Los guardianes del tiempo (8 page)

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Authors: Juan Pina

Tags: #Intriga

BOOK: Los guardianes del tiempo
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En el fondo, su hermana quería creerle, así que poco a poco fue bajando la guardia y aceptando que, aunque Cristian era formalmente un alto oficial de la Securitate, su trabajo era estrictamente científico y no tenía nada que ver con el aparato represivo del Estado. Llegaron junto al hotel Intercontinental y Silvia se sorprendió al ver que su hermano caminaba derecho a la puerta. A ella jamás se le habría ocurrido ni siquiera intentarlo, pero se colgó de su brazo y entró con él.

* * *

El Intercontinental era uno de los pocos hoteles de nivel internacional, y sus huéspedes eran diplomáticos y hombres de negocios extranjeros. Debía de ser uno de los edificios más vigilados del país. Nada más entrar se dirigió a ellos un tipo mal encarado de unos cuarenta años, con toda la pinta de ser un agente de la Securitate.

—Venga, fuera de aquí. ¿Os habéis vuelto locos? —les miró con desprecio y abrió de nuevo la puerta por la que habían entrado, invitándoles a marcharse.

—Saluda cuando te dirijas a un superior, compañero. Y a ver si aprendes a hacerte el nudo de la corbata —le dijo Cristian con severidad, mostrándole su flamante credencial nueva mientras le miraba de arriba abajo. El agente, algo miope, se la quitó de las manos bruscamente, a punto de estallar de ira. ¿Qué clase de broma era ésa? No podía ser cierto. Aquel jovencito no podía ser… y sin embargo no había lugar a dudas: comandante de la Securitate, jefe del equipo especial de contrainteligencia adscrito al gabinete del general Iulian Vlad. Al agente le temblaron las manos al devolverle el documento.

—A sus órdenes, compañero comandante. Le… le ruego que me disculpe. Como hasta ahora, es decir, yo nunca… Perdóneme…

Unas horas más tarde, Silvia le reconocería a su hermano que había disfrutado al ver la humillación de aquel típico
securista
. Cristian miró al agente con gesto perdonavidas, luchando consigo mismo para no echarse a reír.

—No te preocupes, compañero. Que nos pongan una mesa para dos arriba, en el restaurante. Una mesa apartada, ¿de acuerdo?

—Inmediatamente, compañero comandante. Ahora mismo hablo con el conserje —se acercó a Cristian y le susurró al oído—. Querrá también una habitación, supongo…

—No, no. Es mi hermana.

Eso casi le sorprendió más que la juventud del comandante. Estaba acostumbrado a ver y callar el estilo de vida de los altos mandos del cuerpo, que en el mejor de los casos pagaban a las mujeres con favores o dinero, y en el peor las violaban impunemente. Corría el rumor de que el propio hijo del dictador (y heredero declarado al "trono rojo") había abusado repetidamente de una famosísima gimnasta rumana, provocando su huida del país.

El restaurante estaba situado en la última planta del alto edificio. La vista sobre el crepúsculo de Bucarest era espectacular. Se distinguía algunos de los mejores edificios precomunistas. Además, desde la lejanía no se apreciaban los desconchones de los feísimos bloques de hormigón de estilo estalinista, cuya tosquedad había transformado la fisonomía de grandes zonas de la ciudad, tan bella medio siglo atrás. Apenas había tres o cuatro mesas ocupadas, y todos los clientes eran extranjeros.

—Cristi, ¿te das cuenta de que esta cena te va a costar el sueldo de varios meses de un ciudadano normal? Y en dólares, supongo.

—Lo sé. Y también sé que tengo veinticuatro años y es la primera vez en mi vida que puedo invitar a cenar a mi hermana, como si fuéramos gente normal y estuviéramos en un país normal.

Pidieron salmón ahumado importado. Nunca lo habían comido antes. Siguieron conversando y Cristian no escatimó en argumentos para que Silvia le creyera. Media hora más tarde, cuando les trajeron el segundo plato, un
cordon bleu
bastante mediocre que a ellos les supo a gloria, Cristian prácticamente había convencido a su hermana.

—Tengo algo más que decirte, Silvia. Pero primero necesito saber en qué andas metida.

—No "ando metida" en nada. Me reúno de vez en cuando con gente de la facultad y hablamos sobre el régimen, sobre la
perestroika
… sobre las posibilidades de que aquí también cambien las cosas o no. Eso es todo.

—¿Y lo del embajador holandés?

—¿Ves como eres un espía?

—¿Yo? ¡Pero si se os oía desde la calle, Silvia!

—Lo del embajador no es nada. Simplemente, uno de los chicos de clase tiene contactos… contactos con intelectuales disidentes muy reconocidos en el extranjero, ya sabes. Y conoce al embajador holandés.

—El embajador Coen Stork ha ayudado a publicar en el exterior algunos llamamientos de la disidencia interna, e incluso ha organizado una entrevista con Mircea Dinescu
[17]
para un periódico francés. No debe de haber otro diplomático más vigilado en todo Bucarest. ¡Y a ti no se te ocurre más que montar una reunión con él en casa!

—Bueno, era sólo una idea. Ni siquiera sabemos si él habría aceptado la invitación.

—Por supuesto que no lo habría hecho, ni que estuviera loco. Pero de todas formas, a quién se le ocurre… ¡En pleno barrio de la
nomenclatura
!

—Por eso precisamente habría pasado desapercibida la reunión. Ésa era la idea. Cristian, yo quiero hacer algo para que las cosas cambien, y no soy la única. Esto tiene que cambiar. Tú estás… no sé… fascinado por el nivelazo de vida que has conseguido y parece que se te ha olvidado en qué país estamos.

—¿Cómo se me va a olvidar? Yo creo que a ningún rumano se le va a olvidar esto mientras viva. Aunque mañana mismo se reinstaurase la democracia y la libertad económica, ¿quién podría olvidar la pobreza extrema, el hambre que hemos pasado, la brutalidad, la más completa falta de esperanzas…? Y la insidiosa planificación de todo, absolutamente todo, por parte de los burócratas del Estado. ¡Y la maldita cartilla de racionamiento, Silvia! Aunque ahora pueda comprar en las
shops
, jamás me olvidaré de la cartilla de racionamiento,
[18]
ni de las colas interminables para hacerse con medio kilo de casquería o con un pollo muerto de viejo. Las colas han forjado la personalidad de los súbditos del comunismo: somos una masa inerte que espera sin esperanza. Y el no poder salir del país, y los dossieres, y el miedo a que incluso tus personas más queridas puedan ser informadores. Y el nepotismo más corrupto que se pueda imaginar.
[19]
Y los experimentos con la alimentación de la gente, y la penalización a los matrimonios que no le dan suficientes hijos "a la patria". Y, si los rumores son ciertos, la inoculación del virus del SIDA a miles de niños de los orfanatos para probar tratamientos en ellos como si fueran cobayas.
[20]
Y el pensamiento impuesto, el dogmatismo…

»Esa ridícula adoración a los Ceausescu es un insulto a la inteligencia y al sentido común más elementales. Poca diferencia hay entre los mitos y supersticiones de cualquier religión, y los dogmas del comunismo. La ideología supuestamente científica no acepta en realidad ningún mecanismo objetivo de evaluación: al comunismo hay que evaluarlo por sus intenciones oficiales y no por sus resultados prácticos. Se ha convertido en una religión tan dogmática como cualquier otra. Y, como toda religión, no admite duda ni alternativa, y condena al hereje. Su dios es la etérea masa popular idealizada, la clase. Sus profetas son Marx, Engels y Lenin. Su clero son los
apparatchiks
del partido y sus pontífices máximos son los dictadores de cada país. Sus herejes son los disidentes, y si no logran escapar terminan sacrificados en sus hogueras: el gulag, el manicomio o el paredón. Si las religiones convencionales eran "el opio del pueblo", el comunismo es pura cocaína. Vivimos en una especie de régimen teocrático, aunque oficialmente se declare ateo.

»¿Sabes qué es lo peor, en mi opinión? La anulación de la responsabilidad personal. Al destruir la libertad del individuo se elimina también su consciencia de la responsabilidad, porque ambas van unidas indisolublemente. Entonces la gente llega a convertirse en lo que es hoy la mayoría de los rumanos. Ya sabes el dicho popular: "El comunismo nos ha idiotizado". Pues no es que nos haya idiotizado, es que ha convertido a muchísima gente en una especie de robots que sólo responden a impulsos primarios fácilmente programables, como los perros de Pavlov. La escasez de alimentos y artículos de primera necesidad es una estrategia deliberada de los comunistas, y no solamente en Rumanía. No responde sólo a la mala gestión o a la corrupción. El Estado premia y castiga a ciudades, a fábricas, a sectores de la población, al país entero… Mantener adrede un nivel de bienestar material escaso, de mera subsistencia, refuerza el poder del régimen.

»Los comunistas saben muy bien lo que hacen: no se trata de un error de planificación ni de ejecución, ni tampoco de una desviación ideológica. Como dijo Bastiat, "Los planes difieren pero los planificadores son todos iguales". Yo añado que sus resultados también son todos iguales o muy parecidos, al menos en los países comunistas. Siempre que los comunistas han tomado el poder en un país han provocado el mismo resultado, pese a la enorme diversidad cultural de los pueblos que han sometido (Europa, África, Latinoamérica, Extremo Oriente…), y a pesar también de la gran variedad de "vías" al socialismo que han ensayado. El resultado siempre ha sido más o menos como el de aquí porque ése ha sido el objetivo. Von Mises lo explicó muy bien: "El Estado no puede hacer ricos a casi todos, pero sí puede hacer pobres a casi todos". En eso consiste la igualdad socialista. Los ingenieros sociales nos han hecho iguales en la miseria y en el miedo.

»Para el Estado comunista es fundamental que la población carezca de excedente económico, porque ese excedente es la clave de la independencia personal que hace posible el libre pensamiento y la crítica. Por ello se condena como un pecado burgués el deseo de objetos considerados "superfluos", mientras la cúpula los disfruta tranquilamente. Todo esto ya lo habían aplicado Lenin y Stalin, y muchos otros tiranos comunistas tanto europeos como de otras regiones del mundo, incluidos los dirigentes chinos y norcoreanos a los que tanto admira Ceausescu y de los que ha copiado su modelo de culto a la personalidad del líder. Si aquí se pone en marcha el proyecto de los "círculos del hambre" habremos llegado aún más lejos en la locura comunista que los
compañeros
asiáticos: Ceausescu habrá conseguido estabular a la población. Todo un logro.

»El colectivismo absoluto nos ha alienado, nos ha hecho dependientes de la aprobación del régimen y temerosos de su castigo. Es como si viviéramos en una enorme secta psicodestructiva, de esas que practican el lavado de cerebro. El terror y el sentimiento de culpa, correctamente dosificados, anulan cualquier reacción viable contra el régimen. Como ha escrito Mircea Dinescu, "La pretensión de crear un hombre nuevo ha fracasado". En realidad sí han creado un ser nuevo, pero es indigno de llamarse hombre. Es una criatura biológicamente humana pero que ha renunciado a su propia soberanía personal, porque le han metido en la cabeza que ejercerla es un crimen, y además sabe que ese crimen será severamente castigado. Por eso en el comunismo ortodoxo es casi imposible que surja una disidencia realmente organizada. Sólo hay disidentes sueltos, aislados. Y nuestro comunismo es de los más ortodoxos.

»El régimen rumano es la dictadura perfecta, Silvia. Y lo es porque ha conseguido, no que la gente no odie al régimen, que eso sería imposible, sino que la consecuencia de su odio sea ese típico "y qué puedo hacer yo" tan rumano, ese encogerse de hombros y pensar resignadamente "así es la vida". Otros pueblos tienen como defecto nacional la arrogancia, la pereza o la envidia. Los rumanos tenemos la resignación. Una resignación culpable, diría yo. Y ésa es una de las peores faltas que podemos cometer contra nosotros mismos. Sus consecuencias están a la vista.

»Ceausescu ha aprendido bien la lección de Polonia y no está dispuesto a tolerar ni la más pequeña bocanada de aire fresco. La represión se va a recrudecer, de eso estoy convencido. Pero al mismo tiempo puedes estar segura de una cosa: a este régimen le queda muy poco y por lo tanto nos toca ser pacientes y esperar el momento adecuado para actuar. No quiero que a ti te pase nada. Silvia, no es que esto "tenga" que cambiar, como tú dices. Es que va a cambiar. Vienen meses muy importantes y es fundamental actuar con sentido común y sin correr riesgos estúpidos.

—No te entiendo. Me sueltas un discurso anticomunista que firmaría toda mi facultad pero a continuación me pides que me cruce de brazos. ¿Dónde ves tú signos de apertura? ¡Si somos prácticamente el único país del bloque socialista donde no está cambiando nada, como no sea para peor!

—Yo no te he dicho que haya signos de apertura del régimen, Silvia. Al contrario, te he dicho que se va a recrudecer la represión, y mucho. El régimen se está bunkerizando. Está más cerrado que nunca a cualquier cesión, por pequeña que sea. Incluso a los firmantes de la Carta de los Seis
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se les ha tratado como a peligrosos traidores y agentes imperialistas, cuando precisamente son comunistas de toda la vida. Y los verdaderos disidentes, ¿qué están haciendo? En los demás países por fin están empezando a coordinarse, están montando foros de debate, partidos clandestinos, asociaciones, lo que sea. Están aprovechando el debilitamiento del sistema y acrecentándolo al mismo tiempo. Aquí están en la cárcel, en el exilio o callados y muertos de miedo, salvo dos o tres. Piensa en Dan Petrescu, en Ana Blandiana… Piensa en las agresiones constantes a Doina Cornea. Y la represión se está haciendo insoportable en Transilvania. Ya van más de cuarenta mil exiliados a Hungría, y no sólo de nuestra minoría húngara. Se está yendo gente de todas las etnias desde que Budapest comenzó a flexibilizar sus fronteras con Occidente hace poco más de un mes.

—Pues me estás dando la razón. Si no hay apertura y el régimen se enquista, esto no tiene remedio a menos que pasemos a la acción, con todo lo que ello implique.

—Pero piensa un poco, Silvia. El régimen ya no puede ampararse en el apoyo del resto del bloque porque dentro de poco ya no habrá bloque. ¿Y qué me dices de Occidente? Occidente lleva años haciendo la vista gorda ante la brutalidad del régimen rumano sólo porque Ceausescu ha sido tan astuto de mantener cierta independencia de la URSS en política exterior. Pero sus gestos hacia los Estados Unidos y Europa occidental ya no le van a servir de nada porque ahora la propia URSS está mucho más cerca de Occidente que nosotros. Ya ves que el régimen está más solo que nunca. Francia y la República Federal de Alemania han llamado a consultas a sus embajadores, el Parlamento Europeo y la ONU también presionan a Bucarest por la conculcación sistemática de los Derechos Humanos… ¿Tú crees que Ceausescu va a conseguir que su régimen sobreviva a una coyuntura internacional tan adversa? ¿Tú crees que Rumanía va a seguir siendo el único país socialista cuando todo nuestro entorno se haya librado de esta locura?

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