—Correcto.
—¿Y qué hemos sacado en claro?
—Por ahora nada. Tenemos miles de nombres que cada pocos días cruzamos con los nombres de nuestra base de datos de víctimas. De momento no ha habido coincidencias.
—¿Y hemos examinado el pasado criminal estatal y federal de todos los pasajeros?
—¡Will, eso ya me lo has preguntado mil veces!
—¡Porque es importante! —No tenía intención de disculparse—. Consígueme una lista de todos los pasajeros que tengan apellidos hispanos. —Apuntó hacia una pila de expedientes que había en el suelo, junto a la ventana—. Pásame ese. Con ese es con el que empecé.
Caso 7: Ida Gabriela Santiago, setenta y ocho años de edad, asesinada por un intruso en su propia habitación con una bala del calibre 22 que le traspasó el oído. Tal como Will sospechaba, no la habían violado, y aparte de las huellas dactilares de la víctima y de su familia no se habían encontrado más huellas por ningún sitio. Le habían robado el bolso y aún no lo habían recuperado. Una huella de pie en la tierra de debajo de la ventana de la cocina revelaba un número cuarenta y siete y el dibujo de celdas propio de unas zapatillas de baloncesto Reebok DMX 10. Teniendo en cuenta la profundidad de la huella y la humedad de la tierra, los técnicos del laboratorio calculaban que el sospechoso pesaba unos setenta y siete kilos, más o menos lo mismo que el sospechoso de Park Avenue. Habían buscado conexiones, especialmente con el caso López, pero no parecía que hubiera ninguna relación entre las vidas de las dos mujeres hispanas.
Esto les dejaba con el caso 8: Lucius Jefferson Robertson, el hombre al que habían literalmente matado de un susto. No había mucho que decir acerca de él...
—Ya está, estoy frito —anunció Will—. ¿Por qué no haces un resumen, socia?
Nancy repasó sus anotaciones recientes y echó un vistazo a sus observaciones clave.
—Supongo que habría que decir que nuestro sospechoso es un varón hispano de un metro cincuenta y cinco que pesa unos setenta y siete kilos, es drogadicto y violador, conduce un coche azul, tiene una navaja, una pistola del calibre 22 y otra del calibre 38, viene y va de Las Vegas, bien en tren bien en coche, y prefiere matar en los días laborables y volver a casa para el fin de semana.
—Magnífico perfil —dijo Will esbozando por fin una sonrisa—. Vale, vamos al grano. ¿Cómo escoge a sus víctimas y qué sentido tienen las postalitas de los cojones?
—¡No digas tacos! —Nancy alzó la libreta en su dirección—. Puede que las víctimas tengan alguna conexión y puede que no. Cada crimen es diferente. Es casi como si fueran deliberadamente aleatorios. Tal vez también elija a sus víctimas al azar. Manda las postales para hacernos saber que los crímenes están relacionados y que es él quien decide si alguien debe morir. Lee las noticias sobre el asesino del Juicio Final que salen en los periódicos, tiene el satélite conectado las veinticuatro horas, de eso se alimenta. Es un tipo muy listo y muy retorcido. Ese es nuestro hombre.
Esperaba que Will le diera su aprobación pero lo que hizo fue pincharle el globo.
—Bueno, agente especial Lipinski, eres un hacha, ¿eh? —Se levantó y le maravilló lo bien que se sentía con la cabeza despejada y un estómago que admitía comida—.Tu síntesis solo tiene un fallo —dijo—. No me creo ni una palabra de lo que has dicho. El único archicriminal que conozco capaz de esa brillantez diabólica se llama Lex Luthor, y la última vez que lo vi fue en un tebeo. Tómate un descanso para almorzar. Ven a buscarme para ir a la rueda de prensa.
Le guiñó un ojo y se quedó mirándola mientras se retiraba. «Desde luego tiene mucho mejor aspecto», pensó.
El caso había entrado en el verano, y las actualizaciones de prensa sobre Juicio Final se hacían ahora semanalmente. Al principio había informes diarios, pero no siempre había noticias de interés. A pesar de eso la historia tenía cuerpo, tenía un cuerpo robusto, y daba pruebas de atraer a más audiencia que los casos O.J. Simpson, Jon Benet y Anna Nicole juntos. Todas las noches, en la televisión, el caso era diseccionado hasta niveles moleculares por charlatanes y una legión de ex agentes del FBI, agentes del orden público, abogados y expertos que soltaban sin descanso sus teorías de turno. En los últimos días había consenso en una cosa: el FBI no estaba haciendo progresos, por tanto los del FBI eran unos ineptos.
La rueda de prensa tenía lugar en el salón de actos del hotel Hilton de Nueva York. Cuando Will y Nancy tomaron posiciones junto a una entrada de servicio, la sala ya estaba casi llena entre periodistas y fotógrafos y los peces gordos empezaban a colocarse en la tarima. Cuando dieron la señal, la luz de la televisión se encendió y empezó la retransmisión en directo.
El alcalde, un tipo peripuesto e imperturbable, se colocó ante el estrado.
—Llevamos seis semanas con esta investigación —comenzó—. Como nota positiva cabe decir que no ha habido nuevas víctimas en los últimos diez días. Aunque por el momento no ha habido ninguna detención, la policía de la ciudad y del estado de Nueva York y el FBI han estado trabajando en diferentes pistas y teorías de manera diligente y, a mi parecer, productiva. No obstante, hemos tenido ocho asesinatos en la ciudad, y nuestros ciudadanos no se sentirán completamente seguros hasta que atrapemos al criminal y lo llevemos ante la justicia. Benjamin Wright, subdirector en funciones del FBI de Nueva York, atenderá sus preguntas.
Wright era un afroamericano alto y delgado de unos cincuenta años, fino bigote, pelo rapado y gafas de montura metálica que le daban un aspecto intelectual. Se levantó y alisó con la mano las arrugas de su chaqueta cruzada. Se sentía cómodo ante las cámaras y hablaba con naturalidad ante aquel montón de micrófonos.
—Tal como ha dicho el alcalde, el FBI está trabajando en cooperación con la policía de la ciudad y del estado para resolver este caso. Esta es, con diferencia, la mayor investigación criminal en torno a un asesinato en serie en la historia del FBI. Dado que no tenemos a ningún sospechoso bajo custodia, trabajamos sin descanso. Quiero dejar clara una cosa: encontraremos al asesino. No estamos escatimando recursos. Estamos invirtiendo todos nuestros medios en este caso. El problema no son los recursos humanos, es el tiempo. Responderé a sus preguntas de inmediato.
Los de la prensa rumorearon como un enjambre de abejas; daban por hecho que Wright no aportaría nada nuevo. Los reporteros de televisión se mostraron corteses y dejaron que los chupatintas de los periódicos, peor pagados, tiraran las primeras piedras.
Pregunta: ¿Se contaba con nueva información en cuanto a las pruebas de toxicología de Lucius Robertson?
Respuesta: No. Las pruebas de tejido no se tendrían hasta dentro de unas cuantas semanas.
Pregunta: ¿Le habían hecho pruebas de ricino y de ántrax?
Respuesta: Sí. Ambas dieron negativo.
Pregunta: Si todo había dado negativo, ¿qué mató a Lucius Robertson?
Respuesta: Todavía no se sabía.
Pregunta: ¿No era posible que esta falta de claridad confundiera a la gente a la larga?
Respuesta: Cuando sepamos las causas de su muerte las haremos públicas.
Pregunta: ¿La policía de Las Vegas estaba cooperando?
Respuesta: Sí.
Pregunta: ¿Se habían identificado todas las huellas que había en las postales?
Respuesta: La mayoría. Aún estaban trazando la pista de algunos trabajadores de correos.
Pregunta: ¿Había alguna pista sobre el hombre encapuchado del escenario del crimen de Swisher?
Respuesta: Ninguna.
Pregunta: ¿Coincidían las balas de las dos víctimas tiroteadas con algún otro crimen de los archivos?
Respuesta: No.
Pregunta: ¿Cómo podían estar seguros de que no se trataba de una trama de Al Qaeda?
Respuesta: No había indicio alguno de terrorismo.
Pregunta: Una vidente de San Francisco se quejaba de que el FBI se negaba a hablar con ella a pesar de que insistía en que un hombre de pelo largo llamado Jackson estaba implicado en los crímenes.
Respuesta: El FBI estaba interesado en toda pista que fuera creíble.
Pregunta: ¿Eran conscientes de que la gente estaba decepcionada por su falta de progresos?
Respuesta: Compartían esa frustración, pero seguían confiando en el éxito de la investigación.
Pregunta: ¿Pensaba él que habría más asesinatos?
Respuesta: Esperaba que no, pero no había manera de saberlo.
Pregunta: ¿Tenía el FBI un perfil del asesino del caso Juicio Final?
Respuesta: Todavía no. Estaban trabajando en ello.
Pregunta: ¿Por qué les estaba costando tanto tiempo?
Respuesta: Por la complejidad del caso. Will se inclinó hacia delante y susurró al oído de Nancy: «Menuda pérdida de tiempo».
Pregunta: ¿Tenían a sus mejores hombres asignados al caso?
Respuesta: Sí.
Pregunta: ¿Podrían los medios hablar con el agente especial que estaba a cargo de la investigación?
Respuesta: Yo puedo responder a todas sus preguntas.
«Esto se pone interesante», añadió Will.
Pregunta: ¿Por qué no podían hablar con el agente?
Respuesta: Intentarían que estuviera disponible en la siguiente rueda de prensa.
Pregunta: ¿Se encuentra en la sala en estos momentos?
Respuesta:...
Wright miró hacia Sue Sánchez, que estaba sentada en la primera fila, y le imploró con los ojos que controlara a su chico. Ella miró alrededor y vio que Will se levantaba. Lo único que podía hacer era inmovilizarlo fulminándolo con una mirada,
«Se piensa que soy un bala perdida —se dijo Will—. Bueno, pues es hora de empezar a cargar los cañones. Yo soy el agente especial a cargo. No quería el caso pero ahora es mío. Si me quieren, aquí estoy.»
—¡Aquí!
Will alzó la mano. Se había enfrentado a la prensa en múltiples ocasiones a lo largo de su carrera, así que para él aquello era pan comido. Era cualquier cosa menos tímido ante las cámaras.
Nancy vio la cara de horror de Sánchez y a punto estuvo de agarrarle de la manga. Casi. Will se levantó de un bote y se dirigió hacia la tarima con un andar extraño mientras las cámaras giraban hacia la izquierda.
Benjamin Wright no tuvo más remedio que desistir.
—De acuerdo, el agente especial Will Piper responderá a un número limitado de sus preguntas. Adelante, Will.
Cuando ambos hombres se cruzaron, Wright le susurró: «Abrevia y ándate con ojo».
Will se pasó una mano por el pelo y subió al estrado. El alcohol y sus efectos secundarios ya habían sido expulsados de su cuerpo, así que se sentía bien, incluso animado. «Y ahora a crear un poco de confusión», se dijo. Era un tipo fotogénico, un hombre alto, de pelo rojizo y espalda ancha, hoyuelo en la barbilla y ojos de un azul soberbio. En una sala de control, un realizador de televisión gritó: «¡Quiero un primer plano de ese tío!».
La primera pregunta fue: ¿cómo se escribe su nombre?
—Piper, como «tañedor de flauta»: P-I-P-E-R.
Los reporteros se irguieron en sus asientos. ¿Qué les iban a dar, un concierto? Algunos de los más viejos le susurraron a los otros: «Recuerdo a este tipo. Es famoso».
—¿Cuánto hace que trabaja para el FBI?
—Dieciocho años, dos meses y tres días.
—¿Cómo es que lleva la cuenta de una manera tan exacta?
—Soy minucioso.
—¿Qué experiencia tiene en asesinatos en serie?
—He dedicado mi carrera a casos como este. He llevado ocho de ellos: el violador de Asheville, el asesino de White River de Indianápolis, y otros seis. Los atrapamos a todos, y a este también lo cogeremos.
—¿Por qué no tienen aún un perfil del asesino?
—Créanme, lo estamos intentando, pero no se trata de un perfil convencional. No comete dos asesinatos iguales. No hay un patrón. Si no fuera por las postales, no sabríamos que los casos están relacionados.
—¿Cuál es su teoría?
—Creo que estamos ante un hombre muy inteligente y muy retorcido. No tengo ni idea de cuáles son sus motivos. Quiere atención, eso desde luego, y gracias a ustedes la está obteniendo.
—¿Piensa usted que no deberíamos cubrir el caso?
—No tienen opción. Simplemente constataba un hecho.
—¿Cómo conseguirá atraparlo?
—No es perfecto. Ha dejado algunas pistas de las que no voy a hablar por razones obvias. Lo atraparemos.
—¿Cree que el asesino atacará de nuevo?
—Déjeme que le responda de otra manera. Lo que creo es que el asesino está viendo esto en la televisión ahora mismo, así que esto va dirigido a ti. —Will miró hacia las cámaras. Menudos ojos azules—:Te voy a coger y te voy a poner entre rejas. Es solo cuestión de tiempo.
Wright, que se acercaba hacia él como una exhalación, prácticamente apartó a Will de los micros de un empujón.
—Muy bien, creo que esto es todo por hoy. Les haremos saber cuándo y dónde será el próximo encuentro.
Los de la prensa se pusieron en pie y la voz de una periodista del Post se alzó sobre las otras y gritó:
—¡Prométanos que volverá a sonar la flauta!
El número 941 de Park Avenue era un cubo sólido, un edificio de ladrillo de trece plantas del período anterior a la guerra, con las dos primeras plantas revestidas con una fina capa de granito blanco y el vestíbulo decorado con mármol y estampados de buen gusto. Will ya había estado por allí antes, siguiéndole la pista a los últimos pasos de David Swisher desde el vestíbulo hasta el lugar exacto de la Ochenta y dos donde se desangró hasta morir. Había realizado ese recorrido con la oscuridad prematinal y se había puesto en cuclillas justo en el mismo lugar, aún descolorido a pesar del refregado que le habían dado los del servicio de limpieza, para intentar visualizar lo último que la víctima debió de ver antes de que su cerebro perdiera la cobertura. ¿Una porción de acera moteada? ¿El enrejado negro de una ventana? ¿Las llantas de un coche aparcado?
¿Un roble delgado alzándose fuera de un cuadro de compacta suciedad?
El árbol, con un poco de suerte.
Tal como esperaba, Helen Swisher había estado jugando con él al gato y el ratón. Se había hecho la difícil durante las semanas anteriores con su siempre ocupado teléfono, su apretada agenda y sus viajes fuera de la ciudad. «¡Es la esposa de una víctima, por el amor de Dios! —se desahogó con Nancy—. ¡No una maldita sospechosa! Que coopere un poquito, ¿no?» Y entonces, justo cuando Sue Sánchez le iba a soltar el rollo por su «Aquí soy yo el que manda» de la rueda de prensa, la esposa le llamó al móvil para decirle que fuera puntual, que tenía poquísimo tiempo. Y luego la guinda: los recibió en el apartamento 9B con una mirada distante de condescendencia, como si fueran del servicio de limpieza y estuvieran allí para llevarse una de sus alfombras persas.