No podrás esconderte (13 page)

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Authors: Anthony E. Zuiker,Duane Swierczynski

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: No podrás esconderte
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Dark asintió.

—Vamos.

Capítulo 24

Johnny Knack estaba de pie fuera del bar preguntándose si el soplo era auténtico o si tal vez ésa era la idea que alguien tenía de una broma pesada, mientras el viento frío le azotaba el cuerpo.

El chivato había afirmado ser miembro del grupo de homicidios de la policía de Filadelfia y un admirador de su trabajo. (Mentira número 1, sin duda: el chivato no estaría haciendo eso a menos que el soplo lo beneficiara de alguna manera). Había dicho, además, que lo habían llamado para que acudiera a la escena de un extraño triple homicidio que creía que era como los asesinatos de los que Knack había estado escribiendo en Slab. (Mentira número 2, muy probable: el chivato trataba de mostrarse como un tío locuaz y de clase trabajadora. Los policías de homicidios no se consideraban ninguna de esas dos cosas).

De modo que alguien le estaba proporcionando una información auténtica, o bien se trataba de alguien que le estaba gastando una broma. La llamada había sido hecha desde la ciudad, según el número que figuraba en la pequeña pantalla de su móvil. Y, hasta el momento, el resto de los detalles habían sido correctos: el nombre del bar y la hora aproximada en que se había producido el hecho. Aun así, Knack tenía la sensación de que se la habían jugado.

Había conducido por la I-95 desde Washington y había puesto manos a la obra de inmediato interrogando a los vecinos y a los curiosos que había en el lugar. Poco después disponía de información suficiente para enviar un texto especulativo a su editor en Slab: «¿Ha vuelto a atacar el asesino de Green?». Sin embargo, nadie había hablado con él de manera oficial. Todo el texto estaba compuesto de conjeturas e insinuaciones. De modo que aplazó el envío de más textos, al menos hasta que hubiera conseguido algo que se pareciera a un perchero oficial donde pudiera colgar la información.

Knack necesitaba, además, un nombre para ese tío. Todos los asesinos en serie guays tenían un mote que los identificaba. El Asesino BTK («atar, torturar y matar», por sus siglas en inglés). El Francotirador de la Autopista. El Estrangulador de la Colina. A veces, los apodos más sencillos estaban relacionados con el lugar donde actuaba el asesino. Pero ese tío estaba dando saltos por todas partes. Y, si se trataba efectivamente del mismo hombre, también estaba cambiando sus métodos y aumentando la crueldad de sus crímenes. Torturaba a un tío. Empujaba a otro desde una azotea. Luego se cargaba a tres chicas a la vez. ¿No podía decidirse por un método como la mayoría de los asesinos en serie?

Cuando llevaba ya un buen rato allí, Knack vió salir del bar a un tipo con los ojos hinchados y el paso inseguro acompañado de alguien que sin duda era un detective de homicidios de Filadelfia.

¿Quién era ese hombre misterioso? Vaqueros, camisa con varios botones desabrochados. Por la reacción de los agentes de uniforme que lo observaban cuando se alejaba, Knack supo que no era un poli de Filadelfia. Sacó el móvil del bolsillo de su chaqueta e hizo varias fotos. Ese tío le resultaba vagamente familiar. Por otra parte, Knack había visto tantas caras a lo largo de los años que tendía a pensar que todos tenían un aire familiar.

Entró en una cafetería para ordenar de prisa la información de que disponía y buscó la fotografía en su móvil. Tal vez aquel tipo misterioso fuera alguien importante. Quizá otro miembro de Casos especiales.

Estudió las instantáneas y luego activó un buscador de imágenes. No era Google ni otro buscador comercial. Slab estaba suscrito a un gran fondo fotográfico de agencias de noticias. Knack tecleó: Agente Casos especiales. Aproximadamente 0,347 segundos más tarde, descubrió que, ¡joder!, acababa de ver al agente más famoso de la división.

Su nombre: Steve Dark.

Hacía cinco años, su esposa Sibby había sido secuestrada, torturada y finalmente asesinada por un pirado contorsionista que se vestía con una especie de condón gigante y se escondía debajo de las camas de la gente antes de aparecer en mitad de la noche para divertirse con su cuerpo dormido. Más tarde resultó que ese contorsionista —llamado «Sqweegel» por el FBI— se obsesionó con Dark, y se dedicó a burlarse de él durante los días previos al asesinato de su esposa.

Rumor: Sibby Dark había dado a luz mientras permanecía retenida en el sótano del maníaco homicida.

Rumor: en represalia, Dark se había cargado a Sqweegel, pero después Casos especiales había echado tierra sobre el asunto.

En los principales periódicos no había aparecido una sola palabra sobre ese hecho. Ese material había quedado limitado a un puñado de sitios web de admiradores de asesinos en serie, la más activa de las cuales era . Había toneladas de información acerca de Dark, y más aún sobre Sqweegel. Como sucedía con Elvis, se creía que el viejo Sqweegel aún estaba vivo, oculto en el desván de alguien, esperando para llevar a cabo su sangrienta venganza. Los teóricos de la conspiración más recalcitrantes creían que Sqweegel incluso había atacado una vez en Roma, envenenando a docenas de personas y dejando tras de sí uno de sus trajes delatores, sólo que en esa ocasión era de color negro.

De todos modos, el hecho de que Steve Dark estuviera implicado hacía que el caso fuera mucho más interesante.

Sobre todo debido al rumor más reciente: a Dark lo habían obligado a abandonar Casos especiales.

Knack tenía que entrar de alguna manera en aquella escena del crimen y averiguar qué coño estaba pasando allí. Pero, antes de nada, sacó su móvil. Era hora de enviar otro texto al editor…

Capítulo 25

Jason Beckerman no se apartó un milímetro de su historia. Dijo que había regresado a su casa a las ocho de la noche y bebido un par de cervezas, relajándose después de un largo fin de semana de trabajo. Pero no se había acercado a ningún bar en la zona oeste de Filadelfia. Se quedó en su habitación y se durmió temprano.

—Sí, tomé unas copas de más, lo admito —confesó Beckerman—, pero eso no es ningún delito. Vamos, muchachos, sólo quiero volver a mi habitación a dormir unas horas. Mañana tengo que trabajar. No hay tregua para los condenados al despido permanente. Si eres lo bastante afortunado como para conseguir trabajo, tienes que trabajar.

No, Beckerman no había visto a ninguna chica. Joder, eso era lo único que faltaba. Su esposa, Ryanne, lo estrangularía si la engañaba con unas zorras universitarias.

Ahora Beckerman sólo quería irse a dormir y olvidarse de todo. Era su único día libre y al día siguiente tenía el primer turno en el trabajo. Se quejó de que su resaca no merecía las insignificantes cervezas que había bebido la noche anterior.

—La cabeza me está matando.

—¿Alguien lo ha confirmado? —preguntó Dark.

Estaba con Lankford en una habitación contigua a la sala de interrogatorios. Una fila de monitores mostraba el interior de la sala desde tres ángulos diferentes.

—Un vecino lo vió llegar a su casa poco después de las ocho de la noche, como él ha dicho. Pero otro de los vecinos jura que eran casi las nueve.

—¿Qué hay de su trabajo? ¿Trabaja realmente en la construcción? —preguntó Dark.

—Sí. Beckerman forma parte de una cuadrilla que está trabajando en la construcción de un edificio en el centro de la ciudad. Vive en Baltimore, pero hace seis meses alquiló una habitación barata para hacer ese trabajo. En Baltimore la cosa está muy fea. Todo concuerda.

—¿Cree que pudo haberlo hecho él? —preguntó Dark.

—Sí. Es un tío lo bastante fuerte. Lo bastante irascible. Es obvio que no es un admirador de las feministas. Pero hay algo que no encaja.

—El motivo.

—Exacto. No hay nada que lo relacione con esas tres mujeres. Sin embargo, varios testigos lo sitúan en la escena del crimen. Una de las víctimas, Katherine Hale, se acercó a la barra, intercambió unas palabras con él y luego se alejó rápidamente. Nadie pudo oír la conversación. Pero ¿es posible que cabrees a alguien tan de prisa como para que luego te mate a ti y a tus amigas y cuelgue los cuerpos del techo del lavabo como si fuesen presas recién cazadas?

—No es probable —dijo Dark.

Ambos permanecieron un tiempo más en la habitación contigua y observaron a Beckerman mientras repetía su historia una y otra vez. El interrogador era muy bueno. Era paciente, aunque exigente cuando se trataba de aclarar los detalles. Mostraba una calma helada. Beckerman tenía aspecto resacoso y parecía desesperado por irse a dormir la mona. Lo único que pidió fue una coca-cola light para las punzadas que sentía en la cabeza.

—No merezco esta clase de jaqueca, tío.

Lankford miró a Dark.

—¿Cree que es su hombre?

—¿Mi hombre?

—Sí. A quienquiera que haya venido a buscar aquí.

Pero Dark ya estaba mentalmente en otra parte, jugando con las palabras de Beckerman en su cabeza. Había algo que a Dark le había sonado muy extraño. ¿Cómo lo había expresado Beckerman? «Tomé unas copas de más, lo admito». Una forma antigua de decir que alguien está bebido. Era probable que Beckerman se la hubiera oído decir a su padre y hubiese crecido repitiéndola. «Unas copas».

Las chicas sostenían tres copas.

—Mierda —musitó Dark.

Lankford se volvió hacia él.

—¿Qué pasa?

—Necesito tomar prestado su ordenador.

Minutos después, Dark tecleó Tres de Copas en el buscador de Lankford. En la pantalla apareció una imagen idéntica a la que él había tomado con su teléfono móvil. Maldijo en voz baja y buscó más términos: el Ahorcado; el Loco.

Cartas del tarot.

El asesino preparaba sus escenas como cartas del tarot.

Capítulo 26

Quantico, Virginia

En la pequeña pantalla del móvil de Riggins apareció un nombre: Wycoff. Fantástico. Justo lo que necesitaba en ese momento.

—¿Está ignorando mis correos electrónicos a propósito? —preguntó el secretario de Defensa con tono airado.

Oh, el tal Wycoff podía ser una persona encantadora. Riggins suspiró y comenzó a buscar hasta que la casilla del correo electrónico emergió de la maraña de archivos e iconos en la pantalla de su ordenador. Cierto, Wycoff había enviado un correo electrónico señalado como Urgente con tres signos de exclamación junto a su nombre. Joder, eso era importante. El mensaje incluía un vínculo a una columna de Slab. El titular decía:

¡CAZADOR DE HOMBRES RETIRADO VUELVE A LA ACCIÓN PARA VENGAR A SU PROTEGIDO!

Autor: Johnny Knack, aquel capullo de periodista que lo había llamado hacía unos días. Y debajo del titular: la imagen de Steve Dark, el teléfono móvil pegado a la oreja mientras abandonaba la escena del triple homicidio en Filadelfia. Riggins no quería creerlo, pero la imagen no mentía. Era Dark, no cabía duda. Esa expresión familiar en el rostro, la expresión de un cazador de hombres, profundamente pensativo, apartando de su mente cualquier cosa que no fuera la escena del crimen. Era una expresión que Riggins había visto cientos de veces en el rostro de Dark.

—Mierda —musitó.

—Muy bien, Riggins —dijo Wycoff—. ¿Qué estaba haciendo su chico en Filadelfia?

—No tengo ni idea. Sin embargo, éste es un país libre.

Wycoff ignoró el comentario.

—Cuando dijo que Dark estaba fuera, juró usted que se quedaría fuera. No puede simplemente volver y visitar las escenas del crimen cuando le sale de los cojones.

—Me encargaré de este asunto, pero probablemente se trate de un montaje, y usted lo sabe.

—¿Un montaje? —inquirió Wycoff—. Estoy viendo la fotografía en mi ordenador en este momento. ¿Acaso me está diciendo que Dark tiene un hermano gemelo en alguna parte? ¿Que está casualmente cerca del lugar donde se cometió un triple homicidio?

De hecho, esa idea se le había pasado por la cabeza. Riggins era el único hombre vivo que conocía los secretos del árbol genealógico de Dark. Hasta la última rama retorcida de ese árbol.

—Esto es responsabilidad suya, Tom —dijo Wycoff—. Quiero que se encargue personalmente de este asunto.

—¿A qué se refiere con encargarme de este asunto? ¿Se supone que debo ordenar que sigan a Dark?

—Le estoy haciendo un favor al acudir primero a usted. Si no se hace cargo de este asunto, conozco a algunas personas que estarían encantadas de hacerlo.

Esas palabras provocaron una asociación instantánea en la mente de Riggins: la brigada secreta de matones de Wycoff, asesinos extraoficiales que vestían de negro y mostraban una extraña predilección por las agujas. Los había visto más de una vez. Riggins los odiaba casi más que a los monstruos que perseguía. Al menos los monstruos estaban claramente del lado del mal. Esos cabrones, esos capullos anónimos vestidos de negro, cometían sus escalofriantes asesinatos en nombre del gobierno de Estados Unidos y, probablemente, recibían unas pensiones más que generosas.

—Hablaré con él —dijo Riggins, y luego lanzó el teléfono sobre el escritorio.

¿Por qué Dark estaba metiendo las narices en ese caso? ¿Y cómo demonios había conseguido llegar tan de prisa a la escena del crimen en Filadelfia? ¿Tenía, tal vez, a alguien dentro de Casos especiales que todavía le estaba echando una mano? No sería la primera vez.

Riggins lanzó un suspiro y se resignó a la desagradable tarea que tenía por delante. Dark siempre había sido un maldito cabezota, incluso en la época en que era un poli novato. Se había pasado un año entero enviando una solicitud de empleo tras otra a Casos especiales, recibiendo como respuesta un rechazo tras otro.

Un día se presentó en el despacho de Riggins para preguntarle qué pasaba. El trató de pincharle el globo rápidamente, de ahorrarle el dolor diciéndole que ese trabajo se lo comería vivo. «Sal, enamórate, cásate, ten un hijo —le había dicho—. Ten una vida».

Dark se había negado a aceptar esa respuesta. «Quiero atrapar asesinos en serie, Riggins —había dicho—. Quiero atrapar al mejor de los peores. Quiero este trabajo».

Un hombre como Dark no podía simplemente apagar en su cerebro la parte de «cazador de hombres» como un interruptor. No importaba cuánto insistiera para hacerlo. Desde el momento en que Dark supuestamente se «retiró», Riggins supo que ese día llegaría. Lo que no sabía era que sería tan pronto.

Cogió el teléfono y reservó un billete a Los Ángeles. Hacía cinco años había volado allí para sacar a Steve Dark de un retiro prematuro. Ahora Riggins era enviado otra vez a Los Ángeles para asegurarse de que siguiera retirado.

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