La mujer del viajero en el tiempo (37 page)

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Authors: Audrey Niffenegger

BOOK: La mujer del viajero en el tiempo
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8:17 horas

C
LARE
: Alicia se ha sentado en mi cama, y empieza a atacarme.

—Venga, Clare. Se ha hecho de día en las marismas, los pajarillos cantan —(lo cual no es cierto)— y las nubes se levantan. ¡Hora de levantarse!

Alicia me hace cosquillas. Levanta el edredón y forcejeamos. Justo cuando logro inmovilizarla, Etta asoma la cabeza por la puerta y grita furiosa:

—¡Niñas! ¿A qué se debe todo ese alboroto? Vuestro padre creerá que nos ha caído un árbol encima, pero no, ya veo que sois vosotras haciendo el tonto e intentando acabar la una con la otra. El desayuno está casi listo.

Tras pronunciar estas palabras, Etta se retira sin contemplaciones y la oímos bajar las escaleras con torpeza. Nos morimos de risa.

8:32 horas

H
ENRY
: Sigue soplando un viento huracanado, pero decido marcharme a correr de todos modos. Estudio el mapa de South Haven que me ha dado Clare («¡Una joya deslumbrante en la costa poniente del lago Michigan!»). Ayer corrí a lo largo de la ribera, fue una experiencia muy agradable, pero no voy a repetirla esta mañana. Ya veo olas de casi dos metros que se abalanzan hacia la orilla. Mido un kilómetro y medio de calles y decido que correré en círculos; si el tiempo es francamente horrible, siempre puedo tomar un atajo y volver. Me desperezo. Me crujen cada una de las articulaciones. Casi puedo oír la tensión chasquear en mis nervios, como la corriente estática en una línea telefónica. Me visto y salgo al mundo exterior.

La lluvia me abofetea el rostro y no tardo en quedarme empapado. Avanzo a paso marcial y lento por la calle del Arce. Va a ser una dura travesía; a pesar de luchar contra el viento, no veo el modo de coger velocidad. Paso junto a una mujer plantada en la curva con un bulldog; me mira atónita. No se trata de un mero ejercicio, le digo en silencio. Es más bien por desesperación.

8:54 horas

C
LARE
: Nos hemos reunido alrededor de la mesa para desayunar. El frío se cuela por las ventanas y apenas puedo discernir el paisaje de fuera con tanta lluvia como cae. ¿Cómo va a correr Henry con la que está cayendo?

—Un tiempo perfecto para celebrar una boda —bromea Mark.

—No fui yo quien lo eligió —comento encogiéndome de hombros.

—¿Ah, no?

—Fue papá.

—Bueno, de todos modos soy yo quien pagará la boda —dice mi padre con petulancia.

—Cierto —replico masticando la tostada.

Mi madre observa mi plato con mirada crítica.

—Cariño, ¿por qué no tomas un poco de beicon y unos huevos?

El solo pensamiento de comer algo fuerte me revuelve el estómago.

—No puedo, de verdad. Por favor, no insistas.

—Bueno, al menos ponte un poco de mantequilla de cacahuete en la tostada. Necesitarás proteínas.

Cruzo una mirada de inteligencia con Etta, la mujer se marcha a la cocina y vuelve al cabo de un minuto con un platito de cristal lleno de mantequilla de cacahuete. Le doy las gracias y unto con ella la tostada.

—¿Tengo tiempo de hacer una cosa antes de que aparezca Janice?

Janice está citada en casa para hacer algo monstruoso con mi cara y mi pelo.

—Llegará a las once. ¿Por qué?

—Necesito ir corriendo a la ciudad a hacer un recado.

—Ya iré yo a buscarte lo que quieras, cielo. —Mi madre parece aliviada ante la idea de salir de casa.

—Me gustaría ir yo.

—Podemos ir las dos.

—Sola.

Litigo en silencio con ella, y capto su sorpresa mayúscula, pero finalmente accede a mis ruegos.

—Bueno, vale. ¡Por el amor de Dios!

—Fantástico. Volveré enseguida. —Me levanto para marcharme, pero mi padre carraspea.

—¿Me dispensáis? —les pregunto entonces.

—Por supuesto.

—Gracias.

Pies para qué os quiero.

9:35 horas

H
ENRY
: Estoy de pie dentro de mi inmensa bañera vacía, luchando por desembarazarme de las prendas frías y empapadas. Mis zapatillas deportivas recién estrenadas han adoptado una forma absolutamente distinta que recuerda a la de algún animal marino. He ido dejando un reguero de agua desde la puerta de entrada hasta la bañera, pero espero que la señora Blake no le dé demasiada importancia a ese pequeño detalle.

En ese momento alguien llama a la puerta.

—¡Un momento, por favor! —grito.

Me acerco a la puerta caminando sobre mojado y la dejo entornada. Para mi sorpresa se trata de Clare.

—¿Cuál es la contraseña? —le digo bajito.

—Fóllame —contesta Clare.

Abro la puerta del todo. Clare entra en mi dormitorio, se sienta en la cama y empieza a quitarse los zapatos.

—¿Estás de broma?

—Oh, venga, casi marido mío. Tengo que regresar a las once. —Clare me mira de arriba abajo—. ¡No me digas que has ido a correr! Pensaba que no lo intentarías con esta lluvia.

—En épocas de desesperación es necesario tomar medidas desesperadas —le digo quitándome la camiseta y lanzándola a la bañera. La ropa aterriza con un ruido acuoso—. ¿No se supone que trae mala suerte que el novio vea a la novia antes de la boda?

—Pues entonces cierra los ojos.

Clare se va al baño con paso decidido y coge una toalla. Me inclino hacia delante y ella me seca el pelo. Es una maravilla. Podría pasarme la vida entera así. Desde luego.

—Aquí arriba hace muchísimo frío —dice Clare.

—Ven al lecho, casi esposa mía. Es el único lugar cálido de la estancia.

Nos metemos en la cama.

—Todo lo hacemos a destiempo, ¿verdad?

—¿Te resulta problemático?

—No. Me gusta.

—Perfecto. Te encuentras ante el hombre perfecto para solucionar todas tus necesidades extracronológicas.

11:15 horas

C
LARE
: Entro por la puerta trasera y dejo el paraguas en el trastero. Al cruzar el vestíbulo, casi tropiezo con Alicia.

—¿Dónde estabas? Janice ya ha llegado.

—¿Qué hora es?

—Las once y cuarto. Oye, llevas la camiseta del revés.

—Creo que eso da buena suerte, ¿no?

—A lo mejor sí, pero será mejor que te cambies antes de subir a tu dormitorio.

Entro a hurtadillas en el trastero y vuelvo del derecho la camiseta, antes de correr hacia el piso de arriba. Mi madre y Janice ya están en el pasillo, delante de la puerta de mi dormitorio. La esteticista lleva una bolsa enorme de cosméticos y otros utensilios de tortura.

—¡Por fin! Ya me estaba preocupando. —Mi madre me hace entrar en la habitación y Janice cierra la marcha—. Tengo que hablar con los del catering. —Casi se retuerce las manos al marcharse.

Me vuelvo hacia Janice, que me está examinando con aire crítico.

—Llevas el pelo todo mojado y enredado. ¿Por qué no te lo peinas mientras yo me instalo? —me sugiere; empieza a coger un millón de tubos y botellas de la bolsa y los coloca sobre el tocador.

—Janice —le digo, entregándole una postal de los Uffizi—, ¿puedes hacerme esto?

Siempre me ha encantado aquella princesita Medici con un pelo no muy distinto al mío; aunque ella lo lleva peinado con infinidad de trencitas recogidas con perlas, que le descienden en una hermosísima cascada de cabellos ámbar. Al artista anónimo también debía de encantarle la modelo. Si no, no me lo explico.

Janice considera mi petición.

—Eso no es lo que tu madre cree que vamos a hacer.

—Ya lo sé, pero se trata de mi boda y de mi pelo. Además, te daré una propina muy generosa si haces lo que te digo.

—No tendré tiempo de ocuparme de la cara si complicamos tanto el peinado; me llevará demasiado tiempo hacer todas esas trenzas.

Aleluya.

—No pasa nada. Ya me maquillaré yo.

—Bueno, de acuerdo. De todos modos, tendrás que peinarte antes de empezar.

Empiezo a separar los mechones. Ya estoy disfrutando. Mientras me someto a las maniobras de las manos morenas y estilizadas de Janice, me pregunto qué estará haciendo Henry.

11:36 horas

H
ENRY
: El esmoquin y todas las miserias que me aguardan están esparcidos sobre la cama. Mi mal nutrido trasero se está helando en esta habitación tan fría. Saco la ropa mojada y gélida de la bañera y la dejo en el lavabo. Sorprendentemente el baño es igual de grande que el dormitorio. Está enmoquetado, y es de un estilo pseudovictoriano hasta la reiteración. La bañera es una cosa descomunal con patas en forma de garra, dispuesta entre diversos heléchos y estantes de toallas, una cómoda y una reproducción enmarcada y de considerables dimensiones de
El despertar de la conciencia
, de Hunt. El alféizar de la ventana está a quince centímetros del suelo, y las cortinas son de una muselina blanca y transparente, así que puedo ver la calle del Arce, esplendorosa con su manto de hojas muertas. Un Lincoln beis modelo Continental sigue su parsimonioso rumbo calle arriba. Dejo correr el agua caliente en la bañera, pero es tan grande que me canso de esperar a que se llene y me meto dentro. Me divierto jugando con el teléfono de la ducha de estilo europeo, quitando los tapones de la docena aproximada de champús, geles de ducha y acondicionadores de que dispongo y oliéndolos uno por uno; al llegar al quinto ya tengo dolor de cabeza. Canto
El submarino amarillo
. Todo lo que se encuentra en un radio de aproximadamente un metro queda empapado.

12:35 horas

C
LARE
: Cuando quedo liberada de Janice, mi madre y Etta se nos unen.

—¡Oh, Clare, estás preciosa! —exclama Etta.

—Ese no es el peinado que convenimos, Clare —puntualiza mi madre.

Le echa una buena bronca a Janice, pero al final le paga. En cuanto a mí, espero que mi madre no esté mirando para entregarle la propina prometida. Más tarde, como tengo que vestirme en la iglesia, me meten en el coche y me llevan a la parroquia de San Basilio.

12:55 horas

Henry tiene 38 años

H
ENRY
: Camino por la autopista A-12, a unos tres kilómetros al sur de South Haven. Hace un día realmente horrible, lo cual coincide con el pronóstico del tiempo. Estamos en otoño, y la lluvia racheada cae a mares. A pesar del frío y del intenso viento, voy vestido con tan solo unos téjanos. Estoy descalzo y empapado hasta los huesos. No tengo ni idea de la época en que me encuentro. Me dirijo a Casa Alondra del Prado; espero poder secarme en la sala de lectura y quizá comer alguna cosa. No tengo dinero, pero cuando veo el fluorescente rosa que anuncia el letrero gasolina a tarifas reducidas, me encamino hacia allí. Entro en la gasolinera y me quedo de pie unos segundos, dejando escapar un reguero de agua sobre el linóleo y recuperando el aliento.

—Menudo día para salir a la calle —dice el caballero delgado y anciano que hay tras el mostrador.

—Pues sí.

—¿Una avería?

—¿Eh? No, no.

Me está dando un buen repaso, y advierte mis pies descalzos y la ropa que no es de temporada. Callo unos segundos y entonces finjo sentirme violento.

—Mi novia me ha echado de casa.

El señor hace algún comentario, pero se me escapa porque estoy mirando el
South Haven Daily.
Hoy es sábado 23 de octubre de 1993. El día de nuestra boda. El reloj que hay sobre la estantería de los cigarrillos marca las 13.10 horas.

—Tengo que marcharme volando —le digo al anciano, y dicho y hecho

13:42 horas

C
LARE
: Estoy en mi clase de cuarto curso con el vestido de novia puesto. Es de una seda marfileña que hace aguas, con muchísimo encaje y perlitas. El vestido va muy ajustado por la parte del corpiño y las mangas, pero la falda es inmensa, larga hasta los pies, con cola, confeccionada con casi veinte metros de tela. Podría esconder a diez enanos debajo. Me siento como una carroza de desfile, pero mi madre me ensalza entusiasmada; no para de parlotear, hacerme fotos e intentar convencerme para que me ponga más maquillaje. Alicia, Charisse, Helen y Ruth revolotean a mi lado con sus trajes de dama de honor de terciopelo verde salvia. Dado que Charisse y Ruth son bajitas, y Alicia y Helen, altas, se asemejan a un extraño grupo de chicas exploradoras elegido a boleo. Sin embargo, acordamos entre todas que nos portaremos bien cuando mi madre ande cerca. Están comparando el teñido del calzado y discutiendo sobre quién debería coger el ramo.

—Charisse, tú ya estás prometida. Ni siquiera deberías intentar cogerlo —dice Helen.

Charisse se encoge de hombros.

—Es una garantía más. Con Gómez, nunca se sabe.

13:48 horas

H
ENRY
: Estoy sentado sobre un radiador en un cuarto que huele a moho y contiene cajas de devocionarios. Gómez pasea arriba y abajo, fumando. Tiene un aspecto fantástico con el esmoquin puesto. Yo, en cambio, me siento como el concursante de un programa de televisión. Gómez da unos pasos y lanza la ceniza en el interior de una taza de té. Me está poniendo más nervioso de lo que ya estoy.

—¿Tienes el anillo? —le pregunto por millonésima vez.

—Sí. Tengo el anillo. —Se detiene durante un instante y me mira.— ¿Quieres beber?

—Sí.

Gómez saca una petaca y me la pasa. Le quito el tapón y echo un trago. Es un escocés muy suave. Doy otro sorbo y se la devuelvo. Oigo a la gente reír y hablar en el vestíbulo. Estoy sudando, y me duele la cabeza. En el cuarto hace mucho calor. Me levanto y abro la ventana, asomo la cabeza y respiro. Sigue lloviendo.

De repente, oigo un ruido entre los arbustos. Abro más la ventana, miro abajo y ahí estoy yo, sentado en el fango, bajo la ventana, empapado hasta el tuétano, jadeante. Mi otro yo me sonríe y levanta los pulgares en señal de triunfo.

13:55 horas

C
LARE
: Nos encontramos todos en el vestíbulo de la iglesia.

—Bueno, que empiece el espectáculo —dice mi padre, y llama a la puerta del cuarto en el que Henry se está vistiendo.

Gómez asoma la cabeza y dice:

—Denos un minuto. —Me dedica una mirada que me provoca un vacío en el estómago, se retira y cierra la puerta tras él.

Cuando decido intervenir, Gómez vuelve a abrirla y aparece Henry, abrochándose los gemelos. Está mojado, sucio y va sin afeitar. Parece tener unos cuarenta años; pero está aquí, y me brinda una sonrisa de triunfo mientras cruza el portal de la iglesia y avanza por el pasillo central.

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