—No está muerto, porque no le cortamos la cabeza —dijo River—. A un vampiro sólo se le mata cortándole la cabeza. Sólo le hemos molestado por un tiempo. Requiere un gran esfuerzo mental para ellos consumirse y volver a hacerse corpóreos después, pero volverá. Volverá.
—Pero no por un tiempo —dijo Suinen—. Y hasta entonces la dama Eyrien estará a salvo gracias a ti muchacho, no te atormentes. Le has salvado la vida, y si el ser vuelve a ella estará suficientemente fuerte para enfrentarse a él.
Más sombríos aún que antes, pese a las palabras de Suinen, se dispersaron. La mayoría volvió a encontrarse en el hospital de campaña que se había edificado con urgencia el claustro del palacio. Mientras se aseguraba de que Killian permanecía allí el rato suficiente como para que le curaran todas las heridas, River buscó con la mirada a Eyrien. Esperaba que la elfa hubiese tenido la sensatez de reconocer que necesitaba que la atendiesen. Deseó pedirle perdón por no haberla salvado de verdad. Pero él mismo se sentía tan exhausto y mareado que fue incapaz de preocuparse mucho más; al final fue Killian quien lo ayudó a llegar hasta su camastro. River durmió, y tanta era su extenuación que aquella noche ni siquiera tuvo pesadillas. A su lado, Killian permaneció casi toda la noche en vela meditando en cuánta sería su responsabilidad cuando llegara al trono de Arsilon En Sentrist había descubierto que el sufrimiento de cada uno de sus súbditos sería también el suyo propio.
A la mañana siguiente todos se levantaron pronto, pues estaban demasiado angustiados por aquello que Eyrien e Islandis tenían que revelarles como para poder dormir. River salió a pasear por el jardín de la zona del castillo que les habían asignado, y se sorprendió al ver a una elfa sentada en un banco de piedra, casi oculta por la maleza. Seguramente no la hubiese visto si no fuese porque sus cabellos se mostraban de un bello color rosa cristalino. River se detuvo titubeando, era una de las guerreras de Greisan. Se giró para irse pero la inmortal lo había visto también, y apareció frente a él momentos después, mientras su fino vestido morado ondeaba con la brisa. Se lo quedó observando con aquella curiosidad propia de los elfos y le dedicó una sonrisa de sus labios grises cuando la turbación de River fue ya evidente.
—El mago de la Casa de los Tres Elfos no tiene por qué huir de ninguno de los elfos que estamos aquí presentes —dijo la elfa—. Todos te debemos mucho. Has sacrificado tu vida por nuestra dama, y te estaremos agradecidos hasta después de tu muerte.
—Yo... no he sacrificado mi vida —dijo River—. Aún estoy vivo.
—Pero lo hubieses hecho, ¿verdad?
—Sí —dijo River—. Lo hubiese hecho.
—Y volverías a hacerlo, estoy segura —dijo la elfa de rosados cabellos—. Mi nombre es Nayara, acepta este obsequio como muestra de la gratitud de los míos.
Se quitó una pulsera de un cristal rosa como sus cabellos y se la entregó. Antes de que River pudiera negarse a aceptarla o al menos darle las gracias, la Elfa de las Rocas se fue. River se paseó por el jardín largo rato, mirando la pulsera. Le parecía un poco surrealista que la dulce guerrera elfa lo hubiese tratado con tanta bondad, teniendo en cuenta que se suponía que tendría que estar muerto por ser objeto de una profecía.
—Así que estás aquí, te estábamos buscando —dijo la voz de Killian a su espalda—. Vamos, nos esperan en la reunión.
River lo siguió hasta el salón que habían habilitado para aquel encuentro privado. Por el camino Killian se fijó en la pulsera que sostenía su amigo.
—¡Vaya! Menuda joya, hermano. ¿Te la ha dado un elfo? —dijo Killian cogiéndola y girándola entre sus manos mientras River le explicaba su encuentro. Sonrió—: Pues espera. Los nueve restantes también querrán conocerte y darte las gracias, y observarte de cerca como si fueras un monstruo de feria, aunque un monstruo de feria admirado y agasajado con cumplidos, vaya.
Llegaron a la puerta del salón y vieron que Eyrien se acercaba impaciente por el otro lado.
—¿Dónde estabas? —le espetó en cuanto se encontraron frente a las puertas.
—Buenos días a ti también —le dijo River con suavidad.
Ella pasó por alto su intensa mirada y abrió las puertas. Ya estaban allí casi todos los participantes: Freyn, Killian y Suinen, algunos embajadores y nobles locales, tres de los hechiceros más poderosos del territorio sentristiano y el resto de los elfos. Eriesh, Islandis y el Elfo del Aire los saludaron y permanecieron sentados, pero los siete elfos restantes se levantaron para saludar a su dama y mostrar su agradecimiento al Alto humano que la acompañaba y al que debían tanto. Mientras tomaban asiento, rojo y turbado, River reparó en que la maga de Udrian no estaba presente.
—¿Dónde está Arla? —preguntó.
Eyrien permaneció en pie para hablar, y de pronto pareció triste y angustiada de nuevo.
—Arla está reposando en sus aposentos, pues lo que se va a hablar aquí ella ya lo sabe. Lo que ha ocurrido no debería haber sucedido nunca en este mundo... —dijo, y sus ojos parecieron un tanto más brillantes de lo normal. Luego inspiró hondo y dijo—: El Centro Umbanda de Quersia ha caído. Fue atacado de repente por un grupo de hechiceros desconocidos, de los cuales desconocemos su origen o naturaleza. Nadie ha sobrevivido. Ni los maestros ni los niños, ni siquiera el Elfo de los Bosques que permanecía en el centro supervisándolo —dijo Eyrien con voz entrecortada—. La única que ha sobrevivido es Arla de Udrian, y ha sido gracias al destino que la llevó a venir aquí antes de que sucediera la masacre.
El Elfo del Aire se alzó con un ligero temblor de sus alas. Los ojos de un azul tan pálido le daban un aspecto aún más desconsolado. Esperó a que todos asimilaran la tragedia.
—Sucedió hace al menos una semana, por... por el estado de los cuerpos —dijo—. Lo descubrió el Elfo de los Bosques que debía sustituir al que estaba en el Centro y nos avisó rápidamente. Freyo de los Elfos Ígneos, que también estaba en Quersis, y yo fuimos los primeros en llegar. Había cuerpos humanos por todas partes. De niños y profesores. En una sala encontramos al director del centro y al Elfo de los Bosques, y sus cuerpos estaban sembrados de heridas mágicas. Tras ellos estaban los cadáveres de los niños más pequeños, a los que habían intentado defender. —Sus ojos se humedecieron—. Todos los niños, hasta los más pequeños, han sido asesinados. Los atacantes persiguieron metódicamente a cuantos alumnos intentaron escapar. Aunque buscamos por todo el bosque, sólo hallamos cadáveres. De los atacantes no encontramos ni rastro. Como Eyrien ha anunciado, nadie quedó con vida. Sin embargo —dijo el elfo, y tomó aire para serenarse—, al intentar repatriar los cadáveres humanos a sus respectivas familias, reparamos en que faltaban niños. Creemos que se los han llevado. Los elfos quersianos están intentando averiguar si se llevaron a los niños al azar. Habrá que esperar para conocer más detalles. De momento... eso es todo.
Se hizo un silencio angustioso. Nadie era capaz de asimilar que alguien hubiese querido arrasar un lugar es el que prácticamente sólo había niños. Era un duro golpe para la Alta raza humana, pues eran pocos y acababan de perder a casi un cuarto de los jóvenes de sus poblaciones. River, aturdido, sintiendo que todos lo observaban a él por ser parte de aquella desafortunada raza, pensó enseguida en Arla. Se había salvado por los pelos de morir allí, pero había perdido a todos sus compañeros y amigos.
—Supongo que todos estamos pensando en Maelvania cuando buscamos culpables —dijo Freyn rompiendo el silencio.
—Y yo añadiría que el ataque gul no se ha producido fortuitamente en este momento —añadió Suinen—. Mucho me temo que la desgracia que ha asolado mi ciudad no ha sido más que una cortina de humo.
Especularon sobre la posibilidad de que los guls hubiesen constituido una maniobra de distracción, de que los hechiceros de Maelvania pudiesen ser tan poderosos como para perpetrar aquella masacre, de cuál sería el destino de los niños desaparecidos, de cuál podía ser el papel de Esigion en todo aquello.
—¿Tú qué opinas, Eyrien? —dijo Suinen al cabo de un rato—. No has dicho palabra.
—Lo que yo piense me lo callaré por el momento —dijo la elfa finalmente—. Tengo que hacer algunas averiguaciones antes de expresar mis deducciones. Además primero tenemos que esperar a que los informes de los elfos quarsianos sean más detallados, así que lo único que podemos hacer todos ahora es ser constantes y seguir con nuestras obligaciones. Ha llegado el momento de seguir nuestros caminos, pues veo que muchos se separan en este momento y por algún tiempo. Yo, por mi parte, me encaminaré hacia el oeste, a Selbast.
—¿Por qué a Selbast? —preguntó Freyn.
—Porque quiero visitar la casa de Ashzar, y me dijo que vivía allí.
—¿Quién es Ashzar? —preguntó Islandis desconcertada.
River no podía creer lo que oía; Eyrien había llegado a la cima de sus extravagancias.
—¡Ashzar es el vampiro que la ha atacado tres veces! —exclamó sin poder contenerse—. Eyrien se ha vuelto... Creo que Eyrien debería reconsiderar sus planes —finalizó.
—Tú mismo dijiste que era extraño que el vampiro hubiese aparecido tan de repente, mago, así que comprenderás tan bien como yo que hay que averiguar cuál es su papel en esta historia —dijo Eyrien mirándolo de una forma que revelaba lo molesta que estaba—. Y espero encontrar alguna pista en su casa. Si voy ahora no correré peligro alguno, pues aún tardará tiempo en hacerse corpóreo de nuevo. Hay dos cosas que os ayudarán a manteneros tranquilos. La primera es que no iré sola, si Eriesh y Freyn quieren venir conmigo.
Ambos mostraron su conformidad con alivio.
—Y la segunda, es ésta —dijo Eyrien, y se levantó.
De un escabel que estaba a su lado alzó la antiquísima espada del vampiro. Era un sable de hoja fina y algo curva cuya empuñadura estaba hecha de madera fosilizada. Entre las fibras de la madera podían observarse vetas de algún tipo de mineral oscuro.
—Es un vampiro de alta estirpe —dijo Eriesh observando sombrío la espada.
—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó Killian.
—Que es hijo de un elfo, un Elfo de las Rocas a juzgar por las vetas de mineral que lleva en la espada, y que deben formar parte de su esencia —dijo Islandis dolida, como si fuera responsable de ello.
Eyrien, para consternación de todos, pasó un dedo por el filo de la espada sin cuidado ninguno. Cuando mostró la yema de su pálido dedo, ésta estaba intacta.
—Esta espada es muy antigua y tiene una magia propia que está ligada a la magia del vampiro. Hasta que él se recupere de nuevo, no será más que la reliquia que parece ser. Hasta que Ashzar no se recupere, su hoja no volverá a brillar ni a estar afilada. Así que tenemos una prueba que nos demostrará cuándo... tendré que empezar a preocuparme de nuevo.
Mientras algunos cuchicheaban y miraban de cerca la antigua espada, Eyrien se fijó en que River parecía dolido. El hecho de que no lo hubiera invitado a ir con ella lo había hecho sentirse un estorbo de nuevo.
—Killian, River, aunque aprecio vuestra compañía y espero que en un futuro nuestros caminos se unan en alguna aventura de nuevo, me temo que eso no será en esta ocasión. Tú, Killian, deberás regresar a Arsilon para informar a tu tío de cuanto ha sucedido. De todo —dijo la elfa, y Killian entendió que se refería también a que aliviara el temor del rey respecto a la profecía—. Y tú, River, vas a ser digno de un honor del que hace tiempo que ningún humano ha gozado. Islandis te invita a visitar Greisan, el hogar de los Elfos de las Rocas, para que allí se te obsequie con el inusitado regalo de adiestrarte en los conocimientos élficos de los cuales los humanos hace tiempo que estáis privados. Nada así se ha producido desde los tiempos en que elfos y mortales gozaban de una íntima amistad.
—Para mí será un honor que sin duda no merezco —dijo River asombrado, pues aunque no podría acompañar a Eyrien, la alternativa bien merecía que estuviese agradecido.
—Que merezcas ese honor o no, soy yo quien tiene que decidirlo —dijo Islandis—. Y el joven de la Casa de los Tres Elfos que se ha convertido en protector de nuestra dama bien merece que sus habilidades sean parejas a su honor y su valentía.
River ya sólo escuchó a medias el resto de la conversación, enfrascado como estaba en el intento de asimilar que se iría a vivir con los elfos para aprender artes que a los humanos se les habían negado desde hacía mucho tiempo. Sería el primer humano que pisaría tierras feéricas desde... ¿Cuándo? Sin duda más de un milenio. Quizás aquel ascendente le permitiría tomar más valor a los ojos de la elfa por la que, a su parecer, todo aquello valía la pena. Iba a levantar la mirada hacia Eyrien cuando la puerta se abrió.
Arla de Udrian entró en la sala, silenciosa y cubierta por una capa de viaje. Toda la chispa de alegría y rebeldía que mostraba el día anterior se había borrado de su rostro, que estaba ahora pálido y demudado por una máscara de tristeza insoportable. Levantó una mano por todo saludo; estaba claro que por el momento no era física ni mentalmente capaz de nada más.
—Eyrien, ya estoy lista —dijo con un hilo de voz.
—Bien, cariño —dijo la elfa yendo a su encuentro—. Se levanta la sesión. River, ¿podrías acompañar a Arla al patio? Yo iré enseguida.
River asintió y se encaminó hacia donde Arla aguardaba como si fuera ajena a todo lo que la rodeaba. Le tomó la mano y se la llevó de la sala, encaminándose por el soleado pasillo que llevaba a la planta baja.
—Tú has estudiado en un Centro Umbanda —dijo Arla, levantando su mirada vidriosa hacia River—. Y ya sabes lo que hay allí. Sólo niños. ¿Quién podría querer hacer algo así a unos niños?
—No lo sé —reconoció River.
—Pero Eyrien dijo que habían sido hechiceros —dijo Arla—. ¿En qué otra especie hay hechiceros que no sea en la humana?
«Entre los elfos» pensó River, pero no lo dijo. También sabía que la Alianza desconocía por completo con qué miembros contaba Esigion de Maelvania en su ejército.
—Lo averiguaremos —dijo finalmente.
Permanecieron en silencio hasta que llegaron al patio. Estaba extrañamente vacío, así que se pasearon en espera de que llegara Eyrien. Arla parecía estar en otro mundo, uno plagado de pesadillas y pozos de oscuridad, más que bajo el cielo soleado de aquel lugar cálido de la costa.
—Si yo no hubiese venido aquí...
—Pero has venido, eso es lo que importa —dijo River rodeándola con un brazo para darle ánimos—. El destino no siempre juega en nuestra contra, y tú tienes que estar agradecida de haber sobrevivido, porque si no aprovechas la vida que te queda no honrarás a los que ya no la tienen.