El coronel Pérez abrió la puerta de un carro de asalto, miró su interior y luego invitó al Obispo para que hiciera lo mismo. Siguieron caminando mientras el oficial comentaba la calidad de los equipos, muchos de ellos montados en el país. Era un orgullo. Pérez tomó delicadamente una ametralladora, movió sus diferentes piezas, comprobó la correcta lubricación y enseñó al Obispo cómo la debería calzar el agente. Una ronda de oficiales seguía con inquieta atención su palabra. La ametralladora era realmente liviana, se la podía alzar y acomodar con un solo brazo. Esbozó un movimiento que tal vez se podía interpretar como que ofrecía el arma al Obispo para que constatara sus virtudes. El sacerdote la rechazó violentamente. Pérez, con gentileza, repitió el ofrecimiento como si se tratara de un paquete de cigarrillos. El Obispo volvió a negarse. Pérez sonrió. El Obispo, con dignidad, por tácita obligación de su investidura, no debía tocar ese instrumento de la muerte. Sin embargo, en medio de los oficiales que amaban las armas como el coleccionista sus estampillas, disonaba su actitud, era la de un sujeto afeminado. Pérez le invitó enseguida a contemplar el equipo de comunicaciones móviles. Algunos uniformados quedaron atrás para comentar el apuro sutil al que lo condujo.
Pérez demostró habilidad diplomática. Ponerla en evidencia nada menos que con un representante de la Iglesia, enorgullecía a sus hombres y afianzaba su monolítica autoridad.
Las burlas suaves, casi inocentes, causan dolor. Es un dolor para el alma como el que producía con la fusta, cuando niño, sobre el lomo de los animales. Hiriendo al alma se doma a los hombres. El Obispo tenía que empezar a comprender que tras los gestos educados, protocolarios, aparentemente afectuosos del coronel Pérez, se levantaba imponentemente su fortaleza y su poder.
Cuando terminaron la recorrida, monseñor Tardini se dirigió hacia un ángulo del amplio campo que le permitía dominar la nutrida exposición de armamentos. El jefe de Policía cruzó las manos sobre el vientre, en posición de descanso. El obispo dijo algunas palabras y solemnemente bendijo esos instrumentos que no quiso tocar, en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
ISAÍAS
—Las gordas están contentas. ¡Pobres gordas mías! Me insinuaron, sí, que tantos muchachos y chicas juntos, que el humo del cigarrillo, que siempre se trata de una iglesia aunque hayamos retirado el Santísimo, que demasiado bullicio, que esto y que estotro. Pero están contentas. Nunca han visto tanta gente.
El padre Buenaventura parloteaba satisfecho. Tantos meses de análisis, de proyectos borroneados, tachados y hechos un bollo. Se lanzaron a una nueva empresa con entusiasmo, con la esperanza limpia y juvenil de servir a Dios. Decidieron hacer del viejo solar oligárquico el centro del estudiantado. Se lo propusieron al Obispo y éste, después de reflexionar un instante, aceptó. Pero ellos iban más lejos de lo que el Obispo sospechaba, porque no sólo querían atraer al estudiantado católico, politizado ya y militante de la Acción Católica, sino que pretendían transformar ese templo enmohecido en un campo abierto al diálogo más amplio.
La primera reunión fue poco concurrida. Los estudiantes desconfiaban aún. Estaban cansados de personajes aconsejadores, petulantes, de asentaderas anchas para tronos anchos.
Los jóvenes que asistieron —algunos por devotos, otros por curiosidad, otros en fin, por no tener mejor cosa que hacer— oyeron a un cura culto, inteligente y didacta que hacía planteos novedosos sobre la Iglesia en ese bastión de la aristocracia capitalina. Torres se esforzó por dejar categóricamente clara la diferencia entre la Iglesia que pertenece al tiempo y aquella que lo trasciende por su eternidad. La que está sujeta al tiempo es objeto de la ciencia histórica: abunda en altibajos, errores y contramarchas. La Iglesia en este sentido, es una "comunidad de hombres" que acepta el Don Divino, es el reino de Dios que se va haciendo, que no es santo aún hasta el momento de la Parusía, que no es plenamente universal tanto en el espacio geográfico como en la profundidad anímica de cada miembro, que marcha por el desierto rumbo a la tierra prometida haciendo becerros de oro y quejándose de los riesgos de la libertad, porque espiritualmente aún se siente esclava. A esa Iglesia los cristianos deberían estudiar, criticar y mejorar, porque es perfectible.
Las "gordas" sintieron un escozor. Por primera vez oían autocríticas en boca de un cura. Pero era un cura... No podía hablar mal de la Iglesia... En efecto, Carlos Samuel Torres dirigió hacia ellas su mirada y añadió:
—La Iglesia como institución divina en cambio, que no depende del tiempo ni del espacio, que no está sujeta a ninguna civilización porque no se nutre de ellas ni debilita por ellas, es santa y absolutamente perfecta. Esta Iglesia no debe ser identificada con las vestimentas que nos legó una época, ni con una arquitectura caduca, ni con enriquecimientos culturales o folklóricos intrascendentes.
Las damas se tranquilizaron. Este cura sabe lo que dice. Es un buen ministro de Dios.
—La Iglesia, eterna y perfecta, debe manifestarse. Lo hace a través de signos. Un signo debe ser comprendido. Y la comprensión exige una comunidad cultural: lenguaje, tradiciones, historia comunes. Aquí se ligan entonces las dos Iglesias: la histórica y la eterna. Para transmitir sus signos, la Iglesia ha debido adaptarse, flexiblemente, a sucesivas civilizaciones, adoptando ritos y tradiciones nuevas. La Iglesia en España, la que más nos concierne, llegó a tal grado de consubstanciación en la vida cotidiana, con todas las estructuras del país, que durante mucho tiempo se identificó "hispanismo" y "cristianismo". Esta identificación, sin embargo, fue negativa para la cristianización de América, pues no son iguales los intereses y motivaciones de la Iglesia que los de una potencia dada, por más que ésta se considere su máximo baluarte.
Carlos Samuel hizo una pausa. Ahora entraba en el meollo de su exposición, que había titulado "Gloria, aciertos y errores de la Iglesia latinoamericana". Su introducción le había permitido atrapar al público, hastiado de digerir una versión uniforme, simple y apologética.
Agustín Buenaventura acomodó los pliegues de su sotana. Estaba sentado en una de las primeras filas. Su ancha presencia era una garantía de la cristiana corrección que tendría el acto. El viejo cura no aparecía nunca sin los hábitos, aunque estaba autorizado a hacerlo, porque hay un tiempo en la vida que se torna muy engorroso cambiar.
Miró a Torres y quizás le guiñó un ojo. Sonreía satisfecho.
—¡Este muchacho es una joya!
—Cuando se produjo el Descubrimiento, la distancia cultural entre el español y los indios más desarrollados era de casi cinco mil años. Se estima que los incas y aztecas tenían una civilización comparable a la del Egipto de la primera dinastía. En cambio, la estructura mental del conquistador era una síntesis entre elementos medievales e islámicos. Uno de los rasgos de la civilización islámica que perduró en España, era la tendencia a ligar los fines del Estado con los de la religión. La doctrina islámica del Califato exigía dicha unidad, un monismo religioso-político tan fuerte como el impuesto por Constantino. La unificación religiosa del país lograda tras la expulsión de árabes y judíos, exacerbó el "mesianismo temporal" de España. España se consideró a sí misma como el instrumento elegido por Dios para limpiar al mundo de infieles... Lamentablemente, este equívoco obtuvo el apoyo de Roma.
Los estudiantes se movieron en sus asientos. No querían otra lección de historia, pero esta historia parecía diferente, iconoclasta, temeraria.
—La Santa Sede primero reconoció la
possessio
de Portugal sobre las tierras descubiertas o por descubrir, que fundamenta al colonialismo naciente y le otorga, además, el deber de la "propagación de la Fe entre los pueblos descubiertos o arrebatados a los infieles". Por primera vez la Iglesia confirió a una nación el doble poder de colonizar y misionar, mezclar lo temporal y lo eterno, lo político y lo religioso, lo económico y lo evangélico, produciendo algo así como una teocracia expansiva y militar. Los organismos ejecutivos del "Patronato" que después obtuvo España, se agruparon en el Supremo Consejo de Indias, con plena autoridad en todos los asuntos de la colonia: eclesiales, económicos y guerreros.
"A la conquista económica se la vistió con sentido misional. Este sentido figuraba en la 'intención' de los monarcas y de las leyes, pero desde los comienzos se abundó en transgresiones a la letra y el espíritu de esas intenciones. Latinoamérica quedó marcada por el 'legalismo perfecto' en teoría, y la injusticia y la inadecuación de la ley, en la práctica.
"La evangelización, lejos de recorrer el camino europeo, adaptándose a las culturas locales para establecer diálogos y hacer comprensibles los signos, siguió la política de
tábula rasa
efectuando una catecumenización masiva y superficial. Las
élites
indias fueron llevadas a una encrucijada mortal: aceptaban la
visión hispánica
del mundo o eran relegadas a un puesto secundario de la sociedad; dejaron de ser élites de todas maneras y se transformaron en sectores marginados. Los indios, como raza y como pueblo, pasaron a constituir una clase, un pueblo-clase que el conquistador no dejó penetrar en los círculos dirigentes. El indio llegó a coincidir con el conquistador (aunque en tono de reproche) que ser español y cristiano es lo mismo. Sólo los misioneros —y tampoco todos los misioneros— fueron descubriendo la necesidad de diferenciar entre los intereses del Estado que utiliza a la Iglesia como un 'medio' de expansión y los intereses de la Iglesia misma.
Los muros del templo parecían haberse lividizado. Era la primera vez que en su interior retumbaban acusaciones. Las señoras que frecuentemente miraban a Buenaventura esperando descubrir un gesto de reprobación, se sentían confundidas. El padre Torres hablaba demasiado rápido, decía muchas cosas nuevas y difíciles, tenía algo de irrespetuoso. Pero... venía de Europa, estudió en Roma. No había qué temer. Es demasiado profundo, simplemente —decían para tranquilizarse.
Buenaventura estaba feliz. Él predicó en zonas de indios donde la evangelización fue superficial y se enfrentó con delincuentes blancos que se creían propietarios del cristianismo. ¡Este muchacho lo dice con todas las letras!
—La Iglesia en su mayor parte, corrió el destino de España. Apoyó la economía colonial de corte mercantilista, que terminó por hundir a España y mantiene hasta hoy en el subdesarrollo a Latinoamérica. Cuando llegó el movimiento emancipador, la Iglesia buscó defender sus antiguos privilegios. El episcopado, con rarísimas excepciones, apoyó a la Corona. El clero, vinculado al pueblo, apoyó a la Revolución. Roma estaba comprometida con Madrid y la Santa Alianza.
Buenaventura volvió a arreglar su sotana, se sentía ligeramente excitado. El padre Torres se expresaba como lo hubiera hecho él mismo, si fuera tan buen orador. Monseñor Constanza ayer, monseñor Tardini hoy, casi todo el episcopado y Roma misma, son lentos para captar situaciones y para expedirse. Hay lentitud, excesiva prudencia, salidas ambivalentes. Los que se juegan por la Iglesia están abajo, en contacto con las masas, como ocurrió en los años de la Emancipación. En cambio, los que viven enclaustrados, en conventos y palacios, se han solidarizado con la Corona y después con las oligarquías.
Sus "gordas" seguían escuchando, pero cada vez entendían menos.
—La Iglesia luchó mucho tiempo aún por recuperar antiguos derechos —aunque los privilegios eclesiásticos contradicen los principios evangélicos de servicio y pobreza: son incompatibles con ellos—. Se soñaba con épocas pretéritas. No obstante, la historia siguió avanzando y con ella esa comunidad de hombres que construyen el reino de Dios, que yerra el camino, que se extravía en el desierto. El Patronato pasó de España a manos de los nuevos gobiernos nacionales y, por fin, a un sistema que le permitió recuperar su libertad de acción, modificar ciertas estructuras injustas y recobrar la audiencia del pueblo que confiaba en la Iglesia, que la esperaba. De este modo, después de haber practicado la tabla rasa con los indios, confundido sus fines con los de la España colonial, resistido a la emancipación, comprometido con las aristocracias criollas, aliado a los conservadores se acerca otra vez al pueblo, libre, solícita y servicial.
"La Iglesia abrió los ojos en Latinoamérica. Más de un tercio del catolicismo mundial se concentra aquí. Existe un movimiento de unidad católica continental que Europa perdió después de la Reforma. Latinoamérica es una experiencia nueva en la historia de la Iglesia. Latinoamérica es un pueblo evangelizado a medias. Queda mucho por hacer. Una minoría concientizada debe evangelizar con los 'signos' de nuestro tiempo. El signo comprensible para este pueblo ignorante, hambriento y postergado, es la justicia. Por esta justicia debe comprometerse la Iglesia, reparar errores de antaño y hacer de la cristianización una obra acabada, con sentido, que aporte caudalosamente al reino de Dios.
Las palabras del padre Torres penetraron con fuerza de arietes e iniciaron un movimiento de transmisión infinita. El estudiantado recibió el impacto, lo abrazó, lo comentó. La siguiente reunión concentró más estudiantes, incluso algunos no católicos. Las "gordas" de Buenaventura redoblaron sus esfuerzos, aumentaron las recaudaciones, distribuyeron volantes. Estaban seguras de que doña Encarnación Lagos, viuda de Santillán Mendoza, les arrojaba su bendición desde el cielo, infinitamente agradecida por el enorme éxito que adquirió la nueva actividad en su iglesia.
—Esto es distinto, te lo aseguro.
—¡Bah! Son trampas. Nadie mejor que los frailes para armarlas.
—No es una trampa. Se están jugando. Hay honestidad, valentía.
—¿Qué te ha prendado, Olga?
—La consecuencia, la integridad —reflexionó farfullando, como si pensara en otra cosa.
—¿Cuántas veces los has oído?
—Cuatro, cinco veces. Pero no fue sólo eso. Me quedé y conversé personalmente con ellos.
—¿Con el gordo o con el flaco? —burlose Néstor.
—Con ambos —continuó ella seria.
—¿Les preguntaste mucho?
—Sí. Y contestaron sin rodeos, sin hipocresías, sin ocultamiento.
—¿Al unísono? —Néstor seguía irónico.
—El padre Torres es el cerebro, se expresa mejor.
—Y Buenaventura el estómago.