Noches de tormenta (19 page)

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Authors: Nicholas Sparks

BOOK: Noches de tormenta
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Al dormirme sueño contigo, y cuando despierto desearía tenerte entre mis brazos. Al menos, este tiempo separados me ha hecho estar más seguro de que quiero pasar todas mis noches a tu lado, y todos los días en tu corazón.

¿O estas otras, de su última carta?

Cuando te escribo siento tu aliento, e imagino que cuando lees mis palabras, tú sientes el mío. ¿Te ocurre lo mismo a ti? Estas cartas son una parte de nosotros, una parte de nuestra historia, un recuerdo perenne de hasta dónde hemos llegado. Gracias por ayudarme a sobrevivir este año, pero sobre todo gracias por adelantado por todos los años que están por venir.

O incluso éstas, después de que él y Mark discutieran a finales de verano, cosa que inevitablemente lo deprimió.

Hay muchas cosas que deseo estos días, pero por encima de todo desearía que estuvieras aquí. Es extraño, pero no puedo recordar la última vez que lloré antes de conocerte. Ahora, en cambio, las lágrimas surgen con facilidad…, pero tú sabes cómo hacerme ver que mi tristeza vale la pena, y explicas las cosas de tal forma que mitigas mi dolor. Eres un tesoro, un regalo, y cuando volvamos a estar juntos pienso abrazarte hasta que se me agoten los brazos y ya no pueda más. A veces, pensar en ti es lo único que me impulsa a seguir adelante.

Contemplando la luz lejana de la luna, Adrienne supo la respuesta. No, pensó: nunca volvería a encontrar a un hombre como Paul. Mientras apoyaba la cabeza en el frío cristal sintió la presencia de Amanda detrás de ella. Adrienne suspiró, pues sabía que había llegado el momento de poner el punto final.

—Iba a venir en Navidad—dijo Adrienne, con una voz tan suave que Amanda tuvo que esforzarse para oírla—. Yo ya lo había dispuesto todo. Había reservado una habitación de hotel —dijo—, para poder estar juntos la noche de su regreso. Incluso compré una botella de pinot grigio. — Hizo una pausa—. En la mesa hay una carta de Mark que lo explica todo.

—¿Qué ocurrió?

En la oscuridad, finalmente Adrienne se dio la vuelta. Su rostro estaba medio cubierto por las sombras y, ante la expresión de su madre, Amanda se estremeció.

Adrienne necesitó un momento para responder, mientras las palabras flotaban en la oscuridad.

—¿No lo sabes?—murmuró.

Capítulo 17

Amanda vio que la carta estaba escrita en el mismo papel de libreta que había utilizado Paul para escribir su nota. Al ver que le temblaban un poco las manos, Amanda las colocó extendidas sobre la mesa.

Luego, con un hondo suspiro, bajó la mirada.

Querida Adrienne:

Ahora que me he sentado, me doy cuenta de que ni siquiera sé cómo tengo que empezar una carta como ésta. Después de todo, no nos conocemos y, aunque sé de ti por mi padre, no es lo mismo. Una parte de mí desearía poder hacer esto en persona, pero debido a mis heridas no puedo marcharme ahora. Así que aquí estoy, luchando con las palabras y preguntándome si nada de lo que escriba tendrá algún sentido.

Siento no haber llamado, pero pensé que escuchar lo… que tengo que decirte tampoco facilitaría las cosas. Todavía estoy intentando asumirlo yo, y es parte del motivo por el que te escribo.

Sé que mi padre te habló de mí, pero pienso que es importante que conozcas nuestra historia desde mi punto de vista. Espero que esto te dé una idea acertada del hombre que te amó.

Tienes que comprender que, mientras estaba creciendo, no tuve un padre. Vivía en la misma casa, sí; nos proporcionaba a mi madre y a mí todo lo necesario; pero nunca estaba allí, a menos que fuese para regañarme por no haber sacado un sobresaliente. Recuerdo que, cuando era niño, mi escuela celebraba una feria de ciencias en la que yo participaba cada año, y desde el jardín de infancia hasta octavo curso, mi padre no vino ni una sola vez. Nunca me llevó a ver un partido de béisbol, ni jugó conmigo en el patio, ni siquiera fuimos a pasear en bicicleta. Me dijo que te había contado algunas de estas cosas, pero créeme si te digo que fue peor de lo que él seguramente te contó. Sinceramente, cuando me fui a Ecuador recuerdo que esperaba no volver a verlo nunca más.

Y luego se le ocurrió venir aquí para estar conmigo. Tienes que comprender que, en el fondo, mi padre siempre había mostrado una arrogancia que yo había llegado a detestar, y supuse que venía por eso. Me lo imaginaba intentando actuar de repente como un padre y dándome consejos que yo no necesitaba o no quería. O reorganizando la clínica para hacerla más eficiente, o saliendo con brillantes ideas para hacer de éste un lugar más habitable. O incluso reclamando ciertos favores que le debían para traerse a un equipo de jóvenes médicos voluntarios que trabajasen en la clínica, asegurándose al mismo tiempo de que toda la prensa de nuestro país supiera exactamente quién era el responsable de tan buenas acciones. A mi padre siempre le encantó ver su nombre impreso, y estaba sumamente al tanto de cómo conseguir una buena publicidad para él y para su consulta. Para cuando llegó, la verdad es que yo ya estaba pensando en hacer las maletas y volver a casa, dejándolo a él aquí. Tenía toda una lista de respuestas preparadas para cualquier cosa que se me ocurrió que me diría. «¿Perdóname? Un poco tarde para eso.» «¿Me alegro de verte? Ojalá pudiera decir lo mismo.» «¿Creo que tenemos que hablar? No creo que sea una buena idea.» Sin embargo, lo único que dijo fue: «Hola», y cuando vio mi expresión, sólo asintió y siguió caminando. Fue nuestro único contacto la primera semana que estuvo aquí.

La cosa no mejoró muy deprisa. Durante meses esperaba que volviese a su antiguo estilo; yo lo observaba, preparado para llamarle la atención. Pero no lo hizo. Nunca se quejó de las condiciones de trabajo, hacía sugerencias sólo cuando se le preguntaba directamente y, aunque nunca recibió nada a cambio, el director admitió finalmente que fue mi padre quien había proporcionado las medicinas y el equipo nuevo que tanto necesitábamos, aunque había insistido en que su donación permaneciese bajo el anonimato.

Creo que lo que más valoré fue que no pretendió ser algo que no éramos. Durante meses nuestra relación no fue amistosa y yo no lo consideraba como a un padre; no obstante, nunca intentó hacerme cambiar en este aspecto. No me presionó de ningún modo, y creo que fue entonces cuando empecé a bajar la guardia respecto a él. Supongo que lo que intento decir es que mi padre había cambiado, y poco a poco empecé a pensar que había algo en él que merecía una segunda oportunidad. Y aunque sé que ya había cambiado un poco antes de conocerte a ti, tú fuiste la razón principal por la que se convirtió en la persona que era. Antes de conocerte, estaba intentando encontrar algo. Después de que aparecieras tú, ya lo había encontrado. Mi padre hablaba de ti todo el tiempo, y no puedo ni imaginar la cantidad de cartas que te habrá enviado. Él te quería, pero estoy seguro de que eso ya lo sabes. Lo que tal vez no sepas es que, antes de ti, no estoy muy convencido de que supiera lo que significa amar a alguien. Mi padre había logrado un montón de cosas a lo largo de su vida, pero estoy seguro de que lo habría cambiado todo por pasar una vida a tu lado. Teniendo en cuenta que estaba casado con mi madre, no es fácil para mí escribirte esto, pero he pensado que querrías saberlo. Y una parte de mí sabe que a él le gustaría saber que comprendo cuánto significabas en su vida.

De algún modo cambiaste a mi padre, y gracias a ti no cambiaría mi último año por nada. No sé cómo lo hiciste, pero convertiste a mi padre en un hombre al que ya estoy echando de menos. Lo salvaste, y al hacerlo supongo que, en cierto modo, me salvaste a mí también.

Él fue a la clínica asistencial de las montañas por mí, ¿sabes? Era una noche eptosa. Llevaba días lloviendo y todos los caminos estaban inundados de barro. Cuando informé por radio de que no podía volver porque mi jeep no se encendía, y de que era inminente el riesgo de un desprendimiento, fue él quien cogió otro Jeep para intentar llegar hasta mí, a pesar de las protestas desesperadas del director. Cuando lo vi sentado detrás del volante, pensé: «Papá ha venido a salvarme», y creo que fue la primera vez que me referí a él de esta manera. Hasta ese momento siempre había sido mi padre, pero no «papá»; supongo que entiendes a qué me refiero.

Llegó justo a tiempo. En cuestión de minutos, oímos el estruendo al derrumbarse un lado de la montaña, destruyendo la clínica al instante, y recuerdo que nos miramos el uno al otro sin poder creer lo cerca que habíamos estado.

Ojalá pudiera decirte qué es lo que fue mal a continuación, pero no puedo. Él conducía con cuidado y casi habíamos llegado. Incluso se veían las luces de la clínica en el valle que quedaba debajo. Pero, de repente, el jeep comenzó a patinar cuando tomamos una curva pronunciada y lo siguiente que supe fue que nos habíamos salido del camino y nos precipitábamos montaña abajo.

Aparte de romperme un brazo y varias costillas, a mí no me pasó nada, pero supe de inmediato que papá no estaba bien. Recuerdo que le grité que aguantase, que iría a buscar ayuda, pero me cogió la mano y me obligó a quedarme. Incluso creo que él sabía que todo había terminado y quería tenerme a su lado.

Entonces, el hombre que acababa de salvarme la vida, me pidió que le perdonase.

Él te quería, Adrienne. Nunca lo olvides, por favor. A pesar del poco tiempo que pasaste con él, te adoraba, y siento terriblemente tu pérdida. Cuando las cosas se pongan difíciles, como lo están para mí, ten la certeza de que él no sólo habría hecho por ti lo mismo que hizo por mí, sino que, gracias a ti, yo tuve la oportunidad de llegar a conocer y querer a mi padre.

Supongo que lo que intento decir es, sencillamente, gracias.

Mark Flanner

Amanda dejó la carta sobre la mesa. La cocina ya casi estaba a oscuras y podía oír el sonido de su propia respiración. Su madre se había quedado en la sala de estar, a solas con sus pensamientos. Amanda dobló la hoja, pensando en Paul, pensando en su madre y, extrañamente, pensando en Brent. Haciendo un esfuerzo recordó aquellas navidades de hacía unos años, cuando su madre estuvo tan callada y sonreía de una forma que parecía forzada; derramaba unas lágrimas inexplicables que todos supusieron que tenían que ver con su padre.

Y, mientras pasaba por todo eso, no dijo ni una palabra.

A pesar de que su madre y Paul no habían compartido los años que ella había vivido con Brent, Amanda tuvo la repentina certeza de que la muerte de Paul había golpeado a su madre con la misma intensidad que experimentó Amanda al sentarse junto a la cama de Brent por última vez…, con una sola diferencia: su madre no había tenido la oportunidad de despedirse.

Cuando oyó el ruido apagado de los sollozos de su hija, Adrienne se apartó de la ventana de la sala de estar y fue a la cocina. Amanda levantó la mirada en silencio. Una muda angustia inundaba sus ojos.

Adrienne se quedó de pie sin moverse, contemplando a su hija y, finalmente, abrió los brazos. Amanda se levantó como por instinto, intentando en vano detener las lágrimas; madre e hija se abrazaron en la cocina durante un buen rato.

Capítulo 18

El aire había refrescado un poco y Adrienne encendió varias velas por toda la cocina para iluminar y dar calidez al ambiente. Se había sentado a la mesa y había devuelto la carta de Mark a la caja, junto con la nota y la fotografía. Amanda la observaba gravemente, con las manos en el regazo.

—Lo siento, mamá—dijo despacio—. Por todo. Por la pérdida de Paul y por haber tenido que pasar sola por esto. No puedo ni imaginar cómo es tener que guardárselo todo dentro.

—Ni yo tampoco —dijo Adrienne—. De ningún modo lo hubiera logrado sin ayuda.

Amanda sacudió la cabeza.

—Pero lo hiciste —murmuró.

—No—respondió Adrienne—. Sobreviví, pero no lo hice sola.

Amanda parecía desconcertada; Adrienne le ofreció una melancólica sonrisa.

—El abuelo—dijo al fin—. Mi padre. Él es la persona con quien lloré. Y lloré a su lado día tras día durante semanas. No sé qué habría hecho sin él.

—Pero… —la voz de Amanda se apagó, y Adrienne continuó en su lugar:

—Pero ¿él no podía hablar? — Adrienne hizo una pausa—. No era necesario. Él me escuchaba y eso era lo importante. Además, yo sabía que nada de lo que él pudiese decir hubiera mitigado mi dolor, aunque hubiese sido capaz de hablar. — Levantó la mirada—. Tú lo sabes tan bien como yo.

Amanda apretó los labios.

—Si me lo hubieras contado—dijo—. Antes, quiero decir.

—¿Por lo de Brent?

Amanda asintió.

—Lo sé, pero hasta ahora no has estado preparada para oírlo. Necesitabas tiempo para asimilar el dolor a tu manera, siguiendo tu propio proceso.

Durante un buen rato, Amanda no dijo nada.

—No es justo. Tú y Paul, Brent y yo—murmuró.

—No, no lo es.

—¿Cómo pudiste seguir adelante después de perderle de ese modo?

Adrienne sonrió con nostalgia.

—Me enfrentaba a ello pensando sólo en el día a día. ¿No es eso lo que te han dicho que hagas? Sé que suena hueco, pero yo me levantaba por la mañana y me decía a mí misma que solo tenía que ser fuerte ese día. Sólo un día. Lo hacía una y otra vez.

—Haces que suene muy sencillo—susurró Amanda.

—No lo fue. Fue la peor época de mi vida.

—¿Incluso más que cuando se marchó papá?

—Aquello también fue duro, pero esto era diferente. — Adrienne dibujó una breve sonrisa—. Fuiste tú quien me lo dijo, ¿recuerdas?

Amanda miró a lo lejos. Sí, pensó; lo recordaba.

—Ojalá hubiera podido conocerlo.

—Te habría gustado. Ahora, quiero decir. En aquella época, quizás no Aún tenías la esperanza de que tu padre y yo volviéramos a estar juntos.

Amanda se llevó la mano de forma instintiva a la alianza que todavía llevaba y la hizo girar alrededor de su dedo con el rostro transido.

—Has perdido mucho a lo largo de tu vida.

—Así es.

—Pero ahora pareces feliz.

—Lo soy.

—¿Cómo lo consigues?

Adrienne juntó las manos.

—Cuando pienso en la pérdida de Paul o en los años que podríamos haber compartido, claro que me siento triste. Me ocurría antes y me ocurre ahora. Pero también tienes que comprender otra cosa: por muy duro que fuese, por muy terribles o injustas que se pusieran las cosas, no cambiaría lo días que pasé a su lado por nada del mundo.

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