Read No podrás esconderte Online
Authors: Anthony E. Zuiker,Duane Swierczynski
Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller
Mientras bebía la cerveza pensó en Stephanie Paulson. No podía ignorar los paralelismos: Paulson también había ido tras un monstruo, sólo que el monstruo había acabado con él rápidamente. ¿Por qué Riggins lo había enviado a Chapel Hill solo? En esos casos, habitualmente, acudía un pequeño equipo al lugar del crimen. Dos agentes al menos. Dark era el único que había podido salir adelante con la rutina del lobo solitario. ¿Acaso Paulson estaba tratando de seguir su ejemplo? ¿Había insistido en hacerlo sin ayuda de nadie?
«Basta —se dijo Dark—. Esto no se trata de ti. Concentra tu mente en el caso. Trata de averiguar cómo está conectada la muerte de Paulson con la de Green».
La primera se había producido como resultado de un complicado asesinato con tortura. El asesino tuvo que explorar el terreno antes de actuar. Por ejemplo, tenía que saber que el techo del sótano soportaría el peso de Green. La muerte de Paulson, en cambio, parecía menos estudiada, casi improvisada. No había sido torturado. Sólo había bastado un leve empujón.
Pero si realmente se trataba del mismo asesino, la muerte de Paulson intentaba enviar alguna clase de mensaje. ¿Por qué lanzarlo desde el tejado de su propio edificio? ¿Por qué no pegarle un tiro, o romperle el cuello, o atropellarlo con un coche? No, ese crimen también había sido planeado con antelación. El asesino debía de haber llevado a Paulson a su propio tejado con algún engaño, o bien lo incapacitó de alguna manera y luego lo llevó al tejado. A continuación lo reanimó y lo persuadió para que caminara hasta el borde. Luego lo empujó al vacío. Era un plan demasiado elaborado.
El teléfono móvil comenzó a sonar cuando Dark se devanaba los sesos en busca de alguna conexión entre ambas muertes. Un mensaje de texto de Graysmith:
Veinte minutos después, un coche lo recogió delante de su hotel. Había sido el registro/salida más rápido que había visto nunca el empleado de ojos apagados que ocupaba el mostrador de recepción.
—¿Algún problema con la habitación, señor?
Dark lo ignoró. No había ningún problema con la habitación. Probablemente fuera en su cabeza donde había un problema.
Graysmith le había dicho que, hacía poco menos de una hora, la policía de Filadelfia había acudido a investigar un triple asesinato en un bar en la zona oeste de la ciudad, cerca de la Escuela Wharton de Negocios de la Universidad de Pensilvania. Los cuerpos de las víctimas también habían sido «arreglados».
Ahora era su oportunidad, había dicho Graysmith. Ella podía llevarlo de inmediato al lugar de los hechos, donde tendría acceso incondicional para estudiar la escena del crimen antes de que Casos especiales siquiera hubiera sacado a uno de sus agentes de la cama. «¿Cómo?», había preguntado Dark. «Deje que yo me preocupe por eso», había sido la respuesta de Graysmith.
Dark decidió que, al menos, tendría la posibilidad de comprobar si la mujer decía la verdad.
El coche lo llevó hasta un aeródromo privado donde esperaba un Gulfstream a reacción. ¿Lo mejor de tener tu propio avión? No tienes que pasar por ningún control de seguridad de la Administración Federal de Aviación. Estaba en el aire pocos minutos después de haber subido al avión. El otro único pasajero era una mujer con traje de calle. Dark supuso que estaba aprovechando el viaje en el expreso de la agencia secreta del gobierno hasta que la mujer se levantó y le preguntó si podía llevarle alguna bebida.
—No, gracias —repuso él.
El avión surcaba el aire como si tuviera la cola en llamas, a una velocidad superior a la permitida a la mayoría de los aviones comerciales, especialmente sobre suelo norteamericano.
No era sólo el zumbido del aparato. A Dark le sorprendía lo vivo que se sentía, incluso después de todo un día de viaje. Quizá fuera eso lo que debía hacer. Era una compulsión diferente de cualquier otra. Sabía que, si no estaba persiguiendo depredadores, podía tumbarse y dejar de respirar.
Pero si era verdad, ¿dónde dejaba eso a su hija?
El avión aterrizó en el aeropuerto internacional de Filadelfia veinte minutos más tarde. El perfil titilante de la ciudad se veía brumoso a la distancia. Dark pensó en Filadelfia. ¿Esa era realmente la siguiente parada del asesino? ¿Por qué? ¿Acaso porque Stephanie Paulson había nacido allí? Quizá formara parte de un patrón. De Green a Jeb Paulson. ¿De Paulson a su esposa? ¿Sería alguien de la familia de Stephanie la próxima víctima del monstruo? ¿Alguna otra conexión misteriosa?
Pocos minutos después, Dark subió a un coche. Se encontraban aproximadamente a unos quince kilómetros del oeste de Filadefia, según le informó el conductor. Llegarían al cabo de cinco minutos. Mientras viajaban hacia la ciudad, el móvil de Dark comenzó a vibrar contra su muslo derecho. Sacó el teléfono del bolsillo. Era Graysmith. No importaba que fuese plena noche. Su voz sonaba completamente despierta.
—Me reuniré con usted de camino a la escena del crimen —dijo—. ¿Tiene todo lo que necesita?
—Usted dijo que tendría acceso al lugar —dijo Dark.
—Lo estoy enviando a su teléfono en este momento. Sólo tiene que mostrarle la pantalla al detective a cargo. Se llama Lankford. Él le permitirá pasar.
Filadelfia, Pensilvania
Sin la gente, el ruido o la música, el bar parecía un escenario vacío. La sala estaba llena de piezas de atrezo, pero no había nadie que las usara. Las luces brillantes resaltaban todas las imperfecciones: rayones en las paredes, polvo en los apliques de la luz, manchas en los tejidos. En un lugar como ése sólo considerarías la posibilidad de comer o beber si la iluminación era escasa.
Los cadáveres habían sido descubiertos una hora antes del cierre. Uno de los gorilas encargados de mantener el orden había comprobado que la puerta del baño de mujeres estaba cerrada y que alguien había roto una llave dentro de la cerradura. Cuando finalmente consiguió forzar la puerta con una palanca y vió lo que había dentro del lavabo, el gorila no pudo evitarlo. Comenzó a gritar. Los clientes huyeron en desbandada del local. Las mesas aún estaban cubiertas de jarras de cerveza a medio beber y alitas de pollo intactas. Algunos habían dejado incluso sus chaquetas y, en un caso, un par de zapatos de tacón. Si hubiera sido un plató, pensó Dark, entonces era como si a los actores los hubiesen despedido a mitad de la producción, diciéndoles que lo dejaran todo donde estaba.
Las credenciales del móvil mágico de Graysmith habían funcionado. Cuando Dark le enseñó la pantalla a Lankford, el detective lo acompañó rápidamente a la escena del crimen. Había dos agentes de policía custodiando el lugar, pero permitieron que Dark entrara en el lavabo.
Lo que era irreal. ¿Cuántas batallas por motivos jurisdiccionales había tenido que librar a lo largo de los años? ¿Cuántas peleas para tener acceso a las pruebas, incluso con su credencial de Casos especiales en la mano?
Dark comenzó a examinar la escena del crimen, empapada en sangre. Lo primero es lo primero, a pesar de que el embrollo de cuerdas y cuerpos en medio de la habitación clamaba atención. Dark sabía qué se hacía. Comprobó todas las posibles entradas (dos ventanas montantes), los lugares para esconderse (armario de suministros, depósitos de los váteres) y los resquicios (zócalo de madera) antes de centrar su atención en los tres cadáveres, agachándose debajo de las cuerdas mientras continuaba la búsqueda. Siempre existía la posibilidad de que quienquiera que hubiera hecho eso aún estuviera allí. Esperando.
Lo había aprendido de la peor manera hacía cinco años.
Finalmente, Dark comenzó a asimilar la escena, que parecía un espectáculo de marionetas sacado del infierno. Los cuerpos de las tres jóvenes —Kate Hale, Johnette Rickards y Donna Moore, según los permisos de conducir encontrados en sus bolsos— estaban colgados con cuerdas finas sujetas a las cañerías que discurrían junto al techo y a los soportes de los compartimentos del baño. Un primer juego de cuerdas unía los cuellos de las jóvenes con el techo. Unos centímetros más abajo, la garganta de cada una de ellas mostraba un profundo corte. Rápido, enérgico. Otras tres cuerdas unían sus muñecas ligadas con el techo. Un juego final de cuerdas estaba atado a sus cinturas para fijarlas horizontalmente en su sitio. Las manos, que aún sostenían sus copas de cóctel, estaban medio llenas de sangre. El suelo embaldosado debajo de ellas también estaba cubierto de sangre.
Al asesino no le preocupaba en absoluto mancharlo todo. No era una Dalia Negra, estilo cirujano, ansioso por vaciar de sangre a sus víctimas y luego lavar amorosamente los cadáveres. No, ese asesino se preocupaba más por la escenografía que estaba creando.
«Las copas —pensó Dark—. Las sostienen erguidas». Habría sido mucho más fácil sujetar a las mujeres a las cañerías sin tener que preocuparse por las copas que llevaban. Joder, habría sido mucho más sencillo partirles el cuello y seguir adelante. ¿Qué significado tenían las copas? ¿Por qué llenarlas con la sangre de las víctimas? ¿Por qué apuntar a tres chicas a la vez? ¿Por qué no sólo una?
Los asesinos elegían. Cada elección significaba algo.
Dark sacó su móvil, accionó el dispositivo de la cámara y miró la pantalla. Un momento. El ángulo no era correcto. Retrocedió un paso y luego se colocó detrás de la víctima que llevaba un vestido rosa. Ahora la coincidencia era perfecta, hasta el color de las cuerdas. Cuando se las observaba desde el ángulo correcto, las chicas se fundían con el fondo. Casi parecía que las tres víctimas estuvieran vivas, alzando sus copas en una falsa celebración de alegría.
Tres.
El número se incrustó en el cerebro de Dark negándose a desaparecer. La clave de esa escena era ese número. Estaba seguro. Pero ¿por qué tres?
Dark sacó algunas fotos rápidas con el móvil pero fue discreto. A menos que Graysmith le estuviera mintiendo, más tarde tendría acceso total a los informes forenses de la policía de Filadelfia. No tenía más remedio que admitir que le producía cierto placer saber que no tendría que catalogar personalmente todo ese material. Tenía las manos libres para permanecer centrado en aquello que era más importante: descubrir qué era lo que decían esas escenas del crimen.
Y quién lo decía.
El detective encargado del caso, Lankford, se reunió con él.
—¿Agente Dark? Tenemos algo.
Lankford lo llevó hasta una pequeña oficina junto a la barra principal. Allí había un pequeño monitor de vídeo en blanco y negro con la cinta preparada para visionaria. El montaje era anticuado: un reproductor de VHS y una cámara que grababa las imágenes en blanco y negro. Pero eso era mejor que nada.
—Mire esto. Creo que tenemos a ese hijo de puta.
Lankford pulsó la tecla PLAY. La imagen de la pantalla mostró a un hombre solo, con el pelo largo, que se dirigía hacia la zona de los lavabos.
—No vuelve a salir. Las chicas ya estaban dentro.
—¿Tenemos imágenes de ese tío antes de que fuera a los lavabos?
—Seguimos comprobando la grabación, pero aparentemente estaba sentado en el punto ciego de la barra. Vamos a interrogar a todo el mundo para saber quién estaba sentado dónde y cuándo. Estoy seguro de que en un par de horas tendremos una descripción completa de ese tío. Me encargaré de que se la haga llegar a su contacto.
—Gracias —dijo Dark.
Lankford miró a ambos lados y luego a Dark.
—Escuche, se supone que no debo hacer preguntas, pero ¿con quién diablos está trabajando? ¿Y por qué le interesa este caso?
—Es una buena pregunta —dijo Dark—. Me gustaría poder darle una respuesta.
Lankford asintió ligeramente.
—Está bien.
Dark le preguntó si podía quedarse para examinar la cinta de vídeo; podría ayudarlo a completar el cuadro. El detective le dijo que no veía ningún inconveniente al respecto. Especialmente con las credenciales que tenía.
A pesar de que no había dormido nada en las últimas veintitrés horas, Dark se instaló para examinar la película. Ese asesino probablemente era demasiado listo como para mostrar su rostro, pero había muchas otras maneras de identificar a una persona. Dark rebobinó la cinta.
—Lo tenemos.
La voz hizo que Dark abandonara bruscamente su fantasía. Durante las dos últimas horas había estado examinando la cinta de vídeo una y otra vez, hasta el punto de que el mundo real se desvaneció y él se sintió como si hubiera estado realmente sentado dentro del bar. Podía oler el humo de los cigarrillos; fumar estaba prohibido, pero nadie iba a protestar por eso. Podía oír la música soul que salía de la máquina y sentir cómo se quejaba el viejo taburete bajo su peso. Podía ver cómo se condensaban los anillos de humedad que dejaban los vasos de cerveza sobre la superficie de la barra.
Y vió al mismo hombre que abandonaba su lugar en la barra y se dirigía al lavabo de mujeres, otra vez…
Y otra.
Y otra.
«¿Cuanto tiempo estuviste planeando esto?
»Debiste de planearlo. Las cuerdas, la puerta con la llave, la forma rápida y metódica de llevarlas allí, bang, bang, bang, hasta que estuvieron en tu poder.
»¿Fue el bar o fueron las mujeres?
»¿Cuánto tiempo habías estado vigilándolas? ¿Quiénes eran para ti?
»¿Porqué tres? ¿Acaso te estaban ignorando? ¿Sacudieron el pelo con una mueca de desprecio? ¿Te vacilaron con la forma en que sus vestidos brillantes se ceñían a sus curvas?
»¿Porqué hiciste que sostuvieran las copas en sus manos? ¿Estás intentando decirnos que eran unas borrachas, que se merecían lo que les hiciste?».
La voz detrás de Dark lo había hecho volver a la realidad. Menos mal. No podía quedarse allí para siempre. El tiempo seguía corriendo; la gente de Casos especiales podía llegar en cualquier momento.
—Se llama Jason Beckerman. Un tipo de Baltimore que trabaja en la construcción —explicó Lankford—. Pudimos identificarlo por las declaraciones de varios clientes. Alguien habló con él sobre cuestiones sindicales. Otro identificó un tatuaje y alguien más recordaba cómo iba vestido. No nos ha llevado mucho tiempo cogerlo.
—¿Está detenido? —preguntó Dark.
—Sí. Lo sorprendimos durmiendo en su apartamento. Ni rastro de la ropa que usó en el bar. Debía de estar empapada de sangre, de modo que no es de extrañar que se deshiciera de ella. En este momento, los forenses están examinando el apartamento y a Beckerman lo están interrogando en comisaría. ¿Quiere presenciar el interrogatorio?