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Authors: Anthony E. Zuiker,Duane Swierczynski

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

No podrás esconderte (24 page)

BOOK: No podrás esconderte
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—¿De qué se trata? —preguntó Constance.

—Dark.

—Lo sabía.

Banner, con la boca llena de crep cocida y cruda, dijo:

—¿Te refieres a Steve Dark? Pensaba que él, bueno, se había… largado.

—Lo hizo —dijo Riggins—. Pero creo que no es del todo capaz de abandonar el trabajo. El Asesino de las Cartas del Tarot ha vuelto a ponerlo en carrera. El único problema es que a Wycoff no le hace muy feliz que Dark intervenga en este caso. De modo que, por el bien de nuestro amigo, es necesario que lo encontremos y lo mantengamos alejado del peligro.

—¿Dark no está en Los Ángeles? —preguntó Banner—. Quiero decir que no sería difícil de encontrar, ¿verdad?

Riggins ignoró a Banner y se volvió hacia Constance.

—Tú recuerdas a los amiguitos especiales de Wycoff, ¿verdad?

No importaba cuánto bebiera, Riggins no podía olvidarse de ellos, incluso después de cinco años. Para Wycoff, aquellos tipos no eran más importantes que sus jardineros o la gente que se encargaba de limpiar su cuarto de baño. Pero para Riggins eran pesadillas personificadas. Hacía cinco años, Wycoff había amenazado con matar a Riggins a menos que le hiciera un determinado «favor». Wycoff había respaldado la amenaza con una unidad de operativos compuesta de hombres con máscaras de seda negra y agujas afiladas. Los llamaba «Artes oscuras», y eran hombres que mataban a petición.

—Sí, los recuerdo —dijo Constance—. Unos tipos realmente encantadores.

—Bien, no quiero que ellos conozcan a Steve. Pero eso es exactamente lo que pasará a menos que nosotros lo detengamos antes.

—De acuerdo. ¿Qué tenemos que hacer?

—Encontrar a Steve. Ponerlo bajo custodia preventiva hasta que hayamos acabado con esta mierda del tarot y Wycoff se olvide de él. Debemos atrapar al ACT.

Riggins pensó, aunque no lo dijo en voz alta: «Ruego a Dios que Dark y el ACT no sean la misma persona».

Banner hizo una pausa con el tenedor lleno de crep.

—¿O sea, que quieres que cacemos al mejor cazador de hombres del mundo?

—Esa es la idea —dijo Riggins.

Capítulo 52

Venice, California

Las calles de Venice Beach estaban inusualmente tranquilas. Una tormenta matutina había comenzado a formarse mar adentro. Cuando Dark se acercó a la tienda, un montón de pensamientos paranoicos rondaban por su cabeza. Quizá debería haberle pedido a Graysmith que investigara los antecedentes de Hilda. Sus tripas le decían que debía confiar en ella, pero a veces sus tripas eran un pequeño órgano extraño. Sabía que quizá se estaba metiendo en una trampa.

Aun así, Dark abrió la puerta y entró en la tienda. Sólo que esta vez un rostro desconocido le esperaba en la mesa de lectura redonda. Pelo oscuro, ojos escrutadores, delgada.

—Busco a Hilda —dijo él.

—Heeeeeelda —repitió la mujer, haciendo girar el nombre en la boca—. Lo siento, no sé de quién está hablando.

—La dueña de este lugar —dijo Dark—. Estaba justo ahí hace sólo un par de días. Vine a verla por una lectura de tarot.

—¿Quién es usted?

—Steve Dark.

La expresión de la desconocida cambió. Y también su acento, que se esfumó al instante.

—Lo siento. Tiene toda la traza de ser un poli. Hilda me llamó el otro día. No me dió ninguna razón, sólo me dijo que necesitaba que me encargara de la tienda durante unos días.

—¿Dejó algún número de teléfono? Es muy importante que me ponga en contacto con ella.

—No —repuso la mujer—. Pero quizá yo pueda ayudarlo. Soy muy buena con las cartas. La propia Hilda me guió durante mis primeras lecturas.

La mujer cogió a Dark de la mano y prácticamente lo atrajo hacia el interior de la tienda, hizo que se sentara y comenzó a mezclar las cartas de la baraja. Sin la presencia de Hilda, el lugar tenía un aspecto diferente. Las velas parecían simples objetos de utilería. ¿El mostrador? Lleno de baratijas para vender a los turistas. De pronto, Dark estaba en otro lugar de Venice Beach donde alguien te leía el tarot. Cinco pavos para que te dijeran la buena fortuna y te revelaran el futuro. Luego podías salir de allí, meterte en un bar de Abbot Kinney, tomar unas copas y reflexionar sobre tu destino.

—¿Cómo se llama? —preguntó Dark.

—Soy Abdulia. ¿No quiere una lectura? Ya se lo he dicho, soy muy buena.

—No, no quiero otra lectura. Una es suficiente. Sólo necesito respuestas.

—Entonces, por favor, siéntese.

Esa mujer no era Hilda. Ella no lo conocía. No tenía ni idea de lo que él estaba hablando.

Pero Abdulia le sorprendió cuando dijo:

—Está luchando contra el destino.

—Sí —admitió Dark—. Supongo que es así.

—No sé qué puede haberle dicho Hilda —prosiguió Abdulia—, pero permítame que le dé un consejo, cortesía de la casa. Muchos hombres se han vuelto locos tratando de luchar contra su destino y cambiarlo. Pero eso es absurdo. El destino es más poderoso de lo que pueda imaginar. No puede apartarse del camino que le ha sido asignado.

—¿Entonces, qué?

—Debe hacer todo lo posible para aceptarlo. Es el único camino hacia la paz, amigo mío. El único camino.

Capítulo 53

Dark se instaló al volante del Mustang y recorrió velozmente las calles de Santa Mónica sintiéndose más confuso que nunca. La paz que Hilda parecía haberle transmitido se había hecho pedazos. Y lo que era aún más inquietante: ¿dónde estaba Hilda? ¿Qué había provocado que desapareciera de golpe de Venice Beach? Dark llamó a Graysmith.

—Necesito que encuentres a alguien. Su nombre es Hilda.

—¿Hilda qué?

—No tengo ni idea.

—¿Tienes un número de teléfono o una tarjeta?

—Sólo una dirección comercial. Es la encargada de una tienda de Venice Beach. Al menos, creo que es suya. El lugar se llama Psychic Delic. Si puedes comprobar el contrato de alquiler, quizá encuentres el nombre del propietario, y entonces…

Graysmith suspiró.

—Por favor, no me digas que estás viendo a una tía que te lee las cartas del tarot en el paseo marítimo. Porque, ¿sabes una cosa?, podemos hacerlo mucho mejor. Puedo ponerte en contacto con expertos en tarot en las mejores universidades del país. Expertos que han estudiado el mundo del ocultismo durante todas sus vidas profesionales.

—Todo eso está muy bien, pero quiero trabajar este asunto a nivel de la calle.

—¿Quién es ella? ¿Qué fue lo que te dijo?

—Sólo quiero que me ayudes a encontrarla. Confía en mí, es importante.

Graysmith volvió a suspirar, como si estuviera decepcionada, pero se resignó a cumplir con la tarea que tenía por delante. Encontrar a esa mujer llamada Hilda, que podía estar en cualquier lugar del sur de California.

—Hilda, Psychic Delic. ¿Algo más?

—No, eso es todo.

La línea permaneció abierta unos segundos más. Dark no sabía qué más decir y, aparentemente, Graysmith tampoco. Finalmente, la llamada se cortó. Dark lanzó el teléfono sobre el asiento del acompañante y pisó el acelerador. Graysmith encontraría a Hilda. Sin duda tendría terminado un perfil completo y detallado en un abrir y cerrar de ojos. Lo que era perfecto, porque Dark tenía la sensación de que Hilda era la única que había conectado con la verdadera historia. Graysmith podía tener el mundo secreto al alcance de sus manos, pero no podía decirle lo que Hilda sabía.

Dark pensó en las cartas que Hilda había colocado con tanta naturalidad sobre la mesa. En todos los casos en los que había trabajado, nunca nadie había expuesto la historia de una manera tan clara, tan simple, Hansel y Gretel estaban muertos. Allí estaban las miguitas de pan.

El, por supuesto, tenía algo más que migas de pan.

Él conocía la siguiente carta.

«La Rueda de la Fortuna».

«Piensa como los asesinos. Has repartido la carta y la has interpretado. Como dijo Abdulia: «Acepta tu destino». Así pues, ¿cómo interpretaría un asesino la siguiente carta?».

La Rueda de la Fortuna, había dicho Hilda, era una de las cartas más difíciles de los arcanos mayores. La carta que habla del destino, un punto de inflexión que podría girar hacia cualquier parte sin previo aviso. Como cuando Dark conoció a Sibby, de una manera fortuita, en una tienda de licores. La Rueda de la Fortuna, sostuvo Hilda, estaba en juego allí. Un encuentro casual que les había cambiado la vida a ambos para siempre.

¿Significaba eso que intentar adivinar el siguiente movimiento del asesino era un acto tan inútil como tratar de adivinar cuál sería el siguiente número en una ruleta?

No.

Los asesinos estaban trabajando sobre alguna clase de patrón. Esos asesinatos no habían sido cometidos al azar. Para ellos significaban algo.

La mente de Dark regresó al mapa informatizado del país que tenía Graysmith y sobre el cual había localizado los crímenes cometidos hasta el momento. No existía ningún patrón geográfico discernible, ningún punto central desde el cual los asesinos asestaban sus golpes. Dark trató de visualizar a los asesinos, quienesquiera que fuesen, colocando las cartas sobre un mapa gigante de Estados Unidos, asintiendo mientras las miraban, murmurando con un gesto de aprobación mientras…

Y entonces lo vió.

«Hijo de puta».

¿Por qué no lo había visto antes?

VII

LA RUEDA DE LA FORTUNA

Si deseas ver la lectura personal de la carta del tarot de Steve Dark, entra en www.level26.com e introduce la siguiente clave:
fortune

Las Vegas, Nevada

Kobiashi quería el servicio de habitaciones de inmediato. Se dejaba suficiente pasta en ese lugar como para que simples pedidos como un juego de toallas limpias, una botella de champán francés y unos DVD porno le fueran entregados en su habitación inmediatamente. Pero ya habían pasado cinco minutos, o sea, dos minutos más de lo que esperaba y tres minutos después de que el pedido ya no importara en absoluto. Kobiashi estaba inquieto. Cuando llegas a los setenta, cada minuto cuenta. Estaba a punto de levantar el auricular del teléfono de su habitación cuando oyó que llamaban tímidamente a la puerta.

Perfecto. Ahora tendría a alguien a quien gritarle en la cara.

Pero cuando la puerta se abrió, una mujer le apuntó con una pistola a la cabeza y lo obligó a entrar de nuevo en la habitación. Luego cerró la puerta tras de sí empujándola con el pie.

—Es usted jugador, ¿verdad? —dijo.

Kobiashi estaba en estado de
shock
.

—Espere…, ¿qué?

—He dicho que es usted jugador, ¿no?

Kobiashi lo entendió de inmediato. Se había expuesto demasiado. Alguien había reparado en él. Aquello era un robo. Dios santo, le estaban robando.

—No tiene necesidad de hacer esto —tartamudeó—. No abriré la boca. Haré que su tiempo haya merecido la pena.

—Silencio. Es jugador, ¿sí?

—Soy un hombre de negocios…

—Que visita Las Vegas al menos media docena de veces al año —la mujer acabó la frase por él.

—Por favor.

—¿Reconoce este tipo de arma?

—No, no, por favor.

—Es un Smith & Wesson del calibre 44. Una arma norteamericana. Estamos en la típica ciudad de Las Vegas, de modo que imaginé que necesitaríamos una arma típicamente norteamericana.

—Por favor, se lo ruego, salga de mi habitación. Puede llevarse el dinero que tengo en la billetera. Hay un montón de pasta.

La mujer negó con la cabeza.

—No, no, no, señor Kobiashi. Usted no lo entiende. Me ha enviado la dirección del hotel. Estoy aquí para ayudarlo a jugar en el último juego donde se apuesta todo. A usted le gusta correr riesgos, ¿no es así? Por eso atrae a todas esas multitudes. Les encanta mirar a un tipo que apuesta fuerte.

—Por favor…

Ahora la mujer se movía alrededor de él, rozándole los hombros con los dedos, deslizándolos con suavidad entre los omóplatos, con el arma en la otra mano.

—Ha oído hablar de la ruleta rusa, ¿verdad?

—No…

—Haruki, no me mienta.

—Sí. Sí, he oído hablar de la ruleta rusa.

—Quítese los pantalones.

—¿Qué?

La mujer frunció el ceño y acercó el arma al rostro de Kobiashi. Recorrió su nariz con la punta del cañón hasta apuntar directamente a su ojo derecho. Él se estremeció. Nunca había visto algo tan profundo, tan aterrador. Sabía que ahora asociaría para siempre el olor a metal engrasado con el olor de la muerte. Es decir, si conseguía salir vivo esa noche.

—De acuerdo, de acuerdo, me quito los pantalones. ¡Me los quito!

Mientras se los desabrochaba, la mujer siguió hablando y acariciando la cara de Kobiashi con el revólver.

—¿Sabía que existe una versión japonesa de la ruleta rusa? Suena increíble pero es verdad. La practican los chicos de instituto en Japón. Sólo que no usan balas. Es sexo. Los chicos se reúnen y mantienen relaciones sexuales entre ellos… sin condones ni píldoras. No dejan de hacerlo hasta que cada uno de los chicos se ha acostado con cada una de las chicas. Cada polla en cada uno de los diferentes agujeros.

—Por favor…

—Ahora bien —continuó explicando la mujer—, la cuestión es que algunas de las chicas no tendrán problemas. O bien tienen la regla o no están ovulando o lo que sea; a menos que los chicos les contagien ladillas o gonorrea, están totalmente a salvo. Pero algunas de las otras chicas, aquellas que precisamente están ovulando en ese momento…, bueno, pueden quedar embarazadas. Bang. Pierden. Pero esos chicos no son tontos. De hecho, se han preparado para ello. Todos contribuyen con un montón de yenes, pongamos cinco mil cada uno, y lo llaman «póliza de seguro». Si una de las chicas queda embarazada, cogen parte de ese seguro y lo utilizan para pagar un aborto. ¿Puede creerlo? Y eso pasa en su país, Haruki.

Kobiashi ya se había quitado los pantalones.

—Estoy de acuerdo, es algo terrible.

—Practicar juegos estúpidos con una vida potencial como ésa…, un inocente…, Dios santo, es algo…

—Horrible. Por favor…

—No, no es horrible. ¿Sabe lo que es eso, Haruki? Es hacer trampas. Así no se juega a la ruleta rusa. Juegas para quedarte con todo. Pones todo el dinero del mundo en el bote, no importa. La apuesta definitiva es aquella en la que pones tu propia vida en juego. ¿Entiende lo que le digo?

—Sí, lo entiendo.

—¿Está seguro?

—Sí, sí.

—Bien —dijo la mujer—. Entonces, juguemos.

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