Read No podrás esconderte Online
Authors: Anthony E. Zuiker,Duane Swierczynski
Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller
Apuntó lo mejor que pudo.
Luego disparó la Glock hacia abajo y el teléfono móvil del hombre estalló en mil pedazos.
Roger se maldijo por no haber sido previsor. Sus oficiales de mando siempre le decían que era un buen soldado pero que carecía de dotes para la estrategia. Roger Maestro era alguien a quien podías desplegar con un objetivo específico. No permitías que Roger planeara la guerra que ibas a librar. Roger lo entendía perfectamente, no había problemas con eso. Por eso era feliz teniendo a Abdulia a su lado.
Sólo que ahora le había fallado.
Con un leve gruñido de fastidio, golpeó la cabeza de la agente del FBI contra el cemento y la dejó inconsciente. Luego se levantó y bajó los peldaños para recuperar lo que quedaba de su teléfono móvil. Lo recogió con la esperanza de que alguna parte aún funcionara… pero no.
Sus opciones eran escasas y ninguna de ellas buena. Una era permanecer dentro del edificio y hacer las llamadas desde uno de los centenares de cubículos que habían quedado disponibles. Pero su plan dependía del derrumbamiento de la torre y de hacer estallar la segunda —y más letal— tanda de explosivos desde el exterior, al otro lado de la calle. No podía hacerlo desde dentro sin que se convirtiera en una misión suicida.
La segunda opción era salir del edificio y hacer las llamadas desde el móvil de Abdulia… Pero no: ella ya se había marchado para encargarse de los detalles de la última carta. Su plan dependía de que él conservara su teléfono.
¿Un móvil desechable? No había tiempo suficiente aun cuando supiera dónde comprarlo. Habían pasado mucho tiempo en la ciudad, pero nunca se le había ocurrido fijarse en dónde había tiendas de telefonía móvil. Se había preocupado por muchos detalles pero no por conseguir otro teléfono.
Furioso, Roger guardó el móvil roto en el bolsillo de su chaqueta y bajó la escalera.
Dark bajaba velozmente por la escalera de incendios cuando vió en el suelo el chaleco del FBI. La reconoció antes de darle la vuelta a su cuerpo con cuidado y mirar su cara. Pasas el tiempo suficiente con alguien y tu mente archiva cientos de detalles sensoriales sobre esa persona. De modo que Dark sabía que era ella incluso antes de llegar a ese rellano de la escalera. Aunque eso no tenía ningún sentido; ¿cómo podía estar Constance allí, en ese edificio, en medio de esas explosiones?
«Porque vino a buscarte».
—Constance —dijo agachándose junto a ella y apretando los dedos contra su cuello. Dark repitió su nombre, esta vez gritando. Sintió que se le calentaba la sangre, como si se hubiera dado un chute de napalm.
Ella abrió entonces los ojos con un parpadeo.
—¿…Steve?
Dark dejó escapar el aire, se inclinó sobre ella y la besó en la frente con una enorme sensación de alivio. No podía perder a otra persona tan cercana a él. No de ese modo. No a manos de aquellos monstruos.
—Voy a sacarte de aquí —dijo él, y se dispuso a levantarla en brazos.
Constance hizo una mueca de dolor y luego negó con la cabeza.
—No. Porque entonces tendré que arrestarte.
Por un momento, Dark la miró desconcertado, pero luego ella se incorporó ligeramente y le acarició la cara, asegurándole que, sí, estaba en su sano juicio y todo eso, a pesar del golpe que había recibido en la cabeza. Entendía a Steve Dark, y su don, mejor que nadie.
—Vete —le pidió—. Ve a coger a ese hijo de puta.
Una vez fuera del edificio, Dark se sacudió los restos de escombros de encima. Por todas partes había gente y camionetas de la prensa, junto con camiones de bomberos, vehículos policiales y equipos de técnicos vestidos con trajes contra materiales peligrosos. En lugar de caminar con un andar decidido, Dark se tambaleó como una de las muchas víctimas aturdidas que rodeaban el perímetro. Tenía el rostro sucio y cubierto de ceniza, pero si alguien conseguía reconocerlo estaba perdido. Los Maestro habían conseguido que pareciera el psicópata responsable de los asesinatos. Probablemente no pasaría mucho tiempo antes de que lo relacionaran también con esas explosiones. Alguien incluso podía argumentar que él mismo había colocado las bombas para hacerse pasar por un héroe.
Dark se volvió para contemplar la torre Niantic. El humo escapaba por una docena de ventanas y, a través de ellas, se alcanzaba a ver algunos focos de fuego. Pero el edificio se negaba a derrumbarse. Habían conseguido enviar suficientes paquetes al sótano después de todo. Roger Maestro disponía del suficiente material para provocar incendios y causar el pánico general, pero había fracasado.
La torre Niantic necesitaría millones de dólares en reparaciones, pero no se caería.
Cuando llegó a la plaza, Dark vió a dos hombres sentados en la parte trasera de una ambulancia con mascarillas de oxígeno sujetas en la cara. Parecían padre e hijo, el hombre mayor vestía una camisa blanca por fuera del pantalón, mientras que el joven llevaba una chaqueta gris y unos vaqueros negros. Dark recordó de golpe la carta de la Torre y las dos figuras que caían a tierra. Podría haberse tratado fácilmente de esos dos hombres, pero eso no había sucedido. El destino podía cambiarse.
No obstante, otra cosa que sucedía en la plaza, directamente frente al edificio atacado, llamó su atención. Dos paramédicos uniformados arrastraban a un hombre que apoyaba los brazos sobre los hombros de sus rescatadores. Al principio el tipo parecía estar muerto, hasta que se agitó y se apartó de los dos paramédicos. Dió algunos pasos vacilantes, luego cayó de rodillas y comenzó a vomitar, meneando la cabeza y haciendo señas a los paramédicos para que se alejaran. Luego, asombrosamente, se puso de pie y Dark lo reconoció. «Riggins». Estaba tratando de regresar al edificio, sin duda para buscar a Constance. Los dos paramédicos lo cogieron con fuerza de los brazos y un tercero intentó colocarle una mascarilla de oxígeno. Riggins respondió con una andanada de golpes, zafándose de los brazos de los dos paramédicos antes de placar al que trataba de ponerle la mascarilla, sentando al tío de culo, y correr de regreso al edificio.
Dark sabía por qué. Riggins no descansaría hasta que estuviera seguro de que todos los miembros de su equipo estaban a salvo.
Cada músculo de su cuerpo quería correr tras él y gritar «¡No!» con todas sus fuerzas. «¡No! ¡No lo hagas! ¡Sólo conseguirás que te maten!».
Pero sabía que esa acción sería completamente inútil. No podías detener a un hombre como Riggins. No habría tiempo para explicaciones. Con toda probabilidad, Dark acabaría arrestado.
Roger y Abdulia aún estaban libres. Allí, en alguna parte, a tiro de piedra de la torre Niantic, esperando que el edificio se viniera abajo.
Pero ¿dónde?
Sin dejar de moverse como uno más de los empleados traumatizados por las explosiones, Dark examinó las esquinas, las aceras, las ventanas de los bares a nivel de la calle. ¿Estarían sentados, bebiendo café, mientras contemplaban el caos que habían provocado? No. «Deja de buscar parejas». Roger aún estaría ocupado dentro del edificio. Abdulia sería la que observara, estudiando con sus ojos profundos y oscuros cada detalle. Ella era la eminencia gris. Su esposo era el músculo, el ejecutor, el piloto, el proveedor. Pero era Abdulia quien había trazado el plan. Del mismo modo en que había trazado el camino para Dark. La necesidad de detener a Abdulia era urgente, casi dolorosa.
Mientras caminaba por el lugar sintió que algo se agitaba contra su muslo. Se palpó el bolsillo y entonces recordó. Su teléfono móvil.
Tenía diecisiete mensajes de texto nuevos. Varios de ellos llevaban la firma de Graysmith, pero los últimos procedían de un número extraño que no pudo reconocer:
Graysmith contestó. Dark no le dió tiempo a que hablara:
—Dime que has conseguido un transporte.
—Ve al muelle 14, junto a Embarcadero —dijo ella—. Tendré un helicóptero esperando. ¿Dónde están los Maestro? Si esto no es lo peor que podemos esperar, ¿dónde piensan dejar la carta de la Muerte?
—Te lo diré cuando llegue.
LA MUERTE
Si deseas ver la lectura personal de la carta del tarot de Steve Dark, entra en www.level26.com e introduce la siguiente clave:
death
Transmisión captada por la Guardia Costera, Servicio de Tráfico Marítimo, sector San Francisco, teniente general Allan Schoenfelder, director, supervisor del Centro de Operaciones.
MUJER NO IDENTIFICADA: Roger.
HOMBRE NO IDENTIFICADO: Estoy aquí.
[Interferencias]
MNI:… me gustaría estar contigo, Roger.
HNI: Pronto estaremos juntos.
MNI: ¿Hace frío allí donde estás, Roger?
HNI: Tengo un poco de frío. Pero llevo la chaqueta.
[Interferencias]
MNI: ¿Roger?
HNI: Sí.
MNI: ¿Recuerdas lo que te dije acerca de esta última carta? ¿Que se trata del renacimiento, de la elevación de nuestra conciencia, el flujo de la vida?
HNI: Eso me dijiste.
MNI: Bien. Sólo quería estar segura de que lo habías entendido. No tienes miedo, ¿verdad, Roger?
HNI: Supongo que sólo estoy cansado.
MNI: Muy bien, Roger. Todo esto acabará pronto y luego podremos descansar.
[Interferencias]
Descansar, como se suponía que debían descansar los cadáveres en aquella torre.
Pero Steve Dark lo había echado todo a perder, igual que aquel joven agente, Paulson, había amenazado con arruinar sus primeros esfuerzos. Si te interpones en el camino del destino, el destino se interpondrá en el tuyo.
Abdulia se preguntaba si la persona que habían elegido en un principio para que interpretara el papel del Loco sabía lo afortunada que había sido evitando su destino.
Pero ahora Dark unió demasiado pronto todas las piezas de la historia poniendo sus planes al descubierto. Se suponía que las autoridades debían analizar los asesinatos, escribir libros sobre ellos… y, lo que era aún más importante, propagar su mensaje a los cuatro vientos. Aceptar tu destino proporciona equilibrio al mundo. Luchar contra el destino era tan inútil como hacerlo contra la corriente de un río torrentoso. Tratas de nadar contra la corriente y sólo acabas haciéndote daño tú y lastimando a los demás.
¿Acaso la humanidad no había aprendido la lección todavía? Las mayores corporaciones del mundo estaban basadas en el principio de desafiar el orden natural de las cosas, agotando los recursos de las masas combativas y obteniendo un volumen de riquezas que habría avergonzado al Imperio romano. Esas mismas corporaciones estaban autorizadas a destruir el mundo natural durante ese proceso. Sólo había que contemplar la creciente mancha de petróleo que se extendía por las aguas del golfo de México mientras los jefes de la compañía responsable del vertido se encogían de hombros como si fueran adolescentes malcriados.
El mundo necesitaba una llamada de atención. Abdulia se encargaría de eso.
Todo dependía de la última carta.
Cabo Mendocino, California
El cabo Mendocino es el punto más occidental de la costa californiana y cuenta con un faro achaparrado que desde 1868 ha intentado advertir a los navegantes de los peligros del mar en esa zona. Un destello blanco cada treinta segundos. El mantenimiento del faro a lo largo de los años no ha sido una tarea sencilla. Toda esa zona de California es famosa por su actividad sísmica, además de estar expuesta al embate de los fuertes vientos que soplan del Pacífico. El faro, una construcción de sólo tres pisos, era constantemente golpeado, desplazado, derruido en parte y, a veces, destrozado por las peores fuerzas que la naturaleza tenía para ofrecer. No obstante, era reconstruido una y otra vez. Las afiladas rocas y las masas de piedra que el mar había separado de los acantilados que bordeaban la costa eran demasiado peligrosas, los riesgos demasiado grandes. En los últimos años, sin embargo, la tecnología moderna aplicada a la navegación había convertido el faro del cabo Mendocino en una pieza de museo. A mediados de los sesenta había sido abandonado al albedrío de los vientos salinos del Pacífico, y aún seguía esperando los fondos necesarios para su restauración.
Dentro de su oxidado casco estaba Hilda. Y los asesinos.
El segundo mensaje enviado por Abdulia había sido muy breve:
A Dark se le revolvió el estómago al pensar que Hilda había caído en manos de aquellos maníacos. La mujer había tenido mucha paciencia con él, incluso cuando Dark la había perdido y había comenzado a destrozar su tienda. Hilda lo había salvado y no le había pedido nada a cambio. Ni siquiera el precio de la lectura.
No podía permitir que le pasara nada.
Ahora volaban hacia el norte de California a bordo de un helicóptero Piper Tech. Dark tendría que abandonar el aparato a una distancia del faro que pudiera cubrir andando, pero no más cerca.
—Eso es increíblemente estúpido —dijo Graysmith—. Si pones un pie en ese faro, eres hombre muerto, junto con esa lectora de cartas del tarot amiga tuya.
—Si ven un helicóptero, Hilda morirá —repuso él—. De esta manera, al menos, tengo una posibilidad de negociar por ella con mi vida.
—Deja que organice un equipo de ataque. Soy muy buena en esto.
—No hay tiempo. Y, además, Abdulia me quiere a mí. Si no puede tenerme, saldará el asunto con Hilda.
Graysmith se mordió el labio.
—No me gusta. Dame sólo quince minutos y puedo traer un helicóptero de combate para que barra a esos asesinos de la cima de ese acantilado.
Pero Dark pensaba que eso era precisamente lo que Roger y Abdulia Maestro querían. Después de todo, Hilda le había explicado que la carta de la Muerte significaba un nuevo comienzo tanto como el final: «Uno debe sacrificarse para volver a nacer». No podía permitir que Hilda muriera junto con esos psicópatas asesinos.
—No —repuso Dark—. Esto debo hacerlo solo. Tú me metiste en esta historia. Ahora deja que sea yo quien la acabe.
Graysmith lo miró durante un largo momento antes de suspirar profundamente.
—Lo estoy haciendo, ¿sabes? Estoy permitiendo que mis sentimientos interfieran en esto. Y la gente solía pensar que era una mujer frívola.
Antes de que él se marchara, Graysmith le colocó el chaleco antibalas que había conseguido en Fresno después de convencerlo para que lo llevara. Añadía peso, pero Dark podía soportarlo. Comprobó su Glock 22 y la aseguró en la funda que llevaba sujeta a la parte posterior de la cintura. No quería llevar nada colgando. Durante un breve y demencial momento, deseó tener un traje parecido al de Sqweegel que se ajustara a su cuerpo.