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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (19 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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Les decíamos a los trabajadores
—nos relata don Teodoro Suárez en su típico idioma anarquista—
que a la vez que luchen por el pan debían frecuentar bibliotecas, leer libros, combatir los vicios y pensar en el porvenir humano. Nuestra frase era: hagamos de nuestras organizaciones obreras universidades populares porque si bien la lucha económica es necesaria más importante son los valores morales y la conquista y defensa de la libertad, tal como lo entienden y propaga la filosofía romántica del anarquismo. La organización de los productores —se les decía a los sencillos trabajadores del campo— es sumamente necesaria, pero para ser eficaz y poder llenar las aspiraciones emancipadoras que emanan de nuestras concepciones anárquicas deben de estar fincadas en los principios que dan imperecedera vida a la FORA.

Y se les remarcaba:
“Sólo tienen valor en el campo gremial aquellas organizaciones que no se inclinan ante el déspota ni se dejan manosear por políticos arribistas o por grupos confusos y dictatoriales; nuestra organización ha de ser limpia y siempre al servicio de la libertad y la justicia”.

Pero volvamos al trabajo del campo. Además de lo hombres que trabajan junto a la trilladora, estaban los estibadores. Junto a las estaciones de ferrocarriles de las localidades de zona de cosecha era donde más abundaba el trabajo: allí están los galpones y planchadas donde se almacena el cereal. Y era abundante porque no todos los peones podían resistir trabajo tan pesado. Oigamos a un estibador de aquel tiempo: “
Las bolsas pesaban 80 kilos, se trabajaba corriendo cuando se cargaban vagones; las estibas tenían una altura de 24 bolsas; se subían por una escalera de madera denominada “burro”. El trabajo de estiba se pagaba por día en los puertos, pero en la campaña no. En el campo se trabajaba a destajo y nadie sabía lo que ganaba por día ya que los capataces pagaban los domingos lo que ellos querían
”.

Fue en aquel tiempo que la FORA presentó un pliego petitorio de condiciones a los cerealistas que es muy significativo: “
El peso de la bolsa será de sólo 70 kilos; los horarios serán de ocho oras diarias de trabajo de cuatro a cuatro; no se permitirá la consumición de bebidas alcohólicas ni el uso de armas en los lugares de trabajo; en lo que toca a la corrida de vagones, tapado de chatas, movimeitno de “burro”, como movimiento de balanza, se cobrará extra; el trabajo no será al trote sino al paso normal de hombre
”.

Estas condiciones de trabajo se lograron luego de duras luchas gracias a la acción de la FORA. Sobre esto nos dice el anarquista Suárez: “La lucha fue tremenda: persecuciones, asesinatos, procesos falsos, torturas y cuanta infamia se pudo cometer por el sólo hecho de poseer un carnet de la organización forista. No obstante logrado el triunfo de la organización, los policías ignorantes y sumisos se desvivían para demostrar a sus amos su fiel servilismo, llenando los calabozos de obreros organizados y amantes de la libertad”.

Consignamos esté último párrafo porque es típica de los anarquistas su aversión por la policía. Tanto así que en el quinto congreso de la FORA realizado en Buenos Aires se hizo pública una resolución por la cual se aconsejaba a los obreros “a no dejarse conducir presos llegando hasta la violencia práctica para poner coto a los abusos policiales, debiendo las sociedades a que pertenecen prestarles ayuda material y moral”.

Esa resolución la cumpliría al pie de la letra los anarquistas en el caso de Jacinto Aráuz. Pero antes no podemos menos —sobre esta aversión a la policía— que transcribir un pequeño suelto aparecido en el periódico anticlerical “El Burro” —de marzo de 1919— en el cual se insita a los lectores a boicotear a la policía en los siguientes términos: “Nuestros lectores deben repudiar al agente de policía, el rufián es más digno que el agente; ser policía es demostrar al mundo ser la escoria inmunda; su misión no es otra que ser un tristísimo alcahuete. Después de haber dado la nota triste con sus asesinatos al pueblo, hoy los tenemos convertidos en ladrones y salteadores”.

En Jacinto Aráuz los obreros de la FORA habían logrado la firma del pliego de condiciones y además sumaron un nuevo triunfo: la eliminación de loa capataces. Como buenos anarquistas no querían que los mandara nadie y la organización gremial se hacía responsable por intermedio del delegado de semana de que se hiciera el trabajo que solía hacer el capataz. A los capataces —que no eran puestos por las casas cerealistas sino por los jefes de estación— los obreros les dijeron claramente: “
Como sanguijuelas no los queremos; como compañeros pueden quedarse con nosotros
”.

Es que el capataz tenía una ganga especial: por cada bolsa cobraba un centavo, sin trabajar. Bolsa pesada es la que iba del carro a la balanza y de la balanza a la estiba. Es decir, había dos clases de bolsas: la que iba del carro directamente a la estiba era una bolsa que pesaba 70 kilos o menos (por ésta el capataz cobraba medio centavo) pero cuando el estibador que la bolsa pesaba más de esa cantidad la llevaba a la balanza. Además de eso los capataces ganaban igual que los obreros 6 centavos por bolsa “pesada” y cuatro centavos por bolsa “derecha”, es decir, la bolsa que iba del carro a la estiba.

La resolución de los foristas de Jacinto Aráuz de o permitir capataces produjo gran disgusto en el jefe de la estación y en los candidatos a ese cargo, casi siempre “punteros” del caudillo conservador.

Se trabajaba tranquilo en Jacinto Aráuz. Eso sí, duro. Hombrachones que cargaban sobre el lomo pesadas bolsas hora tras hora, llenos de tierra y sudor y que no sufrían de ninguna alergia pese a que las fosas nasales se les llenaba de esas briznas del trigo tan cantado por poetas. Y a la noche tenían cita de honor: ir a escuchar al delegado de turno o algún orador anarquista viajero sobre la traición de los bolcheviques a la revolución Rusa o la necesidad de eliminar todas las formas del Estado o la de educar a sus hijos en la negativa a cumplir con cualquier clase de servicio militar o policial.

Pero esa tranquilidad de aquel lugar era sospechosa. A principios de diciembres de ese 1921 comenzaron a circular rumores en el pueblo. Se hablaba que la Liga Patriótica Argentina estaba preparando matones en Bahía Blanca. Y estas versiones se hicieron realidad. Un buen día apareció en Jacinto Aráuz un señor de Apellido Cataldi. Llegó hasta el galpón del ferrocarril y preguntó por el delegado de la semana. Lo llamaron a Machado —un gauchazo nacido en el Uruguay— que estaba hombreando bolsas. Machado se presentó a Cataldi: “Yo soy el delegado”.

Cataldi lo miró de arriba abajo y le dijo: “Yo soy el nuevo capataz nombrado para esta estación. Si ustedes me reciben como capataz trabajarán conmigo, de los contrario traeré cuadrilla para remplazarlos”.


Vea señor capataz
—respondió Machado—,
lo mejor que puede hacer, ya que usted no es del pueblo, es irse y no aparecer más por aquí
“.

Cataldi sonrió y, sin saludar, se fue.

A los pocos días, el sindicato anarquista de Jacinto Aráuz recibió una nota del superintendente del Ferrocarril Pacífico, señor Callinger, con oficinas en Bahía Blanca, que requería una delegación de la FORA para “
comunicarle con urgencia algunos problemas que interesan a esa organización
”.

Ese mismo día se reunió la asamblea de estibadores y se dio lectura a la comunicación del superintendente del ferrocarril. Se resolvió enviar a tres delegados a Bahía Blanca. Allí, el funcionario ferroviario les comunicó que había recibido quejas de los chacareros en el sentido de que los estibadores eran injustos con ellos pues le cobraban doble las bolsas del carro porque algunas pasaban del peso. Les propuso que si ellos dejaban sin efecto esa cláusula del pliego de condiciones, él no enviaría una nueva cuadrilla con capataz a Jacinto Aráuz.

Regresaron los delegados e informaron a la asamblea, que luego de extenso debate decidió aceptar el temperamento propuesto por el funcionario ferrocarrilero. La Sociedad de Resistencia de Obreros Estibadores de Jacinto Aráuz contestó por escrito al superintendente la aceptación de la propuesta.

Pero la suerte de la organización anarquista estaba echada. Lo que esperaba el superintendente era el rechazo y no la aceptación. Todo se había planeado para terminar con los anarquistas de la zona. La victoria obtenida por los obreros al forzar la firma del pliega de condiciones había alarmado a las casas cerealistas, a los políticos conservadores y algunos radicales de la zona y, por supuesto a la policía. El plan era liquidar la organización sin más trámite. Para eso contaban con el visto bueno de Manuel Carlés y su Liga patriótica que piso a disposición de los organizadores del plan una brigada de “obreros bueno” de Coronel Pringles a las órdenes del incondicional Cataldi, que las oficiaba de capataz.

Luego de enviar la carta a Bahía Blanca, los anarquistas se quedaron tranquilos pensando en que ya habían aflojado demasiado aceptando el pedido del superintendente. Además, aunque nunca habían confiado en la policía, veían que tanto oficiales como agentes se había acercado a ellos y habían iniciado una especie de entendimiento cordial.

Pero el 8 de diciembre aparecieron por las calles de Jacinto Aráuz 14 hombres al mando de Cataldi provenientes de Coronel Pringles. Todos fueron alojados en el mejor hospedaje de la localidad. Los anarquistas volvieron a la realidad, ahora sí, sabían que si aflojaban lo iban a perder todo. Ese día cumplieron normalmente sus tareas, pero ya ala anochecer, cuando el delegado Machado fue a entregar las llaves del galpón de la estación al jefe de la misma, éste le expreso:

—Mañana se hace cargo de los galpones la nueva cuadrilla.

La policía cundió de inmediato. Machado reunió a sus hombres y todos se desparramaron en distintas direcciones. A caballo y en sulquis se dirigieron a convocar a los compañeros de las localidades vecinas: de Bernasconi y de Villa Alba (que hoy se llama José de San Martín), ambas de la Pamapa.

Mientras tanto, dos o tres foristas, entre ellos Teodoro Suárez salieron al paso al grupo de hombres de la Liga Patriótico y les inquirieron qué era lo que los traía por Jacinto Aráuz. Los recién llegados contestaron primero con evasivas pero luego confesaron que venían a trabajar a la estación pero “que los habían traído engañados”. Pero que ya no podían hacer nada porque no tenían dinero para regresar a sus hogares.

Los foristas les contestaron que no se preocuparan, que ellos les iban a juntar el dinero para pagarles el pasaje y más, todavía, si alguno de ellos quería quedarse a trabajar en Jacinto Aráuz podía hacerlo, pero a la par de los de la cuadrilla de obreros organizados. Por último se los envió a participar a la asamblea que la Sociedad de Resistencia iba a realizar esa noche.

Pero por supuesto, no concurrieron. La asamblea comenzó a las dos de la madrugada del 9 de diciembre de 1921. De ella participaron los trabajadores Jacinto Aráuz, de Bernasconi y de Villa Alba. Todos lo oradores estuvieron de acuerdo en una sola cosa: defender el lugar de trabajo “
ya que lo planeado era una desvergüenzada y provocación incalificable a los hombres de trabajo, y el tener ideas de bien, personalidad responsable y decencia, era un delito para los negreros de la Pampa
”. Además, se calificaba a los hombres de la Liga Patriótica de “
carneros, matones y guardaespaldas
”.

De allí, la cuadrilla de trabajadores se dirigió a tomar el galpón y, cuando se aproximo Cátaldi y la gente de la Liga Patriótica no se les permitió la entrada. Los policías, mientras tanto, habían ocupado la playa de estacionamiento y cuando notó que se estaba por iniciarla refriega, comenzaron a dar grandes voces dirigidas a los obreros anarquistas:

—¡Muchachos, no tiren todo se va arreglar!

Las armas que ya habían salido a relucir en todos los sectores volvieron a esconderse. Hasta el capataz Cataldi volvió a embolsar los revólveres que había mostrado en sus manos.

El delegado Machado resolvió entonces dirigirse a la oficina de la estación para enviar un telegrama (por el telégrafo ferroviario) al superintendente de Bahía Blanca, reclamándole por el cumplimiento del pacto. El jefe de la estación se negó en principio a transmitir ese telegrama, demostrando que estaba en el plan, pero la actitud resuelta de los obreros foristas determinó que cambiará de actitud. Al telegrama de Machado, el superintendente comunicó al jefe el siguiente cable: “
Clausure galpones, yo viejo
”.

Esto tuvo virtud de serenar los ánimos. Se aguardaba entonces la llegada del alto funcionario. Los anarquistas tenían confianza que se cumpliría con lo convenido.

Todos se desconcentraron y los foristas se fueron hasta el boliche de Amor y Diez donde se pusieron asar un cordero. Eran las 8 de la mañana. El lugar donde se reunieron los trabajadores fue rodeado enseguida de policías de Jacinto Aráuz habían sido reforzados por agentes de pueblos cercanos.

El oficial Merino, que estaba al frente de la tropa, se llegó hasta la comisaría para comunicar a sus superiores el lugar donde se encontraban los trabajadores. Al poco rato llega el oficial de policía Américo Dozo y se dirige a los obreros que se disponían a comer:

—Señores, traigo órdenes del comisario Pedro Basualdo para que vengan conmigo a la comisaría y dejen sus armas.

Los obreros se miran; están sorprendidos pero no intuyen todavía lo que se les tiene preparado. Es cuando toma entonces la palabra el obrero Carmen Quinteros, santiagueño de pura cepa y tan anarquista como Bakunin. Quinteros señala a los compañeros que era necesario desacatarse a la orden del policía pero que creía suficiente con que enviaran a tres delegados hasta la comisaría para ver qué es lo que quería el comisario Basualdo.

Pero el oficial Dozo insiste:

—Tengo orden terminante del comisario de que tienen que ir todos y desarmados.

El asunto pinta feo. Es entonces que se levanta el cubano Manuel Oyarzún a quien todos conocen como “el maestro”. Es un hombre de la localidad de Villa Alba, muy respetado por todos los de la FORA; se puede decir que su palabra es siempre acatada porque tiene el matiz de la razón.

—Compañeros, estos señores parece que tiene mucha prisa en darle a nuestro problema un mero corte policial. Es necesario ser prudentes y que no parta de nuestro lado un motivo de choque con la policía que es lo que esta buscando la patronal. Si rehusamos ir a la comisaría se nos puede acusar de desacato y vemos que la policía tiene órdenes de cumplir con lo resuelto por el comisario. Yo sé cuál es el ánimo de los compañeros por la injusticia que se está cometiendo con nosotros, pero igual les aconsejo ir hasta la comisaría para saber de qué se trata.

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