Cuando acabó el interrogatorio, mi padre asintió en señal de aprobación y logré relajarme un poco.
—Has hecho lo correcto al traerlo aquí y opino que lo del mercader tanethano es la solución —dijo mirándonos a los demás— Lo que añade un nuevo problema, amigos, ya que tenemos ciento cincuenta familias entre las que elegir.
—Los ciento cincuenta mejores timadores de Taneth —murmuró Moritan.
—Quizá pueda ayudaros otra vez —advertí con nerviosismo, cogiendo nuevamente mi bolsa en busca de la lista que el capitán cambresiano Xasan me había confeccionado en un papel—. Durante el viaje nos detuvimos en Kula. Allí estaba un capitán naval cambresiano, cuyo buque había sido atacado por piratas. Parecía digno de confianza y me escribió una lista con cinco de las grandes familias más honorables.
—No has perdido el tiempo —comentó mi padre—. Excelente previsión. ¿Cuáles son esas familias?
Nunca había sido sencillo ganar la aprobación o el elogio de mi padre, y me reconfortó haberlos recibido dos veces en cinco minutos.
—Hiram, Banitas, Jilreith, Dasharban y Barca.
—Eso reduce nuestra elección a sólo cinco de los ladrones más importantes —ironizó Montan—. No busquéis más o será como estar cazando fantasmas.
Mi padre le clavó una mirada de distante desconcierto. —¿Tienes algo que aportar a esta conversación? —le preguntó. Jilreith es una familia cliente de Foryth, la más poderosa y a la
vez
,
la
más criminal de las familias.
—Entonces no debemos tenerlos en cuenta —dijo Courtiéres—. Además de ser un sujeto malicioso y manipulador, a lord Foryth no le agrada Cathan. Os aseguro que Cathan no tiene la culpa. Foryth intentó estafarme esta mañana. Ése ha sido el motivo de que
,
me ausentase de la reunión, estaba buscándolo; y cuando al fin lo encontré se hallaba causando más problemas.
Noté que Courtiéres no mencionaba con exactitud cuáles habían sido los problemas, quizá para evitar que mi padre se enfureciese y retase a duelo a Foryth. Siempre perdía la calma si alguien nos amenazaba a mí, a mi madre o a mi hermano.
—Te tomo la palabra —aceptó mi padre, que confiaba ciegamente en sus amigos, una costumbre que en Taneth no hubiese sido para nada aconsejable. En Océanus, en cambio, los lazos entre amigos y enemigos estaban establecidos de forma muy clara. Teníamos quince condes, tres en cada facción, y las alianzas se habían mantenido firmes durante décadas. En Taneth, según había oído, los pactos se acordaban para ser violados—. ¿Alguien posee datos sobre las otras cuatro familias?
—Creo que Dasharban figura en los libros negros del Dominio —informó Sarhaddon tras una breve pausa—. Podría ser otra familia cuyo nombre comience con «d», pero estoy casi seguro de que
se trata de ésta. Si así fuera, no constituirían una buena opción, sobre todo si no deseáis que os investiguen los sacri.
—Por lo tanto, Dasharban queda eliminada —sostuvo Courtiéres a media voz mientras mi padre asentía con la cabeza.
—A menos que alguno de los presentes pueda agregar algo sobre las tres familias restantes, deberemos intentar contactar con ellas. No habrá más reuniones del Consejo en el día de hoy y ya hemos almorzado.
Mientras abandonábamos la sala, Sarhaddon se nos acercó. —Si no es mucha molestia —dijo—, yo debería partir rumbo al zigurat.
—Por supuesto que no —le respondió mi padre—. Te agradezco el haber escoltado a Cathan hasta aquí y espero que progrese tu carrera. Siempre serás bienvenido en Lepidor.
Metió entonces la mano en un bolsillo de su túnica verde oscuro y extrajo un monedero.
—Los habitantes de Océanus no somos como los de Taneth; siempre pagamos los servicios prestados. No es mucho, ya que por el momento no somos ricos, pero me hará feliz si te ayuda a hallar un mentor poderoso o lo que te sea necesario en la Ciudad Sagrada.
—G... gracias, conde Elníbal —tartamudeó Sarhaddon.
Nos estrechamos la mano al salir del palacio y ambos nos deseamos buena suerte. Me pregunté si alguna vez volvería a verlo.
—¡Charlatanes arrogantes! —murmuró mi padre con furia mientras nos alejábamos de la mansión Banitas—. Si ellos son dignos de confianza, entonces yo soy el emperador de Thetia.
No comenté nada: de mal humor, mi padre era una figura imponente cuyo enojo nadie se atrevía a alimentar. En las pasadas tres horas habíamos intentado en vano cerrar un contrato tanto con la familia Banitas como con la Hiram. Los integrantes de la familia Hiram nos habían tratado con amabilidad, pero tenían verdaderos motivos para rechazar el trato: una de sus mantas había sido capturada por los piratas y sencillamente carecían de buques suficientes para ir hasta Lepidor, tratándose de una área que por el momento no estaba bien interconectada con el resto. Mi padre acabó aceptando a regañadientes que tenían razón y que, después de todo, quizá fuesen sinceros y nos estuviesen haciendo un favor al no aceptar un negocio que no se sentían capaces de llevar a cabo.
Con los Banitas el asunto había sido diferente. Aunque recomendados por Xasan, no parecían en absoluto honorables y su mal disimulada hostilidad no era sólo insultante, sino que me resultaba inexplicable. Me recordaba la actitud del oficial y de Foryth el día anterior. Pero ¿por qué una familia rechazaría a un nuevo cliente de ese modo? No les era desconocido que hacerlo les crearía una mala reputación entre los condes provinciales. Su excusa había sido una flagrante mentira y eso fue lo que, más que ninguna otra cosa, dejó anonadado a mi padre. Al parecer, Moritan estaba en lo cierto.
—Pues tendremos que intentarlo con la última de las cuatro familias, Barca. No puede causar ningún mal intentarlo y si fallamos, convocaremos una nueva reunión del Consejo —sentenció mi padre con desánimo cuando nos detuvimos en la calle tras habernos alejado de la mansión Banitas. Los tres criados que nos habían acompañado con carácter de servidores nos esperaban a unos pocos metros.
El sol había alcanzado su cenit y un calor abrasador invadía el mediodía, impidiendo a la gente caminar fuera de la sombra. Mi padre pidió a uno de los servidores que le preguntase a un transeúnte dónde estaba la mansión Barca y cuáles eran sus colores distintivos.
—Viven al final de la siguiente calle, caminando hacia arriba —informó el criado—. Sus colores son azul oscuro y plateado. ¿Azul oscuro y plateado? ¿No era acaso la bandera de la mansión desvencijada que había visto con Sarhaddon cuando nos dirigíamos al palacio? De ser así, no guardaba grandes esperanzas de obtener allí un contrato fiable. Sin embargo también era posible que, al estar desesperados, sus integrantes se comportasen de forma menos arrogante. ¿Qué había dicho Xasan? Años de mala administración. ¿Habría quizá en este momento una nueva cabeza al frente de la familia?
Se trataba indudablemente de la mansión que habíamos visto con anterioridad, aunque ahora que el sol no le daba de lleno parecía algo menos deteriorada. Como todas las mansiones, su base estaba unos cuantos escalones por encima de la calle y tenía pocas ventanas de alféizar alto, a fin de evitar que quienes pasaban por su frente pudiesen espiar el interior con facilidad.
La puerta se abrió cuando nos aproximamos, y apareció un hombre de avanzada edad vestido con una desgastada librea azul. Aunque anciano, su barba y su cabello estaban bien recortados y su mirada conservaba la agudeza.
—¿Deseáis ver a mi amo? —preguntó disimulando cualquier curiosidad que pudiese sentir.
—Si se encuentra en casa —respondió mi padre recuperando, al menos en su aspecto exterior, el autocontrol y la calma habituales en él.
Agradecí a Ranthas que Courtiéres no estuviese con nosotros, ya que ignoraba por completo el significado de la palabra <
—Está en casa. ¿Quiénes lo buscan?
—Elníbal, conde del clan Lepidor en Océanus, y su heredero. El anciano nos condujo hacia una antecámara que, aunque no estaba en óptimas condiciones, tampoco reflejaba ninguna de las señales de ruina del exterior. Delgadas cortinas de gasa cubrían el acceso a los distintos ambientes y, en lugar del diseño típico de Taneth, sus muros estaban pintados de un vívido sepia con la guarda de adorno al nivel de la cintura. El suelo embaldosado estaba cubierto con una alfombra del color de la arena. Era como entrar en otro mundo, pero... ¿a qué mundo? El estilo y la decoración no me recordaban nada que hubiese visto antes.
Advertí que las puertas que conducían al patio interior estaban abiertas, permitiendo descubrir un deslumbrante jardín con palmeras y diversas plantas tropicales, coronado en el centro por una bella fuente de la que manaba el agua. Me sorprendió la meticulosidad con la que estaba cuidado el jardín.
Tras acompañarnos al interior de la casa a mi padre, a mí y a los servidores, el anciano desapareció por una puerta lateral y, un minuto más tarde, oímos de modo muy tenue el sonido de su voz.
Instantes después volvía a abrirse la puerta y el lord de la casa Barca nos saludaba con cortesía. Devolvimos el gesto y, mientras nos daba la bienvenida, lo observamos con detenimiento.
Calculé que no tendría más de treinta años, no era más que unos pocos años mayor que Sarhaddon. Sus rasgos eran los propios de la gente de Taneth: piel tostada del color de la oliva, pómulos altos, una prominente nariz aguileña y ojos verdes. Su cabello castaño oscuro era rizado pero no demasiado bonito, y no llevaba barba. Sus ropas consistían en una mera túnica que, sin duda, a juzgar por los pliegues, acababa de ponerse sin pensarlo dos veces. Era de color rojo cobre y su cinturón tenía incrustaciones de bronce.
—Bien venido a mi casa, conde Elníbal. Soy Hamílcar.
Su voz poseía la calidez de la de un tenor, y durante aquel día había oído hablar a tantos tanethanos que ya casi estaba acostumbrado al acento.
—Que tu familia goce de larga prosperidad, lord Hamílcar. Soy Elníbal de Lepidor, y éste es mi hijo mayor, Cathan.
—¿Qué asunto te ha traído hasta aquí? —Busco un contrato para transportar hierro.
Ya habían pasado las formalidades, pero incluso antes de oír las últimas palabras el rostro de Hamílcar se había iluminado. Noté que, al principio, parecía indiferente a cualquier novedad, como quien ya ha perdido todas las esperanzas, pero las palabras de mi padre habían proyectado un rayo de sol sobre su familia.
—¿Par qué no nos dirigimos a un ambiente más confortable? Haced el favor de seguirme.
Nos guió hacia una puerta en el extremo opuesto de la sala y entramos en lo que debía de ser la cámara de invitados, aún más sorprendente que el ambiente anterior. Había en el suelo más alfombras, así como diversas plantas a lo largo de toda la pared, en la que había ventanales. Observé con absorto detenimiento los muros: estaban cubiertos de frescos con escenas marinas pintados sólo con tonos de azul. Sobre un podio, en un rincón, había una escultura de un delfín, quizá de unos treinta centímetros, esmaltada con un gastado y magullado lapislázuli. Mi saber sobre estilos artísticos no era muy amplio, pero estaba seguro de no haber visto antes nada igual.
Hamílcar observó la dirección de mi mirada y me informó: —Es una antigua qalathari, de la Octava Dinastía, procedente de un templo destruido durante la guerra.
Mis ojos se abrieron de par en par. ¿Octava Dinastía? No era mucho lo que sabía sobre la historia de Qalathar, excepto que el imperio de Thetia había sido la Octava Dinastía y había perdido el trono doscientos años atrás. El delfín debía de ser sumamente valioso.¿Dónde y cómo podía haberlo adquirido Hamílcar si era tan pobre? Quizá fuese una herencia familiar.
No bien el viejo criado nos hubo escoltado hasta el patio, Hamílcar nos indicó que nos sentásemos. El viejo desapareció por un momento y cuando regresó su amo le ordenó:
—Trae bebidas para agasajar a los huéspedes, vino de Cambress, y dile a Palatina que venga inmediatamente.
Luego dirigió la atención a nosotros. La esperanza de su rostro había sido reemplazada ahora por un cauto optimismo, pero en cada palmo de la casa del mercader se olía la oportunidad de un acuerdo.
—Decíais, ¿un contrato para transportar hierro desde Lepidor hasta...?
—Hasta aquí, eso es lo que pensaba. —¿Cuánto hierro? ¿Con qué frecuencia?
—Mi capataz calcula que la producción superará las ochocientas toneladas mensuales de hierro refinado a lo largo de un año, aunque todavía debemos instalar la infraestructura. El primer cargamento estaría listo en unos cuatro meses.
—Ochocientas toneladas... Eso requeriría emplear dos buques enteros trabajando de forma permanente. El precio del hierro es alto en este momento y rara vez fluctúa, por lo que estamos ha blando de nueve a diez mil coronas mensuales de promedio. ¿Veinte por ciento de los beneficios para la familia Barca?
Mi padre asintió y Hamílcar prosiguió calculando cifras en su mente con una velocidad y una destreza que me ponían verde de envidia.
—Entre dos mil y dos mil quinientas para mí, lo que os deja a vosotros de siete a siete mil quinientas.
Los mercaderes de Taneth recurrían casi siempre a acuerdos de porcentaje, vendiendo los bienes en nombre del productor a cambio de una parte de las ganancias, y muy rara vez compraban toda la mercancía a un precio para luego venderla por una suma mayor. Eso reducía el riesgo de bancarrota sobre la pérdida de cargamentos enteros a manos de los piratas o de las fuerzas naturales. Se me había dicho que, una vez firmado un contrato y depositadas las copias en las oficinas de unas cuantas autoridades los tanethanos siempre mantenían su palabra. Las familias que u oraban a sus clientes eran disueltas por el Consejo de los Diez, a quienes aterrorizaba la idea de perder negocios. Pero, a la vista del modo en que los tanethanos se habían comportado con nosotros durante aquel día, me sorprendía que alguien pudiese confiar en ellos de verdad.
La discusión fue interrumpida por la llegada del sirviente con una bandeja de bebidas.
—Palatina está en camino, señor —anunció el viejo mientras apoyaba la bandeja en una mesa baja, cuyas patas estaban decoradas con oro. Luego sirvió un oscuro vino tinto en copas de cristal; incluso en circunstancias difíciles, los tanethanos conservaban lujos comparables con los tesoros más preciados de cualquier gobernante y los utilizaban sin temor. Nunca había visto copas semejantes y me preguntaba si serían también qalathari o de estilo qalathari. Además, según comprendí poco después, cuando comencé a beber mi segunda copa, sabían perfectamente cuándo un vino estaba bien añejo.