No podrás esconderte (26 page)

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Authors: Anthony E. Zuiker,Duane Swierczynski

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: No podrás esconderte
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—Encontrad a ese Bosh —dijo Muntz a su equipo—. Ahora.

Los detectives lo encontraron pocos minutos después, atado y desorientado dentro de un armario de suministros en el último piso, entre botellas de bebidas alcohólicas, rollos de papel higiénico, pilas de toallas y frascos de champú. Bosh no podía recordar quién era o dónde estaba, ni siquiera qué día de la semana era. En consecuencia, no tenía ni idea de quién podía haberle quitado su tarjeta de acceso a las habitaciones. El tipo se disculpó en medio de su desvarío y luego rompió a llorar. Cualquiera que hubiera sido la droga que lo había dejado sin sentido, era evidente que aún seguía causando estragos en su sistema nervioso.

Entretanto, Dark acompañó a Muntz al puesto de seguridad privado del hotel, que se encontraba en una sexta planta vacía. El Egyptian contaba con cámaras instaladas en lugares donde los clientes podían verlas. Las imágenes captadas por esas cámaras eran recogidas por la oficina central de seguridad en la planta baja del hotel. Dark sabía que esas imágenes no servirían de nada. Hasta el momento, el asesino había tomado grandes precauciones para evitar que su imagen quedara registrada en una cinta de videovigilancia. ¿Por qué revelar ahora el juego?

Sin embargo, en el hotel había un segundo juego de cámaras mucho más sofisticadas, una reliquia de los días de gloria de la CIA en el Egyptian que había sido actualizada y digitalizada recientemente. Una serie de cámaras diminutas cubrían todas las áreas públicas, además del interior de determinadas habitaciones. La suite que ocupaba Kobiashi no era una de ellas. Las ballenas disfrutaban de ciertos privilegios, como la privacidad. Pero ¿y fuera de la suite? Eso era un blanco legítimo.

—Ahí —le indicó Dark al técnico que se encargaba de controlar las cintas—. Quiero un primer plano.

La imagen mostraba a una figura delgada, con el pelo negro, que llevaba un uniforme del hotel. ¿Era un hombre o una mujer? No resultaba fácil decirlo, a causa del ángulo de la toma. La persona hacía todo lo posible por evitar que las cámaras pudieran captar su rostro, y eso significaba que mantenía su cuerpo en una posición ligeramente incómoda.

—¿Puede acercar un poco más la imagen?

—No mucho más —repuso el técnico—. Las cámaras son pequeñas y eso nos obliga a sacrificar un poco la nitidez de las imágenes.

—De acuerdo. Continúe pasando las imágenes.

Un momento antes de que la misteriosa figura llegara a la puerta de la suite, volvió la cabeza, de cara a la cámara. La imagen era borrosa, pero ahora se podía ver la forma del rostro y también los pómulos. Era una mujer.

Dark entornó los ojos tratando de reconocer los rasgos. En ellos había algo que le resultaba extrañamente familiar. Al principio, la voz paranoica dentro de su cabeza dijo «Lisa Graysmith», pero eso no era correcto. A continuación Dark trató de comparar aquellos rasgos con los de otras mujeres que conocía: Constance Brielle, Brenda Condor… De acuerdo, se estaba comportando como un pirado. Si contemplaba la imagen el tiempo suficiente comenzaría a ver también el rostro de Sibby.

—Consígame una copia de la imagen con la mayor resolución —pidió—. Puedo hacer que la analicen.

—Nosotros también —dijo Muntz—. Nuestros chicos son realmente buenos con estos chismes.

—No lo dudo —dijo Dark—, pero yo puedo tener acceso a unos juguetes diferentes.

Capítulo 58

Hacía algunos años, cada vez que Johnny Knack viajaba a Las Vegas, significaba siempre una nota en la que había que dorarle la píldora a alguien. Entrevistar a alguna insípida celebridad en la suite de un hotel, junto a una piscina que apestaba a cloro, en la penumbra del bar aterciopelado de un hotel o en algún otro lugar ridículamente trillado. A decir verdad, Knack odiaba Las Vegas. Había otras ciudades que eran putas pero exhibían cierta apacible dignidad. Las Vegas prácticamente te masturbaba cuando entrabas y te extorsionaba por un chute de penicilina cuando te marchabas. Era muy poco lo que un escritor podía hacer con Las Vegas. Incluso el gran Hunter S. Thompson tuvo que inventárselo.

Pero no ahora. Las Vegas ya no era más la puta barata. Ahora llevaba una navaja escondida dentro de su bolso de Gucci.

El móvil de Knack vibró en su mano. Otro mensaje de texto:

VAYA A EGIPTO

Los mensajes de texto habían comenzado a llegar esa mañana, que Dios lo ayudara. Mensajes breves y crípticos al principio. Hasta que él había sintonizado con su lógica delirante. El remitente hablaba entre líneas.

PARA ENCONTRAR LA LUZ DEBES BUSCAR PRIMERO LA OSCURIDAD

AQUELLOS QUE DICEN CONSOLARTE PUEDEN HERIRTE MÁS QUE NADIE

Y así sucesivamente, haciendo que Knack pensara que estaba tratando con un pirado. ¿Luz y oscuridad? ¿Consuelo y herida? ¿Qué coño pasaba allí? ¿Acaso era un adicto a la metanfetamina que le estaba leyendo las chorradas de las galletas de la fortuna? Pero entonces esa fuente «escrita» anónima comenzó a proporcionarle detalles acerca del asesinato de esa enfermera en Delaware, una información que más tarde verificó con unos cuantos billetes de cien pavos bien colocados en el Departamento de Policía de Wilmington. Esa persona era el asesino, o bien alguien que conocía cada movimiento del asesino.

La fuente anónima, súbitamente, le dijo que volara a Las Vegas. Y allí estaba ahora, llevado de la oreja. «Vaya a Egipto». ¿Qué coño significaba eso?

Sin embargo, una ojeada a un folleto barato le dió la pista. El hotel y casino Egyptian. Por supuesto.

Después de parar un taxi y darle al conductor un billete de cien dólares para que lo llevase al hotel tan de prisa como fuera humanamente posible, Knack comprobó que ya era demasiado tarde. Había policías por todas partes, con las habituales luces brillantes y el caos propio del perímetro exterior de la escena de un crimen. Y ¿ahora qué? ¿Acaso su misterioso remitente de mensajes de texto esperaba que se travistiese de Jason Bourne y consiguiera entrar en el hotel?

Knack envió una respuesta:

EN EGIPTO AHORA

Luego esperó. El número de su misterioso remitente tenía el 559 cómo prefijo telefónico, y eso significaba Fresno, California. Lo que probablemente quería decir que no se estaba escondiendo detrás de un cartel de neón en alguna parte con un fusil de francotirador apuntándole a la cabeza. Joder, Knack había visto
El dragón rojo
. Empiezas mezclándote con un psicópata asesino y a veces acabas pegado a una maldita silla de ruedas y hablando con un tío que tiene una extraña dentadura postiza.

No, Fresno podía significar que estaba tratando con una fuente honesta y no con el mismísimo asesino. Pero ¿quién podía ser? ¿Un amigo o un pariente preocupados? ¿Alguien que buscaba una recompensa cuando todo ese asunto acabara? ¿Un Garganta Profunda codicioso? No importaba. Siempre que la información fuera buena.

El móvil de Knack volvió a vibrar en su mano. Una respuesta.

MUY PRONTO LA OSCURIDAD TE GUIARÁ

Jodidamente genial. Más acertijos. Más chorradas sobre la luz y la oscuridad…

Y entonces lo entendió. Oscuridad. Dark. Oh, Dios santo, a veces era tan lento. Pulsó las teclas de su móvil:

¿OSCURIDAD SIGNIFICA STEVE?

Una nueva historia cobró forma en su cabeza. ¿Cómo no lo había visto antes? Steve Dark no estaba investigando los asesinatos de las cartas del tarot. Él era el principal sospechoso.

Capítulo 59

Graysmith abrió la puerta de la furgoneta.

—No te quedas corto pidiendo cosas, ¿verdad?

—Tú te ofreciste.

—No tienes idea de la cantidad de fichas que he tenido que cambiar en la última semana.

—Bueno, estamos en Las Vegas, ¿no?

Dark sabía que su solicitud no era totalmente ridícula. Si Graysmith estaba en lo cierto y aquélla seguía siendo en cierta medida una ciudad estilo CIA, entonces no resultaría muy difícil conseguir el último programa informático Face-Tek de alguna agencia instalada en el área del Gran Las Vegas. El Face-Tek era un programa que empleaba los datos biométricos —la estructura del rostro, la forma de los iris, la amplitud de la boca, la curva de las fosas nasales— para identificar a una persona, aun cuando uno tratara de oscurecer su identidad. La gente ignoraba que se la podía identificar con la misma facilidad por la forma de la oreja que con una huella dactilar. Casos especiales había recibido la última versión de ese programa poco antes de que Dark decidiera abandonar la agencia. Esa versión era una herramienta realmente impresionante y podía reconstruir la forma definida de un rostro a partir de un amasijo ceniciento de píxeles. Dark esperaba que Graysmith tuviera acceso a ese mismo programa… o a una versión incluso mejor.

Necesitaba ver ese rostro.

Dark le entregó el lápiz de memoria que contenía las imágenes captadas por las cámaras de seguridad secretas del hotel. Graysmith lo conectó en el ordenador y activó el programa. Tuvo un ligero momento de duda, como si hubiera olvidado dónde se encontraba y qué estaba haciendo.

—Déjame a mí —dijo él.

—No suelo utilizar estos chismes a menudo —explicó ella levantándose de la silla.

—Tienes gente para eso, ¿verdad?

Dark se instaló delante del ordenador. Su parte paranoica volvió a gritar dentro de su cabeza: «Ha dudado porque es ella la que aparece en esas imágenes. Está permitiendo que tú lo descubras y luego te disparará por la espalda cuando estés distraído».

Arrastró la grabación de la cámara de seguridad a la ventana del Face-Tek usando el panel táctil y buscó la imagen en la que la misteriosa mujer miraba a la cámara. Las mediciones se realizaron y se procesaron en cuestión de segundos. Luego el programa hizo las extrapolaciones. Años antes se necesitaba un artista cualificado y un montón de horas para reconstruir un rostro humano de un cráneo enterrado. Ahora, un ordenador lo resolvía en un instante y ni siquiera necesitabas un cráneo.

La respuesta llegó muy pronto.

Había incluso un resultado positivo en una base de datos nacional.

El nombre de la mujer era Abdulia Maestro.

Capítulo 60

La radio de la policía no dejaba de transmitir información acerca de Kobiashi y la carta del tarot. Otro asesinato justo en los talones del anterior. En ese caso, sin embargo, no había nada sofisticado. Un jugador japonés, desnudo y con una bala en la cabeza. «Mierda», pensó Riggins. Para Las Vegas, eso era un alivio.

Sin embargo, existía una posible conexión con Steve Dark.

Mientras se dirigían hacia el Egyptian, Riggins llamó al Departamento de Policía de Las Vegas. Hacía años que conocía al supervisor del turno de noche del equipo local del CSI, quien lo puso en contacto inmediatamente con el detective a cargo del caso. Sí, Dark había estado en la escena del crimen. De hecho, se había marchado hacía unos minutos con una copia de las imágenes registradas por las cámaras de seguridad porque había dicho que tenía una manera de mejorarlas. ¿Cómo?, ¿Dark no se había registrado? Es decir, para empezar, ¿ellos no lo habían echado de allí?

Ahora Riggins no podía negar la evidencia. Dark había sido visto cerca de al menos cuatro de siete escenas del crimen —el edificio de apartamentos de Paulson, el bar donde habían matado a las tres chicas en Filadelfia, la zona donde se había estrellado el avión en los Apalaches y ahora allí, en Las Vegas—, y siempre logrando colarse sólo con una credencial de plástico sacada de una caja de cereales para el desayuno.

Ahora estaba abandonando la escena de un crimen, llevándose una prueba material, para Dios sabía qué hacer con ella. ¿Acaso Dark estaba tratando de cubrir sus huellas? O, peor aún, ¿estaba coleccionando pequeños trofeos de sus asesinatos de las cartas del tarot?

Riggins odiaba tener que pensarlo, pero había una muy buena posibilidad de que Dark no sólo estuviera implicado en esos asesinatos, sino que fuera el autor intelectual de todos ellos.

Llevaba grabada la palabra «asesino» en la sangre, directamente en el ADN.

Una vez que Riggins se permitió ir allí y repasó mentalmente los crímenes cometidos hasta el momento, los hechos del pasado encajaron en su sitio con una facilidad alarmante. ¿El asesinato de Martin Green, colgado y torturado? Coser y cantar para Dark, sobre todo conociendo los métodos de entrada en una casa y de sumisión de un monstruo como Sqweegel. ¿El asesinato de Paulson? Más fácil todavía. Paulson idolatraba a Dark y habría confiado en él con los ojos cerrados. ¿Las tres universitarias del bar de Filadelfia? Dark era lo bastante atractivo como para atraerlas al baño, lo bastante inteligente como para echar algún tipo de droga en sus cervezas, lo bastante fuerte como para colgarlas del techo. ¿El senador? Otro paseo para Dark, con puñales que podía haber encargado —o fabricado él mismo— hacía años. ¿El accidente de avión? Eso ya era más complicado. Dark no era piloto, pero había aparecido de pronto en el lugar del accidente, aparentemente de la nada, como si se hubiera lanzado en un jodido paracaídas. ¿La enfermera de Wilmington? Muy sencillo, con tiempo de sobra para coger un avión a Santa Bárbara, conducir hasta Burbank y tomar otro avión a Las Vegas. Desde los asesinatos de Sqweegel, Dark había vivido prácticamente en los aviones durante los últimos cinco años. Los vuelos eran una segunda naturaleza para él, igual que los viajes en autobús para la mayoría de la gente.

Pero lo que desconcertaba a Riggins era por qué.

¿Por qué demonios estaba haciendo Dark todo eso?

En cierta manera, Riggins lo entendía. Dark había tenido que vivir una auténtica pesadilla no una, sino dos veces. Dos familias asesinadas, básicamente, ante sus ojos. Cualquiera podría volverse loco. Mucho más alguien con la estructura genética de Dark.

¿Por qué, entonces?

¿Por qué esperar cinco años para iniciar esa juerga? ¿Acaso sólo estaba siguiendo la corriente, atrapando a monstruos poco importantes mientras planeaba su propia obra maestra cuando llegara el momento?

Todas las cervezas que habían bebido juntos, las comidas que habían compartido, las charlas hasta altas horas de la noche acerca de la vida, Dios, el destino y todo lo demás…

Mierda.

Los porqués podían esperar.

Ahora la misión consistía en neutralizar a Dark.

Hacer que alguien lo psicoanalizara, lo estudiara, lo examinara, lo que fuera. Lo único que él le debía al mundo era encerrar a Dark en alguna parte donde no pudiera hacer daño a nadie. Si uno echaba un vistazo al balance de sus vidas juntos, las personas que habían salvado, los monstruos que habían atrapado… sería suficiente. Tenía que ser suficiente.

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