sólo
me creo la mitad de lo que me has contado.

Annabelle fue a replicar, pero Alex se le adelantó:

—Pero no voy a presionarte.

Ella lo miró con curiosidad.

—¿Por qué no?

—Oliver me pidió que no hiciera demasiadas preguntas. Me dijo que eres una buena persona con un pasado imperfecto.

Annabelle frunció el ceño.

—¿Quién era John Carr?

—Trabajó para el Gobierno realizando misiones muy especializadas.

—Era una especie de asesino, un ejecutor, ¿verdad?

Alex miró alrededor. El local estaba vacío y la chica del mostrador estaba absorta en la revista
People
informándose sobre el último regreso de Britney Spears.

—Ya no se dedica a eso. No hasta que no le quede otro remedio. No hasta que alguien intente matarlo, a él o a sus amigos.

—Le vi matar a un hombre con un cuchillo. Un movimiento de muñeca y el tío la palmó. Intentaba matarnos. —Toqueteó la taza de café—. ¿Sabes qué le pasa?

—¿Te enteraste de que la casa de Carter Gray voló por los aires el otro día?

—Sí, lo leí.

—Pues Oliver y Gray son viejos conocidos, pero no tienen una buena relación. Oliver estuvo en su casa, a petición de Gray, poco antes de que saltara por los aires. Y no fue un accidente. Pero Oliver no tuvo que ver en ello, fue obra de otra persona. Alguien que probablemente también tiene a Oliver en su lista negra.

—¿O sea que alguien quiere matarlo?

—Eso parece. Y por eso no quiere que nadie esté con él.

—Y yo que lo acusé de abandonarme…

—Oye, él me pidió que te ayudara. Es posible que no esté a su nivel, pero sé arreglármelas.

—Lo que dije antes sobre que eras un burócrata…

—Las palabras exactas fueron «clásico burócrata».

—Sí, bueno, lo retiro. Agradezco tu ayuda.

—Ahora tengo que hacer unas llamadas. Después puedo ayudarte a perfilar algunos detalles, ahora que he captado la idea.

Ella le dedicó una ancha sonrisa.

—Nunca he conocido a un federal como tú, Alex Ford.

—Tranquila, tú también eres una especie nueva para mí.

62

Al caer la noche Stone comprobó que todavía le seguían. Bueno, había llegado el momento de perder a sus perseguidores. Paró un taxi y dio la dirección de una librería de viejo en Alexandria. Sus seguidores no le perdieron el rastro.

El taxi lo dejó delante de la tienda en Union Street, a una manzana del río Potomac. Stone entró rápidamente y dedicó un gesto de asentimiento al dueño, Douglas. En el pasado respondía al diminutivo de Doug y se dedicaba a vender cómics porno en el maletero de su Cadillac. Sin embargo, albergaba una pasión secreta por los libros raros y el sueño de hacerse rico. Eso no se había cumplido hasta que Stone le puso en contacto con Caleb. Ahora Douglas regentaba una librería de libros raros y caros que gozaba de notable éxito entre los entendidos. Stone tenía acceso a la tienda en cualquier momento y disponía de una habitación en el sótano para guardar sus posesiones más importantes. Además, le ofrecía otra cosa que Stone utilizaría en ese mismo momento.

Bajó al sótano, abrió la puerta con su llave y entró en la habitación, que tenía una chimenea que no se usaba. Introdujo la mano en la abertura, donde, al lado del regulador de tiro, había una cuerda. Tiró de ella y se abrió una especie de trampilla que conducía a una pequeña cámara llena de cajas apiladas en estanterías, muy por encima del nivel del río.

Stone abrió una caja y extrajo un diario que metió en la mochila. De otra caja sacó ropa, sombrero incluido, y se la puso.

Extrajo un objeto de una cajita de metal que le era más preciado que todo el oro del mundo. Se trataba un teléfono móvil. Un móvil con un mensaje muy especial guardado en la memoria.

Para marcharse no desanduvo el camino. Tomó un pasadizo distinto, hacia el río. Abrió otra puerta, la cruzó, se arrodilló y tiró con fuerza de una anilla de hierro en el suelo. Una trampilla de bisagras se levantó. Se deslizó por el hueco, atravesó un túnel oscuro que olía a río, pescado y moho, trepó por unas escaleras desvencijadas y abrió otra puerta que daba a una arboleda. Recorrió un sendero que bordeaba el río y subió al bote de Douglas, amarrado a una plataforma.

Puso en marcha el fueraborda del Merc y se dirigió hacia el sur; la luz de la popa era la única señal visible en la oscuridad. Llevó la embarcación a unos tres kilómetros al norte de Mount Vernon, hogar de George Washington, y la amarró a un árbol de la orilla. Fue a pie hasta una gasolinera y pidió un taxi desde una cabina.

Mientras regresaba a la ciudad, Stone leyó el diario. Aquellas anotaciones representaban una parte significativa de su pasado más lejano. Había empezado a rellenarlo casi inmediatamente después de ser reclutado para la División Triple Seis de la CIA. Ignoraba si esa división seguía operativa y si sus actuales perseguidores eran miembros de la misma. Sin embargo, dio por supuesto que, si les habían ordenado que lo mataran, tendrían capacidad de sobra para cumplir ese cometido.

Fue pasando las páginas del diario, que se convirtió en un doloroso recorrido por su trabajo anterior para el Gobierno. Luego se concentró en varias fotos que había pegado en una página junto con anotaciones a mano y algunos fragmentos del historial «oficioso» que había conseguido enganchar.

Observó las fotos de sus tres compañeros de la Triple Seis, todos muertos: Judd Bingham, Bob Cole y Lou Cincetti. Y luego miró al hombre con gafas de la foto al pie de la página.

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