La capitana Desjani le lanzó una mirada de sorpresa al capitán.
—Debemos eliminar todo el potencial militar síndico existente en este sistema —afirmó.
—Esas fortalezas no suponen ninguna amenaza para nosotros y a los síndicos no les compensaría desplazarlas a ningún otro lado —replicó Geary—. En cambio, para sacarlos de allí tendría que enviar varias naves, malgastar artillería por el camino y preocuparme por el daño que se pudiera infligir a los objetivos civiles del planeta a causa de los pedazos de las fortalezas que consiguieran atravesar la atmósfera.
—Ya veo —asintió Desjani—. No tiene sentido malgastar con ellos nuestros limitados suministros de armas, amén de que usted no desea dividir la flota.
—Exacto. —Geary no dio señales de haber entendido que Desjani no reconocía las bajas civiles como argumento. El capitán vio entonces por el rabillo del ojo que Rione los observaba a ambos atentamente.
La copresidenta hizo un gesto en dirección hacia el visualizador de Geary.
—¿Ha retirado usted las unidades que protegían el punto de salto? —prosiguió Rione.
—Así es. Si pasa algo por ahí ahora mismo, casi con total seguridad será demasiado fuerte como para que mis cruceros de batalla puedan hacer nada contra él y no estoy dispuesto a sacrificarlos ni a ellos ni a ninguna otra nave solo por darme el gusto de darles en las narices a las fuerzas de persecución síndicas —zanjó Geary.
Rione estudió nuevamente el visualizador.
—¿No cree que podrían retirarse lo suficientemente rápido como para reunirse con nosotros? —insistió Rione.
—No, señora copresidenta, no lo creo. —Geary desplazó su dedo por el visualizador mientras seguía hablando—. Como ve, cualquier cosa que salga por el punto de salto probablemente lo hará a velocidad de persecución. Pongamos que a una décima de la velocidad de la luz, la misma a la que íbamos nosotros. Mientras estaban en guardia, mis cruceros de batalla estaban poniéndose al mismo nivel del movimiento que nos dirigía al punto de salto en el sistema, pero eso mismo era mucho más lento. Aquí los síndicos tendrían una gran ventaja en términos de velocidad, demasiada como para que mis cruceros de batalla o cualquier navío de esta flota no acabaran sucumbiendo a ella y terminaran hechos pedazos.
Desjani había estado siguiendo la conversación en silencio, pero ahora miraba hacia Rione.
—Si tuviéramos algún buque de guerra automatizado, podríamos emplear alguno para esta misión sin arriesgarnos a perder a ningún tripulante. Pero no tenemos nada así —se lamentó la capitana.
Geary frunció el ceño y notó, a juzgar por las expresiones en los rostros de Desjani y Rione, que aquella afirmación traía mucha cola.
—¿Se llegó a proponer eso? ¿Construir buques de guerra completamente automatizados? —inquirió Geary.
—Se llegó a proponer —respondió Rione secamente.
La expresión de la capitana Desjani se volvió más dura.
—En opinión de un buen número de oficiales, obtendríamos numerosas ventajas en situaciones como estas si se aprobase la construcción de naves no tripuladas controladas por dispositivos de inteligencia artificial —apuntó la capitana.
Rione clavó su mirada en los ojos de Desjani.
—En ese caso me temo que tales oficiales están condenados a no ver nunca colmados sus deseos. Uno de mis últimos cometidos antes de abandonar el espacio de la Alianza junto a esta flota fue participar en una votación de la Asamblea de la Alianza concerniente a tal programa. La propuesta fue derrotada ampliamente. Los líderes civiles de la Alianza no están dispuestos a confiar armas y decisiones relativas al empleo de tales armas a dispositivos de inteligencia artificial, especialmente cuando se habla de proporcionar a esos artilugios el control de buques de guerra capaces de infligir un gran daño sobre la población de mundos habitados.
Desjani saltó entonces como un rayo.
—Si se instalaran también dispositivos de inteligencia artificial para vigilar a los primeros…
—Estarían sujetos a los mismos fallos potenciales, por no hablar de su posible inestabilidad y un hipotético desarrollo impredecible de su comportamiento —replicó Rione.
—¡Entonces instalen un control manual! —espetó Desjani.
Rione meneó la cabeza implacablemente.
—Cualquier dispositivo de inteligencia artificial capaz de controlar un buque de guerra sería también capaz de aprender a saltarse ese tipo de controles. Además, ¿qué pasaría si nuestros enemigos descubriesen cómo acceder a este control mediante experimentos o a través de espionaje? —inquirió Rione—. No me apetece en absoluto otorgarles el control de buques de guerra construidos con nuestras propias manos. No, capitana, no creemos que se pueda confiar en los dispositivos de inteligencia artificial tanto como para permitirles operar de manera independiente. Le aseguro que la Asamblea no está dispuesta a ceder a este respecto. Ni ahora ni en un futuro que usted ni yo podamos ver.
Desjani, con el ceño fruncido, asintió imperceptiblemente con la cabeza y se dio la vuelta hacia su visualizador.
—De cualquier modo, —continuó Geary, pasando por alto la discusión como si no hubiera tenido lugar—, ahora que nos hemos deshecho de las fuerzas síndicas que había en el sistema, voy a amenazar a la población de ese mundo para que nos envíen naves de carga repletas del material que necesitamos. Comida, principalmente. Quizás algunas baterías, si es que podemos adaptar algo del material síndico para que funcione con nuestros aparatos.
Un oficial de pelo canoso situado a la derecha de Geary meneó la cabeza.
—No podemos, señor. Están diseñados a propósito para no ser compatibles. Lo mismo que las armas. Pero si logramos hacernos con las materias primas adecuadas, la
Titánica
y la
Genio
pueden fabricar más armas. La
Titánica
puede producir también más baterías, lo mismo que la
Hechicera.
—Gracias. —Geary trató de mostrarse tan agradecido como en realidad se sentía por aquel resumen tan rápido y directo—. ¿Pueden decirme esas naves qué es lo que necesitan?
—Disponemos de esa información a bordo del
Intrépido
, señor. Suponiendo que las últimas actualizaciones que nos enviaron sean precisas, por supuesto —replicó el oficial.
—¿Se encarga usted de los suministros? —inquirió Geary.
El hombre de pelo gris hizo un saludo torpe, como si hiciese mucho tiempo que no ejecutaba el gesto.
—Ingeniero, señor —rectificó.
—Quiero que se asegure de que sabemos cuáles son las principales prioridades para cada una de esas naves —ordenó Geary.
—¡Sí, señor! —respondió sonriente aquel hombre. Según parecía, para él era todo un honor que Geary le encomendase una tarea.
Geary se volvió hacia Desjani.
—Al menos así me aseguraré de que el tributo que les pedimos a los síndicos de este sistema es justo —apuntó el capitán.
La copresidenta Rione se puso en pie y dio un par de pasos para acercarse a Geary y murmurar algo con un tono de voz lo suficientemente bajo como para que solo Geary y Desjani pudieran escucharla.
—Si sus exigencias se miden en función de eso, capitán Geary, estará descubriendo al mismo tiempo a los síndicos cuáles son exactamente sus mayores necesidades —expuso Rione.
Desjani hizo un gesto de disgusto. A Geary también le dio la sensación de que a la capitana el comentario no le había sentado bien, pero tenía que admitir que Rione estaba en lo cierto.
—¿Alguna sugerencia? —repuso Geary, también murmurando.
—Sí —prosiguió Rione—. Incluya alguna exigencia para despistar. Los síndicos no sabrán qué exigencias se corresponden con necesidades reales nuestras y cuáles son artículos de lujo, por así decirlo.
—Buena idea. —Geary esbozó una media sonrisa—. ¿No tendrá por casualidad alguna sugerencia referente a la persona que debería presentar nuestras exigencias a las autoridades locales?
—¿Eso va por mí, capitán Geary? —espetó Rione.
—No quería decirlo de esa manera, señora copresidenta. Pero usted posee las habilidades necesarias y sería estupendo que aceptase prestarse voluntaria antes de que fuese yo quien le encomendase esta labor —apuntó Geary.
—Lo tendré en cuenta. —Rione asintió mirando de nuevo hacia el visualizador de Geary—. Entiendo la mayoría de lo que ha estado sucediendo hasta ahora, pero no tengo ni idea de qué está ocurriendo alrededor de la corbeta rendida.
—La están desmontando para extraer las partes reutilizables —le aseguró Geary. El capitán se preocupó por comprobar la información personalmente y, tras ello, frunció el ceño y la estudió con más detenimiento. Acto seguido le dedicó una mirada inquisidora a Desjani, pero ella le respondió con otra dándole a entender que no veía nada raro, lo cual también molestó a Geary, que se apresuró a hacerse con los mandos de su panel de comunicaciones.
Audaz,
¿por qué todas las cápsulas de supervivencia procedentes de la corbeta síndica se dirigen hacia usted? —inquirió Geary.
La otra nave no se encontraba demasiado lejos de allí, así que la respuesta fue tan rápida que casi pareció llegar en tiempo real.
—Hay materiales de las cápsulas de supervivencia síndicas que podemos reutilizar nosotros, señor. Suministros de reanimación de emergencia y raciones de comida de emergencia, principalmente —explicó el oficial de la nave.
—¿Pretende dejar la corbeta intacta? —insistió Geary.
No es que aquella fuera una gran amenaza, pero Geary no tenía intención de abandonar ningún buque de guerra enemigo operativo tras él, independientemente de si sus sistemas de combate habían sido despedazados o no.
—No, señor —replicó la
Audaz
—. La corbeta será destruida provocando una explosión de energía interna una vez que hayamos acabado de desmontarla.
Geary se quedó a la espera, pero cuando vio que la
Audaz
no decía nada más, volvió a pulsar el botón del intercomunicador.
Audaz,
¿cómo pretende deshacerse de la tripulación de la corbeta? —Geary no quería verse en la obligación de dedicar una nave a transportar prisioneros a la superficie de un planeta o hacia cualquier otra ubicación segura.
—Están en la corbeta, señor. —La voz procedente de la
Audaz
parecía sorprendida ante la pregunta.
Una vez más, Geary siguió a la espera durante un momento para que la
Audaz
acabase de responder a su pregunta. Mientras empezaba a moverse de nuevo hacia el botón del intercomunicador, de repente se dio cuenta con una creciente sensación de pavor en su interior de que la otra nave había terminado de responderle.
«¿Cómo pretende deshacerse de la tripulación?» «Están en la corbeta, señor».
La corbeta que iba a ser destruida por su propia energía interna.
Geary bajó la vista hacia su mano, cuyo dedo aún pendía sobre el panel de comunicaciones, y comprobó que le temblaba el antebrazo. Se preguntaba qué más partes de su cuerpo estarían reaccionando ante la impresión que le provocaba aquello de lo que acababa de darse cuenta.
Es tan simple como que van a hacer que los prisioneros salten por los aires con su propia nave. Antepasados míos
,
¿qué ha pasado con mi pueblo?
Geary buscó con la vista a la capitana Desjani, que estaba hablando con uno de los consultores del
Intrépido
y, al parecer, no se preocupaba demasiado por la conversación que estaba manteniendo el capitán con la
Audaz.
Por su parte, Rione parecía estar sentada detrás de él una vez más, fuera de su campo de visión.
Geary cerró los ojos, tratando de poner en orden sus pensamientos, después los abrió lentamente de nuevo y, finalmente, movió el dedo con gran cuidado para activar el intercomunicador.
—
Audaz,
al habla el capitán Geary. —
Estáis a punto de cometer una masacre, cabrones
—. Devuelvan las cápsulas de supervivencia a la corbeta síndica.
Pasaron unos pocos segundos.
—¿Señor? —preguntó la
Audaz
—. ¿Quiere que destruyamos también las cápsulas de supervivencia? Podríamos reutilizar alguno de sus componentes.
Geary se quedó mirando de frente y retomó la palabra con voz monocorde.
—Lo que yo quiero,
Audaz
, es que se permita a la tripulación de esa corbeta la posibilidad de salir evacuada de esa nave en sus cápsulas de supervivencia antes de la destrucción de la corbeta para que puedan llegar a un lugar en el que poder estar a salvo —explicó Geary—. ¿Ha quedado totalmente claro?
Hubo una pausa más larga.
—¿Se supone que los tenemos que dejar marchar? —preguntó el capitán de la
Audaz
con voz incrédula.
Geary se dio cuenta de que Desjani volvía a clavar su mirada en él. Haciendo caso omiso de aquello, el capitán volvió a intervenir, dejando que cada palabra que salía de su boca lo hiciese lenta y pesadamente como si fuera una cadencia de martilleos.
—Correcto. La flota de la Alianza no asesina prisioneros. La flota de la Alianza no viola el derecho de la guerra —recordó Geary.
—Pero… pero… nosotros…
La capitana Desjani se inclinó hacia el capitán, susurrándole algo con urgencia:
—Los síndicos…
Y entonces Geary perdió los papeles.
—¡Me da igual lo que se haya hecho hasta ahora! —rugió para que se enterasen tanto en el panel de comunicaciones como en el puente de mando—. ¡Me da igual lo que hagan nuestros enemigos! ¡No permitiré que ninguna nave que se encuentre bajo mi mando aniquile a ningún prisionero! ¡No permitiré que se deshonre a esta flota, ni a la Alianza, ni a los antepasados de todos los que están a bordo de estas naves cometiendo crímenes de lesa humanidad delante de las narices de todas estas estrellas que hoy nos rodean! ¡Somos tripulantes de la Alianza y nos vamos a atener a los estándares de honor en los que creían nuestros antepasados! ¿Hay alguna pregunta más?
El silencio fue la tónica reinante en aquel momento. La capitana Desjani se quedó mirándolo, con rostro sorprendido y los ojos delatando su conmoción. Finalmente, llegó una respuesta de la
Audaz
, entre susurros de la voz de su capitán.
—Las cápsulas de supervivencia están de camino hacia la corbeta de nuevo, capitán Geary —informó.
Geary hizo esfuerzos para controlar su tono de voz.
—Gracias —musitó.
—Si quiere que le presente mi dimisión…