No podrás esconderte (32 page)

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Authors: Anthony E. Zuiker,Duane Swierczynski

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: No podrás esconderte
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Cuando Dark llegó al mostrador comenzó a sonar el móvil que llevaba en la mano. Un nuevo correo electrónico.

—Ya lo tienes —dijo Graysmith.

—Gracias —repuso Dark, se inclinó sobre el mostrador de seguridad y enseñó el rostro que aparecía en la pantalla de su móvil a los tres hombres con chaqueta que estaban detrás.

»Caballeros —dijo—, necesito su ayuda.

Capítulo 77

EL cuerpo de seguridad de la torre Niantic tan sólo podía hacer una cosa: intentar encontrar y sacar todos los paquetes que se habían entregado esa mañana. Todos y cada uno de ellos. No era una tarea fácil. Todo el personal del turno de la mañana estaba compuesto por quince personas, incluidos los tres agentes que ocupaban el mostrador del vestíbulo (reducción de personal, según había explicado el supervisor). Eso significaba quince hombres para registrar más de cuarenta pisos con múltiples negocios en algunas de las plantas. Y buena suerte convenciendo a un ayudante administrativo para que le entregara el correo a unos tipos que sólo percibía como polis de alquiler. Si se trataba de una verdadera amenaza de bomba, ¿por qué no estaban el FBI o agentes de Seguridad Nacional con chalecos antibalas registrando las oficinas? ¿Por qué no se estaban evacuando inmediatamente todos los pisos?

—Una vez que tengamos esos paquetes, ¿qué se supone que debemos hacer con esos malditos chismes? —preguntó el supervisor.

Dark lo pensó un momento.

—¿Disponen de rampas para el correo?

—Sí. Pero están diseñadas para sobres, no para cajas o paquetes.

—Entonces dígales a sus hombres que metan en los montacargas todos aquellos efectos postales que no pasen por las ranuras de acceso a las rampas y los envíen al sótano cuanto antes.

El sótano y los cimientos estaban diseñados para soportar un seísmo y, con suerte, podrían absorber el grueso de las explosiones, igual que había sucedido en el World Trade Center de Nueva York durante el atentado con explosivos de febrero de 1993.

—Hágalo ahora…, corra la voz entre sus hombres. Cojan la mayor cantidad posible de paquetes.

—¿Y usted qué hará?

—Voy a ayudar.

Dark recorrió de prisa el edificio junto al equipo de seguridad. En algunos casos, las cajas se encontraban aún en los carritos metálicos rodantes esperando a ser entregadas en diversos cubículos y oficinas de la planta. Eso simplificaba las cosas. Sin decir nada, Dark cogía el carrito, lo llevaba al corredor, lo metía en el montacargas y lo enviaba a la planta baja, donde un guardia de seguridad cogía todos los paquetes que llegaban y los apilaba en un rincón. Dark se ofreció a hacerse cargo de esa parte del trabajo pero el guardia se negó.

—Es mi edificio y mi trabajo —dijo el tío—. Esos terroristas hijos de puta pueden besarme el culo.

La noticia se extendió rápidamente y los jefes de las oficinas comenzaron a retirar voluntariamente los paquetes llegados esa mañana.

En lugar de esperar los ascensores, Dark utilizó la escalera de incendios para ir de un piso a otro. Al llegar a la planta veinte, oyó un fuerte sonido metálico seguido de pasos rápidos sobre cemento. Cuando dobló en una esquina de la escalera alzó la vista y se topó con Roger Maestro.

Maestro no lo dudó un segundo. Sacó una pistola que llevaba en la cintura y abrió fuego contra Dark, quien saltó a un lado antes de que las balas desconcharan el cemento.

Dark intentó abrir la puerta más cercana pero estaba cerrada por dentro. Mierda. Dark aguzó el oído. Maestro iba a por él bajando por la escalera de incendios. Echó un vistazo a su alrededor. Sólo había unas cuantas tuberías de agua que corrían por encima de su cabeza. Nada que pudiera usar como arma. Nada que le sirviera a modo de escudo. Nada que lo protegiera de uno de los tiradores más condecorados de la historia reciente.

Sólo tenía un camino: hacia arriba.

Apoyó los pies en la barandilla metálica, dió un pequeño salto y se agarró con fuerza las tuberías de agua; luego se impulsó hacia arriba doblando el resto del cuerpo hasta hacerlo lo más compacto posible. Si hubiera sido Sqweegel, sin duda habría sabido cómo comprimir su pequeño cuerpo insectoide para ocultarse en el diminuto espacio que había detrás de las tuberías hasta que el peligro hubiera pasado. Dark no era Sqweegel. Pero eso no significaba que no pudiera arrancar unas cuantas páginas del manual de ese pirado.

Maestro apareció en la escalera barriendo el lugar con la pistola.

Dark se dejó caer entonces desde las tuberías y aterrizó sobre él.

Las suelas de los zapatos de Dark golpearon a Maestro en la espalda y el impacto hizo que perdiera el equilibrio y chocara contra la pared de cemento dejando escapar un gemido. El arma cayó al suelo. Dark rodó manteniendo su cuerpo lo más ágil posible antes de lanzarse nuevamente sobre Maestro y descargar una andanada de violentos golpes destinados a romperle los huesos de la cara y partirle la tráquea.

Pero Maestro era más pesado, más alto y más corpulento que él. Absorbió los golpes antes de cogerlo por el cuello. Dark sintió que lo asfixiaban y luego lo levantaban en peso antes de lanzarlo contra la pared opuesta. Su cabeza golpeó contra el duro cemento. Alzó una rodilla pero Maestro bloqueó el golpe. Cerró los puños y golpeó con fuerza los flancos de Maestro. Si alguna costilla se rompió, el tipo no dió señales de ello, sino que continuó asfixiando a Dark, los dedos ásperos y gruesos hundiéndose cada vez más en su garganta.

Un militar entrenado.

Experto en matar.

Probablemente llevaba más de una arma.

Dark arañó el cuerpo de Maestro y ya comenzaba a ponerse gris cuando finalmente lo encontró: el cuchillo de caza en su funda, colgada del cinturón.

En el momento en que la hoja abandonó la funda de cuero, Maestro comprendió que había dejado un punto vulnerable.

Soltó el cuello de Dark y retrocedió para defenderse, exactamente como lo habían entrenado.

Pero Dark no pensaba pincharle simplemente: quería sacarle las tripas a aquel cabrón.

La hoja se deslizó a lo largo del costado de Maestro, cortando a través de la piel y el músculo. El hombre lanzó un aullido de dolor. Dark alzó entonces el cuchillo para clavárselo en el pecho pero Maestro bloqueó el golpe, de modo que Dark aferró el mango del cuchillo con fuerza y le asestó con él un terrible golpe en la cara.

No obstante, el impacto no pareció detener a Maestro, que contraatacó con una serie de golpes que llevaron a Dark hasta un rincón. Trató de bloquearlos, pero no pudo con todos ellos. Un momento después, los golpes se confundieron en una mancha difusa y luego todo se desvaneció, los gruñidos, su visión y, finalmente, el dolor.

Capítulo 78

Un momento después, Maestro se dió cuenta de que sangraba profusamente. Retrocedió unos pasos y se tocó la herida con sumo cuidado. Necesitaría un remiendo. Más temprano que tarde. Y también estaba la cuestión de su perseguidor, que ahora yacía inconsciente en el suelo.

Abdulia estaba completamente segura de que Steve Dark aparecería en el escenario que habían preparado. Ella había dicho que era un investigador muy sagaz, les había seguido el rastro hasta Fresno y, con toda probabilidad, también los seguiría hasta allí. Pero no esperaba que Dark estuviera dentro del edificio, tratando de echar por la borda el trabajo de su vida. Toda su cuidadosa planificación del último año, todos los elaborados detalles de su plan… hechos pedazos por aquel hijo de puta. Roger quería arrodillarse junto a Dark, coger su cuello flaco entre las manos y retorcerlo hasta oír cómo se rompían los huesos. Reventarle la garganta y apretar las venas hasta que la sangre le salpicara el rostro agonizante.

Pero no.

Eso no era posible ahora.

Abdulia le había explicado que la vida de Dark se había cruzado con la de ellos, igual que había pasado con aquel otro agente, Paulson. Necesitaban a Dark para acabar la secuencia. Si lo mataban ahora pondrían en peligro toda la operación.

Steve Dark moriría cuando el destino lo decidiera.

Roger bajó un piso sin prisas, respiró profundamente y luego abrió la puerta con una llave maestra robada. Pasó en silencio junto a los ascensores, donde había dos empleados de oficina, una chica y un muchacho, que flirteaban mientras esperaban que llegara el ascensor. Recordó cuando él tenía esa edad, era invulnerable y podía permitirse ignorar todos los peligros que lo rodeaban. Igual que esos dos jóvenes. Poco más de veinte años y ni idea de que la muerte, literalmente, pasaba en ese momento junto a ellos. ¿Por qué habrían de darse cuenta? La muerte llevaba un uniforme de conserjería. Si eras un conserje, eso demostraba que la habías cagado en algún momento de tu vida y merecías estar en esa situación.

Roger finalmente expulsó el aire cuando llegó al segundo tramo de la escalera de incendios, luego cogió el móvil que llevaba sujeto al cinturón y pulsó la tecla del 1, un número de marcación rápida.

—Soy yo —dijo—. ¿Estás preparada?

—Sí, Roger. Estoy al otro lado de la calle, esperándote.

—Me reuniré contigo dentro de unos minutos. Dark estaba aquí, dentro del edificio.

—Oh, Dios mío —dijo ella—. ¿Está…?

—Llegará hasta el final, no te preocupes.

—¿Crees que sabe lo de los paquetes?

—Eso no tiene importancia. Hay más que suficientes.

—Sal de inmediato de ahí.

—En cuanto acabe de marcar —dijo Roger.

—No sé por qué no puedes hacerlo desde aquí fuera.

—Ya te lo he explicado —repuso Roger con paciencia—. Tengo que asegurarme de que estalla la primera oleada. Si no es así, tendré que improvisar desde dentro.

Abdulia era una mujer brillante en muchos sentidos, y Roger no dejaba de maravillarse ante la forma en que funcionaba la mente de su mujer. Pero ella no había estado en las fuerzas armadas. No entendía realmente de bombas, gases y venenos. No como él.

—Entiendo —dijo ella—. Te quiero, Roger.

—Yo también a ti.

Roger había memorizado la lista de números. Todos ellos: números de localizadores obsoletos, asignados a localizadores en desuso que había conseguido por unos dólares hacía unas semanas. Cada localizador estaba unido a un artefacto explosivo que había enviado a las salas de distribución del correo de algunas compañías. Cuando había estado destinado en Iraq había ayudado a proporcionar seguridad y protección a equipos de reconstrucción que trabajaban por cuenta propia. Entre ellos se encontraban los mejores expertos en demolición que había en ese negocio. Mientras compartían unas cervezas, aquellos tíos hablaban de lo fácil que era derruir un edificio, siempre que colocaras la cantidad adecuada de explosivos en los sitios clave de la estructura. Roger los escuchaba atentamente y registraba todos los datos. Había pasado mucho tiempo en Iraq archivando esa clase de información. Agentes nerviosos que habían descubierto en un arsenal y que luego habían destruido. Diferentes maneras de echar abajo un edificio. Roger pensó que esos conocimientos podían resultarle útiles en el futuro. Quizá más tarde pudiera trabajar para uno de esos equipos, incluso en Estados Unidos. Había impresionado a esos tíos con toda la información que era capaz de retener.

Pero eso, por supuesto, no había funcionado. Roger se había quedado con la cabeza llena de datos y ninguna aplicación práctica para ellos.

Hasta ahora.

Marcó el primer número.

Era hora de que aquella torre comenzara a derrumbarse. En alguna parte, lejos, algo hizo bum.

Capítulo 79

Cuando comenzaron las explosiones en la torre Niantic, todos los que se encontraban en las inmediaciones del edificio pensaron que se trataba de otro terremoto. Los empleados se lanzaron debajo de las mesas de conferencias, se colocaron debajo de los marcos de las puertas y esperaron lo peor. Los terremotos, sin embargo, producen un sonido inconfundible. Comienza con una especie de trueno, como si fuera un tanque del tamaño del planeta que avanza sobre un campo de badenes interminable. Es un sonido que no se parece a nada que hayas oído en tu vida, a menos que hayas estado antes en medio de un terremoto. A este sonido le sigue una sacudida, de un lado a otro, de un lado a otro, que es más prolongada e intensa de lo que puedes imaginar. Por último llega la desesperada y ferviente plegaria para que los diseñadores del edificio hayan hecho bien su trabajo y realmente lo hayan preparado para resistir el peor temblor que la madre naturaleza tiene para ofrecer.

Sin embargo, los ocupantes de la torre Niantic comprendieron rápidamente que el sonido y las vibraciones no estaban causados por un terremoto.

Capítulo 80

Dark abrió los ojos de golpe cuando notó la onda expansiva a través del piso de cemento. Unos segundos más tarde comenzaron los gritos. Dios santo, no. ¿Había llegado demasiado tarde? Apoyó ambas manos en el suelo y se levantó. Un reguero de sangre bajaba por la escalera de incendios y llevaba directamente a una puerta. Roger Maestro había conseguido escapar y detonar las cargas explosivas. Dark rezó para que el equipo de seguridad hubiese podido enviar algunos de los paquetes al sótano.

Bajó a la carrera la escalera de incendios. En el piso inmediatamente inferior, la puerta de acero estaba abierta y el humo comenzaba a extenderse por el edificio, seguido de un enjambre de empleados aterrorizados.

—¿Alguno de vosotros ha visto a un hombre extraño en vuestro piso? ¿Un tío herido, que sangraba?

Le respondió un coro de noes confundidos. Dark se abrió paso con esfuerzo a través de la despavorida multitud hacia el interior de aquella planta, examinando el piso en busca de alguna mancha de sangre. Nada. ¿Dónde coño se había metido Maestro?

Se produjo otro sonoro BUM. Esta vez más cerca, como si el artefacto hubiese estallado en el piso que estaba encima de su cabeza. Habían conseguido interceptar numerosos paquetes, pero aún quedaban muchos. Una nube de polvo caía desde los huecos dejados por el revestimiento desprendido del techo. Las luces parpadeaban. La gente no paraba de gritar. Dark se agachó instintivamente esperando otra explosión, contando los segundos. Cinco segundos después hubo otra sacudida en otra zona del edificio. Maestro estaba haciendo estallar los malditos paquetes uno por uno. Eso significaba que Roger debía de estar aún dentro del edificio. Los estaba detonando desde allí. Su plan no consistía en derribar todo el edificio de inmediato. Había elaborado una estrategia para poder huir.

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