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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (21 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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El cobarde y vandálico atropello —continúa— perpetrado por las hordas policíacas contra un grupo de trabajadores, compañeros nuestros, en el pueblo de Jacinto Aráuz, es uno de los tantísmos jalones manchados con sangre proletaria por los lacayos incondicionales del capitalismo. Pero frente a las hordas criminales de los que usurpan la riqueza y el poder, frente a la venalidades de esa prensa que mide la verdad, y la justicia según el valor de la de los que antes de sentirse hombres un solo minuto de su vida, prefieren con su silencio complicarse en los crímenes más abominables, están centenares de trabajadores que no abandonarán a sus hermanos de infortunio
”.


La vieja FORA que en más de una ocasión hizo temblar a la canalla gubernamental, no abandonaría a sus hijos a merced de una injusticia que se inclina siempre del lado de quienes detentan el poder. Por eso, contra la prensa celestina y mercenaria que desde el primer momento está empeñada en tergiversar los hechos para se sepulte en las mazmorras carcelarias a nuestros hermanos de Jacinto Aráuz, damos hoy este manifiesto a los trabajadores del país y a los hombres de sentimientos sanos para que juzguen quiénes son los criminales y quiénes son lo que deben ir a ocupar los calabozos
”.

Termina diciendo la FORA: “
La ofensa inferida a los trabajadores de Jacinto Aráuz es la ofensa a todos los trabajadores de la FORA. Recojamos el guante
”.

Pero un hecho más importante vendría a ocupar a la FORA y a la opinión pública en general. Comenzaba a venir las noticias de la represión de huelgas patagónicas por el teniente coronel Varela. Los obreros comenzaron a tener conciencia de lo que significaba la tremenda lección impartida por el ejército argentino a los obreros patagónicos. Las noticias de los fusilamientos en el lejano sur quitaron importancia a lo de Jacinto Aráuz aunque este último hecho marcaba la forma diametral opuesta de reaccionar de los obreros: en el Patagonia se entregaba sin luchar. En Jacinto Aráuz habían demostrado que había que luchar aún presos dentro de la comisaría.

Al delegado Machado y al secretario Jacinto Vinelli jamás pudo capturarlos la policía. El primero desapareció u nunca más de supo nada de su vida. Jacinto Vinelli siguió prófugo durante casi ocho años dedicándose en esos años al anarquismo “expropiador”. El 21 de agosto de 1928 fue detenido en una farmacia con un fajo de billetes de diez pesos falsos, de la falsificación realizada por el anarquista alemán Polke.

De los protagonistasde los hechos de Jacinto Aráuz —pese a la brillante defensa— seis fueron condenados a tres años de prisión: Manuel Suárez, español, con ocho años de residencia en el país; Alfonso de la Heras, de Bernasconi; Gabriel Puigserver, de Villa Alba, y Abelardo Otero, también de la misma localidad. A Otero luego le adicionaron un año más por un hecho huelguístico acaecido en saltito. Estos pasaron once meses en la cárcel de Santa Rosa y el resto de sus condenas en la cárcel de Genaro Acha. El resto de los compañeros salieron a los tres y once meses. Los policías fueron todos absueltos.

De los que sufrieron mayor condena, Teodoro Suárez se destacó posteriormente como dirigente obrero de la FORA. Luego de actuar largos años en Villa Constitución donde floreció una de las federaciones locales más fuertes, prosiguió en la Capital. En 1952 conoció nuevamente la cárcel y las torturas por haber sido el autor de un manifiesto de la FORA contra descuentos compulsivos a los obreros, ordenado por la CGT peronista. Se lo detuvo en la subprefectura de Boca y Barracas donde el oficial Méndez le rompió tres costillas a garrotazos y luego fue colgado de un gancho por las esposas junto a los obreros de Oliva Cenaumont, Santana, Zacarías y Mayorga y a los imprentos Loeda y Galepi. Habían pasado los tiempos y los gobiernos, pero seguía habiendo cárceles y torturas para los últimos anarquistas que seguían firmes en sus convicciones.

Al recordar el hecho de Jacinto Aráuz no podemos poner punto final sin recurrir a aquel ardiente escrito de Rodolfo González Pacheco, titulado precisamente “¡Anarquistas!”, y en donde otras cosas dice:


El anarquista es un hombre de batalla. La pelea es su juego; es la arena en que mejor él destaca su bravura fatal, o es el mar, cuyas crestas amargas cumbrea jubiloso. La derrota o el triunfo no cuentan; son impostores que el anarquista y desprecia mientras marcha a cumplir su destino; su destino no es tan poquita cosa como una corona de flores o de espinas, sino mucho más: morir peleando, pelear para ser libre.


Todo lo que no sea batalla, le viene chico o le queda ridículo al anarquista. Es un hombre de batalla y no de componendas o sutilezas. Con él no hay arreglo nunca. No pacta ni desiste; luchas y afirma. Tipo nuevo en la historia, generador de otra especie de hombres, macho ardiente y poderoso que avanza, bramando amor, a poseer la vida
.


Y la batalla es su juego, es la luz que destaca su musculatura fornida y ágil. Su arena candente y su oleaje amargo. Lo que él cumbrea y donde él se clava.

“No ve mal ¡no! los que no le ven como a un insurrecto eterno, tenaz y diabólico. ¡Es él! Los que tiran a matarle, le conocen, los que le llenan de peligroso, a él, al anarquista nombran. Timbre es esto y no calumnia; flechas bajo cuya lluvia canta, son romperse, su talla de granito.

“¡Anarquistas! ¡Os hablamos con la voz de huracán de la Anarquía; crespa, ruda sostenida. La guerra con los burgueses es hoy, fue ayer y debe ser siempre, definitiva y a muerte. No poséis vuestras acciones en la balanza tramposa de los legalitarios, negros o rojos. Sólo un peso debéis sentir en vosotros; el pero que os clave al suelo, que os afirme en el destino y que os aplome, machos ardientes y poderosos, frente a la vida: el peso de los testículos!”

Casi cincuenta años han pasado. Y no en vano. La vida en el campo ha cambiado. No sólo por el adelanto de la técnica que ha terminado con el trabajo humano más sacrificado sino también por las leyes sociales que la humanidad ha sabido ir imponiéndose principales a partir de la finalización de la segunda guerra mundial.

Del inmigrante extranjero que iba a trabajar al campo se ha pasado en nuestro país al hijo de la tierra que se viene a la ciudad a engrosar los conglomerados urbanos. Y este fenómeno no se debe a la explotación del hombre sino a la falta de posibilidades. A partir de 1943 se le dan leyes sociales al hombre del campo que si bien no lo dignifican en su aspecto integral lo sacan del oprobio y de la dependencia más primitiva a la que estaba sometido.

Así como no en vano pasan los años de la humanidad con sus marchas y contramarchas en el aspecto social, así tampoco fueron vanas las luchas de esas “sociedades de resistencia” que copularon en olvidados pueblos de nuestro extenso país. Nada se puede negar, como no se puede negar la acción de los parlamentos socialistas que desde sus bancas lucharon por las primeras leyes sociales en nuestro país —leyes que afirmaron presidentes conservadores y radicales— como los estatutos de las diversas ramas del trabajo que impuso Perón.

En este trabajo se ha tratado de dar el clima cierto de aquellos años. Por ejemplo, el odio tremendo de los anarquistas a todo lo que vistiera uniforme, en este caso la policía, odio que los llevaba a no diferenciar a la policía en función política de la policía en función social. Y, debemos reconocer, que en algo les cabía la razón porque fue culpa de todos los gobiernos en este país al usar a la policía en la represión de las ideas. Al mismo policía que ordenaba el tránsito o ayudaba a un accidentado se lo usó para allanar un sindicato o apresar a un intelectual o reprimir una manifestación política. Cuando al gobernante de turno se le quemaban los papeles recurría a la sirvienta para todo servicio: la policía. Es así como luego se generalizaría el concepto y no se sabía diferenciar entre un comisario Basualdo que la emprendía a tiros con peones de ampo y un sargento Zárate que los protegía de ser apaleado y linchados. Así, nuestra policía ha tenido que apalear radicales en tiempo de conservadores; apalear socialistas y anarquistas en tiempos de radicales; apalear antiperonistas en tiempos peronistas. Eso ha sido tan peligroso para la institución policial como el otro aspecto en la que es culpable nuestra sociedad: se a glorificado y batido en palmas a los “policías en acción” estos que descargan sus armas antes de preguntar, en vez de poner alto el ejemplo de esos comisarios concienzudos que sen han transformado con ser fieles ejecutores de la justicia y que han tenido en cuenta siempre que es preferible dejar escapar a diez culpables y no matar a un inocente.

Finalizado este pequeño capítulo para la historia de las ideas anarquistas en nuestro país nos queda por decir que, a pesar de tener en la década del veinte y aún del treinta varios momentos de esplendor, la influencia libertaria y la acción de la FORA fue decayendo sensiblemente hasta pasar a límites mínimos después de la guerra civil española y la guerra europea y, aquí por la influencia del sindicalismo estatal peronista. Su campo actual está circunscripto al terreno de las ideas, que será valioso si el anarquismo se conforma en la tarea anónima pero gigantesca marcada por Malatesta: “
a los anarquistas les compete la especial misión de ser custodios celosos de la libertad, contra los aspirantes al poder y contra la posible tiranía de las mayorías
”.

LA INFLUENCIA DE LA INMIGRACIÓN ITALIANA EN EL MOVIMIENTO ANARQUISTA ARGENTINO

Dos preguntas han preocupado permanentemente a los estudiosos del movimiento obrero argentino: ¿Por qué el éxito del anarquismo en la Argentina? Y como contraposición: ¿Por qué su decadencia después de tres décadas y su rápida desaparición a partir de 1930 y su casi total absorción por el peronismo desde 1943—, es decir, ¿cómo explicar el cambio de movimiento antiautoritario descentralizado en movimiento autoritario verticalizado?

No es el tema a debatir esos interrogantes pero sí lo menciono porque precisamente la influencia de la inmigración italiana en la Argentina actuó en forma directa tanto en el auge como en la decadencia del movimiento obrero anarquista en la república del Plata.

Sin ninguna duda dos figuras del anarquismo italiano: Errico Malatesta y Pietro Gori tuvieron una influencia definitiva en la formación y consolidación del anarquismo organizado argentino. Sin la larga estancia de Errico Malatesta (1885–1889) y de Pietro Gori (1898–1902) es muy posible que el movimiento no hubiera crecido tan aceleradamente ni se hubiera cohesionado, cayendo en nuevas divisiones y en discusiones destructivas, características constantes en el movimiento socialista libertario mundial.

Con Malatesta llega a la Argentina un gran propagandista y un hombre de talento organizativo. La importancia de su accionar quedó marcada por tres características esenciales: su internacionalismo (por ejemplo, su contacto con anarquistas españoles y criollos a su arribo a Buenos Aires es inmediato); su predisposición a ver en los obreros y sus organizaciones el mejor medio para predicar su ideología, y su tendencia organizativa y combativa. Son precisamente estas tres características las que sirven para delinear el rumbo del anarquismo argentino, que fue importante sólo en cuanto a su arraigo en el movimiento obrero.

Con razón dice Diego Abad de Santillán que la llegada de Malatesta contribuyó a retardar la formación del socialismo en la Argentina y su desarrollo. A este respecto, es fundamental la fundación del sindicato de Obreros Panaderos. Malatesta, al redactar el estatuto de la organización marcó toda una línea que iba a servir de norma para otras organizaciones obreras combativas. Paralelamente y siempre refiriéndonos a la parte organizativa— también iba a ser fundamental, casi tres lustros después, la presencia en Buenos Aires del abogado italiano Pietro Gori, en la formación de la Federación Obrera Argentina (FOA), la primera central obrera, cuyo congreso inaugural se llevó a cabo en el salón Ligure, calle Suárez 676, del barrio predominantemente genovés de la Boca. De los 47 delegados obreros, más de la mitad 26— tenían apellidos italianos: Colombo, Magrassi, Ponti, Montale, Moglia, Larrossi, Cúneo, Garfagnini, Ferraroti, Cavallieri, Barsanti, Berri, Di Tulio, Rizzo, Negri, Oldani, Mosca, Bernasconi, Lozza, Barbarossa, Grivioti, Patroni, Basalo, Mattei, Bribbio y Pietro Gori.

Entiéndase bien: la importancia de Malatesta y Gori radica en que precisamente estos dos pertenecían a la tendencia organizacionista y no a la del individualismo anarquista. Si esta última corriente hubiera tenido la ayuda de las personalidades como la de esos dos viajeros, es posible que el socialismo libertario no hubiera alcanzado tanto arraigo en el movimiento obrero. Esto en cuanto a organización; pero hubo otra característica que sirvió de catapulta a la ideología anarquista dentro del movimiento obrero: fue el éxito de la primera huelga de los panaderos, en enero de 1888. Los fundadores del sindicato de los obreros panaderos fueron Ettore Mattei y Francesco Morno, dos italianos de Livorno (Novara) y quien redactó el estatuto y programa de la organización fue Errico Malatesta. El papel de este y de Mattei fue fundamental porque en vez de hacer una sociedad mutualista lucharon para que fuera una auténtica sociedad de resistencia, la que además llevaba el calificativo de “cosmopolita”.

Un año después de su fundación se realiza la primera huelga de ese gremio que llama la atención por su combatividad a pesar de la dura represión policial. El éxito queda como antecedente para otros movimientos del mismo carácter el de zapateros, por ejemplo, orientado también por Malatesta, autor de manifiestos del movimiento de fuerza— y que va definiendo toda una conducta que hace de los anarquistas hombres confiables en la orientación de la táctica obrera de esa época.

Por supuesto que las características combativas de las huelgas y el eco que encontraban las sociedades de resistencia se debían a diferentes circunstancias sociales y económicas de esa Argentina en expansión. Si bien el obrero allí a fines de siglo— percibía un salario medio inferior en un 32% al obrero estadounidense, 12% al obrero francés, 9% al obrero inglés y 3% al obrero alemán, era superior de todas maneras al que percibían en Italia y España. Pero esto, que de alguna manera hubiera tranquilizado a cualquier emigrante de esos dos países tenía también sus aspectos negativos sociales y espirituales: la inseguridad del nuevo país, la falta casi absoluta de leyes obreras, con grandes crisis económicas a corto plazo y la esperanza defraudada de muchos que habían hecho el sacrificio de dejar lugares de origen y familia con otras expectativas, no ya la de “hacer la América” rápidamente y poder regresar y gozar de una vejez tranquila sino para por lo menos no fracasar y no sufrir hambre como allá.

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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