Read No podrás esconderte Online
Authors: Anthony E. Zuiker,Duane Swierczynski
Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller
—No les hice daño, tú lo sabes —dijo ella.
Dark no contestó.
—De verdad. No soy Jackie Chan. Sólo limité temporalmente su capacidad para respirar. Estarán bien. Teníamos que largarnos de allí.
—Tú no los conoces. Nos habrían ayudado.
—Te creo. Tom Riggins y Constance Brielle han hecho un buen trabajo durante todos estos años. Pero esta situación escapa a su control. Casos especiales no podrá hacer una mierda con los Maestro hasta que todo esto haya acabado y ellos hayan tirado su última carta.
—¿Qué quieres decir?
Graysmith sonrió.
—¿Por qué dejaste Casos especiales? No me contestes. Yo te diré por qué lo hiciste. Porque no importa cuánto trabajaras, tú te sentías envuelto en un montón de basura legal y sometido a las constantes intromisiones de Wycoff y sus colegas, ¿verdad? A veces pensabas que si tuvieras sólo un poco más de libertad podrías meter entre rejas a muchos más de esos monstruos. Bien, deja que te cuente un pequeño secreto: es asombroso que hayas conseguido algo trabajando en Casos especiales. En el momento en que Wycoff comenzó a agitar su polla por allí, Casos especiales se convirtió en un chiste. Algo que sacar a relucir en las conferencias ante las fuerzas de seguridad.
—Les paramos los pies a un montón de asesinos —dijo Dark con calma.
—Se suponía que no debíais hacerlo. El hecho de que siguierais quitando de en medio a esos monstruos realmente molestaba a mucha gente. Steve, hay personas en el gobierno que no quieren que nadie vaya detrás de esos asesinos. Porque no los ven como tales. Son activos potenciales.
—Activos —repitió Dark en tono helado.
—Podría mostrarte un informe que habla de tu enemigo, Sqweegel, que haría que quisieras irrumpir en el Pentágono con una escopeta de cañones recortados. Ese informe habla de cómo Sqweegel podría haber sido convertido en una arma. ¿Te imaginas a un agente con sus habilidades? ¿Un tío capaz de ocultarse en cualquier espacio, por pequeño que sea, en cualquier parte del mundo? En mi departamento había tipos que prácticamente se corrían en sus pantalones pensando en ello.
—Ese monstruo asesinó a mi esposa.
—Sí. Y alguien como él asesinó a mi hermana. Y en ese momento la desilusión se instaló en mí. ¿Por qué crees que estamos haciendo esto? Porque nadie más puede hacerlo. Ni siquiera tus amigos Riggins y Brielle.
Para cuando llegaron a Fresno ya era muy tarde. No había tiempo para descansar, aunque todo el cuerpo de Dark imploraba unos minutos de reposo. Tenían que ir a ver a ese sacerdote y advertirle de lo que estaba pasando, además de encontrar la manera de coger in fraganti a los Maestro.
Dark convino en que debía ser él quien hablara con el sacerdote. Mientras tanto, Graysmith se encargaría de registrar la iglesia y la rectoría. Que ella supiera, los Maestro aún estaban allí.
Las Vegas, Nevada
Para cuando se hubo recuperado del
shock
, Knack ya había enviado un correo electrónico a su editor en Nueva York. La segunda mayor historia de su carrera:
¡NOTICIA BOMBA FBI!
EX AGENTE BUSCADO COMO «PERSONA DE INTERÉS». EN ASESINATOS CARTAS DEL TAROT, AFIRMAN FUENTES INTERNAS
¿La primera gran historia de su carrera? Bueno, ésa sería cuando Knack informara acerca de la confesión de Steve Dark en prisión. La historia que acabaría con todas las historias.
Pero no, el
shock
no lo había provocado el material, sino la identidad de su «fuente».
Tom Riggins, el jefe de Casos especiales.
Y lo que era aún más increíble, Riggins lo había llamado a él. Le había dicho que necesitaba que hiciera correr una noticia de inmediato…, de manera extraoficial, por supuesto. Pero le había hecho una promesa: ayúdenos a cogerlo y tendrá todo el acceso que necesite. El viejo buitre parecía alterado al saber que Knack también estaba en Las Vegas, pero de momento había tenido que tragar. Mirad cómo se retuerce el viejo y duro gusano. Ahora el juego era diferente porque Riggins necesitaba a Knack.
Los detalles que Riggins quería filtrar eran los siguientes:
Que el ex agente de Casos especiales llamado Steve Dark —famoso por los asesinatos de Sqweegel hacía cinco años— era buscado ahora como «persona de interés» en una serie de homicidios que los medios de comunicación [«¡Venga, Tom, fuimos nosotros! ¡NOSOTROS!»] habían llamado los «asesinatos de las cartas del tarot». Se cree que Dark está acompañado de una mujer desconocida, cuya descripción se adjunta, y que también está considerada como una persona de interés en este caso. Nadie debe acercarse a ellos. Si alguien los ve debe llamar al número de colaboración ciudadana, sobre todo en las áreas del suroeste de California.
Knack también había conseguido de Riggins algunos datos del asesinato de Kobiashi, como el extraño juego de ruleta rusa que le habían obligado a practicar, y que el millonario japonés estaba completamente desnudo.
Ahora, sin embargo, la pregunta del millón era la siguiente: ¿debía hablarle Knack sobre el misterioso remitente? ¿O era mejor que se guardara ese as en la manga?
¿Y estaría el misterioso remitente feliz o disgustado con ese último acontecimiento?
Knack esperaba que su móvil sonara. En cualquier momento…
Fresno, California
EL padre Donnelly no se parecía a ningún sacerdote que Dark hubiera conocido antes. Tenía poco más de cuarenta años, el pelo negro y corto, un rostro afable y un ácido humor negro con respecto a sí mismo. Sólo Dios sabía lo que pensaban sus feligreses. Cuando Dark había llamado a la puerta de la rectoría en plena noche, el padre Donnelly había tomado su llegada con buen humor, considerando la hora y que la historia que Dark le contó rápidamente rayaba en la locura.
—A ver si lo entiendo —dijo Donnelly, que iba vestido con pantalones y una camiseta y sostenía entre los dedos un cigarrillo casi consumido—. Usted es un ex cazador de hombres del FBI que ahora trabaja por libre y hay una pareja de psicópatas que quieren matarme… pero no puedo confirmar esta historia con el FBI porque ahora ellos lo están persiguiendo ya que piensan que usted está involucrado con uno de esos psicópatas. ¿Es eso?
—Sí, en líneas generales.
—Muy bien, de acuerdo. Adelante. ¿Le gusta a usted el bourbon? Tengo una botella de Four Roses en alguna parte.
Donnelly lo condujo hasta un despacho que estaba junto al vestíbulo principal. El lugar podría haberse descrito como espacioso si no fuera porque estaba lleno de libros, en estanterías y formando grandes pilas sobre la alfombra gris verdosa. El escritorio de Donnelly también estaba cubierto de libros, blocs de notas y gomas de borrar de color rosa. No se veía ningún ordenador. Tampoco un teléfono.
—Estaba trabajando en mi homilía —le explicó Donnelly—. Tengo tendencia a obsesionarme con estas cosas, aunque sospecho que la mayoría de las personas dejan de prestarme atención hasta que comienzo con el credo.
—¿Para qué tanto esfuerzo, entonces?
—¿Ha oído alguna vez la historia de los Creedence cuando tocaron en Woodstock? Siguieron tocando hasta…, bueno, aproximadamente, esta hora, y John Fogerty se dió cuenta de que todos se habían dormido. Todos excepto un tipo que estaba atrás del todo, agitando su encendedor y alentándolos, diciendo «No te preocupes, John, estamos aquí contigo». Ése soy yo. Toco para ese único tío que está en la iglesia con un encendedor.
—Un sacerdote que escucha a los Creedence —dijo Dark.
—Eso es mejor que cuando usaba delineador de ojos y escuchaba a The Cure.
Dark no pudo evitar una sonrisa.
—A usted lo educaron en la fe católica, ¿verdad? —dijo Donnelly—. Puedo deducirlo por la forma en que me mira. Aún persiste una tenue luz de respeto enterrada profundamente en su cerebro. No me mira como si fuera a intentar violar al niño que tenga más cerca.
Dark asintió.
—Padre, esta amenaza es seria. Su vida está en peligro.
—¿Qué tendría que hacer?
—Permítame que lo proteja.
—¿Protegerme de qué, exactamente?
Dark le explicó que los sospechosos eran Roger y Abdulia Maestro, que tenían un hijo pequeño que había muerto en Delaware hacía un año aproximadamente. Una expresión de reconocimiento, luego de tristeza, se extendió por el rostro del sacerdote. El recuerdo era doloroso.
—Por supuesto que los recuerdo. Ocurrió hace sólo un año. Fue una pérdida terrible. Pero no puedo creer que ellos sean los responsables de algo como…, bueno, como lo que usted afirma.
—¿Sabe, padre? —dijo Dark—, he cazado a esos monstruos durante casi veinte años, y eso que usted acaba de decir es exactamente lo que oía de la mayoría de la gente cuando se descubría que un vecino, un amigo, un jefe o un miembro de su familia era un cruel asesino sociópata: «Nunca pensé que pudiera hacer algo así. Parecía una persona muy agradable. No puede ser responsable de eso». ¿Me permitirá que lo proteja, padre?
—¿Cómo? ¿Se supone que debo aparentar que es usted un monje que ha venido de visita o algo por el estilo?
—Sólo dígame cuál es su horario y nosotros nos encargaremos del resto.
—¿Nosotros? —preguntó el padre Donnelly.
—No estoy solo.
—Ninguno de nosotros lo está, hijo mío.
Dark lo miró fijamente.
—Humor de sacerdote —explicó Donnelly mientras abría uno de los cajones del escritorio—. ¿El bourbon le gusta solo o es uno de esos afeminados que necesita hielo?
Las Vegas, Nevada
Regla número uno de Tom Riggins cuando trataba con periodistas: si vas a permitir que te utilicen, entonces tienes que asegurarte de que tú también lo harás… y más duramente aún.
El hecho de que Johnny Knack estuviera en Las Vegas por el asesinato de Kobiashi no era una coincidencia. Riggins lo sabía. Alguien le había señalado el camino hasta allí. Podría haber sido Dark o aquella mujer misteriosa que estaba con él. En cualquier caso, lo sabría dentro de un minuto, una vez que Banner acabara de descargar los registros del móvil de Knack.
Por una vez, Wycoff le había resultado útil. El Departamento de Defensa ya ni siquiera fingía que los ciudadanos tenían derecho a la intimidad. Cada página que visitabas en la red, cada correo electrónico que enviabas, cada llamada que hacías, cada texto que tecleabas en el móvil…, todo era un blanco legítimo. Banner encontró lo que buscaba al cabo de pocos minutos y comenzó a examinar los archivos.
Y Wycoff tuvo que hacer un esfuerzo por contener su entusiasmo cuando supo que Dark era el principal sospechoso en el caso de los asesinatos de las cartas del tarot. Desde junio del año anterior, el hombre había estado buscando cualquier excusa, el motivo más insignificante, para lanzar a su escuadrón de la muerte sobre Dark. Riggins tenía que hacer eso con mucha cautela. Lo habían acordado así: querían capturar a Steve Dark vivo. A pesar de las apariencias, su amigo y ser querido aún estaba allí fuera, y merecía la oportunidad de explicarse. Merecía una posibilidad de salvación.
Los tres se habían reunido en una pequeña habitación del Egyptian para planear la estrategia, poner hielo en las magulladuras y, en el caso de Riggins, ahogar sus músculos doloridos en un vaso de whisky.
—Es un asunto del FBI —le había dicho al tipo del servicio de habitaciones—. Siga llamando a la puerta y no sea tacaño con el hielo.
Constance lo observó cuando se servía un trago de, al menos, seis dedos de whisky.
—No me siento bien con esto —dijo ella.
—No tengo intención de conducir —repuso Riggins.
—No, me refiero a incluir a los medios de comunicación en este asunto. ¿Y si nos equivocamos? ¿Y si acabamos de arruinar la vida de Steve?
—¿Más de lo que ya lo está?
—Sabes a qué me refiero, Tom. Estamos hablando de Steve. No importa lo que creamos que ha estado haciendo, no son más que conjeturas. Estamos arrastrando su reputación directamente al váter. ¿Me venderías a Slab tan rápidamente como has hecho con Steve?
Riggins suspiró. Se llevó el vaso a los labios pero se detuvo antes de beber.
—Dark ya nos ha jodido, ¿recuerdas? Volé cinco horas para darle la oportunidad de que hablara conmigo y no dijo una mierda. Ya ha tenido su oportunidad de explicarse.
—¿Y qué pasa si alguien decide dispararle a Dark primero y preguntar después? —preguntó Constance.
—Eso es algo que no me preocupa demasiado. No con Jane Bond a su lado, sirviéndole de guardaespaldas.
Constance hizo una mueca de disgusto. En la parte superior del pecho tenía una magulladura que parecía una nube de tormenta amarilla y morada y le dolía cada vez que tragaba. El mero aspecto de aquella mujer la enfurecía. Orgullosa. Superior. No importaba cuan lejos pudieras llegar en tu carrera, la vida seguía siendo como en el instituto. Aún había gente en el mundo que te ponía de los nervios sólo con mirarte.
—Si vuelvo a encontrarme con ella —dijo Constance casi en un susurro—, le patearé el culo.
Riggins sonrió.
—Eh, yo la sujetaré para ti.
Ambos se miraron. Ahí estaba otra vez ese humor sombrío. A veces, en esa clase de trabajo, era lo único que tenían. No importaba cuan desesperadas fueran las circunstancias.
Entonces Banner los interrumpió.
—Amigos.
—¿Qué?
—¿Habéis estado alguna vez en Fresno?
Fresno, California
Graysmith encontró una habitación de hotel cerca de la iglesia. Además, se encargó de reunir algunos suministros, como otras Glock 22 con sus respectivos cargadores y equipo de vigilancia. Dark no le preguntó cómo lo había hecho. Suponía que había gente repartida por todo el país que sólo esperaba la llamada de un agente secreto de la CIA que necesitaba alguna clase de equipo y estaba dispuesto a pagar una pasta por ello.
Graysmith le preguntó por las actividades del padre Donnelly mientras le pasaba una bolsa de plástico llena de detectores de movimiento.
—Una vez que acabe de redactar su homilía, Donnelly dice que intentará dormir un par de horas antes de la primera misa, seguida de la misa de la mañana, luego la misa de los niños y, finalmente, un desfile de Halloween para los niños de la escuela parroquial.
—Darán el golpe en ese momento —dijo Graysmith—. Un montón de padres. Un montón de máscaras y disfraces. Mucha confusión.
—Yo he pensado lo mismo. Le diremos que cancele el desfile y lo pondremos bajo una especie de custodia preventiva.