No podrás esconderte (30 page)

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Authors: Anthony E. Zuiker,Duane Swierczynski

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: No podrás esconderte
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—Tiene algo en la cara —dijo la mujer, y sacó un pañuelo del bolsillo.

Antes de que Knack pudiera levantar la mano para quitarse lo que fuera que tuviera, la mujer le limpió el labio superior con el pañuelo. El periodista percibió un olor a almendras. ¿Cianuro? Luego se sintió extrañamente débil, como si se hubiera levantado demasiado de prisa. ¿Cómo era posible? Ya estaba de pie, tratando de ayudar a aquella pobre mujer a encontrar a su hijo perdido…

La misma mujer que ahora lo guiaba hasta una furgoneta, apoyándolo contra el costado al tiempo que le susurraba al oído:

—Hasta ahora ha hecho un buen trabajo, señor Knack, pero la historia todavía no ha terminado.

Capítulo 71

Mientras se dirigían hacia el suroeste de la ciudad, Riggins recibía continuamente las últimas noticias sobre lo que había sucedido. Dark había estado en el desfile. El sacerdote había recibido dos disparos, pero esperaban que sobreviviera. Habían visto a un tío que llevaba la máscara de una cabra. Dark no era quien había disparado. Los testigos afirmaban que Dark había intentado detener al asesino. El sacerdote había sido evacuado rápidamente en una ambulancia pero aún no había llegado al hospital.

Constance conducía el coche.

—Quizá nos equivocamos con Steve.

—No estamos equivocados al pensar que Dark está involucrado en todo este asunto —dijo Riggins—. De hecho, apuesto a que estuvo en contacto con ese sacerdote.

—Entonces, debemos ir al hospital. Sabemos que hace mucho tiempo que Dark se alejó de la Iglesia.

—Sí.

Hacía mucho tiempo que Dark se había alejado de todo, pensó Riggins.

Riggins probó con el hospital pero aún no habían contactado con el conductor de la ambulancia. Aquello no tenía ningún sentido. El hospital no estaba tan lejos de donde se había producido el tiroteo, si el programa de su móvil que mostraba el plano de la ciudad era correcto. ¿Qué diablos estaba pasando?

A menos que la ambulancia no se dirigiera al hospital.

Riggins pensó en el cómplice de Dark, aquella muñeca de movimientos elegantes que lo acompañaba en la parte trasera de la furgoneta. Él sólo había podido echar un vistazo al equipo que tenían allí, pero había visto lo suficiente como para saber que no tenía nada que envidiar al de Quantico, tal vez era incluso mejor. ¿Y si Dark no se había marchado de Casos especiales para «retirarse», sino para irse a trabajar con otra agencia del gobierno? Casos especiales era el no va más cuando se trataba de cazar a aquellos monstruos, pero eso no significaba que otras secciones del gobierno no estuvieran interesadas en hacer lo mismo.

Si ése era el caso, ¿por qué Dark no se lo había dicho? ¿Qué?, ¿acaso le ofrecían un mejor seguro médico y dental? No tenía sentido.

Riggins le dijo a Constance que se dirigiera al hospital de todos modos. Quizá allí pudiera hablar con alguien encargado de coordinar el envío de las ambulancias y hacerse una idea de cómo funcionaba el sistema en Fresno. Reducir un poco el campo de acción.

«Ya puedes hacer todos los movimientos rebuscados que quieras —pensó Riggins—. Pero tú y tu extraña compañera no podéis recoger a un sacerdote moribundo y esfumaros de la faz de la Tierra».

Capítulo 72

EL padre Donnelly se sentó en la camilla de la ambulancia cogiéndose ambos lados del cuerpo.

—Jesús —masculló—. Esto es jodidamente doloroso.

Dark asintió mientras sostenía una bolsa de hielo apretada contra la mandíbula.

—Sé lo que se siente. Tendrá unas magulladuras importantes y sentirá los músculos muy sensibles durante algunos días.

—Pero al menos estoy vivo, ¿verdad? —La expresión del sacerdote se convirtió en una mueca de ira—. ¿Era eso lo que iba a decir? ¿Va a quedarse ahí regodeándose, diciéndome que ustedes tenían razón? No debería haber sido tan terco. Las expresiones en los rostros de esos niños… —Donnelly se volvió en la camilla y pasó las piernas por encima del borde metálico—. Qué pesadilla.

Graysmith apoyó una mano en el hombro del sacerdote. En la parte de atrás sólo estaban ellos tres, con el conductor y su acompañante en los asientos delanteros. No eran auténticos paramédicos, y ésa no era una ambulancia de verdad. Todo el montaje había sido organizado por Graysmith hacía menos de dos horas y debía estar preparado en caso de que sucediera algo. En el momento en que sonó el primer disparo, Graysmith pulsó una tecla en su móvil y envió la señal convenida. En ese momento debía de haber verdaderos paramédicos en el lugar de los hechos preguntándose adonde había ido su paciente.

—Está vivo —dijo ella—, y ninguno de sus feligreses ha resultado herido. Eso es importante.

Pero los Maestro no se detendrían. Aún quedaban dos cartas. Las más aterradoras de todas.

La Torre.

La Muerte.

—Háblenos de los Maestro, padre.

—¿Creen realmente que era Roger el que ha intentado volarme la cabeza?

—Estamos seguros de que era él —dijo Graysmith.

Donnelly suspiró.

—Yo recé con ese hombre junto al cuerpo agonizante de su hijo. Nunca había visto a nadie tan absolutamente perdido y destrozado. Para alguien que está en esa situación no hay nada que realmente tenga sentido; está perdido en su propio dolor y sólo puedes asegurarle que estás ahí, que rezarás con él, que hay una luz al final del túnel.

—¿Volvió a verlo después del funeral?

—No, me trasladaron aquí poco después. Roger simplemente desapareció, lo que no me sorprendió en absoluto. Yo continué rezando por él. Supongo que no todas las oraciones son escuchadas.

Graysmith le pasó a Donnelly una bolsa de hielo.

—¿Qué puede decirnos de su esposa, Abdulia?

—Ella siempre se mostró muy escéptica acerca de mi presencia en la casa. Pensé que toleraba que estuviera allí porque rezar juntos parecía proporcionarle a su esposo algo de paz.

—Abdulia es una estudiosa del ocultismo —dijo Graysmith—. Ha escrito un par de libros que tratan de la historia y el arte del tarot. En los círculos que frecuenta, esos textos han sido elogiados por su capacidad perceptiva. Pero, fuera de ellos, es una completa desconocida.

—Eso podría explicarlo —dijo Donnelly—. Pero ¿qué hay de Roger?

—Ex militar. Comando naval de los Navy Seal. Recibió la baja deshonrosa a causa de un incidente con fuego amigo. Regresó a Estados Unidos, consiguió trabajo como supervisor en una planta automotriz con un salario de 118.000 dólares anuales. Sin embargo, perdió su empleo poco tiempo después. Se pasó a la construcción, pero el trabajo se evaporó.

—Como le sucedió a mucha gente —dijo Donnelly.

—Sí, pero eso fue sólo el principio. Después del paro forzoso de su esposo, Abdulia trató de ampliar su negocio de lectura del tarot. Alguien sintió celos, puso a la Oficina de Defensa del Consumidor tras ella y la declararon culpable de estafar a la gente durante la lectura de las cartas.

—No tenía ni idea —dijo Donnelly.

—Usted ya se había marchado —aclaró Graysmith—. Los Maestro estaban desesperados, habían perdido su casa, lo habían perdido todo, víctimas de fuerzas que escapaban a su control.

Ahora tenía sentido para Dark. Todas las víctimas eran actores —de forma directa o simbólica— en la pesadilla personal de los Maestro. El Ahorcado, Martin Green, era un economista que asesoraba a los bancos, los mismos bancos que rechazaban las solicitudes de préstamos de gente como los Maestro. El Loco era un símbolo del policía que había acusado a Abdulia de ser una estafadora. El Tres de Copas eran las estudiantes de posgrado que habían sido asesinadas antes de que pudieran convertirse en unas adultas avariciosas. El senador del Diez de Espadas se acostaba con Wall Street. El Diez de Bastos eran unos ricachones que obtenían unos enormes beneficios con el cierre de las fábricas, como, por ejemplo, las plantas automotrices. La enfermera no había conseguido salvar a su hijo, a pesar de haber prometido que haría todos los esfuerzos posibles. Kobiashi, haciendo girar la Rueda de la Fortuna, despilfarraba grandes cantidades de dinero mientras otros no podían pagarse la asistencia sanitaria. El sacerdote Diablo le había pedido a Dios que salvara su hijo, pero había fracasado.

Pero ¿cómo pudieron permitirse los Maestro, una pareja en bancarrota que no había podido hacer frente a los gastos del tratamiento médico de su hijo, ese viaje criminal a través del país? Necesitaban armas, billetes de avión, equipo de vigilancia, y todo ello era jodidamente caro.

Quizá habían podido financiarlo con lo que habían obtenido en su primer asesinato: Martin Green.

Dark le pidió a Graysmith que buscara las notas que había tomado Paulson en su visita a la escena del crimen. Las estudió rápidamente. Paulson era joven pero tenía buen ojo. Había hecho las preguntas adecuadas. En primer lugar, no se había dejado distraer por la horrible naturaleza de ese asesinato con torturas incluidas. Paulson había hecho preguntas sólidas y atinadas acerca del motivo y de los potenciales sospechosos. Y allí estaba, de puño y letra de Paulson: seguir el rastro del dinero.

Según la policía local, Green guardaba mucho dinero en una caja de seguridad que tenía en su dormitorio. Resultaba bastante irónico en un tío que se ganaba la vida asesorando a banqueros y financieros. ¿Y si Roger y Abdulia lo sabían? ¿Y si habían elegido a Green como su primera víctima porque tenía un montón de pasta en su casa y porque se encontraba dentro del área geográfica adecuada? El primer asesinato cubre el resto.

Dark tomó nota mentalmente de que debía decirle a Graysmith que consultara todos los registros bancarios de Roger y Abdulia. En palabras de Jeb Paulson: seguir el rastro del dinero. Porque no importaba cuánto quisieran fingir que todo aquello tenía que ver con el destino: aquello también tenía que ver con sus finanzas.

En silencio, Dark dió las gracias a Jeb Paulson: «Si puedes oírme, Jeb, creo que me has ayudado a atrapar a tus asesinos».

—¿Y ahora, qué? —preguntó Donnelly.

—Ahora vamos a trasladarlo al hospital —respondió Graysmith—. Puede que el chaleco haya absorbido la mayor parte del impacto, pero de todos modos es necesario que lo examinen por si tuviera alguna lesión interna.

—¿Qué piensan hacer, entonces? ¿Dejarme allí para luego desaparecer?

—Ésa es la idea, padre —dijo Graysmith—. Estos hombres lo llevarán al hospital. Si alguien le pregunta la razón de la demora, dígales que ellos dijeron algo acerca de que eran nuevos en este trabajo y se habían perdido.

—¿Y las balas que supuestamente impactaron en mi cuerpo?

—Usted no sabe nada de eso. Lo único que recuerda es que cayó al suelo. Considérelo una intervención divina.

—Nadie va a creer esa historia —musitó Donnelly.

—¿Por qué no? —preguntó Dark—. Es usted sacerdote.

Capítulo 73

Riggins estaba esperando en el hospital cuando la falsa ambulancia llegó finalmente al Community Regional Medical Center, pero no abordó de inmediato a los dos tipos que bajaron de ella. Los dejó que hicieran su trabajo, que se limitó a entregar al sacerdote herido al personal de urgencias. Riggins los observó. Los dos hombres parecían tener mucha prisa por largarse de allí cuanto antes y volver al trabajo. Algo que no era propio de la mayoría de los paramédicos que Riggins había conocido a lo largo de los años. Recibes una llamada para llevar a alguien a urgencias, haces tu trabajo, te fumas un cigarrillo y te tomas un café, hasta que te llega el turno de volver al trabajo. Por lo general no hay ninguna prisa, especialmente un domingo. Incluso siendo Halloween.

—Constance, habla con ese sacerdote —pidió—. Consigue que te lo cuente todo. Pégale si es necesario. El viejo truco del zapato-en-la-herida-de-bala de Harry el Sucio debería funcionar de maravilla.

—Estás enfermo, Tom —dijo Constance—. ¿Y tú qué harás? ¿Adonde vas?

—A perseguir una ambulancia —repuso él, y luego se alejó trotando hacia el coche.

Sorpresa, sorpresa. Los paramédicos no llevaron su vehículo de regreso a la estación de ambulancias más cercana, sino a un garaje privado en los suburbios de Fresno.

Después de aparcar y quitarse los uniformes falsos, los dos tipos estuvieron charlando durante unos minutos mientras Riggins los observaba desde el otro lado de la calle. Uno de ellos debió de sugerir que fueran a desayunar, ya que era domingo por la mañana, y su compañero estuvo de acuerdo. Subieron a un Ford Taurus y recorrieron aproximadamente un kilómetro hasta una cafetería de carretera, donde se instalaron en uno de los reservados y pidieron huevos, beicon, bollos y café.

Riggins entró un minuto después y se sentó junto a ellos. Puso la Sig Sauer sobre la mesa y se relajó como si tuviera todo el tiempo del mundo. Luego les enseñó su placa de Casos especiales.

—Hola, amigos —dijo.

Capítulo 74

Dark pensó en la interpretación que había hecho Hilda de la Torre: «La carta de la Torre se refiere a la guerra, a separar en trozos. Es una guerra entre la estructura de las mentiras y el relámpago de la verdad. El relámpago es el martillo de Thor».

Un rayo de poder divino, casi un curso de corrección cósmico.

«Dios te fulmina cuando eres arrogante —había continuado Hilda—, esperando que seas capaz de ver la verdad y vuelvas a conectarte con el corazón de la inocencia. Es un acto divino. Una advertencia para el resto de tu vida».

La imagen de la carta era espeluznante, con fragmentos del 11-S, el apocalipsis y la torre de Babel fundidos en un cuadro sombrío. Un edificio gris y orgulloso es alcanzado por un rayo desde un cielo negro, derriba una corona de oro del tejado y lo incendia. Dos figuras caen desde el cielo, una de ellas portando una corona, la otra no. Ambas extienden los brazos presas del terror. Abajo no hay más que un cimiento terriblemente erosionado, una prueba de que has construido toda tu vida sobre un terreno inestable que se ha ido deteriorando bajo tus pies. No hay escapatoria. Todo lo que conoces está a punto de ser demolido.

La carta hablaba de un cambio súbito, un colapso y una revelación.

Al igual que sucedía con todas las cartas del tarot, la imagen tenía interpretaciones positivas y negativas. La Torre, para algunos, sería bienvenida, porque significaba un avance espectacular, exponiendo la verdad oculta detrás de una situación determinada, o recibir una respuesta —como un golpe de inspiración— después de meses de negación. La carta de la Torre no significaba un destino funesto. Al igual que en el caso del Loco, prometía un nuevo comienzo. La interpretación negativa, sin embargo, significaba una devastadora pérdida de fortuna, la crisis de tu vida y un caos absoluto.

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