No podrás esconderte (29 page)

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Authors: Anthony E. Zuiker,Duane Swierczynski

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: No podrás esconderte
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—¿Y luego, qué? Encontrarán otro Diablo. Mira lo que le pasó a Jeb Paulson. ¿Crees realmente que él era el Loco original que los Maestro tenían pensado?

Un buen argumento. El plan de Abdulia se podía adaptar a las circunstancias. Ocultar a Donnelly podía enfurecerlos, pero no detendría los asesinatos.

—¿Qué hacemos, entonces?

—Nosotros lo protegeremos.

—¿Sólo nosotros dos? Ni siquiera podemos pedir refuerzos. ¿Cómo se supone que vamos a cubrir un desfile?

Graysmith buscó un documento en su ordenador portátil y se lo enseñó a Dark.

—Estos son los antecedentes militares de Roger. Era francotirador, uno de los mejores, y se cargó a innumerables caudillos militares y traficantes de drogas desde una distancia considerable. Sus últimos asesinatos no han resultado tan elaborados como los primeros. Ahora ya tienen nuestra atención, así que lo harán de una manera simple y limpia.

—Un disparo desde un tejado —dijo Dark—. O desde una de las ventanas de la iglesia o la escuela.

—Maestro también podría confundirse entre la multitud como uno de los padres. Podrían llegar desde cualquier parte. De modo que le daremos al padre Donnelly un chaleco antibalas para que lo use debajo de la sotana. Si Roger se decide por un disparo, Donnelly vive y tenemos la oportunidad de coger a Roger.

Dark subió la carta del Diablo a la pantalla de su móvil.

—¿Y qué pasa si decide pegarle un tiro en la cabeza al Diablo? Echa un vistazo al pentagrama de esta ilustración. La punta señala al centro de su frente. Roger no le disparará al pecho. Si lo que me cuentas es verdad, entonces podrá hacer diana en cualquier cosa que le apetezca.

—Habla con Donnelly. Veamos qué es lo que considera más cómodo.

—Ésa no es una prenda del Señor —dijo el sacerdote.

Dark miró su calzado.

—¿Y qué me dice de esos zapatos Rockport, padre?, ¿están bendecidos por el Vaticano?

—Eh, tengo los pies planos. ¿Se supone que debo sufrir durante todo el día por mi fe?

Dark sacó el chaleco antibalas de Kevlar de su funda de plástico. Otro tanto en la cuenta de Graysmith. El chaleco ofrecía una protección de tipo III, lo que significaba que podía detener potencialmente la bala de un fusil. Se lo dió a Donnelly, quien lo balanceó con las puntas de los dedos.

—Este chisme es ridículamente pesado —dijo el sacerdote.

—Cuanto mayor es la protección, más pesado es el blindaje.

Donnelly frunció el ceño.

—¿Tiene idea de cómo me mata la espalda después de estar lidiando con esos críos en un día normal, no digamos ya durante un desfile?

—No se trata sólo de usted, padre. Queremos atrapar a esa pareja. Usted es nuestra mejor bala.

—Ése es un juego de palabras extremadamente pobre —dijo Donnelly—. Teniendo en cuenta las circunstancias.

Donnelly miró el chaleco antibalas y pasó los dedos por la superficie dura y lisa con el ceño fruncido. Luego giró en su sillón y lo colocó en un estante lleno de libros religiosos encuadernados en piel antes de volverse nuevamente hacia Dark.

—No los estará atrayendo aquí para matarlos, ¿verdad?

—Queremos que dejen de matar —repuso Dark.

—Lo entiendo y, por supuesto, yo deseo lo mismo. Pero lo que me preocupa es que usted y su compañero (a quien ni siquiera ha nombrado o presentado), bueno, no están con ninguna agencia de seguridad oficial. Nadie se hace responsable de sus acciones. De hecho, las autoridades parecen totalmente decididas a arrestarlo. No quiero que malinterprete mis palabras: creo en la historia que me ha contado, pero no tomaré parte en una matanza.

—Eso es exactamente lo que estoy tratando de evitar —dijo Dark.

Capítulo 69

A la mañana siguiente, Dark se abrió paso con esfuerzo a través de los enjambres de niños enmascarados: personajes de cómic, animales salvajes, gente famosa, ángeles, demonios, dinosaurios, hombres del espacio. También había payasos. Dark sentía una aversión especial hacia los payasos que se remontaba a uno de los primeros casos de su carrera. Podía prescindir perfectamente de los payasos. Lo que empeoraba las cosas era el hecho de que algunos padres también llevaran disfraces. No había problema en que se unieran a la fiesta, pero eso facilitaba el hecho de que un asesino se escondiera entre la multitud.

El desfile de la mañana de Halloween había comenzado a celebrarse hacía algunos años, cuando los padres habían decidido dejar de salir por la noche con sus hijos a recorrer las casas del vecindario con la popular petición de «truco o trato». Un par de barritas de caramelo y bastones de goma de mascar no merecían el riesgo de que te robaran o te pegaran un tiro. Y, desde el principio, el pastor de la parroquia de Saint Jude estaba al frente de la celebración, organizando los disfraces, la música, la comida, la bebida y los premios. Con la llegada del padre Donnelly, la celebración se había convertido en algo incluso más grande, con las compañías locales prometiendo donar «golosinas» a aquellos barrios más pobres en forma de becas y banco de alimentos. Donnelly había estado trabajando con miras a ese acontecimiento desde que había sido asignado a esa iglesia hacía poco más de un año, y no pensaba esconderse en la rectoría, no importaba lo que Dark dijera.

De manera que ahora Dark recorría las calles, con la Glock 22 sujeta al cinturón, oculta debajo de la camisa negra completamente abotonada, buscando a alguien que pudiera ser Roger Maestro.

O Abdulia.

La esposa, la lectora de tarot, conocía el aspecto de Dark. Tenía que suponer que Roger también. ¿Quién reconocería antes a quién? ¿Estarían ellos siquiera allí?

Lo que empeoraba aún más las cosas era el hecho de que el rostro de Dark había aparecido esa mañana en todos los telediarios junto con la información de que era una «persona de interés» en el caso de los asesinatos de las cartas del tarot. Dark debería ser quien llevara una máscara allí fuera. Esperaba que en cualquier momento alguien lo cogiera con fuerza del brazo y un policía de Fresno le dijera que se hiciera a un lado…

Una interferencia estática chirrió en su oído.

—¿Has visto algo? —preguntó Graysmith.

Graysmith se había instalado en la galería del coro de Saint Jude, la estructura más elevada de la zona. Una vista a ojo de pájaro podría ayudarla a detectar a uno de los Maestro antes de que fuera demasiado tarde. Los dos sabían, por supuesto, que eso era poco menos que absurdo, un equipo de dos personas tratando de atrapar a un francotirador condecorado.

—Todavía no. ¿Y tú?

—Sólo un montón de recordatorios chillones de por qué nunca he tenido hijos.

Dark sentía exactamente lo contrario. Allí estaban celebrando Halloween y no tenía idea de dónde podía estar su hija en ese momento, ni siquiera si estaba disfrazada. «Lo siento, pequeña. Nunca puedes disfrutar de un día de fiesta normal porque tu maldito padre tiró toda su vida por el retrete. Espero que haya mejor suerte en Acción de Gracias».

Había docenas de padres tomando fotos con sus cámaras digitales, registrando el caos para la posteridad. Mientras tanto, el padre Donnelly parecía estar pasándoselo en grande. Era un hombre que disfrutaba realmente al ver a la gente feliz, sacaba fuerzas de ello.

Dark continuó con su inspección de la multitud. Vió algo que lo puso inmediatamente en alerta: un hombre y una mujer con disfraces de boda unidos por cadenas de plástico. Igual que en la ilustración de la carta del Diablo. Una pareja en una servidumbre encadenada. Estudió cuidadosamente los rostros. El atuendo era una broma, por supuesto: una representación de la «cárcel del matrimonio», pero los asesinos a menudo se ocultaban detrás de bromas y risas. La novia podía llevar un rifle debajo del vestido; el novio podía esconder cuchillos afilados en las mangas.

Entonces, un par de críos —una niña y un niño— llegaron corriendo y chocaron contra la pareja mientras gritaban «¡Mami! ¡Papi!». El novio y la novia se echaron a reír. Dark respiró aliviado. Durante un segundo, al menos.

Luego alguien lo cogió del brazo. Dark se volvió rápidamente al tiempo que sacaba la Glock.

Un hombre pálido, con el pelo rizado, lo miraba fijamente.

—¡Joder! No pretendía asustarlo. Sólo quería presentarme.

Dark entornó los ojos. El tipo extendió la mano pero él la ignoró.

—Soy Johnny Knack. Escribo para Slab.

El auricular cobró vida en el oído de Dark.

—¿Quién es ese tío? —preguntó Graysmith.

Dark apartó el brazo.

—Ahora no tengo tiempo para esto.

—No lo entiende. Riggins y Brielle saben que está aquí. Ellos también están en la ciudad, sólo que ignoran que se encuentra en el desfile…

—Déjeme en paz —dijo Dark, y se alejó hacia el tumultuoso enjambre de niños.

—Dark, ¿qué coño está pasando ahí abajo? —susurró Graysmith.

Dark alzó la muñeca derecha a la altura de la boca y susurró a su vez:

—Un periodista. El tío de Slab. Dice que Riggins también está en Fresno.

Knack, sin embargo, lo alcanzó rápidamente y casi tuvo que gritar para hacerse oír por encima de los chillidos y las risas de la gente que participaba del desfile.

—¡Puedo ayudarlo! Por favor, sólo necesito hablar con usted un momento.

Dark se detuvo, se volvió y cogió a Knack por los hombros, dispuesto a asestarle un rodillazo en las pelotas si era necesario. Pero entonces oyó un grito agudo en su auricular. Graysmith.

—¡Dark! ¡A tu izquierda!

Allí estaba.

Un hombre alto que cubría su rostro con la máscara de una cabra y tenía un fusil apoyado en el hombro.

Dark se alejó del periodista y comenzó a apartar a los niños mientras les gritaba y se abría paso entre ellos. Mientras corría, siguió la trayectoria del inminente disparo, que llevaba directamente al rostro del padre Donnelly, quien se encontraba a sólo veinte metros de distancia. El asesino alineó el disparo. Dark se impulsó en el aire dando un salto. Graysmith gritó a través del auricular: «¡No tengo ángulo de tiro!». Las manos extendidas de Dark chocaron con el antebrazo del hombre un segundo antes de que apretara el gatillo. El cañón del fusil se elevó unos centímetros y el disparo resonó en la fachada de la iglesia. Los niños comenzaron a chillar. Los padres corrieron para sacar a sus hijos de allí.

El hombre de la máscara de cabra se volvió hacia Dark, que intentaba ponerse de pie. La culata del fusil golpeó a Dark en la mandíbula y luego en el pecho.

En ese momento, Dark cogió el arma con ambas manos y se negó a soltarla a pesar de que el hombre la sacudía con violencia para poder disparar. Finalmente, Dark golpeó con la palma en el centro del fusil y lo partió en dos. «Ahí tienes tu puta arma».

Pero el hombre de la máscara de cabra aún no había terminado.

Para cuando sacó su segunda arma de una funda que llevaba debajo del abrigo, la multitud se había dispersado lo suficiente como para permitirle hacer un disparo limpio contra el padre Donnelly.

El asesino disparó dos veces.

VIII

EL DIABLO

Si deseas ver la lectura personal de la carta del tarot de Steve Dark, entra en www.level26.com e introduce la siguiente clave:
devil

DISPARAN A UN SACERDOTE FRENTE A SUS ATÓNITOS FELIGRESES
Fresno, California (AP). El padre Warren Donnelly, párroco de una iglesia local en un barrio pobre de la ciudad, recibió dos disparos en el pecho durante la celebración del desfile anual de Halloween.
Donnelly encabezaba el desfile, una tradición de hace ya varias décadas en el área del suroeste de Fresno. Según la información suministrada por la policía, un hombre que cubría su rostro con la máscara de un animal disparó dos veces antes de darse a la fuga.
Donnelly, asignado a la parroquia de Saint Jude hace poco más de un año, fue trasladado de inmediato en ambulancia al Community Regional Medical Center.
Capítulo 70

Fresno, California

Johnny Knack no había visto morir a un hombre en su vida, y mucho menos a un sacerdote. Y todo había sido por su culpa.

Las imágenes seguían dando vueltas en su cabeza. Un minuto crees que controlas completamente la situación. Luego… todo salta en pedazos. Knack estaba sentado en la escalinata de la iglesia con el móvil en la mano. La historia ya estaba en los titulares. Nadie había establecido todavía ninguna conexión con el Asesino de las Cartas del Tarot, pero sólo era cuestión de tiempo. El editor de la historia en Slab le había enviado seis mensajes de texto en los últimos dos minutos:

NECESITO VERSIÓN ACTUALIZADA AHORA

VENGA, KNACK

JODER, TÍO, ¿ESTÁS AHÍ?

Por primera vez en su vida, Knack se sentía confuso. Había viajado a Fresno pensando que tenía el mundo cogido por las pelotas. Encontraría a Dark —el Misterioso Remitente le había dicho que lo guiaría hasta él— y luego lo obligaría a contarle su historia exclusiva. Knack se encerraría en la habitación de un hotel durante días si era necesario y grabaría todo lo que Dark tuviera que decirle. Los periodistas podían ofrecer a sus entrevistados algo que no podían hacer los polis y los tribunales de justicia: la posibilidad de que se explicaran libremente y sin censura. Era evidente que a Dark se le estaba acabando el tiempo, y Knack pensaba que él sostenía el cabo salvavidas.

Ahora, sin embargo, sostenía en la mano el arma que realmente había acabado con la vida de ese sacerdote. Su teléfono móvil.

Los mensajes de texto ardían en su cabeza:

DARK EN DESFILE ST. JUDE SO FRESNO

DARK ESTÁ ENTRE LA MULTITUD

ACERQUESE A ÉL AHORA

Y Knack lo había hecho, exactamente como si fuera un cómplice obediente.

Tenía que arreglar aquel desastre. Olvidarse de los tratos con las editoriales, olvidarse de la carrera…, aquello no era nada. Tenía que ir a algún lugar tranquilo y escribir toda la historia. Toda la verdad, para variar.

—¿Perdón, señor?

Una mujer delgada, con el pelo negro, apareció de pronto a su lado con una expresión de pánico dibujada en el rostro.

—No encuentro a mi hijo, sólo tiene cinco años y…, oh, por favor, ¿puede ayudarme?

Knack se levantó.

—Por supuesto.

Ambos buscaron en el aparcamiento que había detrás de la iglesia porque la mujer —que, de hecho, era muy guapa a pesar de su expresión de angustia— pensaba que había visto que el pequeño corría hacia ese lugar. Knack le sugirió que buscaran a un policía de inmediato, pero la mujer negó enfáticamente con la cabeza e insistió que la policía estaría demasiado ocupada buscando al tío que había disparado al sacerdote como para dejar lo que estaban haciendo y buscar a su hijo. Knack le aseguró que no sería así.

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