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Authors: Anthony E. Zuiker,Duane Swierczynski

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

No podrás esconderte (10 page)

BOOK: No podrás esconderte
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Un momento. Tenía el número de teléfono de Paulson que había apuntado del contrato de alquiler del coche. A una pequeña parte de él le inquietaba llamar al teléfono de un hombre muerto. Sin embargo, esa pequeña parte de él no era la que tenía el plazo límite encima. Tecleó el número. La línea sonó dos veces y luego se oyó un clic. ¡Sí! Estaban transfiriendo su llamada, como había previsto. Pero ¿a quién? La línea volvió a activarse.

—Riggins.

«Bingo».

—¿Agente Riggins? John Knack, de Slab. Sólo una pregunta rápida…

—Adiós.

Knack tenía que actuar de prisa. Soltó las siguientes cuatro palabras de golpe.

—Sé lo de Paulson.

Se produjo una pequeña pausa en la línea. Riggins estaba abriendo apenas la ventana. Knack se deslizó a través de ella.

—Es el segundo, ¿verdad? Mire, sé que Paulson estuvo en Chapel Hill. Fue allí a investigar el asesinato de Martin Green. Y ahora está muerto. Usted no cree que se trate de una coincidencia, ¿verdad?

—Sin comentarios —dijo Riggins.

—¿No es algo extremadamente inusual que un asesino en serie tenga como objetivo al personal de los cuerpos de seguridad?

—Sin comentarios.

—La última vez que sucedió algo semejante fue con Steve Dark, ¿no es así?

Knack oyó un leve gruñido. Había puesto el dedo en la llaga.

—¿Honestamente, Knack? ¿Sólo entre usted y yo?

—¿Sí?

—Puede metérselo en su extremadamente inusual culo.

Knack no esperaba que Riggins confirmara nada, pero su reacción lo dijo todo. Había muchas formas de negar algo sin negarlo. Abrió su ordenador portátil y comenzó a escribir su historia. Ahora tenía una actualización importante de los hechos, con la «confirmación» de fuentes internas de Casos especiales. Riggins no había hecho nada de eso, pero tampoco saldría a negarlo. En ocasiones, todo lo que se necesitaba era conseguir que alguien se pusiera al teléfono para recibir un «sin comentarios».

Además, Knack tenía a Paulson en la escena del primer asesinato. Y ahora Paulson estaba muerto. Esos dos hechos hacían inevitables las preguntas: ¿se trataba de un encubrimiento? ¿O era el principio de algo muy gordo?

Capítulo 19

West Hollywood, California

Dark abrió su ordenador portátil. Slab había colgado hacía apenas unos minutos la historia de Paulson.

La información actualizada mencionaba que Paulson tenía una esposa, Stephanie Paulson (apellido de soltera, West), veinticuatro años. Una maestra de escuela que había seguido a su amor desde Filadelfia. Stephanie estaba haciendo los trámites para presentarse a un trabajo en el distrito escolar del D. C, donde pensaba que podría conseguir los mejores resultados. Knack describía a Stephanie como una mujer brillante y desinteresada, exactamente la clase de persona que tienes que ser para vivir con alguien que trabaja en Casos especiales. Habían estado casados trece meses. No había ninguna declaración de Stephanie, pero Knack había encontrado en la red a amigos de la universidad, quienes se encargaron de proporcionarle los detalles.

El artículo enumeraba las singularidades de la escena del crimen, el hecho de que Paulson «podría haber sido» encontrado con una flor en la mano y que se precipitara al vacío desde la azotea de su propio edificio. Las «fuentes policiales» afirmaban que no había marcas de ligaduras, magulladuras o señales de coacción de ninguna naturaleza.

Knack afirmaba contar con una fuente «dentro» de Casos especiales, un dato que, de ser cierto, era preocupante.

En Casos especiales nadie hablaba jamás con la prensa. Si alguna vez Riggins hubiera sorprendido a un agente hablando con un periodista, habría ordenado que lo despellejaran y lo sumergieran en sal antes de echarlo a patadas.

Dark jugó mentalmente con las piezas mientras se dirigía a la cocina, tratando de descifrar lo que el asesino intentaba decir.

Se sirvió un vaso de agua y bebió la mitad del líquido antes de darse cuenta de que sabía mal. A metal. No quería agua. Echó el resto en el fregadero y cogió una cerveza de la nevera. Necesitaba más detalles. El asesinato de Green —basado en la fotografía que acompañaba la primera historia escrita por Knack— había sido escenificado con todo cuidado. El asesino, presumiblemente, había dispuesto de mucho tiempo para concebir, organizar y luego ejecutar esa exhibición. Pero ¿el asesinato de Paulson había sido montado de la misma manera?

Sólo había una manera de averiguarlo.

—Riggins.

—Soy yo —dijo Dark

Al otro lado de la línea se oyó un suspiro dolorido, como si alguien le hubiera perforado un pulmón a Riggins con un trozo de vidrio dentado.

—Tan sólo una pregunta —dijo Dark—. Me debes al menos eso.

—No hagamos esto. No sé qué crees que estás haciendo, pero…

—Dame un respiro. Sabes exactamente por qué te he llamado.

—No me importa por qué me has llamado. No tenemos nada de que hablar.

—Escucha, Riggins, sé que se supone que no debo implicarme más en ningún caso. Pero tal vez pueda ayudar. Extraoficialmente. Sólo entre tú y yo. Se trata de un asunto de amigos y familia, ¿sabes? No puedo quitarme este caso de la cabeza y podría serles útil.

—No. Dijiste que querías estar fuera; pues muy bien, estás fuera. Ni siquiera tendría que estar hablando contigo.

—Deja que le eche un vistazo al expediente de Paulson. Puedo ayudar.

—Eres increíble.

—Muy bien, de acuerdo. Sólo contesta un par de preguntas.

—No deberías estar pensando en estas cosas. ¿Por qué no te largas a California y disfrutas de ese sol que tanto deseabas? De hecho, ¿por qué no vas a pasar un tiempo con tu hija? Tal vez a ella le gustaría ver tu cara.

Riggins podía ser desagradable cuando se lo proponía. Estaba siendo agresivo para quitárselo de encima o realmente estaba tratando de cabrear a Dark.

—Venga, Riggins.

—No se discuten los casos con los extraños. Tú eres un extraño. Quisiste que fuera así, ¿verdad? No me llames más. Disfruta del sol.

La línea quedo muerta.

Dark pensó en llamar a Constance, pero cambió rápidamente de idea. Su relación con Riggins era una cosa. Constance era una complicación totalmente distinta.

En los horribles meses posteriores al asesinato de Sibby, Constance había estado a su lado. Pero fue demasiado, demasiado pronto. Primero fueron las cenas. Luego las largas sesiones simplemente sentados allí, llenando juntos las horas vacías. Ella trataba de reemplazar a Sibby pensando que sería capaz de atenuar la terrible depresión de Dark. Pero él no quería una sustituta para Sibby. No quería nada en absoluto, excepto hacer su trabajo.

La cuestión era que Constance probablemente abriera el expediente de Paulson para él, pero eso también volvería a abrir la puerta. Dark era capaz de cometer muchos actos abominables, pero no ése.

Entonces se le ocurrió una forma de conseguir esos detalles. Buscó su billetera y sacó la tarjeta de crédito.

Capítulo 20

Vuelo 1412 de Los Ángeles a Washington, D. C.

Dark no había vuelto a subir a un avión desde su última misión con Casos especiales. Durante casi cinco años lo habían enviado a todos los rincones del mundo avisándole cinco minutos antes. Había días en los que su reloj biológico estaba tan confundido que le resultaba difícil distinguir el amanecer del crepúsculo y tenía que esperar y mirar el sol para ver hacia adónde se dirigía. Dark había llegado a odiar tanto los viajes en avión que, cuando dejó el trabajo, alquiló un coche y condujo por la I-40 hasta Los Ángeles, cuarenta y siete horas sin apartarse del camino, deteniéndose sólo para repostar gasolina y llevarse algo de comida al estómago.

El traslado a Los Ángeles lo llevó a estar más cerca de su hija. Los Ángeles también era una ciudad en la que Dark podía perderse, una ciudad que conocía mejor que cualquier otra. Una docena de ciudades cosidas entre sí por montañas, cintas de asfalto, crimen, sol, sexo y sueños. Una ciudad a la que solía considerar como su hogar.

Ahora Dark se preparaba para abandonarla de nuevo. Una vez en el aeropuerto, se acercó al mostrador de facturación de equipaje, metió su licencia de conducir en la ranura y esperó. Introdujo las tres primeras letras de su destino. Volvió a esperar. Luego… nada.

Unos segundos después, dos guardias de seguridad uniformados se colocaron junto a él.

—¿Podría hacerse a un lado, señor Dark? —dijo uno de ellos.

—¿Por qué?

—Sólo hágase a un lado, por favor

Media hora después, Dark seguía mirando la descascarada mesa de conferencias en una habitación cerrada y mal ventilada. Nadie le había dicho por qué estaba detenido, pero él lo dedujo fácilmente. Alguien, probablemente Wycoff, lo había incluido en una lista donde figuraban aquellas personas que no podían coger aviones comerciales. Si intenta volar a cualquier parte, las alarmas se disparan. Dos guardias de seguridad uniformados lo acompañan a una habitación sin ventanas. Por tiempo indefinido.

Finalmente, un hombre vestido con un traje azul marino entró en la habitación con una carpeta de papel manila en la mano. En la pechera de la chaqueta llevaba bordado el logo de una compañía aérea.

—Lamento que haya tenido que esperar.

—¿He perdido mi avión? —preguntó Dark, aunque sabía muy bien que su vuelo a Washington había salido hacía rato.

—Ya llegaremos a eso.

El hombre caminó alrededor de la mesa, retiró una silla pero no se sentó.

—Tengo entendido que es usted un agente del FBI retirado.

Dark asintió.

—¿Qué oficina local?

—Si sabe que soy ex agente del FBI, entonces ya tiene esa información —repuso Dark.

El hombre asintió, luego abrió la carpeta que había dejado sobre la mesa con aire despreocupado, examinó rápidamente algunas páginas y alzó las cejas un par de veces. A Dark no le llevó mucho tiempo deducir quién era aquel tío: un derrochador de tiempo profesional. Alguien que debía mantenerlo con los nervios de punta hasta que apareciera la persona que realmente estaba a cargo de aquello.

De modo que Dark se cerró en banda. No dijo una sola palabra mientras se preguntaba cuánto tiempo duraría esa farsa.

Otros cuarenta y cinco minutos. Después de un cuarto de hora de una entrevista embarazosa y unilateral, el derrochador de tiempo abandonó la habitación. Cuando regresó, media hora después, le dijo a Dark que podía irse. Ninguna disculpa, ninguna explicación. Él se levantó y salió de la habitación. Recorrió una serie de pasillos sinuosos hasta llegar a la terminal principal del aeropuerto.

Donde Lisa Graysmith estaba esperándolo.

—Lamento que haya llevado tanto tiempo —dijo ella—. A veces los engranajes de Seguridad Nacional giran más lentos de lo que me gustaría.

—Cierto —convino Dark—. ¿Debo suponer que fue usted quien hizo que me dejasen marchar?

—Sí, fui yo.

—Para empezar, es probable que también fuese usted quien me incluyó en una lista de sospechosos, ¿no es así?

Graysmith sonrió con una mueca burlona.

—¿Tan paranoico es?

Dark no dijo nada.

Ella se acercó y le entregó unos billetes.

—Aquí tiene. Cogerá el próximo vuelo a Washington, sin escalas, primera clase. Podría haber reservado un avión privado, pero no quería hacerle perder más tiempo llevándolo a otro aeropuerto. La próxima vez.

Dark miró los billetes que ella tenía en la mano. Una parte de él quería dar media vuelta y largarse de allí. Regresar a su casa. Acabar de pintar la habitación de su hija y tratar de seguir adelante con su vida. «Tú abandonaste toda esta mierda —se dijo—, de modo que compórtate como un hombre y sigue así».

En cambio, cogió los billetes que le tendía Graysmith.

—Esto no cambia nada —dijo Dark.

—Por supuesto —dijo ella.

Dark trató de dormir durante el vuelo, pero fue una tarea inútil. Apenas si podía conciliar el sueño cuando estaba en su casa. ¿Por qué iba a ser capaz de relajarse dentro de una lata a diez mil metros de altitud? Pensó en Graysmith. Ella afirmaba que podía conseguirle cualquier cosa que necesitara, acceso, todo. Pero él había pasado los últimos cinco años a las órdenes de Wycoff. No tenía ningún deseo de estar a las órdenes de otra persona. ¿Por qué estaba haciendo eso, entonces?, ¿volando al otro extremo del país para investigar un asesinato? ¿Por qué no podía dejarlo en manos de Riggins y el resto del equipo de Casos especiales? En cualquier caso, ¿qué demonios pasaba con él?

Dark no tenía ninguna respuesta para eso.

Horas después, recogió su pequeña maleta del compartimento que había encima de su asiento y se dirigió a la salida del avión. En Washington ya comenzaba a anochecer. Detestaba las horas que perdía al viajar hacia el este.

Allí, en la terminal, lo esperaba Constance Brielle.

Constance pensaba que, después del tiempo transcurrido, sería inmune a eso, pero cada vez que miraba a Steve Dark sentía esa punzada delatora. El cuerpo se adapta naturalmente a los estímulos negativos, ¿verdad? Pulsas un botón y recibes una descarga eléctrica demasiado a menudo, de modo que a la larga tu cuerpo se hace a la idea de que, eh, tal vez no deberías hacer eso. ¿Por qué no podía ser el caso con Steve Dark?

Alguien la llamó de la oficina de Wycoff; el nombre de Dark había saltado en una lista de control. Riggins le había pedido a Constance que fuera a esperarlo al aeropuerto.

—Si voy yo —había añadido Riggins—, acabaré dándole un puñetazo en toda la jodida cara.

—¿Qué te hace pensar que yo no haré lo mismo? —preguntó Constance.

—No lo pienso —dijo Riggins—. De hecho, espero que le pegues más fuerte.

Bromeaban entre ellos, de esa manera sombría y habitual propia de Casos especiales, pero el dolor que había debajo era real. Al marcharse Dark, los había abandonado a los dos. ¿Y ahora quería volver? ¿Ese día precisamente, de todos los que tenía el año?

Pero Constance sabía muy bien que no debía empañar la línea que separaba la basura personal del trabajo. El trabajo que le habían encargado era muy simple: tenía que meter a Dark inmediatamente en un avión de regreso a Los Ángeles. Si se negaba a hacerlo, entonces lo arrestaría, y probablemente le daría un puñetazo en la cara si intentaba resistirse. Allí estaba otra vez; empañando la línea.

«Sólo tienes que sacarlo de aquí», se repetía.

Dark fue directamente hacia ella.

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