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Authors: Javier Negrete

Tags: #Colección NOVA, nº 93

La mirada de las furias (45 page)

BOOK: La mirada de las furias
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—Yo ya no sé nada. Lo que más me ha impresionado de ese hombre fue cuando aún estábamos en Opar, inyectándole la joraína. Antes de perder la conciencia, abrió los ojos de una manera muy rara, miró a Lola, una de las enfermeras, y le dijo en qué fecha iba a morir.

—Vaya, eso es que estaba animado. ¿No se la dijo a usted?

—¡Lo intentó, pero salí corriendo! No tengo ningún deseo de saber la fecha de mi muerte.

—Yo ya la sé —repuso Éremos en un tono una tercera más grave del habitual, y después musitó algo que sólo él pudo escuchar.
«Los idus de marzo han llegado.» «Si, César, pero no han pasado.»
En su conexión con el cerebro de Miralles, había llegado a sumergirse en lo que el viejo llamaba el agujero, un abismo inexpresable en cuyas profundidades se había visto por un momento a sí mismo, su pasado y su presente, pero antes de enfrentarse a su futuro sintió miedo y había salido de ahí con la premura del buscador de perlas que se queda sin aire.

Se volvió una fracción de segundo hacia Clara, y su mirada fue capturada por la de ella, que le estaba observando. Dejó de teclear, se levantó de improviso y se acercó a un altavoz, sobre el que había dejado la botella de bourbon. Mientras se servía una copa bien colmada, un aliento conocido susurró en su nuca.

—¿Por qué no me dijiste quién eras?

—No era necesario que lo supiera.

—¿Eres incapaz de hablar de tú a nadie? ¿Ni siquiera a mí?

Éremos se volvió y enfrentó la mirada de ella. Había una humedad especial en sus pupilas, tal vez un anhelo insatisfecho, una esperanza defraudada. Llevaba un perfume distinto del de otras veces, uno que le debía haber prestado Roxanne, pero en ella siempre transportaba notas de un aroma familiar.

—Como quieras… Clara.

—¿Por qué no me lo dijiste?

El se encogió de hombros y mantuvo la mirada de Clara, aunque le era difícil soportar el reproche que había en ella; a él, que había sacrificado a sus víctimas mirando a los ojos, por inocentes que fueran.

—Ya has visto en qué juego estás metida. No dejas de ser una pieza más. Supongo que te he utilizado.

—¿Sólo he sido eso, una pieza para ti? Me imagino que no habré pasado de un vulgar peón.

—Mucho más que eso, Clara. Un peón que corona en reina. Tu trabajo anterior sobre el mensaje me ha sido muy útil… me ha hecho tener una especie de intuición, y ha resultado correcta.

—Ah, ¿es que Éremos el ordenador humano puede tener una intuición?

—Te sorprenderías de las cosas que puede experimentar un ordenador humano…

Roxanne les interrumpió, para indicar que la servocamilla ya estaba a menos de diez metros del Objeto 1. Éremos se apresuró a sentarse, dejó la copa a mano y volvió a su vertiginoso tecleo. Clara se quedó de pie junto al altavoz, mascullando entre dientes, más contra sí misma que contra él.

—¿Y ahora qué piensa hacer? —interrogó la voz de Anne.

—Podría venir a comprobarlo. Está usted invitada, y la invitación incluye una copa.

—Muy amable. Prefiero seguir aqui. Estar cerca de un geneto me levanta sarpullido. ¿Qué va a hacer?

—Tenga paciencia y lo comprobará. Ya le he dicho que lo que llaman ustedes Objeto 1 está estropeado. Voy a reponerle la pieza que le falta.

—¿Se refiere a ese viejo odre de alcohol?

Éremos no contestó y tecleó la orden final. Ni él mismo estaba muy seguro de lo que iba a suceder. Entre otras, había dos posibilidades desagradables: A) que no pasara nada, o B) que todo el planeta desapareciera engullido en otra dimensión. En caso de que las cosas fueran mal, prefería la opción A; al menos gozaría de una segunda oportunidad.

—Et… voilá! —exclamó al pulsar INTRO.

Pasaron dos segundos. El Objeto 1 se contrajo hasta casi desaparecer y de pronto pareció estallar como una supernova en miniatura. Los instrumentos quedaron ciegos durante unos momentos y en todo el Hexágono pudo sentirse un sordo bramar que se perdió poco a poco en las heladas entrañas del planeta. Cuando recobraron la visión de lo que ocurría en el hangar, tan sólo quedaba la estructura metlica de la servocamilla, negra y retorcida como si hubiese pasado por el soplete de los infiernos. De Miralles no quedaba ni rastro.

—¿Dónde está el viejo?

Éremos se encogió de hombros.

—Ha sido transportado a otro lugar que de alguna manera es perpendicular a cualquier dimensión que podamos imaginarnos, como aquella donde moran los Perros de Tíndalos. Me temo que, por desgracia para el señor Miralles, no se trata de una zona muy apropiada para la vida humana… pero ahora nuestro Objeto está reparado.

—¿Otro peón sacrificado? —preguntó Clara, mordaz. Éremos la miró un instante.

—No había más remedio. De todas formas, cuando sondeaba su mente prácticamente la he destruido.

Clara meneó la cabeza con incredulidad.

—Entonces es verdad que eres un monstruo.

Éremos intentó objetar algo, pero no encontró palabras y prefirió atender a la proyección. La imagen del hangar mostraba que algo había cambiado. El Objeto 1 había dejado de fluctuar para convertirse en una brillante esfera blanca cuyo diámetro, según las lecturas, se había estabilizado en doscientos treinta y cuatro centímetros. Las emisiones también eran distintas, aunque eso, por el momento, sólo podía captarlo él, único depositario de la clave para descifrarlas.

—Fascinante… —musitó Roxanne—. Ahora que está reparado… ¿qué vamos a hacer con él?

—De momento la pregunta correcta es qué voy a hacer yo con él. Me encantaría explicarle exactamente lo que ha pasado, Roxanne, pero le tengo cierto aprecio a mi vida y no creo que me sea conveniente desprenderme tan pronto del salvoconducto.

—De lo que me estoy desprendiendo yo es de la paciencia —restalló la voz de Anne—. Quiero información y la quiero ya. De lo contrario ordenaré que le vuelen la cabeza ahora mismo.

Éremos giró el asiento y comprobó que cuatro armas apuntaban hacia él. Un error, pensó, porque los guardias sólo formaban un arco de cuarenta y cinco grados, y si se desplazaba lo bastante rápido los cuatro fuegos se cruzarían en el mismo punto ya vacío… y él ya habría caído sobre el primero de ellos. Pero no tenía intención de recurrir a la acción física, al menos por el momento.

—De acuerdo, señora alcaldesa. La curiosidad es algo que comparto con los humanos normales como usted, así que puedo comprender su impaciencia. ¿Por dónde quiere que empiece?

—Nos quedan dos horas y cinco minutos, asi que, empiece por donde empiece, lo ruego que lo haga rápido.

—Muy bien. Estén atentos, porque no soy amigo de repetir las cosas.

Este universo nació hace diecisiete mil millones de años o hace una eternidad, según el punto de vista que adoptemos. Fue creado como un puente más para ir completando una estructura que se desgrana por las inacabables dimensiones del espaciotiempo. Durante un tiempo, cuando era un caldo tan energético que nada minimamente organizado podía subsistir en él, sirvió de alivio para los excesos de entropia de otros universos; una trituradora de basura cósmica sería una imagen un tanto chabacana, pero apropiada. Después pasó la era de la energia y amaneció la de la materia, y la Inteligencia tomó este universo como una nueva estancia de su morada infinita. La Inteligencia existia en otros universos desde antiguo (si es que tiene sentido utilizar un complemento de tiempo para realidades que no lo comparten), y su fin primario era perpetuarse; pero no era celosa de su existencia y estaba dispuesta a consentir que otras inteligencias fueran surgiendo. Su sistema no era destruir competidores, sino esperar a que trascendieran a la realidad múltiple y alli asimilarlas.

—Pero, ¿se puede saber qué est diciendo?

—Paciencia, señora alcaldesa. Sólo les estoy leyendo el libro de instrucciones. Si la parte publicitaria no les convence, no es culpa mía.

La Inteligencia sembró de Objetos nuestro universo, en una red diseñada de acuerdo con un criterio geométrico. Los Objetos eran en realidad los nódulos de dicha red, los puntos que permitian el contacto instantneo a varios niveles, según el grado de trascendenria a que hubiese llegado la especie usuaria. La Inteligencia podia saltar por ellos a cualquier punto y momento de cualguier universo, mientras que especzes en estadios inferiores veian su acceso limitado a cierto número de dimensiones. Para las menos evolucionadas, en fin, sólo cabia desplazarse por su propio cosmos. Los Objetos emitían continuamente un mensaje, en realidad un libro de instrucciones que explicaba a los potenciales usuarios las posibilidades de viaje que se les ofrecian y el procedimiento para llevarlos a cabo. Pero dicho mensaje estaba expresado en unas matemáticas tan elevadas que no todas las especies estaban capacitadas para desentrañarlo, aunque hubiesen dado el primer salto a las estrellas.

—¿Eso cuenta el… libro de instrucciones? —se extrañó Roxanne.

—Más o menos. El Objeto también guarda algo de historia en él, y avisos para navegantes: no es tan difícil acabar en el sitio erróneo si uno aplica mal las instrucciones, y los resultados son mortales en casi todas las ocasiones. Sobre todo cuando falta parte del libro, que es lo que les sucedía a ustedes.

—¿Qué quiere decir? Ah, ya entiendo. Miralles tenía que…

—Sí. Cuando entró en aquella caverna se acercó demasiado al Objeto, y de alguna manera que aún no he comprendido del todo, pero relacionada con las virtudes iluminativas de la joraína, una parte del artefacto se fundió con su mente. De esa manera quedó dividido en dos partes incompletas, y por eso mismo los códigos que teníamos estaban mutilados: uno era el de ustedes, y otro el que Miralles utilizaba para emborronar su cuaderno en las horas de inspiración. La clave era unirlos… y aprovechar el trabajo previo que habían hecho tanto ustedes como yo.

—¿A qué cuaderno se refiere? —preguntó Anne.

—Al que tuve buen cuidado de incinerar para que no cayera en sus manos… después de memorizarlo cuidadosamente. Mejor será que cuide mi memoria, señora alcaldesa. Le recomiendo sazonar con fósforo mis comidas.

—Todo eso me suena a cuento chino. Muy literario, pero cuento al fin y al cabo, amigo.

—Señora alcaldesa, el tiempo me apremia más que a usted. No tengo la menor intención de inventar ficciones ahora. Nos encontramos ante un artefacto; de increíble poder, sí, pero una creación artificial, una máquina que, como tal, se puede manejar. Los principios teóricos son difíciles de comprender y creo que el gran Bernard los encontraría apasionantes si estuviera vivo, pero ahora no tengo tiempo ni intención de desarrollarlos. A nuestro nivel, manejando sólo lo que podríamos llamar su superficie, nos permitirá hacer lo mismo que los Tritones. La puerta de las estrellas está abierta.

Roxanne palmeó emocionada, pero la alcaldesa de Opar no se dejó impresionar.

—¿Qué quiere, que aplauda mientras suenan las fanfarrias? Digame qué podemos hacer ahora con ese… artefacto.

—Este equipo que han montado aquí es bastante útil, señora alcaldesa. Trasladándolo a una nave preparada para viajes introsistema, podríamos servirnos del Objeto para salir de Radamantis y aparecer a unos cuantos años luz. Una solución interesante para nuestro problema, ¿no cree?

—Efectivamente. Si fuese verdad.

—¿Quiere una demostración?

Hubo unos instantes de vacilación. Éremos miró de reojo a Clara, que seguía observándole atentamente. Parecía interesada, y sintió algo similar al halago; a continuación vino una sorda irritación por caer en una emoción tan pueril.

—Tal vez le creeria… y no les vendria mal a nuestros amigos los Tritones.

—Así es. Nosotros tenemos la sartén por el mango, porque este Objeto está bajo nuestro control. ¿Sabe lo que pasó cuando lo movieron de sitio y empezaron a trastear con él? Me imagino que no, porque actuaron ustedes con la torpeza de un curandero tratando una lesión cerebral, pero el caso es que tuvieron suerte. Este artefacto en concreto había quedado atrapado en una masa de materia y por eso estaba prácticamente desactivado; cuando ustedes lo encendieron, trastocaron todo este sector de la red. Eso explica que la nave Tritónide se materializara dentro del hielo, y lo que me sorprende es haber llegado con vida a este planeta y… quién sabe cuántas naves habrán aparecido en el corazón de una estrella o en otro universo ardiente en los últimos días.

—Según eso, no es muy seguro utilizarlo para salir de aquí —intervino Roxanne.

—Eso me temo. Creo que sería mejor esperar aún. ¿Y qué hacemos con los Tritones? —intervino la voz de Karl.

—Creo que desintegrar una de sus naves sería un buen aviso para que las demás se rindieran. No se atreverán a destruirnos, porque nosotros tenemos el Objeto y ellos no.

—Entonces, si no van a atreverse, ¿por qué atacarlos? —preguntó Clara—. Podríamos ofrecerles un pacto pacífico.

—El problema, Clara, es demostrarles que nosotros poseemos el poder, y con esa base negociarán. No creo que los alienígenas sepan lo que es un farol: lo mejor será que les mostremos un hecho consumado, y propongo hacerlo ahora mismo.

—Por una vez estoy de acuerdo, señor Éremos —terció Anne—. Si no está usted mintiendo como un bellaco, extremo del que aún dudo, puede dar un ultimátum a los Tritones para que abandonen nuestra órbita y a continuación destruir alguna de sus naves.

—Un momento. —Era la voz de Jaume Puig, que hasta entonces había permanecido en silencio—. Tal vez no sea necesaria una solución tan drástica. Si queremos pactar una tregua con los Tritones, empezar atacándolos no es demasiado recomendable. ¿Qué tal si te sirves de otro blanco para tu demostración, Éremos?

—Estoy abierto a sugerencias.

—Algo gue sea grande, llamativo… y que no sea imprescindible para la supervivencia de los humanos en este sistema.

—Creo que ya le entiendo, doctor Puig. Señoras y señores… despídanse del cometa Wilamowitz.

Entre exclamaciones de incredulidad e incluso algunas discusiones airadas, Éremos tecleó una larga secuencia que, aun a la velocidad de sus dedos, le demoró cerca de cinco minutos. Ahora se sentía seguro al cien por cien de lo que hacía, pero tal vez el universo o el buen Dios estuviesen equivocados. Mientras, los tecnos habían programado una gran proyección en la sala de juntas y otra más pequeña en la de control para mostrar la posición del cometa Wilamowitz.

Éremos volvió a pulsar el fatídico INTRO, se cruzó de brazos y deslizó hacia atrás el asiento, esperando que se produjeran dos reacciones.

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