Read No podrás esconderte Online
Authors: Anthony E. Zuiker,Duane Swierczynski
Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller
Dark se apartó de la imagen que aparecía en el monitor de pantalla plana como si pudiera salir de allí y rajarle el cuello.
Era Abdulia. La segunda lectora de cartas del tarot. Cinco pavos por decirle su destino. «No puede escapar a su destino. Es más poderoso que usted».
—La conozco —dijo Dark.
—¿A la asesina? —preguntó Graysmith mirando por encima de su hombro—. ¿Quién es?
—Creo que su nombre es Abdulia. La encontré en una tienda de cartas del tarot en Venice Beach, pero estoy seguro de que ya debe de haberse largado de allí.
—Ella debió de seguirte también, como hizo con Paulson —dijo Graysmith—. Después de todo, tu nombre ha salido en todos los telediarios.
—Maldita sea —masculló Dark al comprender que era verdad.
Incluso le había proporcionado otros datos cuando había llamado a Hilda la noche anterior y le había dejado un mensaje en el contestador. También le había dado una hora exacta. Dark sintió un nudo de inquietud en el estómago. Había visitado la tienda de Hilda por puro capricho y había puesto a esa pobre mujer en el punto de mira de un psicópata. ¿Cuánto tiempo había estado Abdulia vigilando a Dark? ¿Desde su visita a los montes Apalaches? ¿Desde Filadelfia? ¿Desde Washington? Aparentemente, Abdulia había vigilado a Dark como lo había hecho con Jeb Paulson. Lo vió en una de las escenas del crimen. Lo siguió hasta Los Ángeles…
Pero ¿cómo lo hizo? ¿Cómo pudo seguir a Dark y, a la vez, cometer esa serie de asesinatos?
Graysmith comenzó a teclear furiosamente en su ordenador. Dark supuso que estaba introduciendo el nombre «Abdulia Maestro» en cada herramienta de búsqueda secreta que tenía a su disposición, y al cabo de pocos minutos obtendría la historia completa de esa mujer en la pantalla: fecha de nacimiento, número de la seguridad social, estudios, registro de vacunación, registro de votaciones, archivos de impuestos, registros médicos, dentales y ópticos, todo. Todo excepto el dato más importante.
Por qué.
—Lo tengo —dijo Graysmith—. Por fin una conexión real.
Dark se volvió, saliendo bruscamente de su ensueño.
—Abdulia Maestro y esa enfermera, Evelyn Barnes. Ambas se encontraron al menos una vez. Barnes cuidó del hijo enfermo de Maestro. Un niño, un caso terminal de cáncer de huesos. El crío murió el año pasado.
—En Wilmington.
—Sí. En el hospital infantil de la ciudad.
—Si Abdulia creía que Barnes era culpable de la muerte de su hijo, ahí tenemos el motivo que estábamos buscando.
—Pero ¿qué hay de las cartas del tarot anteriores? —preguntó Graysmith—. ¿Con qué fin? ¿Por qué Martin Green? ¿Por qué Paulson? ¿Por qué las chicas de ese bar de Filadelfia? No tiene ningún sentido.
—Esa mujer está contando una historia más larga. A todos los asesinó por una razón.
Dark recordó en ese momento las palabras de Abdulia en la tienda de Hilda. Le había dicho directamente que ella estaba aceptando su destino.
Entonces recordó también su teoría original acerca de que el asesino actuaba como parte de un equipo. Era imposible que Abdulia estuviera haciendo eso sin ayuda. Habría que cubrir una distancia muy grande.
—Abdulia tenía un hijo —dijo Dark—. ¿Está casada?
Graysmith comenzó a abrir archivos moviendo los dedos como un remolino sobre el teclado. Efectivamente, Abdulia tenía un esposo: Roger Maestro. Graysmith descargó su historial militar codificado, los antecedentes criminales juveniles, todos datos con base en Baltimore, donde había crecido como un tío irascible y malvado. Un trabajador de la construcción. Graysmith le leyó rápidamente a Dark los datos básicos: Roger se había casado con Abdulia hacía siete años y habían tenido un solo hijo, un niño, que había nacido un año más tarde.
—Estoy buscando a todos los que pudieron tener alguna relación con la muerte de ese niño. Médicos, otras enfermeras, asistentes sociales, todos.
—¿Has dicho que era un trabajador de la construcción que vivía en Baltimore?
—Sí.
La mención de Baltimore activó un circuito en la mente de Dark. Pensó en el viaje que había hecho a Filadelfia.
—¿Roger Maestro trabajó alguna vez con alguien llamado Jason Beckerman?
—El sospechoso de Filadelfia —musitó Graysmith—. Maldita sea. Deja que compruebe los registros de los sindicatos… —Volvió a teclear frenéticamente—. Sí, durante la mayor parte del año pasado.
Eso era, pensó Dark. Roger Maestro había asesinado a aquellas chicas en aquel bar de la zona oeste de Filadelfia haciéndose pasar por su compañero de trabajo, Jason Beckerman. Los dos hombres probablemente tenían un físico parecido; Maestro podría haberlo escogido fácilmente de entre toda la cuadrilla de trabajadores de la construcción. Antes de dirigirse al bar, sin embargo, había hecho una parada en la habitación de Beckerman (a las nueve de la noche, aproximadamente, como había informado el segundo testigo) y lo había drogado. Luego había cogido algunas de sus prendas y se había marchado. Beckerman estaría fuera de combate hasta la mañana siguiente. Para entonces, la policía de Filadelfia estaría llamando a su puerta y Roger Maestro habría desaparecido hacía horas.
Ahora tenían los nombres de los asesinos. Incluso tenían la siguiente carta: El Diablo.
La imagen que ilustraba la carta mostraba a dos amantes, completamente desnudos, con unas pesadas cadenas alrededor de sus cuellos y sujetas a un pedestal sobre el cual está posada una figura monstruosa, con pezuñas, alas y cuernos. Una de sus manos está alzada y con los dedos separados en una especie de extraño saludo, mientras que en la otra sostiene una antorcha encendida.
Si los amantes desnudos eran Roger y Abdulia, ¿quién era su torturador?
—¿Ves alguna connotación religiosa? —preguntó Dark.
Graysmith pulsó algunas teclas.
—Roger fue educado como católico.
—¿El entierro de su hijo?
—Un cementerio católico. Los últimos sacramentos se los administró un sacerdote, el padre Warren Donnelly.
—En Wilmington, Delaware, ¿verdad?
Dark pensó en la disposición de las cartas del tarot sobre el mapa de Estados Unidos. La cruz celta en el este estaba acabada y no había ninguna razón para que los Maestro regresaran allí. Las tres cartas siguientes —el Diablo, la Torre, la Muerte— se colocarían allí, en el oeste.
—Espera…
—¿Qué? —preguntó Dark.
—Después de aquello, el padre Donnelly fue trasladado a la iglesia de Saint Jude, en Fresno, California.
Y entonces las puertas traseras de la furgoneta se abrieron violentamente.
Constance y Riggins se habían hecho mutuamente una promesa: ocurriera lo que ocurriese, no matarían a Steve Dark.
Ambos habían perseguido y atrapado fugitivos el tiempo suficiente como para saber que cuando la gente se sentía acorralada podía volverse absolutamente imprevisible. Ningún miembro de Casos especiales lo admitiría jamás, pero la mejor política consistía en disparar primero y dejar que después fueran los abogados quienes se encargaran del asunto. Esta política no escrita había comenzado a aplicarse poco después de los asesinatos cometidos por Sqweegel. Muchos sospechosos llegaban muertos. Riggins se había visto obligado a criticar públicamente cada uno de esos casos, pero en privado los aplaudía.
Hacía más de cinco años, algo semejante habría horrorizado a Constance. Pero ella había vivido la experiencia de Sqweegel. Y, a decir verdad, para cuando Constance y sus colegas conseguían acorralar a uno de esos monstruos, ya estaban seguros de su culpabilidad.
Con Dark, sin embargo…
Constance no sabía qué pensar.
Como de costumbre, Riggins no abría la boca. Aunque no necesitaba decir una sola palabra. Constance era muy buena uniendo los puntos sin la ayuda de nadie. El Steve Dark que ella conocía, el hombre que la había formado —y, durante un breve período, la había amado—, bueno, había desaparecido. Ahora había otra cosa habitando su cuerpo. Quizá había ocurrido cuando había visto cómo aquel monstruo mataba a su esposa. Puede que una pequeña parte del monstruo hubiera conseguido salir de Sqweegel y hubiera llegado hasta el interior de Steve.
Constance sostuvo su Glock con las dos manos y lo hizo todo como mandaba el manual.
Pero en el manual no decía nada acerca de abrir las puertas traseras de una furgoneta esperando dispararle al hombre al que amabas —al que habías amado una vez— en el brazo o la pierna, deseando que fuera suficiente para reducirlo pero sin que se desangrara.
—¿Preparada? —preguntó Riggins.
Ella asintió.
Habían encontrado la furgoneta gracias a Banner, quien se había conectado con las cámaras de tráfico de Las Vegas y había logrado localizar el vehículo alquilado por Dark, que estaba aparcado en el mismo nivel que aquella furgoneta blanca. Las cámaras instaladas en el interior del aparcamiento mostraron a Dark, que pasaba junto a su coche alquilado y entraba en la furgoneta junto a una mujer que le resultaba desconocida. Constance no pudo evitar una punzada de celos al ver las imágenes. Dark había encontrado a otra persona para que formara equipo con él en esa investigación demencial.
No habían tenido tiempo de pedir refuerzos, o sea, que no había FBI, ni policía de Las Vegas ni SWAT. Hacer las cosas según el reglamento podía proporcionarle a Dark el tiempo que necesitaba para esfumarse. Constance y Riggins tenían un acuerdo tácito. Dark era su problema y ellos debían solucionarlo.
Riggins se encargó de hacer los honores. Con la mano apoyada en la manija plateada y contando en silencio…
«Uno…
»Dos…».
—Se acabó, muchacho —dijo Riggins mientras apuntaba al pecho de Dark con su Sig Sauer—. Ahora quiero que salgas con calma, las manos detrás de la cabeza. Ya conoces la rutina.
A Dark le costó creer lo que estaba viendo. Su antiguo jefe le estaba apuntando con una pistola. Constance, a su lado, con la Glock 19 cubriendo a Graysmith. En el pasado había estado centenares de veces al otro lado de esa clase de situaciones. Ahora Dark sabía lo que significaba que te cogiera el FBI, tratar de explicarte ante unos tíos con chalecos antibalas y los dedos temblando en el gatillo.
—Riggins, ¿qué coño estás haciendo? —preguntó—. Confía en mí, no es el momento.
—Sal de la furgoneta, colega. No empeores las cosas. Podemos hablar durante el vuelo de regreso a casa. Tendremos un montón de tiempo para explicaciones.
—No pienso ir a ninguna parte contigo —dijo Dark.
—No hay necesidad de hacer el papel de tío duro delante de tu chica.
Graysmith alzó las manos y miró a Dark.
—Será mejor que todos nos tranquilicemos, ¿de acuerdo? —Luego se volvió hacia Riggins—. Mire, todos estamos trabajando en el mismo bando. Lo comprenderá si nos da la oportunidad de explicárselo.
—Oh, ¿usted me lo va a explicar a mí? —inquirió Riggins—. Sí, eso será genial. No puedo esperar. Quizá quiera empezar por decirme quién coño es usted.
—No lo entiendes —dijo Dark—. Conocemos la identidad del Asesino de las Cartas del Tarot. Es una mujer y le hemos seguido el rastro hasta el Egyptian. Trabaja con un cómplice.
Graysmith fulminó a Dark con la mirada, esa mirada que una mujer le dedica a su esposo cuando él ha hablado demasiado. Dark estaba realmente desconcertado. De acuerdo, ellos querían actuar sin trámites burocráticos o las habituales tonterías oficiales. Pero ahora el juego había terminado. Y los dos mejores cazadores de hombres que Dark conocía estaban parados delante de él. Si sólo pudiera explicar la situación, los cuatro podrían trabajar juntos. El ACT sería historia.
—Vayamos con ellos —dijo Graysmith.
Riggins y Constance cubrieron con sus armas a Dark y a Graysmith cuando bajaron de la furgoneta. ¿Realmente le dispararían si intentaba escapar? Dark no estaba seguro en cuanto a Constance, pero sabía que Riggins lo haría. En los ojos de su ex jefe había dolor y tristeza, y Dark no tenía ni idea de por qué. No podía ser porque hubiera abandonado Casos especiales, no después de todo ese tiempo…, ¿o sí?
—No tenemos tiempo para esto —dijo Dark con amargura—. Los asesinos siguen ahí fuera.
Riggins lo cogió entonces por el hombro y lo empujó contra la furgoneta con las esposas preparadas en una mano y la pistola en la otra.
—Sí —dijo.
Dark se llevó de mala gana las manos a la espalda. Ahora ya no importaba. Podía hablarles a Riggins y a Constance acerca de Roger y Abdulia Maestro y luego Casos especiales llamaría a la caballería para que los cogieran antes de que tuvieran oportunidad de poner en juego la carta del Diablo.
Entonces se oyó un ruido seco y un grito ahogado. Cuando Dark se volvió vió que Graysmith había golpeado a Constance en la garganta con la palma de la mano plana. Constance luchaba por respirar, pero no soltó la pistola mientras se tambaleaba hacia atrás. Riggins se volvió y apuntó a Graysmith con su Sig Sauer pero, un segundo después, la pistola salió despedida de sus manos.
—¡No! —gritó Dark.
Graysmith lo estaba haciendo todo, desarmándolos a ambos con movimientos rápidos y contundentes que dejaron a Riggins y Constance de rodillas, haciendo esfuerzos por respirar y arañando el suelo.
Unos mechones de pelo cubrían el rostro de Graysmith.
—No tenemos tiempo para esto —dijo, como si eso lo explicara todo.
—No puedes…
—Vámonos. Hay una razón por la que te busqué a ti, Dark, y no a Casos especiales. Ellos nunca atraparán a estos cabrones, y tú lo sabes. ¿Puedes vivir con más sangre inocente derramada mientras te interrogan en alguna sala de conferencias en Virginia? Larguémonos de aquí.
Dark echó una última mirada a sus antiguos compañeros, arrodillados en la acera, mientras la furgoneta se alejaba y encontró los ojos de Constance. El dolor que ella sentía probablemente era intenso, pero no era nada comparado con la mirada de absoluta traición que reflejaban sus ojos.
Fresno, California
Después de haber quemado la furgoneta y cambiado de coche tres veces, alternando las matrículas en cada una de ellas, Dark y Graysmith viajaron de noche, recorriendo más de quinientos kilómetros en seis horas. Primero hacia el sur por la 15, luego en dirección oeste por la 58 y, finalmente, hacia el norte por la 99. Dark conducía en absoluto silencio el todoterreno robado a través del oscuro desierto de California mientras Graysmith trabajaba en su ordenador portátil para seguir reuniendo información acerca de Roger y Abdulia Maestro. Después de un par de horas, ella finalmente alzó la vista como si acabara de tomar conciencia de la ira de Dark.