—Brajar sí que tiene buenos puertos —dijo Betriz. Más dubitativamente, aunque con el tono de quien señala una ventaja, añadió—: Supongo que le queda mucho de vida.
—Ya, pero ¿de qué iba a servirle a Teidez una simple viuda royina? ¡No es que vayan a dejarme decirle a un, un nieto político cómo desplegar sus tropas! —La mano de Iselle se posó en la costa contraria—. Y el hijo mayor del Zorro de Ibra está casado, y el menor no es el heredero, y la guerra civil convulsiona el país.
—Ya no —repuso Cazaril, abruptamente—. ¿No os ha contado nadie las noticias que llegaron ayer de Ibra? El Heredero ha muerto. Falleció en Ibra del Sur… tos ferina. Nadie duda que el joven róseo Bergon ocupe su lugar. Ha permanecido fiel a su padre durante todo el jaleo.
Iselle giró la cabeza y lo miró, abriendo mucho los ojos.
—¡De verdad…! Pero ¿cuántos años tiene Bergon? Quince, ¿verdad?
—Ya debe de estar a punto de cumplir dieciséis, rósea.
—¡Mejor que cincuenta y siete! —Iselle ascendió con los dedos la costa de Ibra a lo largo de la hilera de ciudades portuarias hasta llegar al gran puerto de Zagosur, donde se detuvo, apoyándose en un alfiler rematado por una cabeza de madreperla—. ¿Qué sabéis del róseo Bergon, Cazaril? ¿Es bien parecido? ¿Lo visteis alguna vez mientras estabais en Ibra?
—No con mis propios ojos. Dicen que es un muchacho muy apuesto.
Iselle se encogió de hombros, impaciente.
—Eso dicen de todos los róseos, a menos que sean absolutamente grotescos, en cuyo caso se los describe como con mucha
personalidad
.
—Creo que Bergon es razonablemente atlético, lo que favorece al menos una apariencia agradablemente saludable. Dicen que se ha formado en las artes del mar. —Cazaril percibió el destello de juvenil entusiasmo que iluminó los ojos de Iselle, y lamentó añadir—: Pero vuestro hermano Orico lleva siete años enfrentado al roya de Ibra, medio en guerra, medio no. Chalion no inspira cariño al Zorro.
Iselle juntó las manos.
—Pero ¿qué mejor manera de poner fin a la guerra que mediante un enlace nupcial?
—El canciller de Jironal seguramente se oponga. Aparte de quereros como contacto para su propia familia, no desea que Teidez tenga más aliados, ni ahora ni en el futuro, que él mismo.
—Según ese razonamiento, se opondrá a cualquier buen partido que se me ocurra. —Iselle volvió a inclinarse sobre el mapa, trazando un largo arco con la mano que englobó Chalion e Ibra, dos tercios de las tierras que separaban los mares—. Pero si pudiera conciliar a Teidez y a Bergon… —Apoyó la palma y la deslizó lentamente a lo largo de la costa septentrional, cruzando los cinco principados roknari; los alfileres saltaron del papel en todas direcciones—. Sí —exhaló. Entornó los ojos, y tensó la mandíbula. Cuando volvió a mirar a Cazaril, le flameaban los ojos—. Tengo que proponérselo a mi hermano Orico de inmediato, antes de que regrese de Jironal. Si consigo que dé su palabra, que lo anuncie públicamente, ni siquiera de Jironal podrá obligarlo a retractarse.
—Pensadlo bien antes, rósea. Pensad en todas las repercusiones. Uno de los inconvenientes es sin duda el horroroso suegro. —Cazaril arrugó el entrecejo—. Aunque supongo que el tiempo se ocupará de quitarlo de en medio. Y si hay alguien que sea capaz de anteponer la política a sus sentimientos, ése es el viejo Zorro.
Iselle se apartó de la mesa para deambular de un lado a otro de la cámara, con las pesadas faldas al vuelo. Su negra aura se mantenía pegada a ella.
La royina Sara compartía los posos más viles de la maldición de Orico; era de suponer que se hubiera contagiado al casarse con el roya. Si Iselle contrajera matrimonio fuera de Chalion, ¿dejaría atrás también su maldición, mudándola como una piel muerta? ¿Sería ésta la manera de escapar a su aciago sino? La cautela mitigó su creciente entusiasmo. ¿No la seguiría el antiguo y siniestro destino del General Dorado allende las fronteras hasta un nuevo país? Tenía que preguntárselo a Umegat, y pronto.
Iselle se detuvo y se asomó a la aspillera ante la que se había sentado para soportar el espantoso cortejo de Dondo. Entornó los ojos. Al cabo, con decisión, dijo:
—Debo intentarlo. No puedo, no pienso, abandonar mi destino para que vague a la deriva rumbo a otra desastrosa cascada, sin timón con el que gobernarlo. Tengo que hablar con mi regio hermano, de inmediato.
Se dirigió a la puerta y anunció secamente, igual que arenga un general a sus tropas:
—¡Betriz, Cazaril, acompañadme!
Después de registrar el Zangre de arriba abajo dieron con Orico, para sorpresa de Cazaril, en los aposentos que ocupaba la royina Sara en la última planta de la Torre de Ias. El roya y la royina se encontraban sentados a una mesilla junto a una ventana, jugando al para y esquiva. Este sencillo juego, con su tablero labrado y sus fichas de colores, parecía más propio de niños y convalecientes que de la pareja de señores más importantes del país… aunque no era que Orico pudiera pasar por un hombre de pro ante cualquiera que no lo conociese. Las espeluznantes sombras de la pareja real parecían recalcar innecesariamente la fatiga que evidenciaban. No jugaban por ociosidad, comprendió Cazaril, sino para distraerse, para olvidarse del miedo y el temor reverencial que los rodeaba.
El atuendo de Sara desconcertó a Cazaril. En lugar del negro y lavanda de luto que vestía Orico, la royina iba toda de blanco, el color festivo propio del Día del Bastardo, efeméride intermitente que se insertaba tras el Solsticio de la Madre cada dos años para evitar que el calendario se adelantara a las estaciones debidas. Las ropas desteñidas resultaban demasiado ligeras para este tiempo, por lo que se arrebujaba en un enorme chal blanco de lana para combatir el frío. Parecía sombría, delgada y demacrada en su blanca mortaja. Con todo, el insulto era más manifiesto incluso que el que había insinuado durante el funeral de Dondo, cuando se apresuró a elegir las túnicas y vestidos más coloridos. Cazaril se preguntó si pensaría vestir los blancos del Bastardo mientras durara el luto. Y si de Jironal se atrevería a protestar.
Iselle hizo una reverencia ante su regio hermano y su cuñada, y se quedó de pie delante de Orico con ojos brillantes, enlazadas las manos ante ella en actitud de una recatada feminidad que desmentía la rigidez de su espalda. Cazaril y Betriz, que la flanqueaban, también presentaron sus respetos. Orico se apartó de la mesa de juego y devolvió el saludo a su hermana. Se ajustó la panza en el regazo y la observó con nerviosismo. A tan corta distancia, Cazaril podía ver que el sastre del roya había añadido un parche de brocado lavanda a juego bajo los brazos para ensanchar la envergadura de la túnica, como delataba la ligera decoloración allí donde se había sacado y vuelto a coser el dobladillo de las mangas. La royina Sara se arropó con el chal y se retrajo un poco en el asiento junto a la ventana.
Sin apenas preámbulo, Iselle abordó al roya rogándole que iniciara negociaciones formales con Ibra para pedir la mano del róseo Bergon. Enfatizó la oportunidad de hacer una oferta de paz con la que reparar la afrenta que había supuesto el malogrado apoyo de Orico al difunto Heredero, puesto que sin duda ni Chalion ni la exhausta Ibra estaban en condiciones de continuar con el conflicto en esos momentos. Señaló el partido tan apropiado que resultaba Bergon, comparando la edad y el rango del róseo con sus propios años y estación, y la ventaja que supondría para Orico en los próximos años —omitió, diplomáticamente,
y luego para Teidez
— disponer de un pariente y aliado en la corte de Ibra. Dibujó un vívido retrato con palabras del acoso al que la sometían los señores menores de Chalion que aspiraban a su mano y cuán hábilmente conseguiría eludir Orico este inconveniente, en un alarde de elocuencia que consiguió que el roya suspirara con melancolía.
Sin embargo, Orico comenzó su esperada evasiva abundando en este último punto.
—Pero Iselle, el luto te protege de momento. Ni siquiera Martou… quiero decir que Martou no insultará la memoria de su hermano casándose con la atribulada prometida de Dondo mientras humean todavía sus cenizas.
Iselle soltó un bufido ante aquel
atribulada
.
—Las cenizas de Dondo se enfriarán antes de que nos demos cuenta, ¿y luego qué? Orico, nunca jamás volverás a obligarme a contraer matrimonio sin mi consentimiento… consentimiento
previo
, obtenido de antemano. No pienso permitirlo.
—No, no —se apresuró a convenir Orico, moviendo las manos—. Eso… eso fue un error, ahora me doy cuenta. Lo lamento.
Bonita manera de quedarse corto…
—No pretendía insultarte, querida hermana, ni a los dioses. —Orico miró en rededor vagamente, como si temiera que, de un momento a otro, pudiera abalanzarse sobre él cualquier dios ofendido, surgido de alguna emboscada astral—. Buscaba lo mejor, para ti y para Chalion.
Con retraso, Cazaril cayó en la cuenta de que si bien no había nadie en la corte aparte de Umegat y él mismo que supiera de quién habían sido las oraciones que habían borrado a Dondo… bueno, no de la faz de la Tierra, pero al menos sí de su vida, todo el mundo sabía que la rósea había estado rezando para que la rescatasen. Nadie, creía Cazaril, sospechaba de ella ni la acusaba de practicar la magia de la muerte —claro que tampoco sospechaba nadie de él—; sin embargo, Iselle estaba ahí, y Dondo no. Cualquier cortesano con dos dedos de frente debía de sentirse inquieto por la misteriosa muerte de Dondo, algunos más que otros.
—No se te volverá a ofrecer un enlace en el futuro sin tu consentimiento previo —dijo Orico, con desacostumbrada firmeza—. Eso te lo prometo por mi cabeza y mi corona.
Era un juramento solemne; Cazaril arqueó las cejas. Orico hablaba en serio, al parecer. Iselle frunció los labios, antes de aceptar la promesa con un ligero y desconfiado asentimiento.
Un débil soplido seco, escapado de unas narices femeninas… Cazaril se fijó en la royina Sara. Tenía el rostro ensombrecido a causa de la luz que entraba por la aspillera, pero se apreciaba la irónica curvatura que había aflorado a sus labios en respuesta a las palabras de su marido. Cazaril pensó en cuántas solemnes promesas formuladas a su esposa habría roto Orico, y apartó la mirada, desconcertado.
—Del mismo modo —Orico saltó a su siguiente excusa como quien cruza un arroyo de piedra en piedra—, el luto es demasiado reciente para ofrecerte a Ibra. El Zorro podría sentirse ofendido por nuestra precipitación.
Iselle ensayó un gesto de impaciencia.
—¡Pero si esperamos, a lo mejor pescan a Bergon! El róseo ya es el Heredero, está en edad casadera, y su padre busca la seguridad en sus fronteras. ¡El Zorro probablemente quiera consolidar una alianza prometiéndolo con la hija del alto marzo de Yiss, quizá, o con una noble darthaca, y Chalion habrá dejado escapar su oportunidad!
—Es demasiado pronto. Demasiado pronto. No negaré que tus argumentos son buenos, y pudieran tener su utilidad. Lo cierto es que el Zorro inició contactos diplomáticos para pedir tu mano hace algunos años, ya se me ha olvidado para qué hijo, pero se desbarató todo cuando estallaron los problemas en Ibra del Sur. No hay nada seguro. Si hasta mi pobre madre brajarana se prometió en cinco ocasiones distintas antes de casarse finalmente con el roya Ias. Ten paciencia, cálmate, y espera un momento más propicio.
—A mí me parece que éste es el momento perfecto. Quiero que tomes una decisión, la anuncies, y la mantengas… antes de que regrese el canciller de Jironal.
—Ah, um, ya. Ésa es otra. Me es del todo imposible dar un paso de tamaña envergadura sin consultarlo antes con mi noble en jefe y los demás señores del consejo. —Orico asintió para sí.
—La otra vez no consultaste a tus señores. Para
mí
que te da miedo hacer cualquier cosa que pudiera desaprobar de Jironal. ¿Quién es el roya de Cardegoss, me pregunto, Orico de Chalion o Martou de Jironal?
—P-p-pensaré en tus palabras, querida hermana. —Orico aleteó las rollizas manos, amedrentado.
Iselle, tras estudiarlo un momento con una intensidad tan abrasadora que lo hizo estremecerse, aceptó aquello con un pequeño asentimiento provisional.
—Sí, pensad en mi petición, mi lord. Mañana volveré a preguntaros.
Con esta promesa —o amenaza— volvió a inclinarse ante Orico y Sara y se retiró, seguida de Betriz y Cazaril.
—¿Mañana y todos los días a partir de mañana? —inquirió Cazaril, en voz baja, mientras la rósea surcaba el pasillo en medio de un feroz vuelo de faldas.
—Todos los días hasta que Orico se rinda —respondió Iselle, entre dientes—. Cuenta con ello, Cazaril.
Una amarilla luz invernal se filtraba entre las nubes grises aquella tarde mientras Cazaril salía del Zangre rumbo a los establos. Se arropó en su elegante abrigo de lana con bordados y encogió el cuello como una tortuga para protegerse del viento, frío y húmedo. Cuando abría la boca y exhalaba, su aliento se condensaba en pequeñas nubes ante él. Sopló unas cuantas bocanadas a los fantasmas que, pálidos hasta el punto de resultar casi invisibles a la luz del sol, flotaban tenazmente a su alrededor. La húmeda escarcha ribeteaba los adoquines bajo sus pies. Apartó la pesada puerta del zoológico el resquicio justo para colarse y la cerró inmediatamente después. Permaneció inmóvil un momento, permitiendo que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad del interior; el dulzón polvo del heno le hizo estornudar.
El mozo sin pulgares soltó un cubo, corrió a su encuentro, se inclinó y profirió unos ruiditos de bienvenida.
—Vengo a ver a Umegat —dijo Cazaril. El canijo anciano hizo una nueva reverencia y lo invitó a pasar. Condujo a Cazaril a lo largo del pasillo. Todos los hermosos animales se arrimaron a la puerta de sus compartimentos para bufar a su paso, y los zorros de arena saltaron y gañeron animados cuando lo vieron.
Una cámara de paredes de piedra que había al final resultó ser un cuarto de hilvanado transformado en sala de trabajo y recreo para uso de los siervos del zoológico. El pequeño fuego que ardía alegremente en una fogata de campaña caldeaba la estancia. La tenue y agradable fragancia del humo de madera se combinaba con la del cuero, el metal y el jabón. Los cojines rellenos de lana de las sillas que le indicó el mozo se veían desgastados y raídos, y la antigua mesa de trabajo estaba sucia y agrietada. Pero habían barrido el cuarto, y se habían limpiado los cristales redondos de las ventanas vidriadas, una a cada lado del hogar. El mozo profirió algunos sonidos y se marchó.