La mujer del viajero en el tiempo (30 page)

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Authors: Audrey Niffenegger

BOOK: La mujer del viajero en el tiempo
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—¿Que qué nos gusta escuchar? —repite Bobby.

—Sí... En el campo de la música. ¿Qué clase de música os gusta?

Bobby se anima.

—Bueno, los Sex Pistols —dice, y luego hace una pausa.

—Claro —dice Henry, asintiendo—. ¿Y los Clash?

—Sí; y... también Nirvana.

—Los Nirvana son buenos —dice Henry.

—¿Blondie? —interviene Jodie, temerosa de equivocarse en la respuesta.

—Me gusta Blondie —digo yo—, y a Henry le gusta Deborah Harry.

—¿Ramones? —pregunta Henry.

Jodie y Bobby asienten al unísono.

—¿Y Patti Smith?

Jodie y Bobby ponen cara de no saber quién es.

—¿Iggy Pop?

Bob niega con la cabeza.

—Pearl Jam más bien.

En ese momento intervengo en la conversación.

—La verdad es que en el pueblo no contamos con una emisora de radio demasiado importante —le explico a Henry—; y resulta casi imposible conocer a todos esos grupos.

—Ah, ya. —Henry calla unos segundos—. Veamos, ¿queréis que os escriba unos cuantos nombres? Para tener más información musical.

Jodie se encoge de hombros, pero Bobby asiente con una mirada grave y excitada. Revuelvo el bolso en busca de lápiz y papel. Henry se sienta a la mesa de la cocina y Bobby se instala frente a él.

—Muy bien —dice Henry—. Tenéis que retroceder hasta los sesenta, ¿vale? Empezáis por el Velvet Underground, de Nueva York; y luego, pasáis a Detroit, donde tenéis MC5, Iggy Pop y los Stooges. A continuación podéis volver a Nueva York, y escuchar a The New York Dolls y The Heartbreakers...

—¿A Tom Petty también? —apunta Jodie—. Hemos oído hablar de él.

—Mmmm, no... Ese grupo era muy distinto. Casi todos murieron en los ochenta.

—¿En un accidente aéreo? —pregunta Bobby.

—Por culpa de la heroína —le corrige Henry—. En fin, tenemos a Televisión, Richard Hell y los Voidoids, y Patti Smith.

—También a los Talking Heads —añado yo.

—Sí... No sé... ¿Los consideras auténticos punk?

—Hombre, estuvieron en la movida.

—De acuerdo. —Henry los añade a la lista—. Los Talking Heads. Digamos que entonces nos trasladamos a Inglaterra...

—Yo creía que el punk había empezado en Londres —puntualiza Bobby.

—No, claro que no —precisa Henry, retirando su silla—. Algunos, entre los que yo me cuento, creemos que el punk es la manifestación más novedosa de una especie de espíritu, un sentimiento, cómo te diría..., la sensación de que las cosas no marchan bien y de que, de hecho, todo funciona tan mal que lo único que podemos hacer es decir: «Jódete», una y otra vez, sin parar, gritándolo a pleno pulmón, hasta que alguien nos detenga.

—Exacto —dice Bobby en voz queda, con el rostro iluminado por un fervor casi religioso bajo el pelo pincho—. Exacto.

—Estás corrompiendo a un menor —le digo a Henry.

—Bah, él llegaría a la misma conclusión sin mi ayuda. ¿A que sí?

—Eso intento, pero aquí no es demasiado fácil.

—Ya lo veo.

Henry sigue añadiendo nombres de grupos a la lista. Miro por encima de su hombro y veo lo que ha escrito: Sex Pistols, The Clash, Gang of Four, Buzzcocks, Dead Kennedys, X, The Mekons, The Raincoats, The Dead Boys, New Order, The Smiths, Lora Logic, The Au Pairs, Big Black, PiL, The Pixies, The Breeders, Sonic Youth...

—Henry, no podrán conseguir nada de todo esto en el pueblo.

Henry asiente, y apunta el número de teléfono y la dirección de Vintage Vinyl al pie de la hoja.

—Supongo que tendréis un tocadiscos, ¿no?

—Mis padres tienen uno —dice Bobby.

Henry hace una mueca.

—¿Qué es lo que te gusta a ti en realidad? —le pregunto yo a Jodie. Noto como si se hubiera apartado de la conversación durante el ritual de hermanamiento masculino que Henry y Bobby llevan a cabo.

—Prince —admite ella.

Henry y yo dejamos escapar un grito y yo empiezo a cantar
1999
a pleno pulmón, mientras Henry se pone a mi lado de un salto y empezamos a chocar y dar vueltas por la cocina. Laura nos oye y corre a poner el disco; y de ese modo tan simple la fiesta se convierte en baile.

H
ENRY
: Salimos de la fiesta de Laura y regresamos a casa de Clare en coche.

—Estás terriblemente callado —dice Clare.

—Pensaba en esos muchachos. Las criaturas punk.

—Ah, sí. ¿Qué les pasa?

—Intentaba imaginar las causas por las que ese chico...

—Bobby.

—... Bobby, retrocede hacia el pasado y disfruta con la música que sonaba el año en que él nació.

—Bueno, yo era una fan incondicional de los Beatles, y rompieron un año antes de que yo naciera.

—Pues por eso mismo lo digo. ¿De qué va todo esto? Lo que quiero decir es que tú deberías entusiasmarte con Depeche Mode, Sting o algún otro grupo de la época. Bobby y su novia tendrían que estar escuchando a The Cure si quieren disfrazarse, y, en cambio, han ido a tropezar con esa cosa, el punk, de la que no saben nada en absoluto...

—Estoy segura de que lo hacen sobre todo para molestar a sus padres. Laura me ha contado que su padre no permite que Jodie salga de casa vestida de ese modo. ¿Qué hace ella? Mete toda su ropa en la mochila y se cambia en los lavabos de chicas de la escuela.

—Pero eso era lo que hacían todos en aquellos tiempos. Quiero decir que se trata de afirmar tu individualidad, eso lo comprendo, pero ¿por qué defienden el individualismo de 1977? Tendrían que vestir con franela de cuadros.

—¿Y a ti qué más te da?

—Me deprime. Es un recordatorio que me dice que la época a la que pertenezco ha muerto, y no solo muerto, sino que ya está olvidada. Estas historias jamás las pasan por la radio, y no consigo imaginar la razón. Es como si nunca hubieran sucedido. Por eso me entusiasmo cuando veo a niños que fingen ser punk, porque no quiero que todo eso desaparezca.

—Bueno, siempre puedes volver. La mayoría de personas están unidas al presente; tú, en cambio, puedes regresar una y otra vez.

—Es triste, Clare —le digo tras reflexionar unos segundos—. Incluso cuando consigo hacer algo que me divierte, como por ejemplo, ir a un concierto que me perdí la primera vez, con un grupo que quizá ya se ha roto o en el que algún componente ha muerto, me resulta triste verlo porque sé lo que va a ocurrir.

—No veo por qué eso ha de ser distinto de todo lo que ocurre en tu vida.

—No lo es.

Llegamos al camino privado que conduce a la casa de Clare, y ella gira para coger la desviación.

—Henry.

—Dime.

—Si ahora pudieras detenerlo todo... Si pudieras evitar seguir viajando a través del tiempo, sin que eso te reportara mayores consecuencias, ¿lo harías?

—¿Si pudiera detenerme ahora y ya te conociera?

—Ya me conoces.

—Sí. Me detendría. —Echo un vistazo a Clare, cuyo rostro apenas percibo en la oscuridad del interior del automóvil.

—Sería extraño. Me quedarían todos esos recuerdos que tú jamás tendrías. Sería como si..., bueno, es como si viviera con alguien que sufre de amnesia. Es la sensación que tengo desde que llegamos a casa.

—Digamos entonces que en el futuro podrás verme merodear por todos esos recuerdos hasta que consiga reunir la serie completa, que podrás coleccionar —le digo riendo.

—Supongo que sí. —Clare me sonríe y entra en el caminito circular que hay delante de la casa—. Hogar, dulce hogar.

Más tarde, tras haber subido a nuestros dormitorios separados y haberme puesto el pijama y cepillado los dientes, me escabullo hacia la habitación de Clare y recuerdo cerrar la puerta con llave. Nos metemos en su estrecha cama, calentitos, y ella susurra:

—No querría que te lo perdieras.

—¿El qué?

—Todo lo que sucedió. Cuando era una niña. Es decir, hasta ahora solo ha ocurrido a medias, porque todavía no estás ahí; por consiguiente, cuando eso te suceda a tí, se convertirá en real.

—A eso voy —le digo, pasándole la mano por el vientre y bajando hasta su entrepierna.

Clare chilla.

—Chitón.

—Tienes la mano heladísima.

—Lo siento.

Hacemos el amor con cuidado y en silencio. Cuando al final me corro, lo hago con tanta intensidad que me viene un dolor de cabeza insoportable, y durante un minuto temo que voy a desaparecer, pero eso no ocurre. Al contrario, sigo tumbado entre los brazos de Clare, transido de dolor. Clare ronca, con unos ronquidos silenciosos y animales que parecen unos bulldozers que me perforaran el cráneo. Quiero estar en mi cama, en mi apartamento. Hogar, dulce hogar. En ningún lugar se está como en casa. Llevadme a casa, caminos del mundo. Nuestro hogar es donde tenemos el corazón, pero mi corazón se encuentra aquí; así que debo de estar en casa. Clare suspira, vuelve la cabeza y se queda en silencio. Hola, amor mío, estoy en casa. En casa, sí, estoy en casa.

C
LARE
: Es una mañana fría y despejada. Ya hemos desayunado. Las maletas están en el coche. Mark y Sharon ya se han marchado con mi padre al aeropuerto de Kalamazoo. Henry está en el vestíbulo despidiéndose de Alicia; y yo corro escaleras arriba, hacia el dormitorio de mi madre.

—Oh, ¿tan tarde es? —me pregunta ella cuando me ve con el abrigo y las botas puestas—. Creía que os quedaríais a almorzar.

Mi madre se sienta al escritorio, que siempre está cubierto de papeles manuscritos con su extravagante escritura.

—¿En qué trabajas?

Sea lo que sea, las páginas están llenas de palabras tachadas y garabatos. Mi madre vuelve los papeles del revés. Guarda muy en secreto sus escritos.

—En nada. Es un poema sobre el jardín oculto bajo la nieve. No me está saliendo nada bien. —Se levanta y se dirige a la ventana—. Es curioso cómo los poemas jamás alcanzan la belleza del jardín mismo. Al menos, los míos.

No puedo dedicarle ningún comentario al respecto porque nunca me ha dejado leer ni uno solo de sus poemas, por lo tanto le digo:

—Bueno, la verdad es que el jardín está precioso.

Mi madre, no obstante, desprecia mi cumplido con un imperceptible movimiento de las manos. Los halagos no significan nada para ella, no cree en ellos. Solo las críticas arrancan un rubor a sus mejillas y atraen su atención. Si yo le dijera algo despectivo, ella siempre lo recordaría. Se produce un silencio incómodo. Me doy cuenta de que está esperando que me marche para poder seguir escribiendo.

—Adiós, mamá —le digo. Beso su frío rostro y escapo.

H
ENRY
: Llevamos casi una hora conduciendo. La autopista está flanqueada por pinos desde hace kilómetros; ahora, sin embargo, avanzamos por un terreno llano y sembrado de alambradas de espino. Hace rato que no hablamos. Tan pronto me doy cuenta de ello, me resulta extraño ese silencio, y por eso empiezo a hablar.

—No ha ido tan mal, después de todo —digo con una voz demasiado alegre, en un tono demasiado alto para estar viajando en un coche de tan reducidas dimensiones.

Clare no responde, y la miro. Está llorando; le bajan las lágrimas por las mejillas mientras conduce, pero finge que no llora. Nunca había visto llorar antes a Clare, y hay algo en sus lágrimas estoicas y silenciosas que me irrita.

—Clare, Clare... Quizá sea mejor... ¿Podrías aparcar en la cuneta un minuto?

Sin mirarme disminuye la velocidad y entra en el arcén, donde se detiene. Nos encontramos en algún lugar de Indiana. Se ven muchísimos cuervos recortados contra el azul del cielo en el campo que bordea la carretera. Clare apoya la frente contra el volante e inspira profundamente, pero su respiración es entrecortada.

—Clare —le digo, hablándole en la nuca—. Clare, lo siento. ¿Acaso he... la he jodido de algún modo? ¿Qué sucede? Yo no...

—No se trata de ti —me contesta bajo la cortina de su pelo. Seguimos sentados durante unos minutos.

—Entonces, dime qué pasa.

Clare niega con la cabeza y yo me quedo contemplándola. Al final, reúno el coraje suficiente para tocarla. Le acaricio el pelo; noto los huesos de su cuello y su columna entre las espesas y brillantes olas. Ella se vuelve, y yo la abrazo, intentando salvar la distancia que media entre los dos asientos separados. Ahora Clare solloza y tiembla.

Al final, se calma, y entonces dice:

—Maldita seas, mamá.

Un rato después nos encontramos en un embotellamiento en la autovía Dan Ryan, escuchando a Irma Thomas.

—Oye, Henry. ¿Te ha resultado... te ha importado mucho?

—¿Importarme el qué? —pregunto, recordando los sollozos de Clare.

—Mi familia —dice ella—. ¿Son..., te han parecido...?

—Son fantásticos, Clare. Me han gustado mucho, de verdad. Sobre todo Alicia.

—A veces querría empujarlos a todos al lago Michigan y contemplar cómo se hunden en él.

—Mmmm, conozco esa sensación. Oye, creo que tu padre y tu hermano me habían visto antes; y Alicia me ha dicho algo francamente extraño cuando nos marchábamos.

—Te vi con mi padre y Mark en una ocasión; y no hay duda de que Alicia te vio en el sótano cuando tenía doce años.

—¿Y eso nos causará problemas?

—No, porque la explicación es demasiado fantasiosa para creerla.

Los dos reímos, y la tensión que nos ha atenazado durante todo el viaje hasta llegar a Chicago se esfuma. El tráfico empieza a acelerarse. Al cabo de poco tiempo, Clare se detiene frente al edificio donde vivo. Cojo la bolsa del maletero y observo alejarse a Clare, deslizándose por Dearborn, con el corazón en un puño. Unas horas más tarde identifico lo que siento como una sensación de soledad, y la Navidad vuelve a clausurarse oficialmente otro año más.

Tu hogar está donde cuelgas el sombrero

Sábado 9 de mayo de 1992

Henry tiene 28 años

H
ENRY
: He decidido que la mejor estrategia es pedírselo directamente; me dirá que sí, o bien me dirá que no. Cojo el autobús de Ravenswood hasta el piso de mi padre, mi hogar de juventud. Hace bastante tiempo que no voy por ahí; mi padre me invita muy pocas veces, y yo no suelo aparecer sin avisar, como pretendo hacer ahora. Sin embargo, si él no contesta al teléfono, ¿qué espera que haga yo? Me apeo en Western y camino por Lawrence hacia el oeste. La casa de dos plantas está en Virginia; y el porche trasero tiene vistas al río Chicago. Mientras estoy en la entradita rebuscando la llave, la señora Kim atisba desde su ventana y me hace señas furtivas para que entre en su casa. Me alarmo; por lo general, Kimy es muy visceral y habla gritando, por no mencionar lo cariñosa que es; y a pesar de que sabe todo lo que hay que saber sobre nosotros, jamás interfiere. Bueno, casi nunca. En realidad, se mete mucho en nuestras vidas, pero a nosotros nos gusta. En esta ocasión percibo que está francamente triste.

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