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Authors: Domingo Santos

Hacedor de mundos (9 page)

BOOK: Hacedor de mundos
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—¿A donde quiere ir a parar con esto?

—Creo que la conclusión es lógica: no puede usted marcharse, si no quiere correr el riesgo de que la hagan desaparecer también. Ha entrado en contacto conmigo, me ha contado cosas. Es un peligro.

—No comprendo...

—Mire. Si ellos, sean quienes sean, intentan impedir que yo siga adelante en este asunto, querrán eliminar a todos aquellos que representen algún peligro, por marginal que sea. El recepcionista del hotel puede haberme proporcionado algunos nombres y direcciones, pero imagino que se halla por debajo del umbral de lo que ellos consideran peligroso: supongo que está a salvo. El doctor Payot podía psicoanalizarme y sacar a la superficie cosas ocultas de mi interior: fue eliminado. Su padre podía contarme lo mismo que me ha contado usted, y tal vez más: fue eliminado. Usted ha seguido sus huellas: en consecuencia, tampoco está segura.

Notó el leve estremecimiento de temor de los hombros de la muchacha, bajo sus manos.

—Entiendo.

—Solamente es una hipótesis, tal vez no tenga ningún fundamento real, pero así es como veo las cosas: Ninguna de las personas que ha sido eliminada por estar en contacto conmigo lo ha sido mientras estaba conmigo, sino luego. Puede que el motivo sea práctico: no ponerme sobre la pista de lo que ocurre emprendiendo acciones demasiado directas. Pero también es posible que, de alguna manera, la proximidad a mi persona les impida actuar sobre sus objetivos. No lo considero una idea excesivamente descabellada, si mi poder es tan fuerte como indicó su padre, sea lo que sea lo que quiso decir con esto.

Hizo una pausa. Ella no dijo nada. David prosiguió:

—Así pues, después de todo lo que usted me ha dicho, no puedo dejarla marchar. Sería correr el riesgo de condenarla a una muerte cierta. No quiero decir con esto que se halle más segura a mi lado, pero ciertamente no estará menos segura que lejos de mí. Con lo cual ya habremos conseguido algo.

Ella asintió con la cabeza.

—Entonces, estudiemos todas las posibilidades —prosiguió él—. Primera hipótesis: ignoramos si ellos pueden localizarme en cualquier momento, me halle donde me halle, o simplemente averiguaron dónde me alojaba y me rastrearon desde allí, pero ante la ignorancia seamos optimistas. Supongamos que no saben dónde localizarme ahora. Si volvemos al hotel les daremos de nuevo mi rastro. En consecuencia, el hotel queda descartado.

Miró a Isabelle Dorléac.

—Segunda hipótesis: seamos pesimistas, y supongamos que nos tienen localizados en este preciso instante. Pueden volver a intentar matarme, pero parece ser que no pueden hacerla desaparecer a usted mientras permanezca cerca de mí, como tampoco pueden hacerme desaparecer a mí. En consecuencia, no es prudente que nos separemos ni un momento. Al menos ahora.

—De acuerdo. Pero, ¿qué hacemos?

—No lo sé. En estos momentos no puedo pensar con claridad: la tensión me impide razonar. Necesitaría reflexionar detenidamente sobre el asunto. Lo mejor será buscar algún lugar tranquilo y discreto donde podamos pensar con calma y trazar un plan de acción.

—Mi apartamento —dijo Isabelle. David la miró sorprendido. —¿Eh?

—Creo que es el mejor sitio. Como ha dicho muy bien usted, es probable que puedan localizarle en cualquier momento y lugar. Si es así, nos encontrarán vayamos donde vayamos, de modo que ¿para qué preocuparnos?

»Pero si no es así, debemos actuar con precaución. Es arriesgado ir a algún hotel: lo primero que harán será indagar en todos los hoteles, y pueden encontrarnos sin demasiadas dificultades: piense que los registros hoteleros están informatizados en un centro de control común, y lo único que necesitan hacer es comprobar quienes se han inscrito en el día de hoy y dónde. Tampoco podemos alquilar un apartamento porque el registro inmobiliario está igualmente informatizado y centralizado. No olvide que nos hallamos en la era del control: cualquier paso que demos quedará registrado en algún lugar.

David hundió los hombros, desanimado.

—Lo sé. Pero ir a su apartamento es peligroso también. Si sabían de su padre también sabrán de usted, sobre todo teniendo en cuenta que posee igualmente el poder, aunque según usted dice sea a un nivel muy pequeño. El primer sitio donde buscarán será su apartamento.

Ella se echó a reír.

—Oh, al decir mi apartamento no me refería al lugar donde vivía con mi padre. ¿Sabe?, mi padre y yo teníamos una casita en las afueras de París, en Roissy, cerca del antiguo aeropuerto que cerraron. Pero mi trabajo me obliga muchas veces a quedarme varios días consecutivos en París, de modo que hace tiempo alquilé un apartamento en el nuevo Boul. St. Mich., donde tengo mi estudio de decoración. En realidad lo utilizo muy poco, de modo que casi nadie sabe de él, excepto algunos íntimos. No tiene las comodidades de una vivienda, pero servirá. Y es muy probable que pasemos desapercibidos en él. Si podemos pasar desapercibidos en algún lugar.

David dudó unos instantes, luego acabó asintiendo con la cabeza.

—Está bien. Esta utilizando usted esa lógica propia de las mujeres que nunca he acabado de comprender, pero puede que tenga razón. Y tampoco tenemos demasiadas otras alternativas. Vamos a su apartamento.

———

El apartamento no dejaba nada que desear. Era, ante todo, el apartamento de una diseñadora. Acondicionado con un gusto exquisito, en tonos pasteles, con alguna nota de color cuidadosamente dispuesta aquí y allá. El edificio, en mitad del remodelado Boulevard Saint Michel, cerca de los reconstruidos jardines de Luxemburgo, era uno de los pocos que había podido salvarse tras la inundación sin tener que ser derribado, aunque había sido sometido a una profunda restauración. Pese a su fachada de corte antiguo, el interior había sido reacondicionado de forma moderna. Su antigüedad quedaba delatada únicamente por la altura de sus techos y la anchura y altura de sus puertas y lo espacioso de sus habitaciones. Los amplios ventanales daban a un bullicioso bulevar que había vuelto a convertirse en el centro de la vida estudiantil parisina. Desde el tercer piso donde se hallaba situado, la vida exterior llegaba como un suave zumbido de fondo que era en cierto modo relajante. Después de las tensiones de los dos últimos días, David se sintió bien allí.

Isabelle Dorléac recogió el correo (hacía cinco días que no iba al apartamento) encendió las luces, revisó apresuradamente las cartas y las dejó sobre una mesita auxiliar.

—Póngase cómodo —dijo—. Voy a preparar algo de beber.

David examinó el apartamento. Era el clásico estudio a medio camino entre la vivienda y el lugar de trabajo. La entrada daba directamente a un salón, con una mesita baja, unos sofás de apariencia cómoda, algunas sillas junto a las paredes, una mesa de comedor plegable adosada a la pared entre las dos ventanas, un mueble por elementos a un lado. Observó que el número de sillas era desproporcionado a la aparente funcionalidad del salón; luego vio que junto a la entrada, en un paño de pared completamente despejado, había una pantalla enrollable adosada al techo. Diametralmente opuesta a ella había un equipo de video con magnificador de imagen, un proyector y un reproductor de diapositivas. Evidentemente las sillas eran para convertir la habitación en una pequeña sala de proyecciones siempre que fuera necesario, una vez retirados a un lado la mesita y los sofás.

Isabelle se dio cuenta de su examen.

—Suelo trabajar mucho con videos, filmaciones y diapositivas —dijo mientras entraba en una habitación al fondo a la derecha, que vio era una cocina—. Generalmente saco transparencias de mis bocetos y películas o videos de mis realizaciones, y cuando me reúno con mis clientes les paso una selección de todo lo que considero más afín a lo que quieren; siempre es más fácil discutir ideas y cambios sobre una pantalla en la pared que sobre el papel, sobre todo si mis clientes son más de dos. Es algo que ahorra bastante tiempo y palabras.

Junto a la cocina había otra puerta y a la izquierda, en la pared contigua, otras dos. Supuso que la contigua a la cocina debía ser el cuarto de baño. Las otras dos debían ser el cuarto de trabajo y un dormitorio.

La muchacha salió de la cocina con una bandeja con dos vasos, una cubitera llena, una jarra de agua helada a juzgar por la condensación que cubría el cristal, un platito con rodajas de limón. Lo depositó todo sobre la mesita baja y se dirigió hacia lo que evidentemente era el mueble bar dentro del mueble por elementos.

—¿Qué quiere tomar?

Se alzó de hombros. En realidad no le apetecía nada. Recordó la tarde anterior en el bar. Aún no había llegado a identificar la bebida que le habían servido, pero había hecho su efecto.

—Yo voy a tomar un whisky con agua —dijo ella—. ¿Le apetece lo mismo?

—Solo con hielo —respondió David. Nunca había sido partidario de aguar más de la cuenta el alcohol.

La muchacha sirvió las bebidas. Mientras trajinaba con la botella, los vasos, la jarra y los cubitos de hielo, siguió hablando:

—La puerta de la derecha, junto a la cocina, es el cuarto de baño; si lo necesita está a su disposición. La puerta del extremo, en la otra pared, es el estudio: allí es donde suelo trabajar. Tengo mi mesa de diseño, mi biblioteca, mi videoteca y mi archivo de imágenes. La puerta intermedia es el dormitorio.

Le entregó un vaso tintineante de cubitos de hielo.

—Generalmente vivo en Roissy, pero a veces tengo que quedarme a trabajar hasta tarde, y entonces duermo aquí. O a veces tengo que asistir a algún acto social, y no me apetece volver a Roissy a las tres de la madrugada. Y —sonrió—, jamás me he atrevido a casa a un amigo para pasar la noche con él, aunque sé que mi padre no hubiera dicho nada. —Una breve nube cruzó su rostro al mencionar a su padre.

Aquello les devolvió a la realidad. David contempló el líquido ambarino de su vaso con sus transparentes icebergs, sin saber que decir.

Isabelle fue a sentarse a su lado.

—Seguimos metidos en un maldito problema —dijo, y su rostro era brutalmente sincero—. Esta mañana, cuando vi que todo lo relativo a mi padre había desaparecido de la casa y leí su nota y comprendí lo que le había ocurrido, no supe ver exactamente la magnitud del asunto. Tan solo me di cuenta de que él ya no estaba allí, y que aquello era para siempre: mi padre había desaparecido definitivamente de este mundo, junto con todo lo relacionado con su existencia.

Aquello hizo pensar a David en lo que parecía una incongruencia. Alzó la cabeza.

—Pero la nota estaba allí —observó—. No había desaparecido.

Ella asintió con la cabeza.

—Eso es algo que me explicó mi padre hace tiempo. Cuando alguien o algo desaparece, todo lo relacionado con él desaparece también, o cambia en consecuencia. Excepto lo que está próximo o se halla relacionado con alguien que también posee el poder. Esto, en cierto modo, es lo que me ha hecho aceptar su hipótesis de que el doctor Payot y mi padre desaparecieron cuando estaban lejos de usted porque su proximidad a usted les protegía, y de que a usted intentaron matarle físicamente porque no podían hacerle desaparecer del otro modo. Por supuesto, eso permite suponer que no podrían hacer desaparecer tampoco a mi padre, pero el poder de mi padre, aunque mayor que el mío, era también pequeño, y eso probablemente les permitió dominarle. Lo que me hace aceptar que también pueden hacerme desaparecer a mí, si no estoy bajo el área de influencia, o protección, o como quiera llamarle, de usted.

»Pero lo que si no pueden hacer es borrar a nuestros ojos las huellas de los cambios. Cuando hice desaparecer los palillos del restaurante chino, seguí sabiendo que los palillos habían estado allí, y lo mismo le ocurrió a usted, aunque sin duda el camarero pensaría que se había olvidado de ponerlos. Del mismo modo, cuando mi padre desapareció, y con él todas las pruebas de su existencia, y sus recuerdos entre amigos, familiares y conocidos, yo seguí recordando pese a todo que si había existido. Es más, yo seguí existiendo.

David la miró desconcertado.

—Intentaré explicárselo, aunque yo tampoco lo comprendo muy bien —prosiguió Isabelle—. Cuando alguien desaparece, es como si de repente no hubiera existido nunca. Si está casado, su esposa se descubre soltera, o casada con otro hombre; si tiene hijos, estos desaparecen también, como un eco de su desaparición, o se descubren distintos e hijos de otro hombre, sin recordar nada de su anterior padre ni de su existencia.

»Pero esto no ocurre con quienes poseen el poder, aunque sea en grado ínfimo, como yo. De modo que en estos casos se produce una incongruencia..., una paradoja. Yo estoy aquí, he nacido, sé quien es mi padre..., pero mi padre no ha existido nunca. Ignoro que aspecto tendrá ahora mi nueva realidad. Mi madre murió hace cinco años. Puede que descubra que de repente soy hija de madre soltera, o que mi padre murió mucho antes que mi madre, o está vivo y nos abandonó hace tiempo, o que no me llamo Dorléac sino Petit o Savigny o cualquier otro apellido, aunque siga conservando mis antiguos documentos si los llevaba conmigo en el momento en que mi padre desapareció. —Esbozó una ligera sonrisa—. Pienso que, si no tuviéramos cosas más importantes de que ocuparnos en estos momentos, sería interesante investigarlo.

Hizo una pausa, lo suficiente para volver a llenarse su vaso. David tenía el suyo casi intacto.

—Del mismo modo —prosiguió—, todo lo relacionado con la persona o cosa desaparecida que se halle en las inmediaciones de alguien con el poder no desaparece. Mi padre lo sabía. En sus investigaciones sobre la naturaleza y características del poder hizo algunos experimentos con una gran variedad de objetos, y llegó a la conclusión de que él poseía a su alrededor un aura (así la llamó) que alcanzaba casi los tres metros, mientras que la mía era de poco más de un metro. En consecuencia, sabiéndolo, me entregó la nota ayer al mediodía, sabiendo que, aunque a él le ocurriera algo, no desaparecería si yo la conservaba junto a mí, y que yo la leería hoy apenas despertarme si descubría que él y todo lo suyo habían desaparecido.

David asintió lentamente con la cabeza. Intentaba comprender, pero algo se le escapaba todavía.

—Cuando volví a la Tierra —dijo de pronto—, descubrí que las constelaciones del cielo habían cambiado respecto a como las conocía antes. Pero nadie las consideraba distintas de cómo habían sido durante toda su vida, e incluso los libros de astronomía las muestran como están ahora. Sin embargo —su voz tenía un intenso tono de testarudez—, yo las conocí distintas.

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