No podrás esconderte

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Authors: Anthony E. Zuiker,Duane Swierczynski

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: No podrás esconderte
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Entre el personal de los cuerpos de seguridad es bien sabido que los asesinos se clasifican según su pertenencia a uno de los veinticinco niveles de maldad: de los ingenuos oportunistas del nivel 1 a los organizados asesinos torturadores que pueblan el nivel 25.

Lo que casi nadie sabe es que ha surgido una nueva categoría de asesinos. Y sólo un hombre es capaz de detenerlos.

Sus objetivos:

Los asesinos del nivel 26

Sus métodos:

Los que sean necesarios.

Su nombre:

Steve Dark.

Anthony E. Zuiker, Duane Swierczynski

No podrás esconderte

ePUB v1.1

NitoStrad
24.02.13

Título original:
Dark Prophecy

Autor: Anthony E. Zuiker, Duane Swierczynski

Fecha de publicación del original: abril de 2012

Traducción: Gerardo Di Masso

Corrección de erratas gracias a: Slevin

Editor original: NitoStrad (v1.0)

ePub base v2.0

A mi madre, Diana, esto es para ti

Prólogo

Roma, Italia

La máscara de látex que Steve Dark había sacado del agua parecía estar riéndose de él.

Las cuencas vacías lo miraban como si expresaran una fingida y burlona sorpresa: «¿Quién?, ¿yo? ¿Hacer eso?». La boca con cremallera estaba torcida alrededor de los bordes insinuando una cruel sonrisa. El resto del traje colgaba húmedo y fláccido de las manos de Dark como si fuese la piel de un lagarto que hace mucho tiempo se hubiera escabullido hacia lugares ignotos. Los detalles le resultaban familiares; las mismas cremalleras, la misma costura. El traje parecía idéntico al que había llevado el diabólico Sqweegel, sólo que esta versión era completamente negra.

Tom Riggins se reunió con Dark y apoyó una mano sobre su hombro.

—No es él —dijo.

—Lo sé —respondió Dark con voz calma.

—Hablo en serio. Ambos vimos cómo se quemaba ese hijo de puta. Este tío sólo es alguien que quiere tocarnos las pelotas. Un imitador. Lo sabes, ¿verdad?

Dark asintió.

—Metamos todo esto en una bolsa.

Apenas unas horas antes se había producido una situación de pánico instantáneo: varios integrantes de Casos especiales habían sido despachados inmediatamente a Roma y se había formado un grupo internacional de operaciones. Alguien había envenenado la fontana de Trevi en Roma, había matado a docenas de personas, y ese sujeto desconocido había dejado algo extraño flotando en el agua aderezada con cianuro. La escena parecía sacada de una obra de El Bosco: cientos de cuerpos rosados y un hedor que revolvía el alma. Un gran número de ambulancias, camiones de bomberos y coches de policía parecía haber sido metido con calzador en la calle principal. Los espectadores, visiblemente preocupados, se amontonaban en los callejones y las calles laterales que desembocaban en la fuente.

Una furgoneta de la
polizia
había escoltado a Dark y a su equipo hasta una zona despejada situada a escasos metros del lugar. Unos agentes uniformados levantaron la cinta anaranjada que delimitaba la escena del crimen mientras Dark pasaba por debajo y luego lo ayudaron a abrirse camino hasta la famosa fuente. El fondo estaba casi completamente vacío, excepto por las monedas de euro doradas y plateadas y apenas unos centímetros de agua. Agua envenenada que lamía las suelas de los zapatos de Dark.

Alrededor de la zona de desagüe se habían situado, hombro con hombro, cinco fornidos policías italianos que bloqueaban la visión de los curiosos. El agente que escoltaba a Dark silbó, y sus compañeros se separaron para dejarles paso.

Dark se paró en seco cuando vió la máscara de látex negra flotando en el agua. Tuvo que obligarse a respirar profundamente varias veces antes de aproximarse al borde de la fuente mientras su mente giraba enloquecida y por sus venas comenzaba a fluir de pronto una corriente de agua helada.

En ese horrible instante, Dark se vió obligado a pensar, falsamente, que quizá, de alguna manera, el asesino en serie de nivel 26 había conseguido sobrevivir. La parte racional de su mente sabía que eso era imposible. Él mismo había cortado su cuerpo con una hacha y había observado cómo los pedazos ardían en el interior de un horno crematorio. No obstante, el hecho de ver el traje negro, y su rostro burlón, fue suficiente para que la mente de Dark se volviera hacia su zona más oscura.

El equipo encontró un laboratorio en Roma. El lugar no se parecía en nada al que Dark estaba acostumbrado en el cuartel general de Casos especiales, en Virginia, pero disponía de las herramientas básicas. Dark buscó rastros de ADN en el traje y luego analizó la muestra. Mientras esperaba el resultado del análisis bebió una taza de café negro y tibio y trató de mantener la mente concentrada en el trabajo. Pero, dentro del cráneo, su cerebro era como un animal enjaulado y se negaba a calmarse. El seguía examinando los angustiosos acontecimientos ocurridos durante las últimas semanas y continuaba viendo imágenes fugaces de su pequeña hija, que ahora había quedado en Estados Unidos al cuidado de una perfecta desconocida. Y también imágenes de Sibby, el amor de su vida, con una sonrisa en los labios. Una sonrisa que ahora sólo podría ver en sus sueños.

Los resultados del análisis de ADN llegaron por fin y activaron un dato en el CODIS
[1]
de Las Vegas en conexión con un caso cerrado.

Dark se preparó para cualquier cosa, desde un imitador hasta una reencarnación. Alguien que había seguido el caso de cerca, disfrutado con él y decidido seguir los pasos de Sqweegel. No era nada nuevo. A lo largo de los años, el Asesino del Zodíaco original había tenido muchos admiradores que habían imitado sus técnicas, burlándose de la policía con cartas y asesinando a parejas de amantes en lugares solitarios. El asesino consiguió despertar la imaginación de la gente, y había muchos que querían aprovecharse de esa circunstancia.

Y lo mismo parecía suceder ahora con Sqweegel. En toda la historia no había existido un asesino en serie como él, un contorsionista demente que mantenía su cuerpo encerrado en un traje a prueba de análisis forenses y nunca dejaba ninguna huella tras de sí a menos que quisiera dejarlas. Era capaz de ocultarse en los espacios más pequeños y esperar, demostrando una paciencia inhumana, hasta que su víctima estuviera distraída o dormida. Entonces, Sqweegel salía a rastras de su increíble escondite y atacaba con una brutalidad que contradecía su tamaño y su constitución física. Su obsesión había sido castigar a los seres humanos por sus pecados, y se veía a sí mismo como un agente limpiador del alma del mundo. Y tenía una fijación con Dark: el cazador de hombres que había dedicado años a seguirle el rastro. Para Sqweegel, Dark merecía el castigo extremo.

Tal vez este sujeto fuese un acólito que intentaba seguir los espeluznantes pasos de su maestro.

Pero después de que Dark y su equipo de Casos especiales regresaron a Estados Unidos no se produjeron más incidentes. Ningún traje a prueba de análisis forenses dejado por el camino, ningún acertijo, ninguna provocación burlona. Ningún asesinato sin resolver que se acercara siquiera al modus operandi de Sqweegel.

Ningún cadáver.

Ninguna amenaza.

Nada que guardara siquiera una ligera semejanza con los horrores perpetrados por él. Hasta que…

CINCO AÑOS DESPUÉS

I

EL AHORCADO

Si deseas ver la lectura personal de la carta del tarot de Steve Dark, entra en www.level26.com e introduce la siguiente clave:
hanged

Chapel Hill, Carolina del Norte

Cinco minutos después de que hubo comenzado la sesión de tortura, Martin Green entendió que iba a morir.

Su cuerpo colgaba cabeza abajo. El extremo de una cuerda estaba atado fuertemente alrededor de su tobillo derecho, mientras que el otro extremo estaba sujeto a un aplique de luz en el techo de su propio sótano. O, al menos, suponía que se trataba de un aplique de luz. Hacía sólo un par de años que había acabado las obras en el sótano y allí arriba no había otra cosa donde pudiera asegurarse una cuerda. Y, puesto que su asaltante le había cubierto los ojos con un trapo sucio y grasiento, no tenía manera alguna de confirmarlo.

Un aplique no estaba mal. Quizá el peso de su cuerpo fuese excesivo. Tal vez pudiera librarse de sus ataduras. Luego, quizá fuese capaz de encontrar alguna manera de salir de esa situación demencial.

Al principio, Green pensó que sólo se trataba de alguien que había forzado la entrada de su casa. Él era —debía admitirlo— un objetivo perfecto. Un tío soltero que vivía en una casa grande. Todo cuanto tenían que hacer era observar su rutina habitual y luego dar el golpe. Sus amigos siempre le decían que debía pensar en la seguridad, teniendo en cuenta quién era y lo que hacía, pero Green no había hecho caso de sus sugerencias. Era un tío que actuaba entre bambalinas. El noventa y nueve coma nueve por ciento del país no sabía siquiera que existía, e incluso aquellos que sí lo conocían no sabían exactamente cuál era su trabajo. ¿Por qué habría de necesitar un equipo de seguridad? Ahora, esa necesidad era más que obvia.

Green había leído suficiente literatura como para saber lo que debe hacerse en esas situaciones.

Darle al intruso lo que quiere.

—La caja de seguridad está en mi dormitorio —dijo—. Detrás del Chagall. Puedo darle la combin…

Una mano áspera lo obligó a abrir la boca y metió un trapo en su interior. Un cinturón de cuero cruzó las mejillas de Green. Los diminutos pelos de la parte posterior del cuello se desgarraron cuando el desconocido abrochó el cinturón y luego lo ajustó con fuerza. Demasiado apretado.

«Maldita sea. —Green intentó gritar—. No puedo darle lo que quiere si no puedo hablar».

Pero de su boca sólo salió un sonido furioso y apenas audible.

Mientras aspiraba con dificultad mucosidad y sudor frío por la nariz, comprendió que quienquiera que estuviera allí abajo con él tal vez no quería la combinación de su caja de seguridad, o incluso el falso Chagall que colgaba delante de ella. ¿Qué coño quería, entonces?

Luego oyó el sonido de unas tijeras: estaban cortándole las perneras del pantalón y separándoselas del cuerpo.

A continuación sintió el primer corte de la navaja que subía por el interior del muslo ahora desnudo y un río de sangre caliente que goteaba hacia la entrepierna.

Hacía apenas treinta minutos Green saboreaba el último sorbo de su whisky de malta y apoyaba la tarjeta American Express Black sobre el mostrador mientras buscaba en el bolsillo el resguardo para el aparcacoches. Estaba orgulloso de haber sido capaz de desconectar. A la mañana siguiente le esperaba una sesión del
think tank
en Washington, D. C, y tendría que levantarse a una hora obscena para coger un avión. Ahora lo mejor sería tomárselo con calma y dedicar algunas horas al sueño.

El aparcacoches llegó con el Bentley. Green se deslizó detrás del volante y aceleró calle abajo sintiendo que lo invadía una agradable bruma alcohólica. Ni demasiado ni demasiado poco. Sólo la medida justa.

Para cuando detuvo el coche en el camino particular de su casa de 3,5 millones de dólares y ocho habitaciones, ya se sentía razonablemente soñoliento. Y eso estaba bien. Le gustaba que sus días se desarrollaran de la manera correcta: una perfecta combinación de ejercicio físico, trabajo, diversión, comida y bebida. Esa noche su intención era deslizarse debajo de las delicadas sábanas de algodón egipcio tejidas con mil hebras y disfrutar de la agradable sensación que le proporcionaba su mente cuando simplemente se desconectaba. No caer sin sentido en la cama a causa del agotamiento o el exceso de alcohol. Tampoco permanecer despierto porque estaba demasiado tenso por los acontecimientos de ese día.

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