Read No podrás esconderte Online
Authors: Anthony E. Zuiker,Duane Swierczynski
Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller
—Eso es muy bonito. ¿Le importa si lo anoto?
Graysmith se reclinó en su asiento y sonrió.
—No me toma en serio, pero ¿por qué habría de hacerlo? No soy más que una mujer cualquiera que acaba de conocer en la escalinata de UCLA.
—No sólo una mujer cualquiera —dijo Dark—. Es muy atractiva.
—Pensé en las diferentes formas en que podría abordarlo. Había construido mentalmente toda clase de situaciones dramáticas.
—¿De verdad?
—Pensé que usted apreciaría sobre todo un abordaje directo. Supongo que me equivoqué.
—No hay nada directo en esta forma de abordarme, señorita Graysmith.
—Entonces, aquí va. Quiero proporcionarle los medios que necesita para atrapar a los incipientes asesinos en serie. Fondos, equipo, acceso…, todo cuanto necesite. No deberá rendir cuentas a nadie. Ni siquiera a mí. Ésa es mi oferta.
Una «oferta» que era demasiado buena para ser verdad. Que Dark supiera, esa mujer podía ser alguien que Wycoff había enviado para tenderle una trampa. Para engatusarlo y que abandonara su retiro sólo el tiempo suficiente para arrestarlo.
—No, gracias —dijo—. Estoy ocupado dando clases y trabajando en mi casa.
Graysmith entornó ligeramente los ojos, pero se recuperó de inmediato.
—Me está poniendo a prueba. Quiere que le demuestre de alguna manera que hablo en serio, ¿verdad?
—No tiene que hacer nada. Sólo me quedaré sentado aquí y acabaré mi cerveza.
Graysmith sonrió y luego se levantó y rodeó la mesa. Apoyó la mano sobre el hombro de Dark y lo apretó ligeramente.
—Volveremos a vernos.
Minutos después de que ella se hubo marchado, Dark bebió el último trago de cerveza y luego utilizó una servilleta para coger con cuidado el vaso de Graysmith por la parte inferior. Vació el resto del té dentro de su jarra de cerveza sacudiendo varias veces el vaso, luego sacó una pequeña bolsa de plástico de su bolso —siempre llevaba algunas por costumbre— y metió el vaso dentro.
Lo que a Dark le preocupaba no era la oferta que le había hecho Graysmith, sino que le había resultado muy difícil poder leer su expresión. No cabía duda de que era tan buena leyendo a gente como Dark. Había sorteado todos los indicios importantes y había rozado la superficie como un insecto que sobrevuela un estanque. Dark no tenía ninguna duda de que aquella mujer volvería a aparecer. Cuando lo hiciera, él estaría preparado.
En primer lugar, Dark se aseguró de que nadie lo seguía. Eso significaba seguir una ruta demencialmente tortuosa por Westwood, hacia Sunset y Coldwater Canyon Drive, atravesando Studio City, para regresar en dirección a Mulholland y tomar luego una serie de pequeños atajos que conocía y que lo llevarían de nuevo a West Hollywood. Si alguien había conseguido seguirlo, bueno, entonces se merecía aparcar directamente sobre su culo. Después de haber dejado el coche en el camino particular y comprobado dos veces las cerraduras, desactivó el sistema de seguridad y sacó su Glock 22 del lugar donde la guardaba en la sala de estar. El cargador estaba lleno.
A continuación bajó al sótano y buscó el expediente de Brian Russell Day. Introdujo la información sobre Julia Graysmith en su base de datos y luego amplió la búsqueda a su familia. Resultó que había una hermana mayor: Alisa.
O «Lisa».
Hizo clic sobre los datos de Lisa y vió que no se podía acceder a sus archivos por orden del Departamento de Defensa. Interesante.
Por suerte, Dark había dejado una puerta trasera abierta en el sistema hacía unos años, cuando trabajó con algunos de los lacayos de Wycoff. No la utilizaba muy a menudo, y probablemente ésa fuera la razón de que nadie hubiera reparado todavía en ella. En la pantalla aparecieron algunos archivos. La información era escasa, lo que significaba que la mayor parte debía de estar profundamente enterrada y ni siquiera en un servidor en alguna parte. Pero, según los datos que Dark pudo reunir, Lisa Graysmith era miembro de una organización que tenía conexión con DARPA, la Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados del Departamento de Defensa. ¿Que tenías alguna idea loca para la defensa del país y mil millones de dólares? DARPA encontraría la manera de ponerla en práctica. O aproximarse bastante. Hacía poco Dark había leído un artículo que hablaba de los esfuerzos de la agencia para convertir en combustible para tanques los excrementos de los soldados.
¿Qué hacía Graysmith para DARPA? ¿Y qué había querido decir con «ayuda»?
Dark detestaba las artimañas. Hacía cinco años, cuando Wycoff había comenzado a chantajearlo para que le hiciera una interminable serie de «favores», el gobierno le había proporcionado una canguro llamada Brenda Condor para que cuidara de Sibby. A Dark no le gustaba nada dejar a su pequeña en manos de una extraña, cuya fidelidad estaba representada por un juego de credenciales (fáciles de falsificar) y una llamada telefónica de Wycoff. Pero ¿qué opciones tenía? No podía coger una bolsa con pañales y llevar a su hijita consigo por todo el mundo para ir a la caza de asesinos.
Resultó que Brenda Condor era algo más que una canguro. Wycoff la había contratado para que vigilara de cerca a Dark, lo que significaba introducirse poco a poco en su vida personal. Follándoselo, poniendo el hombro para que él pudiera llorar, lo que fuera necesario para que no se cayera a pedazos. Dark era un activo muy valioso, y Brenda Condor era quien lo controlaba.
Algunos tipos llegan temprano un día del trabajo y encuentran a sus esposas en la cama con el jardinero. No fue el caso de Dark. Él llegó un día a casa temprano y encontró a Brenda redactando un informe detallado para Wycoff.
Eso, de alguna manera, le hizo incluso más daño.
Dark la despidió y luego envió a la pequeña Sibby a vivir con sus abuelos. Fue la decisión más difícil de su vida. Durante todo el vuelo a Santa Bárbara no dejó de mirar a los otros pasajeros, preguntándose cuál de ellos podía estar vigilándolo. Siguiéndole los pasos. Mientras tanto, Sibby estaba abstraída y feliz, babeando y jugando con un pequeño tigre de peluche que le había comprado en el aeropuerto. Ella no sabía que estaba a punto de ser abandonada por segunda vez en su corta vida.
«Espero que un día puedas entenderlo, pequeña».
Y ahora, alguien que le recordaba mucho a Brenda Condor —en caso de que ése fuese realmente el nombre de la agente secreta— intentaba introducirse en su vida. No se fiaba de ella. Tampoco lo necesitaba.
La vida de Dark estaba jodidamente lejos de ser perfecta, pero también era sencilla. Sibby estaba con sus abuelos y ellos la amaban con locura. Dark pasaba el tiempo conduciendo por la ciudad, trabajando en la casa o leyendo sobre asesinatos en su guarida subterránea. La razón por la que había abandonado Casos especiales era para limpiar su mente de toda esa locura y tratar de encontrar alguna manera de que su hija volviera a formar parte de su vida. De modo que, a menos que Lisa Graysmith tuviera algún medio para resucitar a los muertos, él tenía serias dudas de que pudiera hacer nada para «ayudar».
Dark subió la escalera para lavarse la cara, beber una cerveza y tratar de desconectar durante un rato.
Pero ella ya estaba sentada en el sofá, esperándolo pacientemente.
—¿Quiere explicarme cómo ha entrado aquí? —inquirió Dark.
Graysmith se cruzó de piernas y se reclinó en el sofá. Se había cambiado de ropa. Si esa tarde quería proyectar el aura de una profesional dura y fría, ahora la imagen era de relajada seguridad. Llevaba una camiseta de diseño y unos vaqueros…, elegancia informal. La clase de ropa que Sibby solía ponerse en su vieja casa de Malibú.
—Su sistema de seguridad es bueno —dijo ella—. Y veo que ha añadido usted algunas modificaciones propias. Pero no se ofenda si le digo que sigue siendo una especie de juego de niños comparado con los sistemas a los que estoy acostumbrada.
—Deje de intentar impresionarme —repuso Dark—. He hecho mis deberes. Creo que encontré lo que usted quería que encontrara. Su curriculum sería el sueño húmedo de cualquier espía.
—Sólo quiero que sepa que hablo en serio.
—Y yo la estoy tomando muy en serio.
—No lo creo —dijo ella—. En realidad, nadie lo hace. Ven mi sonrisa y piensan que soy una chica alegre.
Graysmith metió la mano en su bolso y sacó una fotografía. La colocó sobre la mesita de centro.
—Esta era Julie.
Dark asintió sin mirar la foto.
—Recuerdo cómo era.
Ella sonrió con una expresión de pesar.
—No se preocupe. No voy a contarle una historia triste. Julie era una hermana pequeña consentida. Yo era diez años mayor que ella y tenía la sensación de que habíamos crecido en dos hogares diferentes. Mis padres eran muy estrictos conmigo, pero con Julie siempre fueron mucho más permisivos. Eso me molestaba, era como si ella pudiera salirse siempre con la suya en cualquier situación, volver a casa tarde, beber, irse de fiesta con sus amigos. Me concentré en mi trabajo y pensé que Julie y yo llegaríamos a conocernos con el tiempo, cuando hubiera dejado de pensar que era una mocosa malcriada. Bien, nunca tuve esa oportunidad.
Dark no pudo evitarlo. Miró la foto y vió que Graysmith se parecía a su hermana pequeña. Los mismos ojos y la misma estructura facial. Las mismas orejas pequeñas y la nariz delicada.
—El asesinato de Julie destrozó a mis padres —prosiguió Graysmith—. En este momento están tramitando el divorcio, algo que es bastante común, según tengo entendido. A veces simplemente no puedes seguir adelante después de haber sufrido un golpe tan terrible. Tienes que ser una persona con una voluntad de hierro fuera de lo común para levantarte todas las mañanas después de haber perdido a un ser querido.
La forma en que la mujer miró a Dark parecía ser una invitación: «Vamos, usted perdió a su esposa de la forma más horrible que pueda imaginarse. Dígame que lo entiende. Dígame que comprende mi dolor».
—¿Qué me dice de usted? —preguntó él.
—Yo lo enfoqué clínicamente. Es lo que he hecho siempre. Si tienes un problema, sólo debes unir las piezas que te ayuden a resolverlo.
Dark hizo girar la foto de Julie y luego la deslizó sobre la mesita hacia Graysmith.
—Y piensa que yo soy una de esas piezas.
—Sé que lo es. Es el mejor. Y no estoy halagando su vanidad. Es un hecho.
Dark la ignoró. Se dirigió a la cocina, cogió una botella de cerveza de un estante, la abrió y lanzó el tapón al cubo de la basura.
—Yo no soy lo que usted busca. Debería marcharse.
Bebió un largo trago de cerveza.
—¿Ya sabe lo de Paulson?
Dark apartó lentamente la botella de los labios. Paulson era el miembro más nuevo del equipo de Casos especiales. Había trabajado con él una vez, en un caso en Filadelfia. Lo último que había oído era que Paulson era su «reemplazo».
—Me acaban de informar de que ha muerto —dijo Graysmith—. Parece que es la segunda víctima de una serie.
—¿De qué está hablando? —preguntó Dark.
Graysmith levantó el pulgar.
—Martin Green fue el primero. Casos especiales envió a Paulson a la escena del crimen. —Luego el índice—. Ahora es Paulson. Quienquiera que haya cometido los asesinatos, no ha hecho más que empezar.
—¿Cómo sabe todo eso? —preguntó Dark.
—Tengo gente en Washington que me mantiene informada de cualquier cosa que se parezca siquiera remotamente a un asesinato en serie. Como le he dicho antes, me tomo este asunto muy en serio.
En ese momento, en la cabeza de Dark bullían un montón de ideas, pero sobre todo el horrible pensamiento de la muerte de un agente de Casos especiales.
—¿Qué le pasó a Paulson?
—Alguien lo empujó desde la azotea de su edificio de apartamentos. Sólo tiene que decirlo y puedo mandarlo a la escena del crimen en Virginia antes de cuatro horas.
—¿Para qué?
—Para hacer lo que mejor sabe hacer.
—No —dijo Dark—. Casos especiales se encargará de este asunto.
—Sí, pero Casos especiales no es usted. Nunca han sido tan buenos como usted.
Dark apartó la vista.
Graysmith se levantó y se sentó rápidamente a su lado.
—Ese asesino no se detendrá. Tengo los recursos necesarios para atraparlo. El dinero, las herramientas, el acceso. Lo único que no tengo es una mente como la suya. Usted nació para cazar a esos monstruos, Dark, y creo que simplemente no puede dejar atrás un don como ése. Creo que ha estado esperando una oportunidad así desde junio. Bien, aquí estoy. Sin ataduras. No dirigiré sus pasos. No le daré órdenes. No influiré de ninguna manera en sus investigaciones. Sólo le proporcionaré el dinero y las herramientas que necesite para su trabajo.
Cuando algo parecía demasiado bueno para ser verdad, siempre lo era.
—¿Qué me dice? —preguntó Graysmith.
—No —repitió Dark—. He terminado con esa parte de mi vida. Ahora puede irse.
—Se miente a sí mismo. Usted nació para hacer esto.
—Muy bien, lo he intentado de una forma educada. A ver qué le parece esto: lárguese ahora mismo de mi casa.
Graysmith lo miró un momento, casi rogándole con los ojos, pero luego se marchó sin decir nada. Dejó la foto de su hermana Julie sobre la mesita de centro.
Quantico, Virginia
El teléfono despertó a Riggins de un profundo sueño. Estaba disfrutando de la maravillosa sensación de no recordar quién era o a qué se dedicaba para ganarse la vida hasta que buscó a tientas el móvil, lo apretó contra la oreja y luego oyó la voz de Constance Brielle, su segunda al mando. Y entonces todo regresó velozmente.
—Tom…, se trata de Jeb.
Constance lo puso al tanto rápidamente de lo que había pasado y añadió que la policía de Falls Church había precintado la escena del crimen para ellos. Antes incluso de que Riggins tuviera la posibilidad de reaccionar o contestar, Constance le dijo que llegaría al cabo de pocos minutos. Riggins dejó caer el teléfono mientras sentía que lo invadía una sensación ardiente de ira, dolor y confusión. El efecto narcótico del sueño quedó disipado al instante.
Otro, no. No tan pronto. Aquello era una locura. Aquel trabajo era una locura. Y Riggins se consideraba un chalado por llevar tanto tiempo en él. No podía evitar pensar si acaso él no sería el beso de la muerte. Trabaja conmigo y morirás o te volverás loco poco después. Jeb Paulson había estado en Casos especiales, ¿cuánto?, ¿uno o dos meses?