—Asesinan a los que se van de la lengua —dijo Mark amargamente.
—¿Con qué objetivo? ¿Qué hacen ellos con los datos?
—Investigación. Planificación. Localización de recursos. La CÍA y los militares lo han usado como herramienta desde principios de los cincuenta. Está ahí, y no pueden permitirse no sacarle provecho. Podemos predecir acontecimientos, aunque no se puedan alterar los resultados, las muertes. Si puedes predecir los grandes acontecimientos, puedes planificarlos, preparar los presupuestos, dictar la política, tal vez suavizar sus efectos. Área 51 predijo la guerra de Corea, las purgas chinas de Mao, la guerra de Vietnam, Pol Pot en Camboya, las guerras del Golfo, las hambrunas de África. Podemos localizar grandes accidentes aéreos, desastres naturales como las inundaciones y los maremotos. Sabíamos lo del 11 de septiembre.
Will estaba anonadado.
—¿Y no podíamos hacer nada?
—Como he dicho, los resultados no se pueden cambiar. No sabíamos cómo iban a ocurrir los ataques ni quién era responsable, aunque teníamos alguna idea más o menos acertada. Creo que por eso fuimos tan rápidos en pasar al ataque contra Irak. La partida estaba decidida desde el principio.
—Dios santo.
—Tenemos superordenadores que están analizando datos las veinticuatro horas del día, buscando patrones que se repitan a escala mundial. —Se inclinó sobre él y bajó la voz—. Puedo decirte con seguridad que el 9 de febrero de 2013 morirán doscientas mil personas en China, pero no puedo decirte por qué. Ahora mismo hay gente trabajando en eso. En 2025, el 25 de marzo para ser exactos, morirán más de un millón de personas en India y Pakistán. Esto significa un cambio de paradigma, pero queda demasiado lejos para que alguien se ocupe de ello.
—¿Por qué en Nevada?
—Las fuerzas aéreas llevaron la Biblioteca hasta allí después de volar con ella de Inglaterra a Washington. Construyeron una cámara acorazada resistente a ataques nucleares bajo el desierto. Se tardaron veinte años en transcribir todo el material posterior a 1947 y digitalizarlo. Antes de que estuvieran informatizados, esos libros eran un tesoro. Ahora más que nada tienen un valor testimonial. Verla es increíble, pero la verdadera Biblioteca ya no tiene mucho sentido. En cuanto a por qué Nevada, porque era un sitio remoto y fácil de proteger. Truman echó una cortina de humo sobre ella al inventarse la historia del ovni de Roswell y dejar que la gente creyera que Área 51 se había construido para la investigación de ovnis. No podían ocultar la existencia del laboratorio a causa de toda la gente que trabajaba allí, pero encubrieron su propósito. Hay un montón de tontainas que todavía se creen esa chorrada de los ovnis.
Will estaba a punto de servirse otro whisky pero se percató de que le estaba haciendo más efecto del que quería. Ponerse como una cuba no era la mejor opción en ese momento.
—¿Y tú qué haces allí? —preguntó.
—Seguridad de las bases de datos. Tenemos los servidores más seguros del mundo. Un sistema a prueba de piratas y de filtraciones, o al menos así era antes.
—Has violado tu propio sistema.
—Soy el único que podía hacerlo —fanfarroneó.
—¿Cómo?
—Fue de lo más simple. Me metí un almacenador de memoria por el trasero. Se la clavé a esos mamones de los vigilantes. La existencia de la Biblioteca no puede hacerse pública. ¿Te imaginas lo que sería del mundo? Todo el mundo se quedaría paralizado si supieran el día que van a morir... o su esposa, o sus padres, o sus hijos, o sus amigos. Nuestros analistas piensan que la sociedad, tal como hoy la conocemos, se vería alterada para siempre. Segmentos enteros de la población podrían mandarlo todo a tomar por saco y decir: «¿Para qué?». Los criminales podrían cometer más crímenes si supieran que no los iban a matar. Cabe prever escenarios bastante horribles Y lo curioso es que no son más que nacimientos y muertes. No hay nada en los datos que indique cómo la gente vive sus vidas, nada acerca de su calidad. Todo eso son extrapolaciones.
Will alzó el tono de voz.
—¿Y entonces por qué lo hiciste? ¿Por qué enviaste las postales?
Mark había visto venir la pregunta. Will se daba cuenta. Su labio inferior temblaba como el de un niño a punto de ser reprendido.
—Yo quería... —Se vino abajo, lloró y se atragantó.
—Querías ¿qué?
—Quería que mi vida mejorara. Quería ser alguien... diferente. —De nuevo volvió a deshacerse en lágrimas. Resultaba patético, pero Will controló su ira.
—Continúa, te escucho.
Mark cogió un pañuelo y se sonó.
—No quería ser un zángano encerrado en el laboratorio toda mi vida. Veo a los ricos en los casinos y me pregunto: «¿Por qué ellos? Yo soy un millón de veces más inteligente que ellos. ¿Por qué no yo?». Pero nunca sonó la flauta. Ninguna de las compañías para las que trabajé tras dejar MIT explotó. Ningún Microsoft, ningún Google. Conseguí sacar algunos pavos con acciones de bolsa, pero todo el tema de las puntocom pasó. Y luego la fastidié al decidir trabajar para el gobierno. En cuanto el atractivo de Área 51 queda al desnudo, no es más que un trabajo de informático mal pagado en un bunker subterráneo. Intenté vender mis guiones, ya te dije que soy escritor, y me los rechazaron. Así que decidí que podía dar un cambio a mi vida con solo filtrar un poco de información.
—Entonces, ¿lo haces por dinero? ¿Es eso?
Mark asintió.
—No el dinero por el dinero —aclaró—, sino por el cambio que va unido a él.
—¿Y cómo ibas a sacar dinero del Juicio Final?
La cara circunspecta de Mark se volvió una sonrisa triunfal.
—¡Ya lo he hecho! ¡Un montón de dinero!
—Ilumíname, Mark, no soy tan vivo como tú.
Mark no cogió el chiste, se lo tomó como un cumplido y se enzarzó en una explicación lenta y paciente al principio y luego con presión ascendente.
—De acuerdo, ahí va cómo lo concebí. Y tengo que decir que salió exactamente tal como lo había planeado. Necesitaba una demostración de los servicios que podía ofrecer. Necesitaba credibilidad. Necesitaba el poder de llamar la atención de la gente. La manera de conseguirlo es implicar a los medios, ¿verdad? ¿Y qué podía satisfacer todos estos criterios? ¡El Juicio Final! Por cierto, el nombre me pareció estupendo. Quería que el mundo pensara que había un asesino en serie que avisaba a sus víctimas. Así que saqué de la base de datos un grupo de nueve personas de Nueva York, al azar. Vale, ya veo lo que dicen tus ojos, y tal vez sea un delito a cierta escala, pero es obvio que yo no maté a nadie. Pero una vez que el caso estuvo fuera de los medios de comunicación, pude captar inmediatamente la atención del hombre al que necesitaba llegar: Nelson Elder. —La cara de Will lo dejó perplejo—. ¿Qué? ¿Lo conoces?
Will sacudía la cabeza, no daba crédito a lo que estaba escuchando.
—Sí, lo conozco. He oído que ha muerto.
—Le asesinaron. —Y añadió en un susurro—: Y a Kerry.
—Perdona, ¿a quién?
—¡A mi novia! —Mark lloró y después volvió a bajar la voz—. Ella no sabía nada. No tenían por qué hacerlo. Y lo peor es que yo podía haber mirado si estaban en la lista antes de que pasara. Para cuando pensé en ello...
A Will se le apagó la bombilla de la cabeza, una reacción algo lenta.
—¡Dios santo! ¡Nelson Elder, seguros de vida! Mark asintió.
—Lo conocí en un casino. Era un buen tipo. Después me enteré de que su compañía tenía problemas. ¿Y qué mejor forma de ayudar a una compañía de seguros de vida que decirles cuándo va a morir la gente? Esa fue mi gran idea. Elder lo pilló al momento.
—¿Cuánto?
—¿Dinero?
—Sí, dinero.
—Cinco millones de dólares.
—¿Dejaste escapar las joyas de la Corona por cinco míseros millones?
—¡No! Todo era muy discreto. Él me daba los nombres y yo le daba las fechas. Eso era todo. Era un buen trato para todos. Yo me quedé con la base de datos. Soy el único que la tiene.
—¿Enterita?
—Solo la de Estados Unidos. Desert Life solo tiene negocios en Estados Unidos. La base de datos al completo era demasiado grande para robarla.
Will estaba nadando en un estofado de sobrecarga informativa y emociones violentas.
—Hay algo más en todo esto... otra vuelta de tuerca, ¿verdad?
Mark permaneció en silencio, jugueteando nervioso con sus manos.
—¿Querías pegármela, no es cierto? Elegiste Nueva York para tu pantomima porque esa es mi zona. Querías que tragara mierda. ¿Verdad?
Mark agachó la cabeza como un niño arrepentido.
—Siempre te he tenido celos —susurró—. Cuando compartimos habitación en la universidad; en el instituto no conocí a nadie como tú. Todo lo que hacías te salía genial. Todo lo que hacía yo... —Su voz se fue perdiendo hasta apagarse—. Cuando te vi el año pasado se reabrieron viejas heridas.
—Solo fuimos compañeros de habitación durante el primer año de la carrera, Mark. Nueve meses juntos cuando éramos unos críos. Éramos unas personas muy diferentes.
Mark lo admitió con desamparo, conteniendo sus emociones.
—Yo esperaba que tú quisieras volver a compartir habitación después del primer año. Y tú les ayudaste. Les ayudaste a que me ataran con cinta a la cama.
A Will se le puso el vello de punta. El tipo era patético. Nada en sus acciones ni en sus intenciones era noble. Todo era una cuestión de conmiseración y desprecio hacia sí mismo, y de impulsos infantiles envueltos en un exceso de coeficiente de inteligencia. De acuerdo, él siempre se había sentido culpable, ¡pero había sido una broma universitaria inocente, por el amor de Dios! El hombre que se había escondido en esa habitación de hotel era repugnante y peligroso, y Will tenía que reprimir las ganas de tumbarlo de un puñetazo en su enclenque y afilada mandíbula.
Esa criatura penosa le había contado su vida de una sentada. Will no quería tener nada que ver con eso. Lo único que quería era retirarse y que lo dejaran tranquilo. Pero estaba claro que una vez que tenías conocimiento de la Biblioteca tu vida no volvía a ser la misma. Necesitaba pensar, pero primero necesitaba sobrevivir.
—Dime una cosa, Mark, ¿has visto si estoy en la lista? —dijo, enfrentándose a él—. ¿Acabarán conmigo hoy? —Mientras esperaba la respuesta, pensó: «Y si es hoy, ¿qué coño importa? De todos modos, ¿qué razones tengo para vivir? Lo único que haré es joderle la vida a Nancy como se la he jodido a todos los demás. ¡Desembucha!».
—No. Ni yo tampoco. Somos FDR.
—¿Qué significa eso?
—Fuera del registro. A partir de 2027 ya no hay más libros. Área 51 tiene una esperanza de vida de ochenta años.
—¿Y por qué no hay más?
—No lo sabemos. Al parecer hubo un incendio en el monasterio. ¿Desastre natural? ¿Causa política? ¿Religiosa? No hay manera de saberlo. Simplemente es un hecho.
—Así que viviré hasta después de 2027 —dijo Will melancólicamente.
—Y yo también —le recordó Mark—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Di.
—¿Averiguaste que era yo? ¿Por eso te buscan?
—Sí. Te tenía cogido por los huevos.
—¿Y cómo? —Will vio que se moría por saberlo—. Estoy seguro de que no dejé ninguna pista.
—Encontré tu guión en el registro de la AEA. En la primera versión había unos cuantos nombres de personajes sin interés. En la segunda versión, unos cuantos nombres muy interesantes. Necesitabas contárselo a alguien, ¿eh? Aunque fuera como una broma privada.
Mark estaba atónito.
—¿Cómo se te ocurrió?
—El tipo de letra de las postales. Hoy en día esa fuente no la usa mucha gente, salvo los que escriben guiones de cine.
—No tenía ni idea —soltó Mark.
—¿De qué?
—De que eras tan listo.
En cuanto Frazier se sentó frente a su ordenador, se obligó a entrar en un estado de optimismo. Tenían la señal del teléfono de Will de nuevo en la pantalla, sus hombres estaban en las proximidades y se recordó a sí mismo que ninguno de los miembros del operativo moriría ese día, como tampoco lo harían Shackleton ni Piper. La conclusión inevitable era que la operación se llevaría a cabo sin sobresaltos y que conseguirían apresar a los dos hombres para su interrogatorio. Lo que les pasara después no dependía de él. Ambos eran FDR, así que suponía que de un modo u otro los dejarían fuera de circulación. Eso a él le importaba poco.
DeCorso puso en peligro su optimismo.
—Malcolm, esta es la situación —escuchó por los cascos—. Esto es un hotel, el Beverly Hills. Tiene varios cientos de habitaciones en cincuenta mil metros cuadrados. La señal que nos llega está a unos doscientos setenta y cinco metros. No contamos con los efectivos necesarios para acorralarlo y registrar el hotel.
—Hostia puta —dijo Frazier—. ¿No se puede aumentar la potencia de la señal de alguna forma?
Uno de los técnicos del centro de operaciones le contestó sin levantar la vista de la pantalla.
—Llama a su teléfono. Si contesta, podremos triangular la señal hasta quince metros.
La boca de Frazier se convirtió en la sonrisa del gato de Cheshire.
—Eres un puto crack. Te voy a invitar a una caja de cervezas. —Cogió un teléfono y presionó el botón para llamadas al exterior.
El teléfono de prepago de Will sonó. Pensó en Nancy. Quería oír su voz, así que no prestó atención a la información que aparecía en pantalla: fuera de señal.
—¿Diga?
No hubo respuesta.
—¿Nancy?
Nada.
Colgó.
—¿Quién era? —preguntó Mark.
—Esto no me gusta —contestó Will. Miró su teléfono, hizo una mueca y lo apagó—. Creo que hay que irse. Coge tus cosas.
Mark parecía asustado.
—¿Adónde vamos?
—Todavía no lo sé. A algún lugar fuera de Los Ángeles. Saben que estoy aquí, así que también saben que tú estás aquí. Cogeremos un taxi hasta mi coche y seguiremos con él. A un par de tipos listos como nosotros se les tiene que ocurrir algo.
Mark se agachó para guardar el portátil. Will se puso delante de él.
—¿Qué? —dijo Mark, alarmado.
—Yo llevaré tu maletín.
—¿Por qué?
Will puso cara de más vale fuerza que maña.
—Porque quiero. Que no te lo tenga que repetir. Y dame la contraseña.
—¡No! Me dejarás tirado.
—No voy a dejarte tirado.
—¿Y cómo puedo estar seguro?
Aquel tipo enclenque parecía tener tanto miedo y ser tan vulnerable que a Will le dio pena por primera vez.