Iselle estaba sentada en su silla labrada, con los dedos hincados en los brazos, pálida y resoplando.
—¡Infame! ¡Mi hermano es infame, Cazaril! —le dijo mientras él realizaba su reverencia y acercaba un taburete a las rodillas de la rósea.
—¿Mi lady? —Se sentó con todo el cuidado posible. El dolor de estómago de la noche anterior persistía y sentía punzadas si se movía bruscamente.
—Nada de matrimonios sin mi consentimiento, ya, eso sí era verdad… ¡pero tampoco sin el consentimiento de de Jironal! Sara me lo ha confesado. A la muerte de su hermano, pero antes de salir de Cardegoss en busca del asesino, el canciller parlamentó con mi hermano y lo persuadió para que dispusiera su codicilo. En caso de que fallezca Orico, el canciller será nombrado regente a cargo de mi hermano Teidez…
—Creo que ese acuerdo se conoce desde hace algún tiempo, rósea. También se ha dispuesto un consejo regente que habría de asesorarlo. Los provincares de Chalion no permitirían que se transmitiera tanto poder a uno de los suyos sin tomar medidas.
—Sí, sí, eso ya lo sé, pero…
—El codicilo no pretenderá abolir el consejo, ¿verdad? —preguntó Cazaril, alarmado—.
Eso
provocaría un tumulto entre los señores.
—No, esa parte se queda como estaba. Pero oficialmente, yo iba a ser la pupila de mi abuela y mi tío el provincar de Baocia. Ahora estaré bajo la tutela de de Jironal. ¡Ningún consejo va a tomar medidas a ese respecto! ¡Y escucha, Cazaril! ¡Los términos de su tutela son válidos hasta que me case, por lo que el permiso para casarme queda por completo en sus manos! ¡Puede mantenerme soltera hasta que me muera de vieja, si le da la gana!
Cazaril ocultó su intranquilidad y levantó una mano, conciliador.
—Claro que no. Él morirá de viejo mucho antes que vos. Y mucho antes de eso, Teidez, cuando alcance la mayoría de edad y el control de la royeza, podrá liberaros con un decreto real.
—¡Teidez será mayor de edad a los veinticinco años, Cazaril!
Hacía una década, Cazaril hubiera compartido su ultraje ante este periodo tan prolongado. Ahora le parecía incluso que era buena idea. Pero no, desde luego, con de Jironal llevando las riendas.
—¡Yo tendré casi veintiocho!
Doce años más de maldición a sus espaldas, y en su interior… no, aquello no era bueno, se midiera con el rasero que se midiera.
—¡Te podría despedir de mi casa al instante!
Tienes otra Patrona, que aún no ha decidido despedirme.
—Admito que tenéis motivos para estar preocupada, rósea, pero no os sofoquéis antes de tiempo. Nada de esto tiene importancia mientras viva Orico.
—Sara dice que no se encuentra bien.
—No está en forma —convino Cazaril, con cautela—. Pero tampoco es ningún anciano. Apenas si supera los cuarenta.
A juzgar por la expresión del rostro de Iselle, se adivinaba que ésa ya era edad más que suficiente.
—Está… peor de lo que aparenta. Dice Sara.
Cazaril vaciló.
—¿Tanta confianza tiene con él, para saberlo? Pensaba que estaban distanciados.
—No los entiendo. —Iselle se frotó los ojos con los puños—. ¡Oh, Cazaril, lo que me dijo Dondo era
verdad
! Luego pensé que a lo mejor me había engañado para aterrorizarme. Sara ansiaba un hijo tan desesperadamente, que accedió a permitir que de Jironal lo intentara, cuando Orico… ya no pudo más. Martou no era tan malo, me ha dicho. Por lo menos se mostraba cortés. No fue hasta que tampoco él consiguió dejarla embarazada que su hermano lo persuadió para sumarse a la empresa. Dondo era temible, y disfrutaba humillándola. Pero Cazaril, Orico lo
sabía
. Contribuyó a
persuadir
a Sara de que aceptara ese ultraje. No lo comprendo, porque es imposible que Orico odie tanto a Teidez como para poner en su lugar a un bastardo de de Jironal.
—No. —Y
sí
. El hijo de de Jironal y Sara no sería descendiente de Fonsa el Sabihondo. Orico debía de haber razonado que ese pequeño crecería hasta liberar a la royeza de Chalion de la maldición de la muerte del General Dorado. Una medida desesperada, pero posiblemente efectiva.
—La royina Sara —añadió Iselle, torciendo el gesto—, dice que si de Jironal encuentra al asesino de Dondo, ella correrá con los gastos de su funeral, que pasará una pensión a su familia, y que pagará una oración perpetua por él en el templo de Cardegoss.
—Bueno es saberlo —dijo Cazaril, ausente. Aunque él no tenía familia que pudiera beneficiarse de esa pensión. Se encorvó un poco y sonrió para camuflar una mueca de dolor. Así que ni siquiera Sara, que había llenado los púberes oídos de Iselle de escandalosas intimidades, le había mencionado la maldición. Y ahora estaba seguro de que también Sara estaba al corriente. Orico, Sara, de Jironal, Umegat, probablemente Ista, posiblemente incluso la provincara, y nadie había querido acosar a estos niños con el conocimiento de la negra nube que se cernía sobre ellos. ¿Quién traicionaría esa implícita conspiración de silencio?
Tampoco a mí me lo explicó nadie. ¿Les agradezco ahora su consideración?
¿Cuándo planeaban los protectores de Teidez e Iselle informarles de la gea que los rodeaba? ¿Esperaba Orico a confesárselo en su lecho de muerte, como hiciera con él su padre Ias?
¿Tenía derecho Cazaril a revelar a Iselle los secretos que preferían ocultar sus guardianes naturales?
¿Estaba preparado para explicarle
cómo
lo había descubierto todo?
Miró de soslayo a lady Betriz, que ahora estaba sentada en otro taburete y observaba con ansiedad a su angustiada señora real. Incluso Betriz, que sabía de sobra que él había intentado practicar la magia de la muerte, desconocía que hubiera tenido éxito.
—Ya no sé qué hacer —se lamentó Iselle—. Orico no sirve de nada.
¿Podría escapar Iselle de esta maldición sin necesidad de estar al corriente de ella? Inhaló hondo, puesto que lo que se disponía a decir rayaba en lo desleal.
—Podríais emprender acciones para disponer vuestro matrimonio por vuestra cuenta.
Betriz se agitó y se irguió en su asiento, mirándolo con ojos desorbitados.
—¿Cómo, en secreto? ¿Sin decírselo a mi hermano real?
—Por lo menos, sin decírselo a su canciller.
—¿Eso es legal?
Cazaril soltó el aliento.
—Un matrimonio, contraído y consumado, no puede disolverlo ni siquiera el roya. Si persuadierais a un contingente de chalioneses lo suficientemente grande para que os respaldara, y ya existe una considerable facción enfrentada a de Jironal, la anulación sería aún más complicada.
Y si Iselle saliera de Chalion y solicitara la protección de, digamos, un suegro tan perspicaz como el Zorro de Ibra, podría dejar atrás maldición y facción a un tiempo. Lo más difícil era organizarlo para que no cambiara el ser rehén impotente de una corte por ser rehén impotente en otra.
Rehén sin maldición, por lo menos, ¿eh?
—¡Ah! —La aprobación iluminó los ojos de Iselle—. Cazaril, ¿es factible?
—Siempre hay dificultades de carácter práctico —admitió él—. Todas con su solución también práctica. Lo fundamental es encontrar un hombre en el que confiéis para que sea vuestro embajador. Debe tener el ingenio necesario para conseguiros la posición más fuerte posible en las negociaciones con Ibra, sutileza para no ofender a Chalion, temple para cruzar las fronteras conflictivas disfrazado, fuerza para el camino, lealtad para con vos y sólo para con vos, y un coraje inquebrantable al servicio de vuestra causa. Equivocarse en la selección sería fatal. —Literalmente hablando.
La rósea juntó las manos, y frunció el ceño.
—¿Podéis encontrarme un hombre así?
—Me aplicaré en la búsqueda, y estaré atento a lo que vea.
—Hacedlo, lord Cazaril —exhaló Iselle—. Hacedlo.
Con voz extrañamente seca, lady Betriz dijo:
—No creo que debáis buscar muy lejos.
—Yo no puedo ser. —Cazaril tragó saliva para convertir la frase,
podría caer muerto en cualquier momento
, en—: No me atrevo a dejaros aquí sin protección.
—Pensaremos todos en ello —dijo Iselle, con firmeza.
Las festividades del Día del Padre transcurrieron en calma. Una lluvia fría pasó por agua las celebraciones en Cardegoss e impidió que muchos de los ocupantes del Zangre asistieran a la procesión municipal, aunque Orico estuvo presente honrando su regio deber, de resultas de lo cual contrajo un resfriado de cabeza. Aprovechó la circunstancia para cobijarse en la cama y rehusar cualquier visita. Los pobladores del Zangre, todavía de negro y lavanda en señal de luto por lord Dondo, dieron cuenta de un sobrio Banquete del Padre, con música sacra pero sin baile.
La gélida lluvia persistió a lo largo de toda la semana. Cazaril, una húmeda tarde, se encontraba combinando la aplicación práctica con la tutoría enseñando a Betriz e Iselle cómo llevar las cuentas, cuando una seca llamada a la puerta se sobrepuso a la voz modosa de un paje, que anunció:
—El marzo de Palliar solicita ver a lord de Cazaril.
—¡Palli! —Cazaril giró en su asiento, y se impulsó con una mano en la mesa para ponerse de pie. Un radiante alborozo imbuyó de súbita energía los semblantes de sus pupilas, disipando el aburrimiento—. ¡No esperaba verte tan pronto de vuelta por Cardegoss!
—Tampoco yo lo esperaba. —Palli saludó a las doncellas con sendas reverencias y dedicó una sonrisa socarrona a Cazaril. Depositó una moneda en la mano del paje y movió bruscamente la cabeza; el mozo se dobló por la mitad, gesto que indicaba el profundo agradecimiento que le inspiraba la generosidad del señor, y se alejó corriendo.
Palli continuó:
—Me llevé conmigo únicamente dos oficiales y cabalgamos sin descanso; mi tropa de Palliar nos sigue más despacio para no reventar los caballos. —Miró en torno a la cámara y encogió los amplios hombros—. ¡No lo quiera la diosa! No sabía que estuviera siendo profético la última vez que estuve aquí. Eso me produce más escalofríos que esta lluvia miserable. —Se quitó la capa empapada de agua, revelando el atuendo blanquiazul propio de un oficial de la Orden de la Hija, y se pasó una mano compungida por las resplandecientes gotas que le perlaban los negros cabellos. Estrechó manos con Cazaril, y añadió—: ¡Demonios del Bastardo, Caz, tienes un aspecto horrible!
Por desgracia, Cazaril no pudo responder a esto con un
No lo sabes tú bien
. En vez de eso, desechó el comentario musitando:
—Es el tiempo, supongo, que a todos embota y encoge.
Palli retrocedió un paso y lo miró de arriba abajo.
—¿El tiempo? La última vez que te vi no tenías la piel del color de la masa de pan mohosa, no tenías las ojeras de una rata del campo y, y, parecía que estuvieras en bastante buena forma, no… pálido, cansado y tripón. —Cazaril se enderezó, metiendo indignado el dolorido estómago, al tiempo que Palli lo señalaba con el pulgar y añadía—: Rósea, deberíais llevar a vuestro secretario al médico.
Iselle observó a Cazaril súbitamente dubitativa, llevándose la mano a la boca, como si lo viera por primera vez en semanas. Lo que, supuso él, era acertado; la rósea había estado absorta en sus propios problemas a lo largo de los últimos y desastrosos acontecimientos. Betriz los observó a ambos alternativamente, mordiéndose el labio inferior.
—No hace falta que me vea ningún médico —objetó Cazaril con firmeza, en voz alta y enseguida.
Ni interrogador de ningún tipo, dioses santos
.
—Eso dicen todos los hombres atemorizados por la lanceta y la lavativa. —Palli acalló la ofendida protesta con un ademán—. Al último de mis sargentos que contrajo forúnculos por culpa de la silla de montar tuve que conducirlo a punta de espada hasta la tienda del cuidador de sanguijuelas. No le hagáis caso, rósea. Cazaril —su gesto se tornó serio, y se disculpó con media inclinación ante Iselle—, ¿puedo hablar contigo en privado un momento? Os prometo que os lo devolveré enseguida, rósea. No puedo demorarme.
Solemne, Iselle concedió su permiso real. Cazaril, que había captado el tono soterrado en la voz de Palli, lo condujo no a su antecámara sino a la planta baja, hasta su dormitorio. El pasillo estaba oportunamente vacío. Cerró la pesada puerta firmemente detrás de ellos, para frustrar a los posibles cotillas humanos. Los seniles borrones fantasmas sabrían mantener la boca cerrada.
Cazaril ocupó la silla, la mejor manera de ocultar su falta de soltura al moverse. Palli se sentó al filo de la cama, dobló la capa junto a él, y enlazó las manos entre las rodillas.
—El correo de la Hija que fuera a Palliar debe de haber hecho un tiempo excelente a pesar del barro del invierno —dijo Cazaril, contando los días mentalmente.
Palli arqueó las cejas.
—¿Ya estás enterado de eso? Pensaba que se trataba de, ah, un llamamiento privado al cónclave. Aunque no tardará en ser de conocimiento público, en cuanto lleguen otros señores dedicados a Cardegoss.
Cazaril se encogió de hombros.
—Tengo mis fuentes.
—No lo dudo. También yo. —Palli esgrimió un dedo contra su amigo—. Eres el único informador en el Zangre en el que confío en estos momentos. ¿Qué ha estado ocurriendo aquí en la corte, bajo las narices de los dioses? Circulan los relatos más inverosímiles y fantasiosos referentes al súbito fallecimiento de nuestro difunto santo general. Y por sugerente que sea la idea, no sé por qué me cuesta creer que se lo llevara en volandas una bandada de demonios con alas de fuego invocados por las oraciones de la rósea Iselle.
—Ah… no exactamente. Murió atragantado en plena orgía de alcohol, la noche antes de su boda.
—Se mordería esa lengua ponzoñosa y mendaz que tenía.
—Casi, casi.
Palli sorbió por la nariz.
—Los señores dedicados a los que había contrariado lord Dondo, que son no sólo los que no consiguió comprar directamente sino también los que se avergonzaron más tarde de haber sucumbido al soborno, consideran que su desaparición es una señal de que la rueda ha dado una vuelta completa. En cuanto llegue nuestro quórum a Cardegoss, pretendemos ganarle la mano al canciller y presentar nuestro propio candidato a santo general ante Orico. O puede que una selección de tres hombres aceptables, entre los que deba elegir el roya.
—Eso tendría más probabilidades de salir bien. Es una línea muy fina la que separa… —Cazaril dejó en suspenso,
la lealtad de la traición
—. Además, de Jironal goza de poderes propios en el Templo, igual que en el Zangre. No querrás que esta lucha interna se encarnice.