Indiscreción (32 page)

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Authors: Charles Dubow

Tags: #Erótico, #Romántico

BOOK: Indiscreción
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—Siento haberte fastidiado la cita. Por cierto, parecía un tío majo.

—Eres un capullo.

—¿Ah, sí?

—Sí. No sé cómo diste conmigo, pero desde luego no me creo eso de que habías quedado con un cliente. Tú jamás quedarías con un cliente en un lugar como ése, de la misma manera que jamás votarías a un demócrata.

Cierto. No lo haría. Pero no tengo la menor intención de confesar.

—Bueno, supongo que todos somos capaces de hacer cosas nuevas. Tampoco es que sea tu sitio.

Silencio al otro extremo. Y luego:

—Ahora mi vida es muy distinta de lo que era.

—La tuya y la mía.

—Yo no quería que lo fuera —admite en voz baja.

—Ni yo tampoco.

—¿Qué hay de malo en que salga con hombres? —Ahora está enfadada—. Estoy separada, y Harry se está tirando a Claire. ¿Se puede saber por qué tengo que quedarme encerrada? ¿Es que no puedo divertirme un poco?

—Por supuesto que puedes divertirte, es sólo que sé que has estado saliendo mucho, y ¿no se le hace difícil a Johnny? Él también lo está pasando mal, te necesita más que nunca.

Hasta entonces no ha habido mención alguna a la noche que pasamos juntos. Yo no pienso sacar el tema, y por lo visto ella tampoco. Sólo quiero que las cosas vuelvan a ser como eran.

Maddy suspira.

—Me estoy planteando desaparecer una temporada.

—¿Con Johnny?

—No, tiene colegio. Puede quedarse con Harry. Les vendrá bien a los dos.

—¿Estás segura de que es lo mejor?

—No. No estoy segura de nada. Sólo sé que si me quedo en Nueva York ahora mismo me volveré loca.

—Y, dime, ¿te irías sola?

—Muy gracioso. Sí. No quiero estar con nadie ni ver a nadie. Sólo quiero estar sola. Ir a algún sitio, sentarme en la playa y pensar qué coño voy a hacer. México, algún sitio así. Quiero agua salada verde. Agua salada verde tan pura y clara que sea lo único que haya entre la arena y el cielo.

Me alivia oír eso.

—No parece mal plan.

—No te estoy pidiendo tu aprobación, maldita sea.

—¿Te puedo ayudar en algo?

—Pues ahora que lo dices, sí. Por favor, ve a ver a Johnny de vez en cuando. Sé que con Harry estará bien, pero quiero que sepa que las demás personas que hay en su vida también lo quieren.

—Claro, será un placer. ¿Cuánto tiempo vas a estar fuera?

—No lo sé, unas semanas. Me gustaría desaparecer un año, pero sé que no lo puedo hacer.

—¿Cuándo piensas marcharte?

—Si puedo, la semana que viene. Cuanto antes, mejor. Cuando vuelva, podemos abrir la casa de los Hamptons. Sé que a Johnny le encanta aquello. No me puedo creer que casi estemos en verano otra vez. Dios mío, qué año —comenta entre risas.

La noche antes de que salga el vuelo de Maddy, Harry se pasa por su casa a buscar a Johnny. Como es natural, le pregunté a Maddy si quería que yo estuviera presente. Para mi sorpresa, me contestó que no era necesario, pero me cuenta cómo fue a la mañana siguiente, cuando llama desde el aeropuerto para despedirse. Yo ya le había pedido que me dijera cómo podía localizarla. No me gusta la idea de no saber dónde está.

—Me gustó verlo. Me sorprendió —admite.

También a mí me sorprende oírla decir eso. Es la primera vez que habla bien de Harry desde que todo salió a la luz. Hasta ahora sólo había expresado desprecio.

—¿A qué te refieres?

—Estuvo encantador, y me dio su medalla de san Cristóbal, la que lleva siempre cuando vuela. Me dijo que quería que la tuviera yo.

—¿La aceptaste?

—Claro. Sabe lo poco que me gusta subirme a un avión.

—¿De qué más hablasteis?

—De Johnny. Le dije que no quería que estuviera con Claire.

—¿Cómo se lo tomó?

—Se mostró conforme. Dijo que lo entendía. Luego intentó disculparse otra vez.

—Y tú, ¿qué dijiste?

—Que no quería hablar del tema.

—¿Hablasteis de alguna otra cosa?

—No mucho. De nada en particular, ya sabes. De México, que es uno de los pocos sitios a los que no hemos ido juntos, ¿sabes? Quizá por eso voy yo. En cualquier caso, nos tomamos una copa, en el salón. Es extraño, porque me resultó cómodo, ¿sabes? Dijo que el libro avanzaba. Lo curioso del caso es que hasta me hizo reír. Ya sabes cómo es cuando se lanza. No hay nadie que cuente una gracia como Harry, y aunque me prometí ser inmune a sus encantos, me hizo reír a carcajadas. He estado tan enfadada con él que no me podía creer que aún fuera capaz de hacer eso, pero sí. Por un instante casi se me olvidó lo que hizo y lo cabreada que me tiene, y casi fue como si nada de eso hubiera sucedido. Y Johnny también parecía feliz y contento. Me figuré lo que estaba pensando.

Me paro a asimilar lo que me cuenta.

—¿Has cambiado de idea?

—¿Cómo?

—Que si has cambiado de idea. Respecto al divorcio.

—Puf, no lo sé. ¿Acaso no es normal? He leído que pasa mucho. A medio camino te entra el miedo y te preguntas si es lo que de verdad quieres hacer. Nos damos mucha prisa en tirarlo todo por la borda. Quiero decir que mi padre intentó follarse a todo lo que llevaba faldas, estando casado o no, pero ésa no era la razón de que sus esposas lo dejaran. La vida puede ser muy solitaria, ¿sabes?

Lo sabía mejor que la mayoría.

—¿Lo sigues queriendo?

—No lo sé. Me he pasado los últimos veinte años de mi vida con él. Se me hace raro no tenerlo alrededor. A veces lo echo de menos. Mucho. Y Johnny también, desde luego. Lo he visto tan emocionado porque va a pasar tiempo con su padre que casi me he puesto celosa. Le pregunté si me iba a echar de menos y me dijo que claro, pero vi que se moría de ganas de irse con su padre. —Se ríe.

—Bueno, y entonces ¿qué vas a hacer?

—De momento, nada. Irme a México. Ya pensaré allí las cosas, y confío en que ello me dé cierta perspectiva. Volveré dentro de un par de semanas. Para entonces, si cambio de parecer, podré hacer frente a la situación. O no.

—Bueno. Pues buena suerte, y vaya con Dios.
[6]

—Gracias, Walter. Gracias por todo. Has tenido mucho aguante. No creo que hubiera podido salir adelante sin ti. Sabes que te quiero. Eres el único hombre que nunca me ha fallado.

—Yo también te quiero —contesto, pero no lo digo en el mismo sentido que ella.

Me imagino el rostro de Claire cuando asimila la noticia. Harry la ha invitado a cenar al pequeño restaurante que hay cerca de su piso. Se habrán tomado unos martinis, y después la ensalada de escarola con beicon y un bistec con patatas fritas en mantequilla. Una botella de vino tinto. Ella estará feliz, disfrutando de una de esas salidas cada vez más escasas. Incluso ha quedado con él en el restaurante para poder ir a casa a quitarse la ropa del trabajo.

—Tengo algo que decirte, y que espero que no te importe —empieza Harry—. Johnny se tiene que quedar conmigo las próximas tres semanas, Maddy se va de viaje. Me llamó ayer para decírmelo. No se lleva a Johnny.

—No hay nada malo en eso —responde ella, sin entender muy bien adónde quiere ir a parar—. Me encantaría ayudarte a cuidar a Johnny, es maravilloso.

—Lo siento, pero no creo que ahora mismo sea buena idea que veas a Johnny. Maddy y yo lo hemos hablado.

—Lo habéis hablado, claro. Y tú, ¿qué dijiste? ¿Diste la cara por mí?

A Harry lo coge por sorpresa ese arrebato de ira, aunque tal vez no debiera.

—La cosa no fue así —explica, encogiéndose de hombros y cortando un pedazo de carne.

—¿Ah, no? Así que se supone que debo desaparecer tres semanas, hasta que vuelva Maddy, ¿es eso?

—No es tanto tiempo.

—Ésa no es la cuestión.

—Muy bien, entonces ¿cuál es? ¿Me sugieres que te anteponga a mi hijo? Me conoces lo suficiente para saber que nunca podría hacer eso. Además, ¿qué otras opciones tenía? Necesito hacer cuanto esté en mi mano para asegurarme de que un juez me conceda poder pasar el mismo tiempo con Johnny que a Maddy si el divorcio sigue adelante.

—¿Cómo que si sigue adelante? ¿Es que no quieres que siga adelante?

La pregunta lo sobresalta.

—Pues claro que no quiero que siga adelante.

Ella clava la vista en él.

—¿Qué?

Harry le lanza una mirada irónica.

—Lo que has oído. No me quiero divorciar. No quiero perder a mi familia. Siento que no sea lo que quieres oír, pero es la verdad.

—¿Significa eso que todo lo demás es mentira?

—No, en absoluto. No hace falta que tergiverses así mis palabras. Te tengo mucho cariño, espero que lo sepas. Pero también creí que entendías lo que sentía.

Ella baja la cabeza, mordiéndose el labio. Al fin pregunta:

—Y ¿qué hay de mí? Estoy harta de esto, Harry. Te quiero, pero necesito saber que tú también me quieres.

—Ya hemos hablado de esto. Sabes que quiero a Maddy y a Johnny. Son mi vida. La cagué, y Maddy me odia, pero haría lo que fuera por recuperarlos. Pensé que lo sabías. Lo siento si te he hecho pensar otra cosa.

Ella ladea la cara.

—Soy una idiota —afirma—. Dios…

—¿Por qué dices eso?

—Por pensar que me elegirías a mí. Cuando Maddy pidió el divorcio, creí que tal vez tuviera una oportunidad, pero ahora, aunque ella no te quiera a su lado, la sigues prefiriendo a ella antes que a mí.

Harry asimila sus palabras.

—Es cierto.

El odio brota por los ojos de Claire.

—Eres un egoísta, Harry. Sólo piensas en lo que quieres tú, nunca en lo que quieren los demás o en cómo tus actos afectan a otros. Sé que no pensaste en mí un solo minuto cuando hablabas con Maddy. Y ¿sabes cómo me hace sentir eso? Me hace sentir como una mierda.

—Lo siento.

—¿Lo sientes? ¿Es todo lo que puedes decir?

—Estamos hablando de mi familia. Éramos felices hasta que… —Se detiene.

—Hasta ¿qué? Hasta que aparecí yo y me lo cargué todo, eso era lo que ibas a decir, ¿no?

Él abre la boca para decir algo, pero sabe que sería inútil.

—Olvídalo —dice ella mientras se levanta—. Puesto que tantas ganas tienes de pasar las tres semanas siguientes con Johnny, ¿por qué no empiezas ahora mismo?

—Puede que no sea mala idea.

—¿Cómo?

Harry profiere un suspiro.

—Quizá sea mejor que no volvamos a vernos. Lo he estado pensando mucho últimamente. Eres estupenda, pero aún amo a mi mujer. Tengo que hacer todo lo que pueda para salvar mi matrimonio y mi familia. Además, tú eres muy joven. ¿De verdad pensabas que esto llegaría a alguna parte?

Ella lo mira anonadada. Finalmente dice, con una voz apenas audible:

—Cabrón.

—Claire…

Claire mete un brazo a toda prisa en la manga de la chaqueta y luego el otro. A continuación coge el bolso.

—Lo siento —repite él, pero no hace nada para impedir que se vaya.

Se miran como si no se conocieran.

Él la ve salir por la puerta, con los restos de su cena delante. Aún hay vino en la copa de ella, su plato a medias, el cuchillo y el tenedor donde los dejó, la servilleta en la silla. Harry está a punto de levantarse e ir tras ella, pero cambia de idea y le indica al camarero que le traiga la cuenta. Los clientes de las mesas de alrededor, que habían dejado de hablar, se ponen a comer de nuevo.

Harry se termina el vino, deja el dinero. Es generoso, va contando los preciados billetes que deja de propina.

Al salir del restaurante, echa a andar hacia el piso de Claire, en parte por la costumbre. Ella todavía no le ha dado una llave. Podría llamar al interfono, supone. Decirle que ha cambiado de parecer y confiar en oír el clic con el que se abre la puerta, señal de que todo está perdonado y de que él puede estar con ella una vez más. Sin embargo cuando llega al portal, sigue sin saber qué hacer. Las piernas le pesan como si fueran de plomo. Su dedo presiona el timbre que lleva el nombre de Claire, una vez, dos. Se siente aliviado cuando nadie responde. Vuelve a la acera y mira su ventana. No hay ninguna luz. Claire no está en casa.

Harry baja por la calle hasta el bar de la esquina. Pequeño, poco iluminado. Entra y le pide un whisky al camarero. Se mira en el espejo. Lo asalta la ira. Ira hacia sí mismo. ¿Qué coño ha hecho? ¿En qué coño estaba pensando? ¿Se puede saber qué hace allí? Tuvo tanto amor… y lo despilfarró. Puede que Claire tuviera razón: había acaparado demasiado, y no sería capaz de recuperarlo nunca. Pero tenía que intentarlo.

Apura la copa y se marcha, volviéndose de nuevo hacia el edificio de Claire. Levanta la cabeza y ve que sigue sin haber ninguna luz. Su piso está a unas manzanas, y el aire todavía es frío, pero aún no está listo para meterse en la cama. Da media vuelta y echa a andar en dirección contraria, preguntándose si alguna vez volverá a ese sitio.

4

Cuando mi padre murió, todo fue, al revés de la conocida frase, de repente y después gradualmente. Mi madre me llamó al bufete el día anterior a Acción de Gracias.

—Tu padre no se encuentra muy bien —me informó con su voz precisa, elegante—. La ambulancia acaba de marcharse. Lo llevan al Southampton Hospital. Creo que será mejor que vengas.

Supe que debía ser serio. Por aquel entonces nadie iba al hospital a Southampton.

—¿Por qué? ¿Qué sucede?

—Ha sufrido un ataque. Últimamente no se sentía bien, lo encontré en el suelo de la cocina y llamé a la ambulancia.

—Ahora mismo voy.

De todas formas pensaba salir a la mañana siguiente para cenar con ellos el Día de Acción de Gracias. Era una tradición familiar. Algunos amigos de mis padres irían a tomar algo a eso de las dos de la tarde y después nos sentaríamos todos a la mesa para dar buena cuenta del pavo que cocinaría Geneviève y serviría Robert. Entre el pavo y el postre, que solía consistir en una serie de tartas también elaboradas por Geneviève, nos abrigábamos bien y bajábamos a la playa para abrir el apetito. Luego, al día siguiente, mis padres se irían a Florida y cerrarían la casa hasta abril.

En los viejos tiempos a veces se nos unían Maddy; su hermano, Johnny; su padre, y la mujer que estuviera con él en ese momento, pero ello solía deberse principalmente a mi insistencia. A mi madre no le hacía mucha gracia el señor Wakefield, y supongo que sabía que bebía, si bien era demasiado educada para decir nada, al menos delante de mí. Cuando venían, mi madre siempre sacaba las copas de vino pequeñas y pedía que subieran únicamente una botella de vino de la bodega. Estoy seguro de que el padre de Maddy se daba perfecta cuenta de ello. Era demasiado listo para no dársela. En cuanto a mi padre, era capaz de verle el lado bueno a todo el mundo, y puesto que los dos hombres eran vecinos desde pequeños, aun cuando mi padre era mayor, le sacaba más de diez años, tenían muchas cosas de las que hablar. Y el señor Wakefield podía ser muy divertido, siempre y cuando no hubiera bebido demasiado, entonces podía ser una auténtica víbora. Dejaron de venir el año que vendieron la casa grande, al año de que muriera la abuela de Maddy, pero para entonces Maddy y yo ya estábamos en Yale.

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