Indiscreción (31 page)

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Authors: Charles Dubow

Tags: #Erótico, #Romántico

BOOK: Indiscreción
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—Walter —dice—. ¿Qué haces aquí?

Pelo Gris parece confuso, es evidente que no le hace gracia la intromisión. Desde luego no lo culpo.

Me inclino y le doy dos besos a Maddy.

—He quedado a cenar con un cliente —miento—. Creí que sería divertido ver por qué todo el mundo habla tanto de este sitio, pero acabo de recibir un correo que me dice que se va a retrasar.

—Walter, perdona, éste es Richard —dice, y señala a Pelo Gris como si toparme con ella en un restaurante del centro con un desconocido fuera lo más normal del mundo.

Es la encarnación hollywoodiense de un alto ejecutivo: mandíbula granítica, dentadura perfecta, cabellera abundante, reloj de oro. Más de cerca me doy cuenta de que más bien rondará los sesenta.

—¿Qué tal? —contesto, y mientras cojo una silla desocupada que tengo detrás pregunto—: ¿Os importa?

Ya me estoy sentando, de manera que la única respuesta posible sin ser maleducados es «no». Aún tienen la carta en la mano, lo que significa que todavía no han pedido.

—No, claro que no —replica Pelo Gris, y me dedica una sonrisa de sala de juntas magnánima—. Un amigo de Maddy siempre es bienvenido.

—Y no un amigo cualquiera —puntualizo—. Su mejor amigo. Nos conocemos desde que éramos dos renacuajos, ¿no, guapa? Y dime —añado con desenfado mientras vuelvo la cabeza y la miro por primera vez desde que me he sentado—, ¿dónde te metes? He estado intentando dar contigo, pero últimamente has estado muy ocupada.

Maddy me mira mal.

—Sí que lo he estado, sí, Walter. Siento que no hayas podido localizarme.

—Bueno, está claro que he estado yendo a donde no debía.

—Perdona, Walter, ¿quieres tomar algo? —pregunta Pelo Gris.

Es evidente que viene de la escuela que cree que la mejor forma de hacerse con el control de una situación es pagando por ella.

—Pues sí, gracias, Rich. Todo un detalle por tu parte. —Alzo la mano, llamo en el acto a un camarero y le pido un martini de Beefeater con un toque de limón—. Siento mucho entrometerme así. Por cierto, ¿de qué os conocéis?

Maddy no dice nada, se limita a fulminarme con la mirada. Pelo Gris cuenta:

—Ah, nos conocimos en una fiesta en Southampton la semana pasada.

—Conque en Southampton. Qué sitio más bonito. ¿Hace mucho que vives allí?

—Unos diez años. Compré una vieja granja y la sustituí por algo más moderno. ¿Sabías que no había más que un cuarto de baño en toda la casa? El agente inmobiliario me dijo que allí vivía una familia de siete miembros. Imagínate la cola que se formaría por la mañana —apunta con una risa estudiada.

Lo odio, naturalmente, pero también le veo su encanto. Me he sentado a una mesa frente a muchos como él, avasallándolos, tomando lo que me corresponde. Podría hacerlo todo el día, o toda la noche. Es como cazar moscas.

Sonrío afablemente a Pelo Gris y vuelvo la cara hacia Maddy, dejándolo colgado.

—¿Y Johnny? Hace semanas que no lo veo.

—Es verdad, sí —replica ella con una sonrisa idéntica. Ah, cómo la conozco—. Está bien.

—Igual me paso a verlo una tarde de éstas, suponiendo que estés —le suelto. Y a Pelo Gris—: Es mi ahijado. Tiene nueve años. Un gran chico. —Y antes de que él pueda colar alguna observación manida sobre las virtudes de los niños de nueve años, me centro de nuevo en Maddy—: Por cierto, he descubierto que tenemos algunos amigos comunes.

—Siempre los hemos tenido, Walter —replica con agudeza.

—Ya, bueno, pero éstos son nuevos.

—¿Ah, sí? Me alegra mucho saber que estás haciendo amistades nuevas. Creo sinceramente que te hace falta ampliar tu círculo de amigos.

—Bueno, es evidente que a ti no hace falta que te diga lo mismo, porque también has hecho muchos amigos nuevos.

—Me gusta la gente.

—Claro, y por lo que he oído eres muy popular. Sin duda será muy agradable ser tan popular entre tantas personas. Tengo entendido que haces un amigo nuevo casi cada noche.

—Que te den, Walter —me espeta.

Por lo visto el juego ha terminado.

—Vamos, ¿se puede saber qué pasa? —inquiere Pelo Gris, desconcertado.

—Nada, Rich —respondo—. Sólo estamos de broma.

—Pues qué bien que te hayas dejado caer por aquí, Walter —cambia de tercio Maddy—. Ha sido toda una coincidencia.

—Sí, ¿no? —afirmo alegremente mientras miro el teléfono—. Huy, creo que mi amigo quiere que quedemos en otro sitio. Creo que debo irme. —Me levanto—. Gracias por la copa, Rich. —Me inclino sobre Maddy y le digo al oído mientras le doy un beso de buenas noches—: ¿Es que te has vuelto loca? —Y a continuación, en voz más alta—: Hablamos un día de éstos.

Maddy, tiesa en su asiento, no responde. Está furiosa conmigo. Bien, ésa es la reacción que esperaba. O al menos una de ellas.

—Bueno, pues hasta la vista. Que os divirtáis —digo.

Me dirijo a la salida caminando con naturalidad. Ya en la puerta, me vuelvo y saludo con la mano. Pelo Gris, que ha estado mirándome todo el tiempo, me saluda a su vez, encantado de librarse de mí. Maddy permanece sentada sin más. Fuera, en el anonimato de la calle, profiero un suspiro de alivio. Me doy cuenta de que estoy sudando y noto que el sudor se me enfría en el cuerpo con el aire de la noche. Busco mi coche y voy hacia él.

—Gracias por esperar —digo al subirme.

El conductor, sij, levanta la vista del móvil.

—Sin problema, señor. ¿Adónde vamos?

«Sin problema.» Esa locución espantosa. Refunfuño para mis adentros y respondo:

—A ninguna parte por el momento. Vamos a esperar aquí un rato.

Desde el asiento trasero veo perfectamente la entrada del restaurante. Para deleite mío, ni siquiera han pasado diez minutos cuando veo salir a Maddy y a Pelo Gris. No oigo lo que dicen, pero el lenguaje corporal de Pelo Gris indica sorpresa, decepción y servilismo. Intenta dilucidar qué demonios está pasando y cómo puede salvar la noche. Maddy, alta y erguida, el brazo extendido para llamar a un taxi, avanza con determinación, con desdén, como la proa de un barco. Por lo visto coger un taxi en este barrio es fácil. Parece haber una docena o más dando vueltas en busca de clientes. Uno se detiene delante de ella. Le da a Pelo Gris un beso de cortesía y se sube al coche, dejándolo en la acera, desconcertado y caliente.

Veo el rostro de Maddy en el asiento trasero cuando el taxi pasa por delante de mí.

—Muy bien, ya podemos irnos —anuncio al conductor—. A casa, por favor.

3

Me acuerdo de cuando Johnny nació. Maddy estuvo cuarenta horas con dolores, luego dilató alrededor de las seis de la tarde y se pasó las tres horas siguientes empujando, Harry a un lado, una enfermera al otro, la instaban a respirar, a empujar y a empujar más, mientras durante casi todo ese tiempo Johnny asomaba la cabeza. Maddy empujaba con tal fuerza que se le rompieron los capilares de debajo de los ojos. Finalmente el médico le tuvo que practicar una episiotomía de urgencia. Un enfermero corpulento tuvo que retener a un Harry desesperado para que no fuera detrás. Al cabo de un rato Johnny nació, cubierto por la sangre de su madre, y ella lo pudo coger sólo un instante, ya que ambos requerían cuidados médicos. A Johnny lo llevaron de inmediato a la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales.

El médico, un hombre menudo con acento alemán, les habló del corazón del niño. Tenía un defecto congénito, algo que no habían detectado en las revisiones prenatales. Lo mantenían en observación, y habían llamado a un cardiólogo pediatra. Cabía la posibilidad de que hubiera que operar. Harry estaba furioso con el médico por haber permitido que el niño coronara durante tanto tiempo, haciendo que tanto la madre como el hijo realizaran un esfuerzo físico innecesario. Sin embargo, Maddy lo tranquilizó con un roce de su mano. «Está bien…», le dijo. Y mirándola, sabiendo por lo que acababa de pasar, Harry no dijo más, se limitó a cogerle la mano y besarla, y la miró con amor, admirando su valor y su fuerza.

Durante todo ese tiempo yo aguardaba nervioso en la sala de espera, comiéndome la cabeza, harto de la CNN e igual de inquieto que un futuro padre. Siempre he odiado los hospitales, el hedor, la enfermedad, la pose de los médicos. Era una tortura, pero estaba dispuesto a soportarla por Maddy. Después, al ver el gesto adusto de Harry, me tranquilizó saber que mis peores temores no se habían hecho realidad, aun cuando las noticias que me dio tampoco eran las que queríamos oír.

—Tiene algo en el corazón —me contó—. Lo han llevado a la UCIN. Maddy lo está pasando mal, pero se recuperará. Le han dado un sedante para que se duerma.

Estuvimos en vela toda la noche, entre la habitación de Maddy y la UCIN. Yo incluso sugerí demandar al médico y me ofrecí a ocuparme del caso. No obstante Harry me frenó, preocupado únicamente por su hijo recién nacido, que aún no tenía nombre, que descansaba en una cama similar a una burbuja, en el minúsculo rostro una mascarilla, con electrodos en el pecho, monitores que pitaban, un gorrito de tela a rayas cubriéndole la cabeza, los ojos hinchados tras asomarse de repente a la vida. No estaba claro cuál de los dos parecía más indefenso, si el padre o el hijo. Harry también estaba agotado, la noche anterior había dormido en una silla en la habitación de Maddy mientras ella tenía contracciones, y esa noche volvería a dormir en el hospital, eso si podía dormir.

Al día siguiente llevaron a Johnny a la habitación de Maddy y dejaron que lo cogiera. La habitación era otra, en una planta más alta y de mayor tamaño. Ya había varios ramos de flores, el mayor de todos el mío, además de un oso de peluche enorme. Con el niño en brazos, Maddy tenía un aspecto beatífico, aunque parecía medio muerta. Nunca la había visto tan consumida; blanca, con ojeras.

—Es tan hermoso… —suspiró.

—Se pondrá bien —le aseguré—. Los médicos de aquí son los mejores. Y tengo un amigo que está en la junta. No te preocupes, están haciendo todo lo que pueden.

—Gracias, Walter.

La enfermera volvió y nos dijo que tenía que llevarse a Johnny. La cara que puso Maddy nos rompió el corazón.

Yo también hice ademán de marcharme.

—Walt, antes de que te vayas —me detuvo Harry—. A Maddy y a mí nos gustaría pedirte algo. —Se miraron, cogidos de la mano, y luego me miraron a mí—. Walter —continuó él—, espero que no te coja por sorpresa, pero nos gustaría que fueras el padrino.

—Será un honor.

Miré a Maddy, con la esperanza de que esa mirada expresara lo agradecido que les estaba.

—Si hay alguien capaz de impedir que lo atrape Satán, ése eres tú —aseveró Harry con una sonrisa, estrechándome la mano.

Maddy extendió los brazos y yo me incliné para besarla.

—Gracias —musitó.

—¿Ya sabéis cómo se va a llamar?

—Sí —contestó Harry—. Llevamos hablándolo algún tiempo, pero no nos hemos decidido hasta esta mañana.

—Se llamará John Walter Winslow.

Me ruboricé. Que tu mejor amiga le ponga tu nombre a su hijo o te pida, de una manera pequeña, pero real, que seas un miembro de facto de la familia no sucede todos los días. Me conmovió. A partir de ese momento Johnny pasó a ser casi tan importante para mí como su madre. Incluso le abrí un fondo fiduciario y lo nombré mi único heredero. Algún día será bastante rico.

Esa noche, para celebrarlo, pedí la cena a uno de los mejores restaurantes de Nueva York. Era julio, y enviaron langosta y un Pouilly-Fumé frío en cubiteras con hielo. Nos facilitaron una mesa, mantelería y cubertería de plata, y hasta un camarero para servirnos. Todo muy refinado. Maddy estaba hambrienta, aunque exhausta. Comió un poco y le dio un sorbo al vino, pero no tardó en disculparse y decir que tenía que dormir. Intenté convencer a Harry de que saliera a tomar una copa, pero rehusó, dijo que quería estar con Maddy y Johnny.

Los años que siguieron fueron muy duros, Johnny entrando y saliendo del hospital, sometiéndose a distintas operaciones. La peor vez fue cuando tenía tres años y se desplomó en el jardín de la casa de Nueva York y Harry lo tuvo que llevar corriendo a urgencias.

Surgió una complicación adicional, pero con Maddy, no con Johnny. Un día después de que naciera Johnny, el médico llamó aparte a Harry. El parto había sido traumático para Maddy, había estado empujando demasiado tiempo, y tener otro hijo podía ser peligroso. «Lo siento», se disculpó. Eso no me lo contó Harry. Me lo contó Maddy, años después. A menudo me he preguntado qué habría pasado de haber existido otro hijo.

Sin embargo, yo sabía que tener un hijo enfermo había afectado a Maddy. Ser madre la cambió, la volvió más protectora, menos aventurera. Johnny pasó a ser el centro de su universo, y ella se negaba a salir de la órbita que describía a su alrededor. Pero también la hizo más resuelta y desinteresada que nunca. Y Harry estuvo presente en todas las etapas del camino. Por aquel entonces trabajaba en su libro, el que le daría renombre, y solían encerrarse durante semanas seguidas, viviendo felices ellos solos. Yo siempre era bienvenido, como el capitán del vapor correo que visita a un farero y a su familia, una fuente de diversión y noticias del mundo exterior, pero intuía que nunca les entristecía verme volver por donde había venido.

Cuando la salud de Johnny se estabilizó, se volvieron menos solitarios. Luego llegó el éxito del libro de Harry, y de nuevo él se permitió abandonarse a su naturaleza más social. Se le daban bien las multitudes, se lo veía seguro y era divertido, atento cuando tenía que serlo. Le gustaban las fiestas, tanto asistir a ellas como darlas. A Maddy le gustaban menos, y rara vez quería dejar a Johnny, así que lo más habitual era que invitaran a gente a su casa. Maddy lo hacía por Harry, pero también por ella misma. Y, claro está, el hecho de que fuera buena cocinera, guapa y lista no hacía ningún daño, de manera que la gente siempre acudía.

Pero lo que más feliz le hacía era tener cerca a Harry y a Johnny. Tal vez en algún lugar de su corazón temiera que si no lo hacía podía perderlos a los dos. Y eso habría acabado con ella.

Por eso me inquietó tanto verla abandonar a Johnny como lo había hecho. Ésa no era la Maddy que yo conocía. Nada de aquello era lo que yo conocía. Johnny la necesitaba, y yo también.

La llamo al día siguiente de la escena en el restaurante. Esta vez lo coge.

—Eso fue un golpe bajo —me espeta.

—No sé a qué te refieres.

—Venga ya, sabes perfectamente a qué me refiero.

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