La Séptima Puerta (11 page)

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Authors: Margaret Weis,Tracy Hickman

Tags: #fantasía

BOOK: La Séptima Puerta
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Marit no entendía las palabras y tuvo la sensación de que no eran pronunciadas para ser dichas. Pero le levantaban el ánimo. El horrible temor que casi la había asfixiado bajo su presión sofocante se encogió y perdió parte de su fuerza.

Los patryn del suelo alzaron la vista con asombro. La canción de Vasu fue respondida por otras voces patryn que proferían gritos de ánimo y cantos de guerra. Los dragones, volando muy bajo, permitieron que sus pasajeros saltaran a tierra. Después, ganaron altura de nuevo. Algunos se quedaron sobrevolando, vigilantes. El resto se alejó; unos, para rastrear la zona en busca de más enemigos y otros, de regreso al interior del Laberinto para traer más patryn al campo de batalla.

Entre el Laberinto y el Nexo se extendía un muro cubierto de runas sartán, lo bastante poderosas como para matar a cualquiera que lo tocara. El muro, inmenso, se extendía de una cadena de montañas a otra en un gigantesco semicírculo irregular. Unas llanuras desiertas se extendían a ambos lados del muro. En uno de ellos, la ciudad del Nexo ofrecía vida; en el otro, los bosques sombríos del Laberinto amenazaban con muerte.

Para los prisioneros del Laberinto que llegaban a la vista de la Última Puerta, alcanzarla constituía su prueba más terrible. Las llanuras eran una tierra de nadie, sin ninguna protección, que proporcionaba al enemigo una visión sin obstáculos de quien intentara cruzarla. Aquella extensión desnuda ofrecía al Laberinto la última oportunidad de acabar con sus víctimas. Allí, en aquella llanura, Marit había estado al borde de la muerte. Y allí la había rescatado su Señor.

Mientras sobrevolaba el territorio arrasado por la magia y la batalla, Marit buscó a Xar entre la multitud de patryn fatigados y ensangrentados. Tenía que estar allí. ¡Era preciso! El muro seguía en pie y la Puerta resistía. Sólo el Señor del Nexo era capaz de invocar una magia tan poderosa.

Pero, si estaba entre los congregados, Marit no consiguió dar con él. El dragón se posó en el suelo y los patryn se mantuvieron apartados de él y lo observaron con expresión sombría, de cauta suspicacia. El dragón que llevaba a Vasu se posó también y ambas criaturas se quedaron en tierra mientras el resto de sus congéneres volvía a ganar altura y se dirigía a sus tareas asignadas.

De los bosques llegaban los aullidos de los lobunos, aderezados con los irritantes chasquidos que emitían los caodines antes de un combate. Numerosos dragones rojos, cuyas escamas reflejaban las llamas de la ciudad incendiada, revoloteaban entre el humo; pero no atacaron. Para su sorpresa, Marit no vio el menor rastro de las serpientes.

Pero sabía que estaban cerca, pues los signos mágicos de su piel brillaban casi tanto como las llamas.

Los patryn de Abri se agruparon y esperaron en silencio las órdenes de su dirigente. Vasu había ido al encuentro de los patryn de la Puerta para darse a conocer. Marit lo acompañó, empeñada todavía en encontrar a Xar. Los dos pasaron junto a Alfred, el cual contemplaba el muro con aire apenado, mientras se retorcía las manos.

—Nosotros construimos esta prisión monstruosa —se lamentaba en un susurro—. ¡Nosotros construimos esto! Tenemos mucho de lo que dar cuenta. Mucho —repitió, y sacudió la cabeza.

—Seguro, ¡pero ahora, no! —Lo increpó Marit—. No quiero tener que explicarle a mi pueblo qué hace aquí un sartán. Aunque no es probable que mi pueblo me diera ocasión de explicar gran cosa antes de despedazarte. Tú y Hugh manteneos fuera de la vista cuanto sea posible.

—Entendido —asintió Alfred con desconsuelo.

—Hugh, no lo pierdas de vista —ordenó Marit—. ¡Y, por el bien de todos, mantén bajo control esa condenada daga!

La Mano
asintió en silencio. Su mirada estaba absorbiendo todo lo que sucedía a su alrededor y no dejaba traslucir un ápice de sus pensamientos. Puso una mano sobre la Hoja Maldita como si se dispusiera a refrenarla.

Vasu deambuló por la llanura chamuscada y arrasada mientras sus hombres aguardaban en silencio a su espalda, demostrándole su respeto y su apoyo. Una mujer se adelantó al grupo de patryn que guardaba la Puerta y avanzó a su encuentro.

A Marit le dio un vuelco el corazón. ¡Aquella mujer le resultaba conocida! Habían vivido bastante cerca, en el Nexo. Marit estuvo tentada de correr hacia ella y preguntarle dónde estaba Xar y adonde había llevado al malherido Haplo.

Pero contuvo el impulso. Dirigirse a la mujer antes de que lo hiciera Vasu sería una grave descortesía.

La mujer, con toda la razón, la rechazaría y se negaría a responder a sus preguntas. Dominando con gran esfuerzo su impaciencia, Marit se mantuvo lo más cerca posible de Vasu y volvió la cabeza con expresión preocupada hacia Alfred, temerosa de que el sartán se delatara. Pero éste se mantenía en las últimas filas de la multitud, con Hugh a su lado. Cerca de ellos, a solas, estaba el caballero vestido de negro. El dragón verdeazulado de Pryan había desaparecido.

—Soy el dirigente Vasu, de la población de Abri. —Vasu se llevó la mano a la runa del corazón—. Una ciudad a varias puertas de aquí. Ésta es mi gente.

—Tú y los tuyos sois bienvenidos, dirigente, aunque sólo habéis llegado aquí para morir —respondió la mujer.

—Moriremos en buena compañía —fue la contestación de Vasu.

—Yo soy Usha —se presentó la mujer, con el mismo gesto de la mano—. Nuestro dirigente ha muerto. Hemos perdido a varios —añadió con voz abatida, mientras su mirada se volvía hacia la Puerta—. Mi gente se ha vuelto a mí para que la conduzca.
{6}

Usha tenía muchas puertas, como se decía en el Laberinto. Su cabello estaba veteado de canas y su piel, llena de arrugas. Pero era fuerte y exhibía un estado físico mucho mejor que el de Vasu. De hecho, miraba al dirigente con aire ceñudo y expresión dubitativa.

—¿Qué son esas bestias que habéis traído con vosotros? —Preguntó, dirigiendo la vista a los dragones que daban vueltas en círculos sobre sus cabezas—. Jamás había visto nada parecido en el Laberinto.

—Evidentemente, no has estado nunca en nuestra parte del Laberinto, Usha —respondió Vasu. —

La patryn se tomó la contestación como una evasiva y frunció el entrecejo otra vez. Marit se había preguntado cómo explicaría Vasu la presencia de los dragones. Un patryn no podía mentir abiertamente a otro patryn, pero ciertas verdades podían mantenerse ocultas. Explicar la presencia de los dragones de Pryan requeriría mucho tiempo; eso, si era posible hacerlo...

—¿Estas diciendo que esas criaturas proceden de vuestra parte del Laberinto, dirigente?

—Ahora, sí —contestó Vasu con gran seriedad—. No es necesario que te preocupes por los dragones, Usha. Están bajo nuestro control. Son inmensamente poderosos y nos ayudarán en nuestra batalla. De hecho, es muy posible que nos salven la vida.

Usha cruzó los brazos sobre el pecho. No parecía convencida, pero continuar la discusión sería desafiar la autoridad de Vasu; incluso podía entenderse que ponía en duda el derecho de éste a ejercerla. Respaldado como estaba el dirigente por varios cientos de patryn manifiestamente leales a él, habría sido una estupidez por parte de Usha obrar de tal manera en un trance como el que estaban pasando. Así pues, su expresión adusta se relajó.

—Repito que sois bienvenidos, dirigente Vasu. Tú y tu pueblo y... —Usha titubeó un poco y añadió enseguida, con una sonrisa forzada—: Y esos que llamas vuestros dragones. Respecto a lo de salvarnos... —La sonrisa se desvaneció. Con un suspiro, volvió la vista hacia el voraz incendio del Nexo—. No creo que haya muchas esperanzas de eso.

—¿Cuál es la situación? —quiso saber Vasu.

Los dos líderes se retiraron a conferenciar. Desde aquel momento, las dos tribus pudieron mezclarse libremente. Los patryn de Abri avanzaron con las armas, comida, agua y otros suministros que habían llevado consigo. También ofrecieron su propia fuerza curativa para restablecer a los que la necesitaban.

Marit dirigió otra mirada preocupada a Alfred. Este, afortunadamente, se mantenía apartado y no se metía en problemas. La patryn observó que Hugh tenía asido con fuerza al sartán por el brazo. No vio al caballero de negro por ninguna parte. Tranquilizada respecto a Alfred, Marit siguió a Usha y a Vasu, impaciente por saber de qué hablaban.

—... serpientes nos atacaron al amanecer —explicaba la mujer—. En un número inmenso. Primero se abatieron sobre la ciudad del Nexo. Su intención era atraparnos en la ciudad y destruirnos allí; luego, una vez eliminados, las serpientes proyectaban sellar la Última Puerta. No mantuvieron ninguna reserva acerca de sus planes; al contrario, nos revelaron entre risas lo que se proponían. Cómo dejarían atrapado a nuestro pueblo en el Laberinto, cómo crecería el mal... —Usha se estremeció—. Escuchar sus amenazas era espantoso.

—Esas serpientes querían vuestro miedo —dijo Vasu—. Se alimentan de él, las hace fuertes. ¿Qué sucedió después?

—Luchamos. Fue una batalla desesperada. Nuestras armas son inútiles contra un enemigo tan poderoso. Las serpientes se arrojaron en masa contra las murallas de la ciudad, rompieron las runas y penetraron en el recinto. —Usha miró de nuevo hacia los edificios en llamas—. Habrían podido destruirnos, hasta el último de nosotros. Pero no lo hicieron. A la mayoría nos dejaron vivir. Al principio, no entendimos por qué. ¿Por qué no nos mataban, cuando tenían ocasión?

—Querían atraparos en el Laberinto, supongo —apuntó Vasu.

Usha asintió con gesto sombrío.

—Entonces, huimos de la ciudad. Las serpientes nos empujaron en esta dirección, matando a todo el que intentaba eludirlas. Nos vimos atrapados entre el terror del Laberinto y el espanto de las serpientes. Algunos de los míos se volvieron medio locos de pánico. Las serpientes se reían y nos rodeaban, empujándonos más y más cerca de la Puerta, y escogían víctimas al azar para aumentar el terror y el caos.

«Entramos en la Puerta. No teníamos otra alternativa. La mayoría de los míos encontró el valor necesario para ello. Los que no... —Usha suspiró y, con la cabeza gacha, pestañeó aceleradamente y tragó saliva—. Oímos sus gritos muchísimo rato.

Vasu tardó en responder; la rabia y la pena le estrangulaban la voz. Pero Marit no pudo contenerse un instante más.

—Usha —dijo, desesperada—, ¿qué hay de Xar? Está aquí, ¿verdad?

—Estuvo aquí —la corrigió Usha.

—¿Adonde ha ido? ¿Había..., había alguien con él? —Marit titubeó y se sonrojó.

Usha la miró con expresión sombría.

—Respecto adonde ha ido, ni lo sé ni me importa. ¡Nos abandonó!

¡Nos dejó morir! —Escupió en el suelo y masculló—: ¡Esto, para el Señor del Nexo!

—¡No! —Murmuró Marit—. No es posible.

—Y, si había alguien con él, no lo sé. No sabría decirte. —Usha apretó los labios—. Xar iba a bordo de un barco, de una nave que volaba por los aires. Y que iba cubierta de marcas como ésas —dirigió una mirada acerba al muro y la Puerta—. ¡Las runas de nuestro enemigo!

—¿Runas sartán? —Marit comprendió de pronto a qué se refería—. ¡Entonces, no podía ser Xar quien viste a bordo! ¡Debía de ser un truco de esas serpientes! El Señor Xar no subiría nunca a una nave con runas sartán. ¡Eso demuestra que no podía tratarse de él!

—Al contrario —intervino una voz—. Me temo que eso demuestra que se trataba del Señor del Nexo.

Irritada, Marit se volvió para replicar a la nueva acusación y se sintió algo intimidada al descubrir junto a ella al caballero de negro, que la miraba con profunda pena.

—Xar abandonó Pryan en una nave de esas características, de fabricación y diseño sartán; una embarcación realizada a semejanza de un dragón, con velas por alas...

El caballero dirigió una mirada inquisitiva a Usha. La patryn confirmó la descripción con un brusco gesto de asentimiento.

—¡No puede ser! —exclamó Marit, colérica—. ¡Mi Señor no puede haberse marchado abandonando a su pueblo! ¡Imposible, si vio lo que sucedía! ¡Imposible, si comprobó que las serpientes lo habían traicionado! ¿Dijo algo?

—¡Dijo que volvería! —Usha escupió las palabras con acritud—. ¡Y que nuestra muerte sería vengada!

En su mirada hubo un destello de desconfianza hacia Marit.

En aquel momento, Vasu intervino. Apartando los cabellos enredados e incrustados de sangre coagulada del rostro de Marit, dejó a la vista la marca rota de la frente.

—Quizás esto te ayude a entenderlo, Usha —murmuró.

Usha observó la runa y su expresión se suavizó.

—Ya veo —murmuró—. Lo siento, Marit.

La dirigente apartó la vista de ella y continuó su conversación con Vasu.

—A sugerencia mía, nuestro pueblo, ahora capturado de nuevo en el Laberinto, ha concentrado su magia en la defensa de la Última Puerta. Nos proponemos mantenerla abierta. Si se cierra... —movió la cabeza con gesto ominoso.

—Sería el final para nosotros... —asintió Vasu.

—Las runas de muerte sartán de las murallas, durante tanto tiempo una maldición, ahora resultan ser una dicha. Después de empujarnos a cruzar la Última Puerta, las serpientes descubrieron que no podían atravesarla o acercarse a ella, siquiera. Atacaron el muro, pero las runas son de una magia que no pueden destruir. Cada vez que las serpientes tocan esos signos mágicos, unos chispazos las envuelven y las obligan a retirarse entre exclamaciones de dolor. El efecto de las chispas no mata a esas bestias pero, al parecer, las debilita.

»Cuando lo advertimos, urdimos una red de este fuego azul que cerrara el hueco de la Última Puerta. Nosotros no podíamos salir, pero las serpientes tampoco podían sellar la Puerta. Frustradas, las serpientes rondaron un rato las inmediaciones del muro. Luego, misteriosamente, se marcharon de improviso.

»Y ahora los exploradores informan que a nuestra espalda, en el bosque, se está congregando otro enemigo: todo el conjunto de criaturas malévolas del Laberinto. Miles de ellas.

—Así pues —apuntó Vasu—, nos atacarán desde ambas direcciones. Y nos acorralarán contra el muro.

—Sí, nos aplastarán contra él...

—Quizá no, Usha. ¿Y si...?

Los dos dirigentes continuaron hablando de estrategia, de defensas... Marit dejó de prestar atención y se alejó. ¿Qué importaba todo aquello, al fin y al cabo?, pensó. Había estado tan segura de Xar, se había fiado tanto de él...

—¿Qué sucede? —preguntó Alfred, inquieto. El sartán había aguardado hasta aquel momento para acercarse a hablar con ella—. ¿Qué has averiguado? ¿Dónde está Xar?

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