La mujer del viajero en el tiempo (38 page)

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Authors: Audrey Niffenegger

BOOK: La mujer del viajero en el tiempo
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Domingo 13 de junio de 1976

Henry tiene 30 años

H
ENRY
: Me descubro echado en el suelo de mi antiguo dormitorio. Me encuentro solo en una perfecta noche estival de un año desconocido. Estoy acostado; maldigo y me siento como un idiota durante un buen rato. Luego me levanto y entro en la cocina para beberme varias cervezas de las que guarda mi padre.

Sábado 23 de octubre de 1993

Henry tiene 38 y 30 años, y Clare 22

14:37 horas

C
LARE
: Estamos frente al altar. Henry se vuelve hacia mí y dice:

—Yo, Henry, te tomo a ti, Clare, como esposa. Prometo amarte en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, honrarte y quererte toda la vida.

«Recuerda estas palabras», pienso para mis adentros. Repito luego mis votos. El padre Compton nos sonríe y pronuncia:

—Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

«Ese no es exactamente el problema», pienso.

Henry desliza el fino anillo de plata por mi dedo y lo coloca sobre el anillo de compromiso. Cuando me llega el turno, le coloco su alianza de oro, la única vez que la llevará puesta. La misa sigue su curso. No puedo evitar pensar que esto es lo único importante; que tanto él como yo estemos aquí. No importa lo que pase, siempre y cuando él esté conmigo.

El padre Compton nos da su bendición y dice:

—La misa ha terminado. Podéis ir en paz.

Recorremos el pasillo central juntos, cogidos del brazo.

18:26 de la tarde

H
ENRY
: La recepción va a dar comienzo. Los encargados del catering se apresuran arriba y abajo empujando carritos de aluminio y transportando bandejas tapadas. La gente empieza a llegar y deja los abrigos en guardarropía. Finalmente ha parado de llover. El Club Náutico de South Haven está en la ribera septentrional, y es un edificio de la década de 1920 panelado en madera y cuero, enmoquetado en rojo y decorado con pinturas de buques. Fuera ha oscurecido, pero el faro parpadea a lo lejos en el espigón. Estoy frente a un ventanal, bebiendo Glenlivet y esperando a Clare; su madre se la ha llevado a toda prisa por alguna razón que desconozco. Percibo los reflejos de Gómez y Ben que se dirigen hacia mí, y me vuelvo.

—¿Cómo estás? —Ben parece preocupado.

—Muy bien. ¿Podéis hacerme un favor los dos?

Gómez y Ben asienten.

—Gómez, vuelve a la iglesia. Me encontrarás allí, esperando en el vestíbulo. Recógeme y tráeme al club. Méteme de tapadillo en el lavabo de hombres de la planta baja y asegúrate de que no me muevo de ahí. Ben, tú no me pierdas de vista —le digo, señalándome el pecho—, y cuando te lo diga, agarra mi esmoquin y tráemelo al servicio de caballeros. ¿De acuerdo?

—¿De cuánto tiempo disponemos? —pregunta Ben.

—De muy poco.

Asiente, y luego se aleja. Charisse se acerca a nosotros, Gómez la besa en la frente y sigue caminando. Me vuelvo hacia Ben, que parece cansado.

—¿Cómo estás? —le pregunto.

—Algo fatigado —responde Ben suspirando—. Oye, Henry.

—¿Sí?

—¿De qué época vienes?

—Del año 2002.

—¿Puedes...? Mira, ya sé que esto no te gusta, pero...

—¿El qué? No pasa nada, Ben. Como quieras. Hoy es una ocasión especial.

—Dime, ¿todavía estoy vivo? —Ben no me mira; sino que contempla fijamente la orquesta, que afina los instrumentos en el salón de baile.

—Sí. Te encuentras bien. Te he visto hace unos días; fuimos a jugar a billar.

Ben deja escapar un resuello.

—Gracias.

—No te preocupes.

A Ben se le humedecen los ojos. Le ofrezco mi pañuelo, que él acepta, pero luego me lo devuelve sin haberlo utilizado y se marcha en busca del lavabo de caballeros.

19:04 horas

C
LARE
: Todos empiezan a sentarse para cenar y nadie consigue encontrar a Henry. Le pregunto a Gómez si lo ha visto, y él me dedica una de sus miradas y me dice que está seguro de que Henry llegará en cualquier momento. Kimy se acerca a nosotros, con un aspecto de marcada fragilidad y la preocupación dibujada en el rostro; lleva su vestido de seda rosa.

—¿Dónde está Henry? —me pregunta.

—No lo sé, Kimy.

Kimy me atrae hacia sí y me susurra al oído:

—Acabo de ver a su joven amigo Ben con un montón de ropa en los brazos saliendo del salón.

Oh, no. Si Henry se ha volatilizado hacia su presente, me va a costar muchísimo encontrar una explicación. Quizá podría decir que ha habido una emergencia. ¿Una emergencia en la biblioteca que requería la inmediata presencia de Henry? No, porque sus colegas de trabajo se encuentran aquí. Claro que quizá podría decir que Henry sufre de amnesia, y que debe de haberse perdido...

—Ahí viene —dice Kimy estrechándome la mano.

Henry está de pie en la entrada, atisbando entre la multitud, y entonces nos ve y se acerca a nosotras corriendo. Le doy un beso.

—Encantada de conocerte, extranjero.

Ha regresado al presente, mi joven Henry, el que pertenece a este momento. Me coge del brazo, y también coge a Kimy, y entra con nosotras al comedor. Kimy se ríe y le dice algo a Henry que no logro entender.

—¿Qué te ha dicho? —le pregunto cuando nos sentamos.

—Me ha preguntado si hemos considerado la posibilidad de hacer un
ménage à trois
en la noche de bodas.

Me pongo más roja que una langosta. Kimy me guiña un ojo.

19:16 horas

H
ENRY
: Paseo por la biblioteca del club comiendo canapés y leyendo una primera edición suntuosamente encuadernada y que probablemente jamás ha sido abierta de
El corazón de las tinieblas.
Con el rabillo del ojo veo al director del club, que se apresura hacia mí. Cierro el libro y vuelvo a dejarlo en la estantería.

—Lo siento, señor. Me temo que tendré que pedirle que se marche.

Sin camisa y sin zapatos, no hay quien te atienda.

—De acuerdo.

Me levanto y, mientras el director se vuelve de espaldas, la sangre se me agolpa en el cerebro y desaparezco. Llego a la cocina un 2 de marzo de 2002; estoy en el suelo, riéndome. Siempre, siempre había deseado hacer algo así.

19:21 horas

C
LARE
: Gómez va a hacer un discurso.

—Querida Clare, y Henry, familia y amigos, miembros del jurado... Esperen, borren eso. Queridos y apreciados amigos todos, nos hemos reunido aquí esta noche, a orillas de la Tierra de la Soltería, para agitar nuestros pañuelos y despedir a Clare y a Henry mientras embarcan juntos en la travesía del Buen Buque del Matrimonio. A pesar de que nos entristece verlos despedirse de las alegrías de la vida de soltero, confiamos en que su tan cacareado estado de Bendición Nupcial será su nuevo rumbo, por lo demás inmejorable. Incluso puede que algunos de nosotros nos unamos a ellos en breve, a menos que logremos encontrar la manera de evitarlo. Por eso permitidme que os proponga un brindis: para Clare Abshire DeTamble, una preciosa y joven artista que merece toda la felicidad que pueda reportarle su nuevo mundo; y para Henry DeTamble, maldito y exquisito compañero, afortunado hijo de perra: que el Mar de la Vida se tienda a vuestros pies, límpido como el cristal, y que los vientos os sean siempre favorables. ¡Por la feliz pareja!

Gómez se inclina sobre mí y me besa en la boca, y durante unos instantes capto su mirada, pero luego el momento pasa.

20:48 horas

H
ENRY
: Tras cortar y comer el pastel de boda, Clare lanza su ramo (que Charisse atrapa) y yo lanzo la liga de Clare (Ben, precisamente, entre todos los invitados, es quien la consigue). La orquesta toca
Take the A Train
, y la gente empieza a bailar. He bailado con Clare, Kimy, Alicia y Charisse; y ahora bailo con Helen, que está como un tren. Clare baila con Gómez. En el momento en que, como quien no quiere la cosa, le hago hacer una pirueta a Helen, veo que Celia Attley le roba el baile a Gómez, quien a su vez me lo roba a mí. Mientras Gómez se lleva en volandas a Helen, me uno al gentío que se arremolina en torno al bar y contemplo a Clare bailando con Celia. Ben viene a mi encuentro. Está bebiendo soda. Yo pido una tónica con vodka. Ben lleva la liga de Clare alrededor del brazo, como si estuviera en un funeral.

—¿Quién es esa? —me pregunta.

—Celia Attley, la novia de Ingrid.

—Es extraño.

—Sí.

—¿Qué pasa con ese tal Gómez?

—¿A qué te refieres?

Ben me mira fijamente y luego vuelve la cabeza.

—No importa.

22:23 horas

C
LARE
: Se ha terminado. Tras repartir besos y abrazos salimos del club y nos marchamos en nuestro coche, recubierto de espuma de afeitar y con latas enganchadas. Aparco frente al hostal La Gota del Rocío, un motel pequeñito y vulgar, situado sobre el Lago de Plata. Henry está dormido. Salgo del coche, me registro en recepción y convenzo al recepcionista para que me ayude a transportar a Henry; entre los dos conseguimos dejarlo caer sobre la cama de nuestro dormitorio. El muchacho nos trae el equipaje, mira de arriba abajo mi vestido de novia y el estado inerte en el que se encuentra Henry y me dedica una mueca. Le doy una propina y luego se marcha. Le quito los zapatos a Henry y le aflojo el nudo de la corbata. A continuación me desvisto y dejo el traje de novia sobre la butaca.

Estoy de pie en el baño, temblando con las braguitas puestas y cepillándome los dientes. El espejo me trae la imagen de Henry acostado en la cama. Está roncando. Escupo el dentífrico y me aclaro la boca. De repente, me inunda una sensación de felicidad que se suma a la certeza de saber que estamos casados. Bueno, en cualquier caso soy yo quien está casada.

Cuando apago la luz, le doy un beso de buenas noches a Henry. Huele a sudor mezclado con alcohol y al perfume de Helen. Buenas noches, que descanses, y que no te piquen las chinches. Finalmente me duermo, con un sueño pesado y feliz.

Lunes 25 de octubre de 1993

Henry tiene 30 años, y Clare 22

H
ENRY
: Es el lunes siguiente a nuestra boda, y Clare y yo estamos en el ayuntamiento de Chicago casándonos ante el juez. Gómez y Charisse son nuestros testigos. Luego nos vamos todos a cenar a Charlie Trotter's, un restaurante tan caro que la decoración se asemeja a los compartimientos de primera clase de un avión o a una escultura minimalista. Por fortuna, y a pesar de su aspecto extremadamente artístico, la comida está buenísima. Charisse hace fotografías de cada plato a medida que nos los van poniendo delante.

—¿Qué tal os sienta la vida de casados? —pregunta Charisse.

—Yo me siento casadísima —dice Clare.

—Podríais seguir casándoos —interviene Gómez—. Podríais probar distintas ceremonias: budista, nudista...

—Me pregunto si seré bígama.

Clare está comiendo un entrante color pistacho que lleva varias gambas grandes dispuestas como si fueran ancianos miopes leyendo el periódico.

—Creo que uno puede casarse con la misma persona las veces que quiera —sentencia Charisse.

—Y tú, ¿eres la misma persona? —me pregunta Gómez.

Lo que estoy comiendo va recubierto de finas láminas de atún crudo que se funden en mi lengua. Me tomo unos segundos para saborearlas antes de responder:

—Sí, pero mucho más.

Gómez se muestra contrariado y musita algo sobre los koan zen, pero Clare me sonríe y levanta su copa. Brindo con ella, y una delicada nota de cristal suena y se desvanece en el murmullo del restaurante.

Finalmente sí, estamos casados.

SEGUNDA PARTE
Una gota de sangre en un cuenco de leche

—¿Qué ocurre, dime, amor mío?

—Ah, ¿cómo podremos soportarlo?

—¿Soportar el qué?

—Esto. Durante un tiempo tan breve. ¿Cómo podemos dormir y perder así ese tiempo?

—Podemos permanecer en silencio, juntos, y (puesto que solo es el comienzo) fingir que disponemos de todo el tiempo del mundo.

—Y cada día dispondremos de menos; y al final, no nos quedará nada.

—¿Preferirías entonces que no hubiera existido?

—No. Aquí es donde siempre he estado viniendo. Desde el principio de mis días; y cuando me marche, este será el punto central en el que todo confluya, desde el pasado, y del cual todo parta. Pero ahora, amor mío, nos encontramos aquí, aquí y ahora, y esos otros momentos discurren en otro lugar.

A.
S.
B
YATT

Posesión

Vida de casados

Marzo de 1994

Clare tiene 22 años, y Henry 30

C
LARE
: Finalmente sí, estamos casados. Durante los primeros tiempos vivimos en un piso de dos dormitorios, pensado para dos personas. Es luminoso, con los suelos de madera noble, color mantequilla, y una cocina llena de armarios antiguos y viejos electrodomésticos. Nos dedicamos a comprar, pasamos las tardes de los domingos en Crate & Barrel cambiando los regalos de boda; encargamos un sofá que no pasa por las puertas del piso y debemos devolverlo. El piso es un laboratorio en el que realizamos experimentos, llevamos a cabo investigaciones sobre el cónyuge. Descubrimos que Henry odia que me golpee con la cuchara en los dientes cuando estoy leyendo distraída el periódico durante el desayuno. Coincidimos en que si yo puedo escuchar a Joni Mitchell, él puede hacer lo mismo con The Shags, siempre y cuando la otra persona no se encuentre presente. Establecemos que Henry se encargará de cocinar y yo de lavar la ropa, pero ninguno de los dos está dispuesto a pasar la aspiradora; así que contratamos un servicio de limpieza.

Caemos en la rutina. Henry trabaja de martes a sábado en la biblioteca Newberry. Se levanta a las 7.30 y prepara el café, luego se pone la ropa de deporte y sale a correr. Cuando regresa, se ducha y se viste; yo me levanto tambaleante de la cama y charlo con él mientras me prepara el desayuno. Después de comer, se lava los dientes y sale pitando por la puerta para coger el metro, y yo vuelvo a la cama una horita más.

Cuando me levanto de nuevo, el apartamento se encuentra sumido en el silencio. Me doy un baño, me peino y me pongo la ropa de trabajo. Me sirvo otra taza de café, me voy a la habitación de atrás, que es mi estudio, y cierro la puerta.

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