GOG (17 page)

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Authors: Giovanni Papini

Tags: #Literatura, Fantasía

BOOK: GOG
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Y al decir esto, Cocardasse me presentó algunas hojas de gran tamaño, acompañadas de una sonrisa y una reverencia. El título de la primera poesía decía:

Gesang of a perduto amour

Y leí los primeros versos:

Beloved carinha, mein Wettschmerz

Egorge mon âme en estas soledades,

Muy tired heart, Raju presvétlyj

Muore di gioia, tel un démon au ciel.

Lieber himmel, castillo de los Dioses,

Quaris quot, durerà this fun desespére?

Δαμπάδα θείς, drévo zizni…

Mi ignorancia lingüística me impidió seguir. Miré a la cara, en silencio, al poeta Cocardasse.

—¿Tal vez no le parece equitativa la proporción de cada lengua? Sin embargo, en el reparto he llevado una cuenta proporcional de los siglos de pasado literario, de la importancia demográfica y política…

Comprendí que era inútil discutir con semejante imbécil.

—Continúe su trabajo —le dije—, a fin de año veremos hasta qué punto la poesía políglota es susceptible de una amplia venta.

Despedido Cocardasse, fue introducido Otto Muttermann de Stuttgart. Un monumento de una altura de doscientos metros que, desde hacía medio siglo, se había alzado atrevido sobre la Tierra, no ciertamente para adornarla, sino para iluminarla. Parecía nacido del cruce de un buey con una leona, y su cabellera, todavía larga, todavía rubia y todavía despeinada, como en los tiempos míticos de Thor y del
Sturm und Drang
, era el mayor de sus títulos en la profesión poética. Era, además de poeta, metafísico, filósofo de la historia y un poco asiriólogo; en el conjunto, un buen hombre, aunque sus ojos de mayólica azulada no fuesen siempre tranquilizadores. Le habría confiado un millón, pero no le habría recibido sin un revólver en el bolsillo.

—Aunque de pura raza germánica —comenzó diciendo Muttermann con aire solemne—, he admirado siempre el pensamiento del francés Joubert, que dice exactamente así:
S'il est un homme tourmenté par la maudite ambition de mettre tout un livre dans una page, toute una page dans une phrase, et cette phrase dans un mot, c'est moi
[7]
. De este pensamiento he hecho, en lo que a mí se refiere, un imperativo categórico. El defecto de mis compatriotas es la prolijidad y no se puede ser grande más que librándose de las costumbres medias de la propia raza. Además, la poesía debe ser la destilación refinada de una gota de perfume potente de una masa enorme de hierba y de flores.

»Mi vida es fidelidad a este programa. A los veinte años concebí una epopeya lírica y filosófica que debía contener no sólo mi
Weltanschauung
, sino de paso, la revolución histórica de la Humanidad en torno al mito central de Rea-Cibeles. A los treinta años tenía el poema terminado, pero era demasiado largo: cincuenta mil seiscientos versos. Fue entonces cuando descubrí el profundo aforismo de Joubert. Trabajé todavía con la lanceta y la lima, a los treinta y cinco años, los versos ya no eran más que diez mil y lo esencial estaba salvado. A los cuarenta años conseguí reducirlo a cuatro mil, a los cuarenta y seis no había más que dos mil trescientos versos. A los cincuenta, cuando llegué aquí, había conseguido condensarlo en setecientos veinte; y ahora, gracias a su generosa hospitalidad, mi sueño ha sido realizado: mi epopeya se halla condensada en una sola palabra, palabra mágica, quintaesenciada, que todo lo abraza y lo expresa. A usted ofrezco el resultado de mis treinta años de fatigante forcejeo en el camino de la perfección.

Y al decir eso puso sobre mi mesa un papel. Lo miré. En el centro de la página, trazada con una elegante escritura bastarda, había esta palabra:

Entbindung

Nada más. El resto de la hoja estaba en blanco. Otto Muttermann debió de darse cuenta de mi perplejidad.

—¿No encuentra usted tal vez en esta palabra, preñada de un mundo, los infinitos sentidos que resumen el destino de los hombres?
Binden
, atar, el mito de Prometeo, la esclavitud de Espartaco, la potencia de la religión (de
re-ligar
), los abusos de los tiranos, la Redención y la Revolución. Pero aquel prefijo da el otro aspecto del drama cósmico.
Entbindung
es desenvolvimiento y parto. Es la salvación de los vínculos, es el nacimiento milagroso del Dios mártir, la gestación triunfante de la Humanidad libertada, al fin, de los mitos y de las leyes Aquí está comprendida la doble respiración del dios de Plotino y al mismo tiempo las vicisitudes universales de la Historia: ¡conquista y revolución, servidumbre y libertad!

Los ojos de Muttermann comenzaban a lanzar chispas. Creí prudente admirar su síntesis, con la secreta esperanza de que una agravación de su manía me permitiese legalmente transferirlo a un asilo de enfermedades mentales.

El tercer poeta era uruguayo y procedía de la escuela
ultraísta
. Carlos Cañamaque era jovencísimo, rubísimo y timidísimo. Sus ojos negros de betún caliente resaltaban como una doble sorpresa en aquella palidez y en aquel rubio.

—Yo también —me dijo— he intentado hacer algo un poco distinto de la poesía acostumbrada. La poesía pura, en Italia y Francia, tiene ahora su técnica: todo el encanto poético reside únicamente en la armonía de las palabras, independientemente del sentido. Yo he intentado redimirla íntegramente de todo significado, yendo más allá que los poetas puros, que conservan siempre, aunque envuelto en oscuridad, un residuo de contenido emotivo o conceptual. Aquí las palabras están asociadas únicamente a causa de su valor fonético y evocativo, sin ningún ligamento lógico que pueda atenuar o desviar el contrapunto sonoro. Lea, como ensayo, este madrigal.

No pude menos de leer:

Lienzo, sombra, suspiro

Amarillas, misterios, desierto

Huella, palabra, doliente, Tiro

Faraón, corazón, labios, huerto.
[8]

Mi paciencia, puesta a prueba por los dos anteriores poetas, esta vez vaciló.

—¿Y cree usted, señor Cañamaque —grité—, que habrá bastantes imbéciles en el mundo para dar su dinero a cambio de este ridículo deshilachamiento de palabras? Le he dado orden de escribir poesías y no extractos de vocabularios. Usted cree poder engañarme, pero aquí hay un motivo suficiente para la rescisión del contrato. Desde hoy no pertenece usted a la fábrica. ¡Márchese!

El pobre Cañamaque bajó sus grandes ojos de antracita líquida y murmuró con tristeza:

—Así han sido tratados siempre los descubridores de mundos nuevos.

Y dignamente salió, sin ni siquiera saludarme.

El cuarto poeta que se me presentó delante era un ruso, uno de esos emigrados que se han esparcido por Europa y América, felices de poder hacer al mismo tiempo de occidentalistas y de desterrados. El conde Fedia Liubanoff podía tener, a lo más, treinta y cinco años, pero la vida que había llevado en los cafés de Mónaco y de París le había envejecido antes de tiempo. La cara tenía la consagrada moldeadura mongólica de los moscovitas, y una perilla blanquecina y rojiza le daba un aire premeditadamente diabólico. Le temblaban siempre los manos, por el terror de una condena a muerte no cumplida, decía él; por el uso inmoderado del
vodka
, decían sus amigos.

—Señor Gog — comenzó—, no haré largos preámbulos. Es usted demasiado sutil para tener necesidad de comentarios anticipados. Le recordaré únicamente una verdad que no habrá escapado seguramente a su inteligencia. Toda poesía tiene dos autores; el poeta y el lector. El poeta sugiere y suscita; el lector llena, con su sensibilidad personal y con sus recuerdos, lo que el poeta ha simplemente bosquejado. Sin esta colaboración la poesía no puede concebirse. Un poeta que ofrece mil versos para describir una batalla o un crepúsculo no conseguirá nunca hacer comprender algo a un palurdo o a un ciego. Pero, desde hace algún tiempo, los poetas se dejan vencer por la superabundancia; digamos únicamente que tratan de rehacer y violentar el yo de su colaborador necesario. Quieren decir demasiado y no dejan sitio para la obra del lector, para aquella integración personal que forma el mayor atractivo de la poesía. Los japoneses, raza genial y aristocrática, han conseguido llegar a hacer poesías de ocho o nueve palabras. Pero es demasiado aún. He querido dar un paso más. He aquí mi libro.

Era un pequeño volumen encuadernado en piel roja. Lo abrí y comencé a hojearlo. Cada página llevaba, en la parte superior, un título Lo demás estaba vacío.

—Vea —añadió Liubanoff—, he querido reducir al mínimo la sugestión del poeta. Cada poesía mía se compone únicamente del título: es un tema ofrecido a la meditación individual, un
la
para la creación múltiple y siempre nueva. Mi primera poesía, por ejemplo, se titula:
Siesta del ruiseñor abandonado
. Hay todos los elementos para la eflorescencia poética. La
siesta
le da la estación y la hora; el
ruiseñor
le evoca toda la música, todo el amor; y ese
abandonado
le induce a elaborar los temas eternos de la traición y del dolor. Reflexione algunos minutos sobre este título y poco a poco en su alma surge y se desenvuelve el canto maravilloso que yo quería sugerir, de manera que cada lector se convierte verdaderamente, gracias a mí, en un creador. Y las creaciones serán tantas cuantos sean los lectores. Y cada vez se puede crear una poesía nueva, que sacia y contenta mejor que podrían hacerlo las sobadas lucubraciones de un extraño.

No tuve ni siquiera fuerza para enfadarme. Reconocí lealmente que el experimento había fracasado, que la fábrica había constituido un desastre. No quise siquiera ver al quinto poeta.

La misma noche me marché, y, al terminar el año, todo el personal, comprendidos los poetas, fue licenciado. Es la primera vez en mi vida que me falla tan vergonzosamente mi olfato en el
business
. Y comienzo a comprender por qué el viejo Platón quería arrojar a los poetas de su república. En este negocio he experimentado una pérdida de sesenta y dos mil dólares.

Visita a Wells

Londres, 17 mayo

H.
G. Wells me ha tomado por un periodista.

—Nací —ha dicho en seguida, acercándome una poltrona de cuero— en 1866, en Bromley, en el Kcnt. Fui comisionista en un almacén de novedades, luego estudié biología; en 1886 fundé la
Science Schools Journal
, donde publiqué mi primer artículo, sobre Sócrates…

He tenido que explicarle quién era y que no deseaba que me repitiese a voces la biografía del
Who's Who
, que ya conocía.

—Entonces, ¿qué puedo hacer por usted?

H. G. Wells es un hombre gordo, seguro de sí mismo, que tiene el aspecto de un administrador de fincas rurales mejor que el de un escritor.

Bien alimentado y sano, su cara redonda y maciza parece que quisiera decir:

—¡Cartas a la vista! ¡Terminemos!

Nada de un poeta, nada de un soñador o de un metafísico Ha permanecido eternamente el
vendedor de novedades
. En vez de lazos y sombreros, comercia desde hace treinta años, con utopías científicas,
últimas novedades
noveladas, historias para el domingo, paradojas proyectadas en narraciones.

Tuve que decirle, para hacerle hablar, que iba realizando por Europa una encuesta acerca de la suerte futura de la Humanidad. Apenas la palabra
futuro
llegó a sus oídos, Wells se reanimó:

—Usted sabe —dijo— que la exploración y la previsión del futuro es mi especialidad y que nadie ha conseguido, en este país, arrebatármela. Inglaterra tiene en la sección de literatura tres altos empleados: un Bardo nacional, que es Kipling; un Clown nacional, que es Shaw, y un Profeta nacional que soy yo. Desde noviembre de 1901, es decir, cuando publiqué
Anticipations
, mi ocupación dominante ha sido la profecía. Profecías científicas, mecánicas, astronómicas, biológicas, políticas, militares, sociales; nada ha escapado a mi espíritu. Nada más alto puede emprender la mente humana. La religión, tanto la pagana con los oráculos, como la judaica con los profetas, se halla fundada sobre las profecías: el único fin de la ciencia, como han demostrado Ostwald y Poincaré, es el de profetizar. Mi gloria está en el haber impuesto triunfalmente la profecía en el mercado de la literatura.

La elocuencia de Wells se vio interrumpida por los timbres del teléfono.

—¿Cuántas palabras? —gritaba el poeta a su lejano interlocutor—. ¿Para qué día?
Well
, seis mil palabras, el 25 de mayo.
Well, good bye!
Se trata —dijo Wells volviéndose hacia mí— de una nueva profecía para la
Westminster Gazette
. Léala: le interesará. Puedo adelantarle la idea principal. Antes de que nuestro siglo llegue a la mitad, tendremos una espantosa guerra intercontinental que destruirá al menos las tres cuartas partes del género humano. La técnica de la guerra aérea y de la guerra química, que realizará nuevos y espantosos progresos en los próximos años, abolirá la distinción histórica entre combatientes y civiles. Las mayores metrópolis del mundo serán destruidas; las ciudades menores derrocadas y despobladas; los centros de alta cultura, incinerados y dispersados; las zonas industriales, aniquiladas. Cuando la guerra —mejor el suicidio en masa de los pueblos— termine por falta de gases y explosivos, no quedarán en el planeta más que pocas decenas de millones de seres espantados y famélicos, originarios de las regiones más pobres y menos civilizadas. Todos los intelectuales, los jefes, los ingenieros, habrán muerto, y los sobrevivientes semibárbaros no serán capaces de reconstruir, ni siquiera aproximadamente, la civilización que conocían tan sólo por el exterior. Las palabras capitales se habrán perdido; los secretos del poder y del saber serán ignorados u olvidados. Las bibliotecas que hayan escapado al incendio servirán a los que hayan quedado refugiados entre las ruinas de las iglesias y de las oficinas, para calentarse.

»Poco a poco los últimos utensilios se gastarán y los hombres no serán capaces de hacer otros. Las carroñas arrugadas de las máquinas destrozadas cubrirán los nuevos desiertos, pero nadie conseguirá descubrirlas ni copiarlas. Antes de que el siglo termine, las bandas de los que hayan escapado, impotentes para resucitar la obra de los muertos, se verán reducidas al estado salvaje. En las selvas, que habrán vuelto a surgir, en los campos incultos, se congregarán tribus sospechosas y hostiles que se lanzarán en busca de un poco de alimento. En menos de cincuenta años, Europa, orgullosa de su ciencia, y América, soberbia de su riqueza, estarán pobladas por clanes de neoprimitivos que habrán olvidado el florecimiento efímero de la civilización entre los siglos XVII y XX. Y entonces comenzará un nuevo, fatigoso, largo ciclo de la historia universal. Podrá ver mejor todos los detalles en la
Westminster Gazette
, último número de mayo.

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