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Authors: Javier Negrete

Tags: #Colección NOVA, nº 93

La mirada de las furias (44 page)

BOOK: La mirada de las furias
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—Y ahora, señor Rye, espero de su fama que tenga usted a bien morir con dignidad…

Las luces de la casa volvieron a encenderse y no muy lejos sonaron las voces de sus hombres, que venían a apoyar al burgrave. Pero mientras veía la sonrisa de aquella mujer, tan hermosa como la muerte, Rye supo que no les daría tiempo a llegar.

1 de Diciembre

Durante horas el Hexágono bulló con una actividad tan frenética como, en general, inútil. Mientras Éremos no saliese de su cibertrance, nadie se atrevía a tomar ninguna decisión real. Las proyecciones recibidas de los telescopios y satélites mostraban que la red de naves tejida alrededor del planeta no dejaba de crecer. Eran ya veintisiete las que, como otras tantas espadas de Damocles, pendían en órbitas diversas sobre Radamantis. Algunas de ellas eran similares a la que yacía en el fondo del cráter, pero había muchas otras de formas y tamaños tan diversos como probablemente lo fueran los usos a que estaban destinadas. El mensaje emitido por la que debía ser la nave insignia era tan simple como pertinaz: debían entregar el Objeto 1. Ya no se referían a los humanos que hubiesen podido entrar en contacto con la nave, ni siquiera a ésta; el misterioso Objeto se había convertido en la única obsesión de los alienígenas. Johann Bell, director y único miembro del departamento de xenopsicología, logró que todo el mundo en el Hexágono se enfureciera con él al proponer que se obedeciera a los Tritones. Fuera de él, la opinión general era que tal entrega sería un suicidio.

Algo habían heredado los tecnos de las burocracias que tanto vituperaban y por cuya causa se habían refugiado en el enclave oculto de Opar, y era la tendencia a construir salas de juntas por todas partes. La del Héxagono, montada apresuradamente durante la construcción del hangar que albergaba al Objeto 1, carecía de las comodidades de sus homólogas de Opar. Los sillones estaban forrados en un material plástico que resultaba frío al principio y que al cabo de un rato hacía sudar y se pegaba a la piel. No había tapices fractales adornando las paredes, ni simulador de aromas, y la calefacción de aire resecaba el ambiente. Pero la mesa rectangular que ocupaba prácticamente toda la estancia estaba bien provista de micros, proyectores, interfaces y conexiones virtuales, y desde ella se podía controlar todo lo que sucedía en el Hexágono, en la lejana Opar y en buena parte de Radamantis.

Mientras Anne vigilaba preocupada el despliegue de naves en torno a Radamantis, Roxanne y Clara se centraban en las imgenes que mostraban el trabajo de Éremos. El geneto se encontraba en la sala de control, una dependencia situada tres pisos por encima de ellos y que conectaba el Hexágono con el gran hangar en el que se alojaba el Objeto 1. El holograma que más contemplaba Clara lo mostraba rodeado de cables, cegado. Sus manos se habían ido acelerando, y ahora sus dedos se movían en el aire interpretando virtuosos una fuga en un armonio invisible. Estaba aislado en su universo mental, unido tan sólo al ordenador y al cerebro del anciano que babeaba inerte a su lado; y sin embargo los tecnos debían considerarlo tan peligroso que lo tenían vigilado con guardias armados. La actividad de su cerebro, activados todos sus implantes de cálculo y apoyos de memoria, era tan intensa que, para satisfacer la demanda de energía, habían tenido que duplicar el flujo de nutrientes que pasaba a su sangre. En cambio, el metabolismo de Miralles había bajado tanto como el de un reptil adormilado. Clara se preguntó si quedaría algo del anciano cuando Éremos terminase con él, o si lo dejaría reducido a un odre vacío, tan exangüe como exánime.

Por su parte, Roxanne miraba la proyección que, en una pantalla, mostraba lo más parecido al curso del pensamiento del geneto. Había imágenes incomprensibles entreveradas con danzantes estructuras geométricas, en las que a veces creía vislumbrar cierta lógica, y con un galimatías de signos que rodaban pantalla tras pantalla en el aire. De vez en cuando, la joven palmeaba de alegría y acercaba los ojos al rectángulo flotante, con la ilusión de haber reconocido algún orden en lo que veía, pero las imágenes se esfumaban tan inaprensibles como los sueños del amanecer y a la palmada seguía un bufido de frustración.

` —¿Entiendes algo, Clara?

La filóloga atendía un instante a la proyección que absorbía a Roxanne, y contestaba :

—No sé, a veces parece que utiliza los mismos signos que habíamos impreso en las hojas, pero va tan rápido que es imposible seguirlo.

No tenía demasiado interés ya en aquellos signos. En cambio,le era casi imposible apartar los ojos de Éremos, al que analizaba desde todos los ángulos posibles en su proyección privada. Tiene que ser humano, se repetía, tiene que ser humano. Pero no había ningún gesto en lo poco que los cables dejaban ver de su rostro, y la losa de un sepulcro no hubiera estado tan sellada como sus labios.

—¿Es que están esperando a que los Tritones devasten el planeta? —gimoteaba el xenopsicólogo, al que Anne había retirado el acceso informático para que no pudiera repetirles la cantinela de destrucción que estaba emitiendo el canal de comunicación con los alienígenas.

—Tranquilo, Bell —objetaba la alcaldesa—. Deberías saber que ése no es su estilo. Devastar es muy lento cuando se puede reducir a la nada.

Clara dejó por un instante de prestar atención a la imagen de Éremos y se dirigió a Anne.

—Entiendo que no destruyan el planeta mientras tengamos el Objeto l, pero ¿por qué no nos atacan de una manera menos… espectacular? Podrían aterrizar en el planeta.

—Eso te lo podría contestar nuestro experto mejor que yo —repuso Anne—.¿Por qué no hacen un asalto desde el espacio, Bell?

—No lo necesitan. Pueden aniquilarnos cuando quieran desde arriba.

Anne negó con la cabeza.

—Ahí está la cuestión. Normalmente no necesitan desembarcar en un planeta para imponer su autoridad, de modo que no han desarrollado medios para hacerlo. Por no añadir que a unos seres acuáticos y acostumbrados a una gravedad muy baja les sería bastante difícil. A cambio, podrían haber exigido al GNU que realizara el desembarco con naves humanas, pero para eso tendrían que haber transferido vehículos de guerra, y hasta el momento es algo que han vetado terminantemente. Están presos de su propia contradicción.

—Es fácil de resolver si se saltan su propio veto y transfieren unas cuantas naves de asalto del GNU a esta órbita —repuso Clara.

—Ya, pero no lo han hecho. ¿Por qué? Yo no habría dudado en su lugar, pero yo soy un ser humano y ellos son alienígenas. Aunque todo eso debería decirlo nuestro experto.

—Insisto en que estamos corriendo un riesgo inaceptable. Aún estamos a tiempo…

Anne le silenció con un gesto desdeñoso y se volvió hacia Clara.

—Cuando te dije que teníamos los mejores cerebros tal vez fui un poco optimista. Sin ir más lejos…

El xenopsicólogo soltó un rebufe indignado, se levantó del asiento y abandonó la sala de juntas. Para su desgracia, la puerta era de rieles y no pudo cerrarla con la iracunda contundencia que hubiese deseado. Anne soltó una carcajada, la primera que le había escuchado Clara. Al parecer, la alcaldesa de Opar encontraba muy divertido a aquel hombrecillo asustado.

—¡Ya está, ya está, ya lo tenemos! —exclamó Roxanne—. ¡Lo tenemos, lo tenemos!

La joven recalcó su afirmación ampliando y multifacetando la proyección para que todos pudieran verla. Ahora las pantallas que representaban el pensamiento de Éremos corrían más despacio, y los extraños signos eran reemplazados uno por uno por números, letras, diagramas y símbolos matemáticos que incluso a Clara le eran familiares.

—¡Lo ha conseguido! ¡Lo ha descifrado! —exclamó la joven negra, saltando en el asiento y agitando un puño victorioso en el aire.

—¿Cómo puedes estar tan segura? —le preguntó Anne.

—¡Lo estoy, lo estoy! Eso de ahí es…

Su dedo se quedó señalando a la nada cuando la pantalla virtual desapareció tragada por un punto negro. El otro holograma mostró a Éremos desconectándose el casco interfaz, retrepándose en el asiento y pasándose las manos por el cabello para recomponerlo mientras amagaba una sonrisa de satisfacción. El mismo se quitó la sonda intravenosa y los cables de diagnóstico, y giró en el asiento, dirigiéndose al parecer a los guardias.

—Pueden decirle a la señora alcaldesa que ya creo haber solucionado su pegueño problema de comunicación.

Anne Harris dio una instrucción verbal, «reservado G», para que Éremos no pudiera oírla, y se dirigió a los guardias.

—Cuando dé la orden, anulen al geneto.

—¿Qué empeño tienes en liquidarlo? —objetó Jaume—. Si lo haces, ¿de qué nos habrá servido esperar a que se enterara de lo que diantres nos esté diciendo el Objeto 1?

—Me pone la piel de gallina tenerlo por aquí. Todo lo que él ha averiguado está en los archivos del ordenador y Roxanne y Clara podrán entenderlo sin su ayuda. —Clara estuvo a punto de objetar algo, pero Anne prosiguió, después de levantar la reserva de comunicación—: No es necesario que hable por intermedio de nadie, Éremos. Le estamos oyendo desde aquí. ¿Qué tiene?

—Una historia medianamente coherente y unas cuantas resmas de ecuaciones. Pero no creo que basten para actuar. Tenemos un artefacto estropeado, y hay que repararlo. Ahora.

—¿Qué tal si nos explica a todos qué demonios quiere decir?

—De momento, habrá que preparar al señor Miralles para un encuentro con nuestro Objeto.

El viejo seguía conectado al casco, con la cabeza doblada sobre el hombro y un hilo de saliva gotendole por las comisuras de la boca. Pero, ahora que Éremos había dejado de invadir su mente, daba al menos señales de vida, aunque fuese en forma de prosaicos ronquidos.

—¿Y cómo se supone que debemos prepararlo?

—Pónganle un traje adecuado y envienlo al hangar. Por cierto, quiero el control sobre el hangar para interactuar con el Objeto.

—¿Se ha vuelto loco? Bastante es que hasta ahora le hayamos permitido…

—Ustedes han estado operando al paciente con escoplo y martillo. Yo les he conseguido el bisturi, asi que será mejor que me dejen usarlo a mí. ¿O es que quieren enviar el resto del planeta al limbo, como hicieron con Cerbero?

—Tenemos expertos que pueden manejar el material del ordenador sin necesidad de usted.

—Le aconsejo que demore unos minutos la orden de eliminarme, señora alcaldesa. Digale a la señorita Roxanne que consulte los archivos que han intentado cargar directamente desde mi memoria.

Anne se volvió hacia la joven física con los ojos desmesuradamente abiertos, en una mueca casi gorgónica.

—¿Qué quiere decir ese engendro del demonio?

Jaume Puig carraspeó su protesta de creador, pero Anne no le prestó atención. Roxanne materializó un teclado virtual ante sus dedos y, con ciertas dificultades, pulsó ciertas órdenes en él. Las letras rojas que parpadeaban junto al icono del Objeto 1 eran tan elocuentes que no tuvo que explicárselo a nadie: ERROR FATAL. TODOS LOS ARCHIVOS BORRADOS SIN POSIBllIDAD DE RECUPERA CIÓN.

—No los puedo encontrar —se lamentó Roxanne—. Ha burlado todos los centinelas y además creo que nos ha trastocado el sistema base…

—Y todo eso mientras se entretenía en descifrar el mensaje de nuestro objeto —añadió Jaume—. No está mal para ser un engendro de este demonio.

—¡Lo que es, es un hijo de puta! —restalló Anne—. ¿Es que no sabe jugar limpio?

—Cuando la apuesta que hay en el plato es mi vida, no. Bueno, y a decir verdad, casi nunca.

La sonrisa holográfica mostraba una inefable ironía; Clara sintió deseos de aplaudir, pero se guardó muy bien de hacerlo.

—Está bien —aceptó Anne, recogiéndose un mechón de pelo que le había caído sobre los ojos y respirando hondo para calmar su enfado—. Tendremos a su amigo el dipsómano en el hangar dentro de unos minutos.

—Hablando de sed, quiero que me preparen un plato medianamente digerible regado con vino, y después un bourbon. Todo eso para después de la ducha que pienso darme ahora mismo.

—¿Quiere también que le froten la espalda tres pornosiervas de Síbaris, o le basta con una? No abuse de mi paciencia, Éremos.

—¿Cuánto tiempo queda para que venza el ultimtum?

—Eeeh… tres horas y media.

El gesto de Éremos se torció durante un segundo.

—Asi que ya estamos a uno de diciembre… No sabia cuánto habia estado conectado. Bien, da igual. Hay tiempo, y además debo llegar aseado a la cita si es que no puedo eludirla.

—¿Otra vez hablando en enigmas?

—Este sólo me concierne a mí. Haga como le digo. No me importa que me vigile un batallón de guardias mientras me ducho, pero quiero limpiarme. ¿De acuerdo?

Anne asintió, cada vez más frustrada, y cortó la comunicación.

—¿Lo de ser tan cabrón es una alteración genética o se lo ha enseñado alguien?

Jaume sonrió entre el humo del cigarro que acababa de encender.

—Me temo que es algo que lleva en su naturaleza humana.

A la hora de ponerle el traje antirradiación, la panza de Miralles dio algunos problemas, agravados por el estado casi catatónico en que le habían dejado las drogas y la intrusión mental de Éremos. Hubo que improvisar ciertos retoques de sastrería para embutirlo en él. Después, tres tecnos igualmente protegidos lo llevaron en una servocamilla hasta el centro de la gran nave que albergaba al extraño ente. En las imágenes, caminaban solemnes y silenciosos como astronautas. Sus pasos temerosos no podían resonar en el vacío del hangar. Cuando estuvieron a unos cincuenta metros del Objeto, se retiraron y dejaron que la camilla siguiera su camino sola, hacia aquella forma que palpitaba iridiscente y errática.

Éremos controlaba el proceso desde la sala de control, un pequeño domo de techo bajo, plagado de periféricos y aparatos de medición y análisis. Los guardias que lo vigilaban, un sargento y tres rasos, habían abatido los cañones de las armas por expresa exigencia de Éremos, y esperaban pacientes entre la maquinaria y el dédalo de cables. Roxanne y Clara estaban sentadas junto al geneto.

—¿Han captado algo en la cabeza de Miralles mientras yo… hurgaba? —preguntó, dirigiéndose a la física.

—Por lo que he visto en las grabaciones, ha habido una emisión de partículas que no sabemos muy bien cómo interpretar. Podrían ser taquiones… pero eso es imposible, claro.

—¿Usted cree? —preguntó Éremos, sin dejar de teclear a tal velocidad que era imposible seguirle.

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