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Authors: Domingo Santos

Hacedor de mundos (8 page)

BOOK: Hacedor de mundos
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—Hizo desaparecer los palillos —dijo. Su tono era casi acusador—. ¿Cómo lo hizo?

—Bueno... igual que mi padre. Y supongo que igual que usted. Aunque supongo que no con tanta eficiencia. —sonrió, alisando el mantel con una mano—. Imagino que el camarero va a pensar que me los he llevado—.sonrió de nuevo.

—Espere... todo esta yendo demasiado aprisa. ¿Usted puede...? —Señaló donde habían estado los palillos, sin terminar la frase.

La muchacha se alzó levemente de hombros.

—Sí, por supuesto. Eso sí. Pero es casi todo lo que puedo hacer. No me pida cosas más grandes. Jamás sería capaz de hacer desaparecer al doctor Payot, por ejemplo. O... o a mi padre.

Por primera vez hacía una admisión concreta respecto a la suerte que había corrido su padre. David captó el temblor en su voz.

Se inclinó por encima de la mesa.

—Oiga... me está hablando de cosas que no comprendo. Imagine que soy un párvulo al que le inician en el abecedario. ¿Por qué no me explica un poco lo que son las letras?

Ella le miró sorprendida.

—¿Realmente no sabe... nada?

—Sólo sé que puedo hacer que las cosas cambien a mi alrededor. Hacerlas aparecer y desaparecer.

La muchacha agitó negativamente la cabeza.

—Es mucho más que eso, señor Cobos. Hacer aparecer y desaparecer cosas es un juego de niños. Lo que puede hacer usted realmente es cambiar la realidad. Cambiar la historia. Cambiar el mundo.

El camarero se les acercó de nuevo. Parecía desesperado.

—¿Desean que les traiga el segundo plato? —Sus ojos no podían apartarse de la ensalada y la sopa que aún tenían ante sí.

David asintió con la cabeza, más que nada para quitárselo de encima. Éste retiró los platos, con aire casi ofendido.

—Explíquemelo a un nivel un poco más bajo, por favor —dijo David a Isabelle Dorléac, casi suplicando—. Imagine que soy un párvulo algo tonto que acude el primer día a la escuela. No me empiece con ecuaciones de segundo grado.

La muchacha sonrió.

—Está bien. Usted tiene el poder. Mi padre también lo tenia, aunque en menor escala. —David no pudo dejar de notar el empleo del tiempo pasado—. Yo también lo tengo, aunque en un grado ínfimo.

—Muy bien. ¿Qué es ese poder?

Isabelle Dorléac se alzó de hombros.

—No lo sé. Simplemente es algo que existe y que algunas personas poseen. Es posible que los posean muchas más personas de las que lo saben realmente, solo que en ellas permanezca en estado latente, sin asomar al exterior. Mi padre afirmaba —de nuevo el pasado— que el poder, en sus distintos grados, es lo que hace que mucha gente sea calificada por sus semejantes como rara, incluso como enferma. Los hospitales psiquiátricos tienen que estar llenos de poseedores latentes del poder, decía siempre. Es algo que la mayor parte de las veces no se manifiesta por si mismo, sino que necesita un detonador. Ignoro cual fue el detonador para mi padre. Para mí fue el adiestramiento intensivo al que me sometió mi padre desde niña. Para usted... supongo que fue el desastre de la Pólux II.

Llegó el camarero con los segundos platos. Hubo una momentánea pausa. El hombre colocó las bandejas sobre la mesa, los platos ante ellos, con la desconfianza de quien duda ya de que vayan a ser consumidos.

—Mi padre no era muy bueno con el poder —siguió Isabelle Dorléac cuando el camarero se hubo retirado—. Creo que fue por eso por lo que ellos le dejaron tranquilo durante tanto tiempo. Podía hacer trucos, pero no cosas realmente grandes. Pero tenía un espíritu auténticamente investigador. Cuando descubrió que tenía el poder, no se dedicó a utilizarlo, sino a investigarlo. Así descubrió una serie de cosas. Y así también consiguió que lo localizaran al poco tiempo. Pero lo debieron considerar inofensivo, porque lo dejaron tranquilo durante muchos años. Y él se dedicó enteramente al estudio del poder. Tenía la seguridad de que se trataba de algo hereditario. Así que buscó a una mujer con latencias paranormales y se casó con ella, con la esperanza de perpetuar sus habilidades. El resultado fui yo.

Sonrió. Tomó la bandeja de tallarines tres delicias y se sirvió.

—Será mejor que comamos algo. No querría ocasionarle un infarto al pobre camarero.

David se sirvió un poco de ternera con salsa de ostras. Isabelle puso en ambos platos un par de cucharadas de arroz cantones.

—Mi padre emprendió conmigo una educación selectiva dirigida a despertar todas mis habilidades con el poder. Consiguió hacer aflorar a la superficie mis latencias, si es que las tengo, pero nada más. Cuando fui lo suficientemente mayor como para darme cuenta de las cosas me sentí intrigada por lo que me ocurría, y yo también empecé a estudiar ese extraño poder que había dentro de mí. Ahí empezaron las divergencias con mi padre. Él afirmaba que el poder podía ser desvelado siempre a la superficie mediante un entrenamiento adecuado, mientras que yo estoy convencida de que en muchos casos solamente una experiencia traumática puede hacerlo surgir. Pero quería y respetaba y admiraba demasiado a mi padre como para contradecirle abiertamente, y nuestras discusiones no fueron nunca más allá de la pura teoría de las cosas. Él tenía una idea fija. Sabía que los rasgos principales de la herencia se manifiestan siempre en la segunda generación. Estaba convencido de que yo solamente era un puente, el camino intermedio a algo más grande. De modo que lo único que tenía que hacer era encontrar a alguien que poseyera realmente el poder, como mínimo al mismo nivel que él, a ser posible más. Entonces, ésta persona..., tenía que ser del sexo masculino, por supuesto —sonrió, haciendo un gesto con el tenedor—, y yo debíamos engendrar un hijo... y ese hijo tendría realmente el poder.

Pinchó un trozo de carne de entre los tallarines, los sostuvo unos instantes ante sus ojos, sin verlo realmente, luego se lo llevó a la boca.

—Eso le hizo cambiar su línea de actuación. Empezó a investigar a las personas que mostraban indicios de poseer el poder, en busca de alguien al que pudiera emparejar conmigo, utilizando el mismo método que le había hecho a él buscar una mujer con poderes paranormales (entonces aún sabía muy poco de lo que era realmente el poder) con la que casarse. Por el momento pensé que era mejor mantenerme a un nivel pasivo y esperar el desarrollo de las cosas. De hecho, estaba convencida de que mi padre jamás iba a encontrar a nadie que cumpliera con las especificaciones que él mismo había establecido para convertirlo en... —sonrió de nuevo— mi semental.

—Y entonces aparecí yo —dijo David.

Asintió con un breve movimiento de cabeza.

—Mi padre se mostró muy excitado cuando aparecieron las primeras noticias de su rescate y el hecho incongruente de que el desastre de la Pólux II se hubiera producido a cien parsecs de distancia. Supo ver en ello el afloramiento explosivo de un poder latente, y a partir de entonces se dedicó a seguirle el rastro. No sé como lo hizo, raras veces me contaba la forma en que desarrollaba sus investigaciones, solo los resultados, alegando que yo no poseía una mente científica para entenderle. Pero supo de alguna forma que usted acudía a ver al doctor Payot, y decidió abordarle. Aunque también averiguó que ellos iban igualmente tras usted.

De nuevo aquella palabra. David se estremeció.

—¿Quiénes son ellos?

La muchacha agitó la cabeza, enrollando unos cuantos tallarines en su tenedor.

—No lo sé. Y creo que mi padre tampoco lo sabía exactamente. Pero existen. Y ellos son quienes controlan el mundo. —Meditó sobre lo que acababa de decir—. No. Mejor dicho: ellos crean el mundo.

Incongruentemente, aquellas palabras despertaron el apetito de David. Fue consciente del plato de ternera con salsa de ostras que tenía ante él. Un impulso involuntario le hizo tomar los palillos para comer; quizá fuera una reacción instintiva a la desaparición de los palillos de la muchacha.

De pronto dejó de comer, con los palillos alzados en el aire.

—Pero esto no me aclara nada —dijo de pronto.

—¿Eh? —ella le miró sorprendida.

—Sigo en la misma oscuridad que antes —señaló David—. Más aún: todo se complica. Hasta ahora creía simplemente que yo era un ejemplar raro, alguien completamente aparte del resto del mundo. Ahora resulta que hay toda una conspiración a mi alrededor.

Isabelle Dorléac dejó escapar un profundo suspiro.

—Yo tampoco lo entiendo demasiado —dijo—. Mi padre se limitaba a hablar de ellos, como si fuera algo completamente natural y del dominio público. Decía que ellos sabían de la existencia de todos los que poseían el poder. Pero que nos ignoraban por qué éramos débiles. Débiles con el poder, quiero decir. No representamos ninguna amenaza para ellos.

—¿Y yo represento una amenaza? —se sorprendió David.

La muchacha se alzó ligeramente de hombros.

—No lo sé —murmuró—. Pero mi padre me dijo que era usted el poder más intenso que hubiera captado nunca. Y cuando me lo dijo parecía asustado.

Esta vez, la actitud del camarero era casi beligerante cuando se acercó a comprobar sus platos. Se apaciguó un poco al ver que ambos estaban semivacíos. Se alejó sin una palabra.

—¿Sabe que puede haberle ocurrido a su padre? —preguntó David.

La muchacha negó con la cabeza.

—No. Pero supongo que lo han hecho desaparecer. Como al doctor Payot. O a tantos otros. Cuando algo o alguien les molesta o no les interesa, simplemente lo eliminan.

—Y nadie se da cuenta de su desaparición —dijo David, pensando en su infructuosa búsqueda del psiquiatra parapsicólogo.

—No, nadie. Excepto aquellos que también poseen el poder. Ayer, cuando se fue, mi padre me dio esta nota y me dijo que la conservara conmigo, que no la dejara en ningún lado. No me dijo nada más. Hice lo que me había indicado por que sabía lo que quería darme a entender con guardarla siempre conmigo. Hoy por la mañana la he leído, como supongo que mi padre esperaba que hiciera sin necesidad de decirme nada, por que apenas levantarme he sabido que a mi padre le había ocurrido algo, ellos lo habían hecho desaparecer: toda huella suya se había esfumado del piso; ropas, fotos... todo. Como si no hubiera existido nunca. Así es como lo hacen.

Así es como lo hago yo, pensó David, recordando la desaparición de las flores de la chimenea del doctor Payot y la negativa de éste de que nunca hubieran estado allí, y tantos y tantos otros casos anteriores que le habían atormentado a lo largo del último año. Solo que él nunca había ensayado con seres vivos. Nunca con personas.

Hasta la tarde anterior, cuando había visto el aerocoche precipitarse contra él. Se estremeció.

—¿Por qué entonces no intentaron hacerme desaparecer a mí también? Les hubiera resultado más fácil que tratar de matarme.

La muchacha agitó dubitativa la cabeza.

—No lo sé. Pero supongo que tiene algo que ver con el poder que se posee. Mi padre dijo que usted era fuerte. No se exactamente lo que quería decir con esto, pero pienso que tal vez ellos no pueden hacerle desaparecer. No al menos como los demás. O como mi padre.

—¿Por qué no la hicieron desaparecer a usted también?

Tampoco lo sé. Imagino que solamente actual en casos directos. Hasta ahora yo estaba al margen. Claro que, ahora...

Una repentina sensación de peligro gravitó sobre los dos. Miraron a su alrededor. El lugar seguía pacíficamente tranquilo.

—¿Por qué se ha arriesgado entonces a venir a verme?

—Se lo debía a mi padre. Durante toda su vida ha estado luchando por desentrañar este asunto... creo que yo debo recoger su antorcha.

David agitó dubitativo la cabeza. La noche anterior, tendido en la cama, contemplando los arabescos de luz y sombra de la cortina reflejados en el techo, había pensado en que podía hacer al día siguiente. Ahora las cosas habían cambiado radicalmente. Se encontraba abrumado por los acontecimientos. Era demasiado en demasiado poco tiempo.

—No sé que decir... estoy confuso. Tengo la impresión de que hay algo que no encaja en todo esto.

—Yo he necesitado años para hacerme a la idea. No pretenda entenderlo todo en media hora.

David suspiró. Tomó un trozo de ternera entre sus palillos y lo contemplo fijamente.

—Sí, creo que tiene razón. Será mejor tomarse las cosas con calma. —Volvió a dejar la comida en el plato. Repentinamente había desaparecido toda su hambre.

El camarero apareció silencioso a su lado.

—¿Desean ya el postre los señores? —en su voz había un tono de reproche.

4

Caminaban en silencio, uno al lado de otro, cada cual sumido en sus propios pensamientos. David intentaba racionalizar su situación. Las cosas habían cambiado radicalmente desde que llegara a París. Ahora sabía que su caso no era único o aislado. El poder, aquel poder, fuera lo que fuese, que había en su interior, era detentado por más personas... y esas personas eran tremendamente celosas de su posesión. No querían intrusos. Estaban dispuestos a eliminarlos sin contemplaciones. ¿Por qué?

No lo sabía. Pero de repente sintió un ansia combativa no iba a dejarse atrapar como una rata. Lucharía. Averiguaría todo lo que pudiera sobre el asunto. Si su poder era tan fuerte como decía Isabelle Dorléac, se dijo, podía hacerlo.

Miró a la muchacha. ¿Y ella?, pensó. ¿Qué iba a hacer ella?

—¿Qué piensa hacer ahora? —preguntó de pronto.

Ella le devolvió la mirada. También parecía ensimismada.

—No lo sé —dijo—. Mi padre me pidió únicamente que le comunicara todo lo que supiera. No sé lo que esperaba conseguir con ello, pero ese era su deseo, y lo he hecho. Ahora... —se encogió de hombros—. Supongo que mi utilidad ha terminado.

—Pero no puede volver a su casa —dijo David.

Ella lo miró sorprendida.

—¿Por qué no?

—Bueno... Dice que toda huella de su padre ha desaparecido, ¿no? Y que ellos no habían actuado contra usted hasta ahora porque usted no se había involucrado en el asunto. Pero ahora si lo ha hecho. ¿Vivía alguien más con ustedes?

La muchacha negó con la cabeza.

—Entonces no puede volver a su casa. No para quedarse allí sola. —Se dio cuenta de que no era aquello lo que había querido decir.

—Tengo mi trabajo —protestó ella—. Soy decoradora de interiores. Debo atender a mis clientes.

—Oh, al diablo los clientes. —Se volvió hacia la muchacha y la sujetó por los hombros—. Escuche, estoy teorizando sobre lo que usted misma dijo, pero creo que estoy en lo cierto. Ellos tienen una forma peculiar de actuar. Me tenían localizado a mí; comprobaron que era peligroso, ignoro por qué motivos, he intentaron matarme físicamente. Hicieron desaparecer al doctor Payot al parecer porque yo entré en contacto con él y le puse al corriente de mi existencia y la de mi poder, pero no lo hicieron hasta después de que yo hubiera abandonado su consulta. Su padre me abordó, y lo hicieron desaparecer también, pero no tampoco hasta que se hubo separado de mí y me aguardaba en el salón de arriba de aquella cafetería.

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