Lo que tales revelaciones «demostraban» era que los dirigentes del POUM transmitían por radio secretos militares a Franco, estaban en contacto con Berlín y actuaban en colaboración con la organización fascista secreta de Madrid. Además, se consignaban sensacionales detalles sobre mensajes secretos en tinta invisible, un documento misterioso firmado con la letra N (por Nin) y otras «cosas» por el estilo.
El resultado final fue éste: seis meses después de los acontecimientos, mientras escribo estas líneas, la mayoría de los dirigentes del POUM siguen en la cárcel, aunque no han sido sometidos a juicio, y nunca se han formulado oficialmente los cargos de haberse comunicado con Franco por radio, etcétera. De haber sido realmente culpables de espionaje, se los habría juzgado y fusilado en una semana, como ocurrió antes con tantos espías fascistas. Ninguna clase de prueba fue presentada jamás, exceptuando las afirmaciones no fundamentadas de la prensa comunista. Las doscientas «confesiones detalladas», de haber existido, habrían bastado para condenar a cualquiera; pero nunca volvieron a ser mencionadas porque no fueron sino doscientos inventos de alguna imaginación siniestra.
Además, casi todos los miembros del gobierno español han negado las acusaciones contra el POUM. Hace poco, el gabinete decidió, por cinco votos contra dos, poner en libertad a los prisioneros políticos antifascistas; los dos votos en contra correspondían a los ministros comunistas. En agosto, una delegación encabezada por James Maxton, miembro del Parlamento inglés, viajó a España para investigar los cargos contra el POUM y la desaparición de Andrés Nin. Prieto, ministro de Defensa Nacional; Irujo, ministro de Justicia; Zugazagoitia, ministro del Interior; Ortega y Gasset, procurador general; Prat García y otros rechazaron cualquier sospecha de culpabilidad por espionaje respecto a los dirigentes del POUM. Irujo añadió que, habiendo examinado el expediente relativo al caso, opinaba que ninguna de las llamadas pruebas podría soportar un examen y que el documento que se atribuía a Nin «carecía de valor», es decir, era falsificado. Prieto consideró a los líderes del POUM responsables de las luchas de mayo en Barcelona, pero desechó la idea de que fueran espías fascistas. «Lo más grave –agregó— es que el arresto de los dirigentes del POUM no fue decidido por el gobierno; la policía lo llevó a cabo por su cuenta. Los responsables no son los altos funcionarios policiales, sino su entorno, en el que se han infiltrado los comunistas, según sus métodos habituales». Citó otros casos de arrestos policiales ilegales. Asimismo, Irujo declaró que la policía se había tornado «casi independiente» y estaba de hecho bajo el control de elementos comunistas foráneos. Prieto insinuó bastante claramente a la delegación que el gobierno no podía darse el lujo de ofender al Partido Comunista mientras los rusos enviaran armas. Cuando otra delegación, encabezada por John McGovern, miembro del Parlamento, llegó a España en diciembre, recogió manifestaciones casi idénticas, y Zugazagoitia, ministro del interior, repitió la insinuación de Prieto en términos aún más claros: «Recibimos ayuda de Rusia y hemos tenido que permitir ciertos actos con los que no estábamos de acuerdo». Como ejemplo de la autonomía policial, resulta interesante señalar que una orden firmada por el director de Prisiones y por el ministro de Justicia no bastó para que McGovern y sus compañeros pudieran entrar en las «cárceles secretas» que el Partido Comunista tenía en Barcelona.
[30]
Creo que lo dicho basta. La acusación de espionaje contra el POUM se basaba tan sólo en artículos de la prensa comunista y en procedimientos de la policía secreta controlada por los comunistas. Los líderes del POUM y centenares o miles de sus seguidores están aún en la cárcel, y la prensa comunista sigue clamando por la ejecución de los «traidores». Pero Negrín y los demás no se han dejado doblegar y se han negado a permitir una masacre a gran escala de «trotskistas». Considerando la presión que se viene ejerciendo sobre ellos, es muy meritorio que no hayan cedido. Entretanto y teniendo en cuenta lo que acabo de citar, resulta muy difícil creer que el POUM fuera realmente una organización de espionaje fascista, a menos que se acepte que Maxton, McGovern, Prieto, Irujo, Zugazagoitia y el resto están también a sueldo de los fascistas.
Para acabar, me referiré a la acusación de «trotskista» que se formula contra el POUM. «Trotskista» es un término utilizado de forma tal que resulta sumamente equívoco; a menudo se emplea para confundir. Vale la pena, por lo tanto, detenerse a definirlo. La palabra «trotskista» se emplea para designar a:
1) Alguien que, como Trotsky, propugna la «revolución mundial», en contraposición con el «socialismo en un solo país». Menos estrictamente, un revolucionario extremista.
2) Un miembro de la organización encabezada por Trotsky.
3) Un fascista que simula ser revolucionario, que en la URSS basa su acción especialmente en el sabotaje y, en general, actúa dividiendo y socavando las fuerzas de izquierda.
En la primera acepción es probable que pueda calificarse de trotskista al POUM, así como también al ILP inglés, a la SAP alemana o a los socialistas de izquierda franceses. Pero el POUM no tenía contacto alguno con Trotsky ni con la organización trotskista (bolchevique-leninista). Cuando estalló la guerra, los trotskistas extranjeros que llegaron a España (unos quince o veinte) trabajaron al principio para el POUM, a causa de que la ideología de este partido era la que más se aproximaba a su propio punto de vista, pero no se afiliaron a él; más tarde, Trotsky ordenó a sus seguidores que atacaran la política del POUM, y los trotskistas fueron alejados de los cargos del partido, si bien unos pocos permanecieron en la milicia. Nin, jefe del POUM después de la captura de Maurín por los fascistas, fue en su tiempo secretario de Trotsky, pero se había distanciado de él hacía ya años y había formado el POUM mediante la amalgama de diversos núcleos comunistas de oposición y sobre la base del ya existente Bloque Obrero y Campesino. La vinculación de Nin con Trotsky fue utilizada por la prensa comunista para demostrar que el POUM era trotskista. Mediante idénticos argumentos podría demostrarse que el Partido Comunista inglés es una organización fascista, pues John Strachey estuvo alguna vez vinculado con Sir Oswald Mosley.
En la segunda acepción, la única definición exacta de la palabra, el POUM sin duda no era trotskista. Importa establecer esta distinción, pues la mayoría de los comunistas da por sentado que un trotskista en esta acepción lo es también en la tercera, es decir, que la organización trotskista no es más que una maquinaria de espionaje fascista. El «trotskismo» fue conocido por el público en la época de los juicios rusos por sabotaje, y llamar a un hombre trotskista equivale prácticamente a llamarlo asesino, agente provocador, etcétera. Al mismo tiempo, quien critique la política comunista desde un punto de vista izquierdista corre el riesgo de ser denunciado como trotskista. ¿Se afirma entonces que todo aquel que profese un extremismo revolucionario está a sueldo de los fascistas?
En la práctica esto está sujeto a las conveniencias locales. Cuando Maxton viajó a España con la delegación mencionada,
Verdad
,
Frente Rojo
y otros periódicos comunistas españoles lo denunciaron de inmediato como un «fascista-trotskista», espía de la Gestapo y cosas así. Sin embargo, los comunistas ingleses se cuidaron muy bien de repetir esta acusación. En la prensa comunista inglesa, Maxton se convierte en un «reaccionario, enemigo de la clase obrera», lo cual es convenientemente vago. La razón de esta moderación simplemente se debe a que varias dolorosas lecciones han despertado en la prensa comunista inglesa un sano temor a la ley de difamación. El hecho de que la acusación no se repitiera en un país donde quizá sería necesario probarla demuestra que se trataba de una mentira.
Podría parecer que he considerado las acusaciones contra el POUM con mayor extensión de lo necesario. Comparada con las miserias de una guerra civil, esta riña intestina entre partidos, con sus inevitables injusticias y falsas acusaciones, puede parecer trivial. No lo es en realidad. Creo que las calumnias y las campañas periodísticas de este tipo y los hábitos mentales que revelan son capaces de ocasionar el daño más tremendo a la causa antifascista.
Quien se haya preocupado un poco por estos asuntos sabe que no es nada nueva la táctica comunista de atacar a los opositores políticos con acusaciones falsas. Hoy usan el calificativo «fascista-trotskista», ayer emplearon el de «social-fascista». Hace sólo seis o siete años los juicios rusos «demostraron» que los dirigentes de la Segunda internacional, entre los que se contaban, por ejemplo, León Blum y miembros destacados del Partido Laborista británico, preparaban un gigantesco complot para la invasión de la URSS. Sin embargo, aún hoy los comunistas franceses aceptan de buen grado a Blum como líder, y los comunistas ingleses hacen lo imposible por introducirse en el Partido Laborista. Dudo de que acciones de este tipo rindan frutos, incluso desde un punto de vista sectario. Y entretanto, son evidentes el odio y las disensiones que la acusación de «fascista-trotskista» están causando. Los comunistas de base de todo el mundo son conducidos hacia una insensata caza de «trotskistas», y las organizaciones del tipo del POUM son empujadas a la tan estéril posición de meros partidos anticomunistas. Ya se ve el comienzo de una peligrosa división en el movimiento de la clase obrera mundial. Unas pocas calumnias más contra socialistas prominentes, Otros pocos fraudes como las acusaciones contra el POUM y la división puede tornarse insalvable. La única esperanza reside en mantener la controversia política en un plano tal que la discusión exhaustiva sea posible. Entre los comunistas y quienes se encuentran, o afirman encontrarse, a la izquierda de ellos existe una diferencia real: los comunistas sostienen que es posible derrotar al fascismo mediante una alianza con sectores de la clase capitalista (el Frente Popular), y sus opositores afirman que tal maniobra sólo sirve para dar al fascismo mayor fuerza. La cuestión debe debatirse; una decisión errónea puede conducirnos a una semiesclavitud de siglos. Pero mientras no se presente otro argumento que el grito de «¡fascista trotskista!», ni siquiera es posible comenzar a hablar. Yo no podría, por ejemplo, ponerme a discutir la lucha de Barcelona con un miembro del Partido Comunista, pues ningún comunista, es decir, ningún «buen» comunista, admitiría que he dado una versión veraz de los hechos. Fiel a su «línea» de partido, tendría que declarar que miento o, en el mejor de los casos, que estoy totalmente equivocado y que cualquiera que haya ojeado los titulares del
Daily Worker
, a mil kilómetros del escenario de los acontecimientos, sabe más que yo acerca de lo que ocurrió en Barcelona. En tales condiciones resulta imposible conversar; falta la más mínima base de acuerdo necesaria. ¿Qué finalidad tiene afirmar que hombres como Maxton trabajan para los fascistas? Parecería que únicamente la de imposibilitar toda discusión seria. Como si en un campeonato de ajedrez, uno de los competidores comenzara de pronto a gritar que su contrincante es culpable de un incendio o de bigamia. La cuestión que realmente importa no se aborda nunca. La difamación no soluciona nada.
Eric Arthur Blair, más tarde conocido bajo el seudónimo de
George Orwell
, nació en 1903 en Motihari (Bengala, India). Regresa a Inglaterra con su familia, en 1911 ingresa en el colegio St. Cyprien, escuela de la alta burguesía, y en 1917 entra en el colegio de Eton. En 1922 deja de estudiar e ingresa en la policía imperial birmana. Esta etapa de su vida, que dura seis años, será crucial para él. De vuelta a Europa en 1928, se instala primero en París y luego en 1930 en Londres. En este tiempo publica
Sin blanca en París y Londres
. En 1934 publica
Días en Birmania
, una denuncia del imperialismo inspirada en sus propias vivencias; y en 1935,
La hija del reverendo
, la historia de una solterona que encuentra su liberación viviendo entre campesinos. En 1937 publica
El camino a Wigen Pier
, una crónica desgarradora sobre la miseria y el paro en los barrios obreros de Lancashire y Yorkshire. A finales de 1936 decide viajar a España para trabajar inicialmente como periodista; pero las circunstancias le llevarán a enrolarse en las milicias del POUM. En 1938, cuando aún no había llegado a su fin la guerra civil, escribe
Homenaje a Cataluña
, donde relata sus experiencias en la Revolución española. En 1944 termina de escribir
Rebelión en la granja
, una fábula donde muy pedagógicamente nos describe la evolución del comunismo en la URSS. En 1948 enferma de tuberculosis y es hospitalizado durante casi medio año. Al salir puede concluir su última novela
1984
, una crítica del autoritarismo y el poder absoluto, pero vuelve a recaer de su enfermedad y muere el 21 de enero de 1950. A los cincuenta años de su muerte, el mejor homenaje que se le puede rendir al propio Orwell es dar a conocer de nuevo su obra y dejarse arrastrar con él por las embarradas trincheras del frente de Aragón y las barricadas de la Barcelona revolucionaria, con el cuerpo entumecido y hambriento y el espíritu generoso y ardiente de quien se sabe del lado justo de la Historia.
[1]
Este prólogo apareció publicado en la edición argentina de
Homenaje a Cataluña
, publicada por la Editorial Reconstruir/Dissur Ediciones (Buenos Aires, 1996), que era una reedición de la publicada por la también argentina editorial Proyección (1963, 1964, 1973, 1974).
<<