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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (20 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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Pero Carmen Quinteros aclaró algo a los compañeros —ya que en todos estaba latente aquella recomendación de la FORA de no dejarse conducir presos— y agregó a lo de Oyarzún.

—Estoy de acuerdo de ir todos a la comisaría pero no en calidad de detenidos. Vamos a ir acompañando al oficial voluntariamente y por eso debe retirarse la policía.

El oficial Dozo percibió que los obreros habían mordidó el anzuelo y sin perder tiempo dijo:

—Así me gusta, muchachos, miren —y se levantó la chaquetilla para demostrar que no llevaba armas.; sargento, vaya con los agentes para la comisaría, los muchachos van a ir conmigo.

Con el oficial Dozo marcharon los obreros hacia la comisaría. El sargento con los vigilantes marchaban a prudente distancia, escoltando al grupo, cosa que no les daba gran tranquilidad a los estibadores.

Así llegaron al patio de la comisaría. Allí era otro el cantar: la trampa estaba preparada. El grupo obrero se quedó en el centro del patio y fue rodeado por seis agentes armados. El oficial Dozo hizo como que iba a buscar al comisario Basualdo, pero volvió con armas y dirigiéndose a Machado le dijo.

—Pase usted, Machado.

Machado, pasó, creyendo que en su calidad de delegado de semana el comisario lo quería hablar con él. Pero se equivocó. Porque no habían pasado dos minutos cuando Dozo, dirigiéndose de nuevo al patio señaló a Guillermo Prieto: ahora venga usted. Prieto pasó pero lo que vio lo hizo retroceder unos pasos mientras gritaba.

—¡Compañeros! ¡Dan la biaba!

Lo que había visto Prieto era suficiente: a Machado lo habían rodeado entre el comisario Basualdo, el sub-comisario, otro oficial, varios agentes y un particular y lo habían bajado a garrotazos. Prieto apenas pudo gritar porque también desapareció en cuarto donde daban la gran paliza.

—Pase un tercero —grito entonces Dozo a los anarquistas.

No se movió nadie. Y se escuchó al santiagueño Carmen Quinteros al mismo tiempo que daba un paso adelante:

—Aquí no hemos venido en calidad de detenidos. Que salga el comisario Basualdo para que nos diga que e propone con nosotros.

En ese momento apareció el comisario Basualdo por molinete; llevaba un Winchester con el que apunto a Carmen Quinteros mientras gritaba:

—¡Ahora vas a ver! ¡Agentes, métanles bala, no dejen a ningún anarquista vivó!

De un certero balazo, el comisario degolló literalmente a Quinteros que cayó desangrándose.

—¡A tiros no, Basualdo! —se oyó gritar todavía a Jacinto Vinelli, secretario de la Sociedad de Resistencia de Estibadores.

Les había ganado la mano. El grupo de obreros les caían balas de todos los costados. Estaban cercados. Pero esos anarquistas no eran nenes de teta. No practicaban el “de casa al trabajo y del trabajo a casa”. Quien más quien menos sacó su arma de fuego o su cuchillo. La sorpresa les ocasionó varios heridos pero se repusieron y se armó de lo lindo durante más de veinte minutos. ¡Cuidado con las fieras enjauladas!, y eso era lo que parecía ese grupo de hombrachones tirando a diestro y siniestro. Los policías vieron que la cosa no eran tan fácil de pegar cuatro tiros y que todo el mundo levanta los brazos rindiéndose, comenzaron a buscar protección. Diez minutos más y los anarquistas tomaban la comisaría y hacían presos a los representantes del orden en este hecho único en la historia policial argentina: un tiroteo con anarquistas en el patio de una comisaría.

Pero a los discípulos de Malatesta se les acabaron las balas. Ninguno de ellos tenía más de un cargador o más que el tambor lleno del revólver. Y tuvieron que dejar el lugar. Algunos lograron detener dos automóviles que pasaban por el camino y desaparecer mientras otros trataban de buscar los bosques cercanos.

El patio de la comisaría presentaba un espectáculo escalofriante: los estibadores habían tenido una baja: Carmen Quinteros. La policía dos muertos: el oficial Dozo y el agente Freitas. Pero de ambos lados muchos heridos graves (de ellos moriría poco después otro oficial, Eduardo Merino y otro agente, Estiban Mansilla, y el estibador Ramón Llabrés, que había venido de la localidad de Villa Alba a dar su solidaridas a los hombres de Jacinto Aráuz). En total, cuatro policíasy dos anarquistas muertos.

Las cosas habían resultado mal para la policía. El comisario Basualdo no había pensado ni remotamente que los anarquistas iban a luchar tan fieramente. Pero ahora la situación cambiaba porque los trabajadores se habían quedado sin armas y él había pedido urgentes refuerzos a Bahía Blanca, Villa Iris, Villa Alba y Bernasconi. Además de alertaron las comisarías generales de General Villegas, Genaro Pinto, Carlos Tejedor, Rivadavia, Trenque Lauquen, Pellegrini, Adolfo Alsina, Saavedra, Puán, Tornquist, Guaminí, Villarino y Patagones para que detuvieran a los prófugos.

Iba a empezar así la caza de anarquistas. ¡Guay del cayera en manos de la policía!

Las partidas policiales iban de mando del comisario Modesto Rivaldi, de Villa Iris; del oficial Roberto Randone, de Villa Alba, del sub-comisario Luís A Bianchi, de Bernasconi; del comisario López Osorno, también de Bernasconi; del comisario Hipólito Almeyra, de Puán; del oficial Pedro Gómez, de Darregueira y del oficial Velásquez de Guatraché . Luego llegarían el inspector Bacigalupi, de Santa Rosa y el comisario Antonietti, de General Acha.

La versión policial de los sucedido señala que un grupo de peligrosos anarquistas, en número superior a los 40. Habían asaltado de improvisto la comisaría de Jacinto Aráuz pero que habían sido rechazados por la abnegada defensa de los representantes de la ley que aún, arriesgando sus vidas lograron mantener el local y hacer huir a los individuos de ideas extranjerizantes.

Mientras los caminos eran cortados y se buscaba en los bosquecillos cercanos, el comisario Basualdo empleaba su tiempo en allanar el local de la Sociedad de Resistencia, del que no quedó nada en pie: los muebles destrozados fueron a aparar a la calle y no quedó vidrio sano, secuestrándose mucho material de “carácter subversivo”. También fueron allanados sin contemplaciones los domicilios de los obreros federados no sólo en Jacinto Aráuz sino también de todos los pueblos vecinos. Había que aprovechar la bolada y dar el gran escarmiento. Y valía la pena porque según la policía, se hicieron hallazgos como para poner los pelos de punto a más de un tranquilo burgués. Por ejemplo, lo encontrado en el domicilio del secretario de los estibadores de Bernasconi, Alfonso de Las Heras “
alias del sordo, donde se hallaron cartas comprometedoras, banderas rojas, insignias subversivas y un frasco de estricnina
”.

El subcomisario Bianchi fue quien más se distinguió en la persecución. Y precisamente fue quien logró detener a Alfonso de Las Heras quien había huido a pie, con Teodoro Suárez a campo traviesa. Los dos buscaron refugio en un puesto y allí fueron rodeados por una comisión policial al mando del comisario Bianchi. Los hicieron venir con las manos en alto, los rodearon y Bianchi en persona los comenzó a golpearlos con un caño de hierro dándoles golpes en la cabeza, en las costillas y en los riñones. Las Heras cayó al suelo y Teodoro Suárez corrió hacía el auto policial para buscar refugio. Pero allí fue peor porque los acomodaron en el piso y los fueron pisoteando con las botas.

Los llevaron al patio de la comisaría que estaba lleno de charcos de sangre. Habían recogido los cadáveres de los policías pero todavía estaba tirado el de Carmen Quinteros. Allí iban siendo concentrados los prisioneros. Cada uno que llegaba era atado de pies y manos con alambres y se los dejaba a merced de los policías que habían quedado en la comisaría que se sacaban la rabia y el gusto a latigazo limpio. Luego fueron traídas las mujeres de los anarquistas presos que tuvieron que asistir a los castigos a que eran sometidos sus compañeros. Entre uno de esos castigos se contaba el siguiente: mientras un policía lo levantaba en vilo de los pelos al preso, otro vigilante le orinaba la cara.

El doctor Enrique Corona Martínez, brillante jurisconsulto que tomaría días después la defensa de los detenidos, describió las torturas sufridas por ellos y señaló que pocas veces se había empleado tanta crueldad en el trato de la gente presa. A los heridos y a los golpeados no se les prestó atención médica en ningún instante hasta que llegó el juez federal del territorio, doctor Peraazo Naón.

Oigamos ahora el relato de lo que fue aquella noche en la comisaría de Jacinto Aráuz, de los labios de la criolla Zoila Fernández. Esta mujer a pesar de tener “ideas extranjerizantes” era criolla de pura cepa. Era un tipo de mujer que curiosamente se dio mucho entre las que acompañaban a hombres de ideas libertarias. Eran “compañeras” y nunca negaron nada a los compañeros que iban en busca de descanso o de refugio: allí encontraban en todo momento alimento, ropa limpia, caricias. No pocas de ellas fueron criollas, otras judías y algunas que otra italiana.

Esas mujeres servían de horrorizado mal ejemplo de inmoralidad a Carlés y su Liga Patriótica que ensañaban a las “obreras buenas” lo que no debían hacer.

Zolia Fernández Tania tres hijos y era compañero de Jacinto Vinelli el secretario de la Sociedad de Resistencia de Jacinto Aráuz. Éste, con Machado, José María Martínez y Francisco Real habían logrado huir. Por eso, la policía fue a buscarla a Zoila Fernández para que dijera dónde se hallaba el compañero (o su “concubino” de acuerdo a la jerga policial). Leamos el relato que hizo Zoila Fernández al juez sobre el mal trato recibido: “
Poco después de las once me visitaron no menos de veinte policías, entre ellos el comisario de Villa Iris, lo que entre insultos y amenazas me pusieron las esposas, dedicándose luego al saqueo de la casa. Destrozaron lo que pudieron en la mía, pasando de inmediato al local de la sociedad donde lo que no pudieron llevarse le prendieron fuego. Como todo esto hicieron en presencia mía, les pedí me sacaran las esposas para llevar a ni hijito, que apenas tiene cuarenta días, pero mis ruegos fueron desoídos, conduciéndome a la comisaría. Allí contemple el cuadro más horrible. Los chorros de sangre causaban una dolorosa sensación. Los heridos respiraban con dificultad, y de vez en cuando hacían oír un quejido entrecortado. Cuando por la tarde los policías se habían repuesto del susto, me llevaron a la oficina, después de dirigirse toda clase de improperios me tomaron por la nuca y me llevaron hasta el patio para hacerme limpiar con la cara los charcos de sangre.
(Testigos presénciales de este hecho nos relataron que Zoila Fernández gritaba histérica: “¡no me importa que me hagan esto, es sangre de machos, sangre de anarquistas!”
). Luego fui conducida a un calabozo, con la amenaza de que en la noche la pagaría; esta amenaza que yo la veía cumplirse, porque no hay espíritu más ruin que el del policía, y el recuerdo de mis queridos hijitos, a quines no vería más, me estremecieron de espanto y pasé unas horas que me serán inolvidables mientras viva. Sin embargo estaba convencida que antes de ser ultrajada tendría la fuerza para hacerme asesinar. Felizmente las amenazas no llegaron a cumplirse gracias a un oficial, que habiendo sorprendido las provocaciones de los policías me hizo poner guardia. Más tarde, y por indicación del mismo oficial, logre que me trajeran a mi hijito, que se me moría de hambre y con el presencia las horribles torturas que les fueron aplicadas a los obreros, que ni habían participado en el hecho. Nunca vi crueldad más grande. Se les cruzaban las muñecas por detrás y se les ligaba con alambres de púas. El juez Perazzo Naón encontró a los presos en esas condiciones, y por orden suya, después de las declaraciones de práctica se nos puso en libertad a mí y a otra compañera, y a los presos se les quitó las ligaduras. Pero cuando el juez se fue a comer, los polizontes volvieron a ligarles las muñecas a los presos, aunque esta ves con alambres de fardo. Así permanecieron hasta el otro día en que fueron conducidos hasta Santa Rosa”
.

Así es, al día siguiente los presos, terriblemente golpeados y heridos fueron encadenados unos con otros y allí, antes de la despedida de Jacinto Aráuz fueron víctimas de nuevos castigos. El que más se distinguió en esta paliza de despedida fue un cabo de la policía montada de Bahía Blanca, de apelativo “Barullo”. Pero, en el tren especial que lo iba a conducir a Santa Rosa, se hizo cargo de ellos un policía de ley, el sargento Zárate, quien dijo a sus subordinados: “
estos presos son ahora mis presos, mucho cuidado con tacarlos que a la postre quién sabe su son culpables
” y dirigiéndose a los presos: “
bajo mi custodia nadie los va a tocar; se los garante el sargento Zárate
”.

Y cumplió con su palabra aún en el momento de más peligro. En Santa Rosa, los esperaba la Liga Patriótica. Al llegar los presos a la estación, un profesor del Colegio Nacional y un abogado arengaron a los presentes para que “
el pueblo se hiciera justicia por propia mano
”. Con ellos caldearon el ambiente porque Santa Rosa reinaba gran indignación por la muerte del oficial Dozo, perteneciente a una apreciada familia del lugar. A duras penas el sargento Zárate logró salvar a los presos de que los lincharán.

Nada menos que el dramaturgo Pedro E Pico y Enrique Corona Martínez fueron los abogados de los estibadores. Corona Martínez se fue a vivir a Jacinto Aráuz y allí se hizo pasar por corredor de comercio para reunir los antecedentes del caso. Fue él en un profundo alegato demostró que al comisario Basualdo se le había prestado dinero para que se prestara a la eliminación de la Sociedad de Resistencia.

Pero, esas fueron palabras que se llevó el viento. La única realidad fue que no sólo fue destruida para siempre la organización obrera en esa localidad sino en muchas localidades vecinas.

No bien se tuvo la noticia en Buenos Aires, La FORA se puso manos a las obras. Hizo un llamado de solidaridad y los primeros que se presentaron fueron los obreros ladrilleros que sacaron 600 nacionales de su caja para ayudar a los presos de Jacinto Aráuz y para dar protección a los prófugos.

La FORA dará a conocer un indignado manifiesto titulado: “
La barbarie policial en la pamapa
” y que decía entre otras cosas: “
por la verdad y la justicia, el proletariado de la FORA debe aprestarse a la lucha. No es ya el simple encierro en los inmundos calabozos, ni en las simples deportaciones por los comisariotas en convivencia con los señores de la Liga Patriótica y el comercio lo que se practica, sino el asaltito, el crimen y la alevosía, bajo la inmunidad del código y de la fuerza
”.

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