Greg bajó los ojos, desconcertado ante tanta gentileza. El periodista que había en él aún se moría de curiosidad por lo que había pasado con el caso Juicio Final. Le había hecho las preguntas a Laura en voz alta, por si acaso se sentía con agallas suficientes para entrevistar a Will, pero sabía que ese tema era tabú. Tenía serias dudas de que se lo contaran nunca, por más que se convirtiera en el yerno de Will Piper.
¿Por qué le habrían apartado de la investigación y le habían declarado fugitivo? ¿Por qué se había cerrado el caso sin ninguna detención ni resolución? ¿Por qué habían rehabilitado a Will y le habían dado la jubilación con tanta amabilidad?
Pero en lugar de eso preguntó:
—¿Y qué le depara a usted el futuro? ¿Irá a pescar, se tumbará a la bartola?
—¡Ni hablar! —intervino Nancy—.Ahora que me he mudado aquí, le espera una vida de teatros, museos, galerías, buenos restaurantes y todo lo que se te pueda ocurrir.
—Creía que odiabas Nueva York, papá.
—Vivo aquí. Igual le doy una oportunidad. Los jubilados tenemos que mantener la mente en activo mientras aquí las mujeres resuelven robos de bancos.
Más tarde, cuando se iban, Will le dio un beso a su hija en la mejilla y la apartó del grupo lo justo para que Greg no le oyera.
—¿Sabes? Me gusta tu chico. Quería decírtelo. No lo dejes escapar.
Le constaba que Greg Davis era FDR.
Will se tumbó en la cama y observó cómo Nancy personalizaba el dormitorio con fotos, un joyero, un oso de peluche.
—¿Estás seguro de que no te importa? —preguntó.
—Queda bonito.
—Me refiero a que vivamos juntos. ¿Fue una buena idea?
—Creo que sí. —Dio una palmada en el colchón—. Cuando termines de redecorar, deberías venir y probar tu nueva cama.
—Ya he dormido en ella antes —dijo ella riendo.
—Sí, pero ahora es diferente. Es una propiedad común.
—En ese caso, elijo el lado de la ventana.
—¿Sabes? Creo que eres mi tipo.
—¿Y qué tipo es ese?
—Lista, sexy, atrevida.
Ella gateó hasta él y se acurrucó a su lado. Will la envolvió con sus brazos. Le había hablado sobre la Biblioteca. Era algo que tenía que compartir con alguna persona de su vida, y aquel secreto los unió aún más.
—Cuando estuve en Los Ángeles miré algo más en el ordenador de Shackleton —dijo bajito.
—¿Y quiero saberlo?
—El 12 de mayo de 2010 nacerá un niño llamado Phillip Weston Piper. Eso es dentro de nueve meses. Nuestro hijo.
Nancy parpadeó unas cuantas veces y le besó en la cara. Él le devolvió el beso.
—Tengo muy buenas vibraciones respecto al futuro —dijo.
Los bajos de la blanca vestidura del abad estaban empapados de sangre. Cada vez que se detenía para tocar una frente fría o hacer el signo de la cruz sobre un cuerpo boca arriba, sus prendas se manchaban de sangre.
A su lado, el prior Félix le tomaba del brazo para que Baldwin no resbalara con la sangre que cubría las piedras. Recorrieron aquella carnicería parándose en cada uno de los escribas pelirrojos en busca de señales de vida; en vano. El único otro corazón que latía en la Sala de los Escribas era el del viejo Bartholomew, que estaba haciendo su propia desalentadora inspección al otro lado de la cámara. Baldwin había mandado salir a la hermana Sabeline porque sus lloros histéricos le estaban sacando de quicio y no le dejaban pensar.
—Están muertos —dijo Baldwin—.Todos muertos. En el nombre del Señor, ¿por qué ha sucedido esto?
Bartholomew pasaba de una fila a otra, caminando con cuidado sobre los cadáveres y alrededor de ellos, intentando mantener el equilibrio. Para ser un anciano, se movía con energía de un pupitre a otro, cogiendo las hojas de la mesa y reuniéndolas en la mano.
Se dirigió hacia Baldwin con una resma de pergaminos.
—Mirad —dijo el viejo—. ¡Mirad!
Dejó caer las hojas.
Baldwin cogió una y la leyó.
Después la siguiente, y la siguiente. Colocó las páginas sobre la mesa para poder verlas con mayor rapidez.
Cada página llevaba la fecha del 9 de febrero de 2027 y una inscripción idéntica.
—Finis Dierum
—dijo Baldwin—. El Fin de los Días.
Félix tembló.
—Así que será entonces cuando llegue el final. Bartholomew casi sonrió ante la revelación.
—Su trabajo había terminado.
Baldwin recogió todas las hojas y se las apretó contra el pecho.
—Nuestro trabajo aún no ha terminado, hermanos. Debemos llevarlos a la cripta para que descansen. Después haré una misa en su honor. La Biblioteca será sellada y la capilla quemada. El mundo no está preparado.
Félix y Bartholomew asintieron de inmediato para mostrar su acuerdo; el abad se dio la vuelta para marcharse.
—El año 2027 queda muy lejos —dijo Baldwin, cansado—. Al menos la humanidad tiene mucho tiempo por delante para prepararse para el Fin de los Días.
No estoy seguro de que este libro hubiera visto la luz del día sin la intervención de Steve Kasdin, de la Agencia Literaria de Sandra Dijkstra, que escogió mi carta de entre los montones de peticiones que le llegan y me ayudó a que el manuscrito tomara su forma definitiva. Es un ser muy apreciado por toda la familia Cooper. Doy también las gracias por el apoyo entusiasta de mis primeros lectores: Gunilla Lacoche, Megan Murphy AllisonTobia y a mi amigo y abogado George Tobia. También estoy encantado de formar parte de la familia Harper Collins bajo la experimentada tutela de mi encantadora editora, Lyssa Keusch. Por último una mención especial a mi esposa, Tessa, y a mi hijo, Shane, por ofrecerme su apoyo a cada paso del camino, sin olvidarme de mi hermana, Gale Cooper, y mi madre, Rose Cooper, a las que debo toda una vida de discusión en torno a la lectura y la escritura.