Memoria del Fuego. 1.Los nacimientos.1982 (15 page)

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Authors: Eduardo Galeano

Tags: #Historico,Relato

BOOK: Memoria del Fuego. 1.Los nacimientos.1982
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Después, fray Bartolomé se hinca sobre la estera, de cara a la noche, y reza en voz alta una oración inventada por él.

[70]

1546 - Potosí

La plata de Potosí

Cincuenta indios caídos por haberse negado a servir en los socavones. No hace un año que apareció la primera veta y ya se han manchado de sangre humana las laderas del cerro. Y a una legua de aquí, las peñas de la quebrada lucen las manchas verdinegras de la sangre del Diablo. El Diablo había cerrado a cal y canto la quebrada que conduce al Cuzco y aplastaba a los españoles que pasaban por allí. Un arcángel arrancó al Demonio de su cueva y lo estrelló contra las rocas. Ahora las minas de plata de Potosí tienen mano de obra y camino abierto.

Antes de la conquista, en tiempos del Inca Huaina Cápac, cuando el pico de pedernal se hundió en las venas de plata del cerro, ocurrió un espantoso estruendo que estremeció al mundo. Entonces, la voz del cerro dijo a los indios:

—Otros dueños tiene esta riqueza.

[21]

1547 - Valparaíso

La despedida

Zumban las moscas entre los restos del banquete. Ni el mucho vino ni el buen sol adormecen a los comilones. Esta mañana, los corazones laten apurados. Bajo la enramada, de cara al mar, Pedro de Valdivia dice adiós a los que van a partir. Al cabo de tanta guerra y hambre en las tierras bravías de Chile, quince de sus hombres se disponen a regresar a España. Alguna lágrima rueda cuando Valdivia recuerda los años compartidos, las ciudades nacidas de la nada, los indios domados por el hierro de las lanzas:

—No me queda otro consuelo —se inflama el discurso— sino entender que vais a descansar y a gozar lo que bien merecido tenéis, y ello mitiga, en parte al menos, mi congoja.

No lejos de la playa, las olas hamacan el navío que los llevará al Perú. Desde allí, viajarán a Panamá; a través de Panamá, a la otra mar, y después… Será largo, pero el que estira las piernas siente que ya está pisando las piedras de los muelles de Sevilla. Los equipajes, ropa y oro, están en cubierta desde anoche. Tres mil pesos de oro se llevará de Chile el escribano Juan Pinel. Con su manojo de papeles, una pluma de ave y un tintero, ha seguido a Valdivia como sombra, dando fe de cada uno de sus pasos y fuerza de ley a cada uno de sus actos. Varias veces lo ha rozado la muerte. Esta fortunita sobrará para remediar la suerte de las hijas doncellas que esperan al escribano Pinel en la lejana España.

Están los soldados soñando en voz alta, cuando de pronto alguien pega un brinco y pregunta:

—¿Y Valdivia? ¿Dónde está Valdivia?

Todos se precipitan a la orilla de la mar. Saltan, gritan, alzan los puños.

Valdivia se ve cada vez más pequeño. Allá va, remando en el único bote, hacia el navío cargado con el oro de todos.

En la playa de Valparaíso, las maldiciones y las amenazas suenan más fuerte que el estrépito del oleaje.

Las velas se hinchan y se alejan rumbo al Perú. Se marcha Valdivia en busca de su título de gobernador de Chile. Con el oro que se lleva y el brío de sus brazos, espera convencer a los que mandan en Lima.

En lo alto de una roca, el escribano Juan Pinel se estruja la cabeza y ríe sin parar. Morirán vírgenes sus hijas en España. Algunos lloran, rojos de rabia; y el corneta Alonso de Torres desentona una vieja melodía y después rompe en pedazos el clarín, que es lo único que le queda.

[67][85]

Canción de la nostalgia, del cancionero español

Soledad tengo de ti,

tierra mía do nací.

Si muriese sin ventura,

sepúltenme en alta sierra,

porque no extrañe la tierra

mi cuerpo en la sepultura,

y en sierra de grande altura,

por ver si veré de allí

la tierra donde nací.

[7]

1548 - Xaquixaguana

La batalla de Xaquixaguana ha concluido

Gonzalo Pizarro, el mejor lancero de América, el hombre capaz de partir un mosquito en vuelo con el arcabuz o la ballesta, entrega su espada a Pedro de La Gasca.

Gonzalo se quita lentamente su armadura de acero de Milán. La Gasca había venido con la misión de cortarle las alas y ahora el jefe de los rebeldes ya no sueña con coronarse rey del Perú. Ahora sólo sueña con que La Gasca le perdone la vida.

A la tienda de los vencedores llega Pedro de Valdivia. La infantería ha peleado a sus órdenes.

—El honor del rey estaba en vuestras manos, gobernador —dice La Gasca.

Ésta es la primera vez que el representante del rey lo llama gobernador. Gobernador de Chile. Valdivia agradece, inclinando la cabeza. Tiene otras cosas que pedir, pero no bien abre la boca entran los soldados que traen al segundo de Gonzalo Pizarro. El general Carvajal aparece con el yelmo puesto, bien alto de plumas. Quienes lo han hecho prisionero no se atreven a tocarlo.

De todos los oficiales de Pizarro, Carvajal es el único que no se pasó al bando enemigo. Cuando La Gasca ofreció el perdón del rey a los rebeldes arrepentidos, muchos soldados y capitanes picaron súbitamente espuelas y al galope, a través del pantano, cambiaron de campamento. Carvajal se quedó y peleó hasta que le voltearon el caballo.

—Carvajal —dice Diego Centeno, comandante de las tropas victoriosas—. Has caído con honor, Carvajal.

El viejo ni lo mira.

—¿Acaso no me conoces? —insiste Centeno, y adelanta la mano para recibir la espada.

Carvajal, que más de una vez ha derrotado a Centeno y lo ha puesto en fuga y lo ha perseguido por medio Perú, le clava los ojos y dice:

—Sólo te conocía de espaldas.

Y entrega la espada a Pedro de Valdivia.

[67][85]

El verdugo

Envuelto en cuerdas y cadenas, viene Carvajal dentro de una cesta enorme que las mulas arrastran. Entre remolinos de polvo y gritos de odio, el guerrero canta. Su bronca voz atraviesa el clamor de los insultos, ajena a las patadas y los golpes de quienes ayer aplaudían y hoy escupen a la cara:

¡Qué fortuna!

¡Niño en cuna,

viejo en cuna!

¡Qué fortuna!,

canta desde la cesta que se lo lleva a los tumbos. Cuando las mulas llegan al patíbulo, allá arriba, los soldados arrojan a Carvajal a los pies del verdugo. Brama la multitud mientras el verdugo desenvaina, lento, el alfanje.

—Hermano Juan —pide Carvajal—. Puesto que somos del oficio, trátame como de sastre a sastre.

Juan Enríquez se llama este muchacho de dulce rostro. Otro nombre tenía en Sevilla, cuando paseaba por los muelles soñando con ser verdugo del rey en América. Se dice que ama el oficio porque mete miedo y no hay señor principal ni gran guerrero que no se aparte a su paso por las calles. También se dice que es un vengador afortunado. Le pagan por matar; y no se le herrumbra el arma ni se le apaga la sonrisa.

¡Ay, abuelo!

¡Ay, abuelo!,

canturrea Carvajal, en voz baja y triste, porque justo ahora se le ha dado por pensar en su caballo, Boscanillo, que también está viejo y derrotado, y en lo bien que se entendían.

Juan Enríquez le empuña la barba con la mano izquierda y con la derecha le corta el cuello de un tajo.

Bajo el sol de oro, estalla una ovación.

El verdugo exhibe la cabeza de Carvajal, que hasta hace un instante tenía ochenta y cuatro años y jamás había perdonado a nadie.

[76][167]

Sobre el canibalismo en América

Desde que Francisco Pizarro asistió, de luto, al entierro de su víctima, el emperador Atahualpa, varios hombres se han sucedido en el mando y poder del vasto reino que fue de los incas.

Diego de Almagro, gobernador de una parte, se alzó contra Francisco Pizarro, gobernador de la otra. Ambos habían jurado, ante la hostia consagrada, que se repartirían honores, indios y tierras sin que ninguno lleve más, pero Pizarro acaparó y venció y Almagro fue degollado.

El hijo de Almagro vengó a su padre y se proclamó gobernador sobre el cadáver de Pizarro. Luego el hijo de Almagro fue enviado al patíbulo por Cristóbal Vaca de Castro, quien pasó a la historia por ser el único que se salvó de la horca, el hacha o la espada.

Después se levantó en armas Gonzalo Pizarro, hermano de Francisco, contra Blasco Núñez Vela, primer virrey del Perú. Núñez Vela cayó, malherido, de su caballo. Le cortaron la cabeza y la clavaron a una pica.

A punto estuvo Gonzalo Pizarro de coronarse rey. Hoy, lunes 9 de abril, asciende la cuesta que conduce al degolladero. Marcha montado en una mula. Le han atado las manos a la espalda y le han echado encima una capa negra, que le tapa la cara y le impide ver la cabeza sin cuerpo de Francisco de Carvajal.

[76][81]

1548 - Guanajuato

Nacen las minas de Guanajuato

—A la paz de Dios, hermano.

—Así sea, viajero.

Se encuentran los arrieros que vienen de la ciudad de México y deciden acampar. Se ha hecho noche y en las sombras acechan los que duermen de día.

—¿No es aquél el cerro del Cubilete?

—De los malhechores, merecería llamarse.

Maese Pedro y Martín Rodrigo se marchan a Zacatecas, a buscar fortuna en aquellas minas, y llevan lo que tienen, unas pocas mulas, para venderlas a buen precio. Al alba, continuarán camino.

Juntan algunas ramas, sobre un colchón de hojas secas, y las rodean de piedras. El eslabón castiga al pedernal, la chispa se hace llama: cara al fuego, los arrieros se cuentan sus historias, sus malas suertes, y en eso están, harapos y nostalgias, cuando uno de los dos grita:

—¡Brillan!

—¿Qué?

—¡Las piedras!

Martín Rodrigo pega un salto al cielo, escuálida estrella de cinco puntas a la luz de la luna, y Maese Pedro se rompe las uñas contra las piedras calientes y se quema los labios besándolas.

[182]

1549 - La Serena

El regreso

Recién ha desembarcado Pedro de Valdivia en la rada de Quintero y a poco andar encuentra el ácido olor de la carroña.

En el Perú, a Valdivia le han sobrado fuerzas para eludir trampas y vencer dudas y enemigos. Muy elocuentes han resultado, ante los que mandan en Lima, el vigor de su brazo puesto al servicio del rey y el fulgor del oro que había arrebatado a sus hombres en la playa de Valparaíso. Al cabo de dos años, regresa con su título de gobernador de Chile bien atado y firmado y confirmado. También trae la obligación de devolver el oro aquél hasta el último gramo. Y otra obligación, que le muerde el pecho: para estrenar su título flamante, deberá poner punto final a sus amores con Inés Suárez y habrá de traer de España a su esposa legítima.

Chile no lo recibe sonriendo. En esta ciudad de La Serena, que él bautizó con el nombre de la comarca donde había nacido, los españoles yacen, sin manos, sin cabezas, entre ruinas. Sus historias alucinantes no interesan a los buitres.

[67][85]

Última vez

El amanecer abre un tajo ondulante en la negra neblina y separa la tierra del cielo.

Inés, que no ha dormido, se desprende de los brazos de Valdivia y se apoya en un codo. Está toda empapada de él y siente ferozmente vivo cada rinconcito del cuerpo; se mira una mano, en la brumosa primera luz; la asustan sus propios dedos, que queman. Busca el puñal. Lo alza.

Valdivia duerme ronroneando. Vacila el puñal en el aire, sobre su cuerpo desnudo.

Pasan siglos.

Por fin, Inés clava suavemente el puñal en la almohada, junto a la cara de él, y se aleja, en puntas de pie por el piso de tierra, dejando la cama toda vacía de mujer.

1552 - Valladolid

Ya está mandando el que siempre sirvió

La mujer besa la barra de plata con los labios, con la frente, con los pechos, mientras el cura lee en voz alta la carta de su marido, Juan Prieto, fechada en Potosí. Casi un año han demorado la carta y el lingote en cruzar el océano y llegar a Valladolid.

Dice Juan Prieto que mientras los demás gastan su tiempo en borracheras y corridas de toros, él no se asoma a las tabernas ni a la plaza, que en Potosí por cualquier cosquilla meten los hombres mano a la espada y sopla allí un viento de polvo que arruina la ropa y enloquece los ánimos. Que él no piensa más que en el regreso a España y que ahora manda esta barra grande de plata para que vayan construyendo el jardín donde se ha de celebrar el banquete de bienvenida.

Ha de tener el jardín doble portón de hierro y un arco de piedra bastante ancho para que pasen los carruajes invitados a la fiesta. Será un jardín amurallado, de altas paredes sin ninguna abertura, lleno de árboles y flores y conejos y palomas. Que en el centro se ha de tender una gran mesa con manjares, para los señores de Valladolid a quienes él había servido, años atrás, como criado. Que habrá un tapiz sobre la hierba, junto al sillón de cabecera, y sobre el tapiz se han de sentar su mujer y su hija Sabina.

Encarece mucho a la esposa que no quite la mirada de su Sabina y no permita que ni el sol la toque, que por procurarle buena dote y buena boda se ha pasado él todos estos años en las Indias.

[120]

1553 - Orillas del río San Pedro

Miguel

Bastante pellejo había dejado prendido a los látigos. Lo acusaban de trabajar a desgano o de perder una herramienta y decía el mayordomo: «Que pague con el cuerpo». Cuando iban a amarrarlo para otra tanda de azotes, Miguel arrebató una espada y se perdió en el monte.

Otros esclavos de las minas de Buría huyeron tras él. Unos cuantos indios se sumaron a los cimarrones. Así nació el pequeño ejército que el año pasado atacó las minas y embistió contra la recién nacida ciudad de Barquisimeto.

Después los alzados se vinieron montaña adentro y lejos de todo fundaron, a orillas del río, este reino libre. Los indios jirajaras se han pintado de negro de pies a cabeza y junto a los africanos han proclamado monarca al negro Miguel.

La reina Guiomar pasea, rumbosa, entre las palmeras. Cruje su amplia falda de brocados. Dos pajes alzan las puntas de su manto de seda.

Desde su trono de palo, Miguel manda cavar trincheras y levantar empalizadas, designa oficiales y ministros y proclama obispo al más sabido de sus hombres. A sus pies, juega con piedritas el príncipe heredero.

—Mi reino es redondo y de aguas claras —dice Miguel, mientras un cortesano le endereza la gola de encajes y otro le estira las mangas del jubón de raso.

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